Veneno en la sangre (T3) - Viejos enemigos (3/X)
Los compañeros se hallaban a las puertas del legendario Túmulo de Soveneiros, en el bosque élfico de Mirie. Junto a la hechicera Lyrendë y sus soldados, se disponían a inspeccionar la antiquísima tumba en busca de alguna pista acerca del responsable de haber alzado a los antiguos héroes elfos en forma de no muertos que ahora parecían vagar por el bosque.
La tumba abría sus puertas hacia ellos. Tras un pasillo de entrada por el que los rayos de sol apenas avanzaban unos tímidos metros, la penumbra daba paso a la oscuridad. Lyrendë ordenó a dos de sus soldados que se adelantasen al grupo, aunque Garrick les detuvo con un grito que casi pareció un graznido. El halfling se ofreció a abrir la marcha dada su habilidad para detectar posibles trampas.
Si bien la elfa admitió que la posibilidad de encontrar trampas era alta en el interior del túmulo, señaló el hecho de que el halfling, al contrario que los elfos, no podía ver en la oscuridad. Como bien señaló Ingoff después, de todos modos deberían usar las antorchas, pues ni Elatha ni él mismo podían ver tampoco en la oscuridad.
Finalmente, decidieron que el halfling abriese camino, con Ingoff tras él, sosteniendo una antorcha. Dos soldados elfos de Lyrendë marcharían a un par de pasos por detrás del paladín con los arcos prestos por si había problemas. La maga elfa marcharía tras sus hombres, con los otros dos soldados tras ella. Finalmente, Elatha y Mira cerrarían la marcha; por mucho que la guerrera bárbara protestase por aquello.
Según Garrick avanzaba gateando por el pasillo, podía ver las antiguas runas élficas grabadas en la piedra que la antorcha sostenida por Ingoff revelaba en las paredes. El tiempo parecía haber desgastado muchas de esas inscripciones. El halfling sentía una presión incómoda, respirando aquel aire helado y con sus pies pisando las pequeñas raíces negras que surgían de entre el suelo empedrado.
Comprobaba con tesón cada centímetro del suelo en busca de resortes o cables ocultos, empleando la daga para tantear. Tras unos diez metros, el pasillo se abría a una sala rectangular cuyas paredes mostraban mosaicos que, sin duda, fueron bellos en otro tiempo. Ahora, la mitad de los azulejos se había desprendido y el lugar tenía un aspecto ciertamente sombrío.
Garrick sonrió al comprobar como la baldosa frente a él oscilaba levemente al ser tocada por la punta de su daga. Tras indicar a sus compañeros que allí había una trampa, la rodeó por la derecha. El grupo avanzó lentamente tras él, evitando pisar el lugar señalado por el halfling.
Casi llegando al final de la sala, donde un nuevo tramo de pasillo se abría hacia la oscuridad, el halfling encontró otra trampa idéntica a la anterior. Se estaba volviendo hacia sus compañeros, señalando el lugar, cuando se topó con los ojos de uno de los soldados elfos mirando hacia la oscuridad fijamente mientras gritaba.
-¡Necrarios!
Los cinco necrarios surgieron corriendo del oscuro pasillo, rugiendo en una mueca silenciosa de sus cadavéricos rostros mientras se acercaban a una velocidad pasmosa hacia Garrick. Tres de ellos se arrojaron sobre Garrick e Ingoff y los otros dos no llegaron a hacerlo solo porque Elatha les bloqueó el paso tras adelantar a los soldados de Lyrendë, quitándolos del medio de un empellón.
Las garras de un monstruo rechinaron contra el escudo del paladín mientras el halfling rodaba por el suelo para evitar ser descuartizado por sus dos enemigos. Elatha se mantenía incólume, resistiendo con entereza los embates de los dos no muertos que la atacaban a un tiempo.
Lyrendë, que parecía dispuesta a reservar su magia, disparó el arco corto sin acertar a blanco alguno. Un momento después, sus cinco soldados se habían desplegado en la sala para hacer lo propio con sus arcos largos: solo dos de ellos tuvieron el temple necesario para acertar sobre los no muertos. Mira entró en la sala entonces, disparando su arco mientras caminaba con determinación para colocar su flecha en el pecho de un necrario, justo al lado de donde había impactado un soldado elfo.
Garrick aprovechó la confusión para escabullirse entre las piernas de Ingoff y correr hacia el fondo de la sala. De camino, disparó su ballesta de mano para arrancar con el virote el maxilar inferior de uno de los monstruos. El paladín, algo mareado por el hedor del necrario, retrocedió tambaleándose cuando este arañó el pecho de su armadura. El tímido hachazo con el que contestó fue esquivado sin problemas por la criatura.
Elatha, que arrancó un buen trozo de clavícula con su lanza a un necrario que llevaba un par de flechas en su pecho, se vio enseguida puesta a prueba por esa misma criatura y la otra que combatía al lado de su macabro congénere. Pero la guerrera era brava, y mantuvo a raya a ambos a lanza y escudo.
Los tres necrarios que rodeaban a Ingoff se ensañaron con el paladín, encontrando brecha en su armadura y vertiendo la sangre del humano. Uno de los soldados elfos, que se había visto arrastrado por esa melé sin posibilidad de usar eficientemente su arco, se abalanzó a espada contra uno de los monstruos; pero estaba demasiado afectado por el hedor putrefacto de las criaturas y falló el golpe.
Las flechas de Lyrendë y sus hombres volaron una vez más por la estancia, un par de ellas acertando a uno de los monstruos que castigaba a Ingoff. La criatura se giraba hacia sus nuevos agresores cuando un virote disparado por Garrick le impactó en la nuca para hacer rodar su cabeza sobre el suelo.
Preocupada por ver a Ingoff tambalearse sin acertar un solo golpe debido a los efectos del hedor necrario, Mira disparó al monstruo que acechaba al paladín desde la izquierda. La flecha se clavó en la espalda del no muerto, aunque a este no pareció importarle demasiado.
Mientras Elatha hundía su arma en la cadera de uno de los seres antes de girar el brazo para partirlo por la mitad, Ingoff se desplomaba bajo las garras de sus dos enemigos. Lyrendë conjuró un proyectil mágico que pasó muy cerca del cráneo de un necrario, errando por poco, al tiempo que el soldado que empuñaba su espada alejó unos pasos del paladín a uno de los monstruos con un afortunado mandoble.
Apretando los dientes y con lágrimas en los ojos, Garrick se arrojó resbalando por el suelo hasta Ingoff para verterle una de sus pociones curativas en los labios. Antes de que el monstruo pudiera reaccionar, el halfling ya rodaba sobre el embaldosado para alejarse de allí. El paladín se puso en pie como un resorte, alejando al no muerto con un barrido de su hacha mientras veía como una de las flechas de Mira se clavaba en la espalda del ser.
Elatha ensartó al necrario que se le echaba encima, alzándolo para golpearlo poderosamente contra el techo en una explosión de fragmentos de hueso que le llovieron encima. La guerrera rió enloquecida mientras se giraba en busca de más enemigos. Vio como dos flechas provenientes de los soldados elfos se clavaban en la espalda del monstruo que combatía con Ingoff. A unos pasos, el otro necrario que quedaba arrinconaba a un mareado elfo que sostenía su espada con torpeza.
Ingoff volvió a retroceder, malherido. Aquel combate se le estaba complicando en demasía y su sangre ya formaba un charco en el suelo. A su lado, el elfo que empuñaba la espada se desplomó sin vida cuando la zarpa del otro monstruo le arrancó la mitad del cuello. Con un grito de furia, Lyrendë disparó su arco corto, acertando en el cráneo del monstruo para reducirlo a añicos.
Los cuatro guerreros elfos que quedaban con vida concentraron disparos sobre el último necrario, aunque sin acertar: quizá tenían demasiado miedo de acertarle a Ingoff. Justo cuando la criatura se preparaba para abalanzarse de nuevo sobre el paladín, Garrick surgió desde su espalda para disparar su ballesta contra el rostro de la criatura, haciendo saltar los pedazos por todas partes.
Se hizo el silencio. Todos se miraban entre sí, como miraban luego al elfo caído y los cuerpos de los cinco necrarios. Ingoff tomó su poción curativa y, viendo que no se sentía suficientemente repuesto, invocó el poder de Oteyar para restañar sus heridas casi por completo. Mientras, Lyrendë posaba la mano sobre el pecho de su compañero muerto y murmuraba un breve rezo al que el paladín se unió después con su propia liturgia.
Pero era hora de continuar.
Nuevamente, Garrick se dispuso a abrir la marcha; aunque esta vez Elatha intercambió el puesto con un Ingoff al que se veía bastante agotado. La guerrera solo esperaba que aquel hombretón resistiese lo suficiente, pues no creía que les aguardase un camino nada fácil por delante.
Lentamente, el halfling comenzó a gatear de nuevo por un pasillo que se doblaba en un recodo más adelante. Lyrendë le informó de que había una cámara al fondo, anticipando con sus ojos élficos lo que la antorcha de Elatha aún no alumbraba.
Garrick apenas había comenzado a estudiar aquella estancia pentagonal en la que tres estatuas ubicadas en varias de las paredes parecían mirar hacia el centro cuando vio con el rabillo del ojo a una sombra moviéndose a su derecha. Corrió hacia delante eludiendo las garras del necrario pero, cuando puso espalda en pared al fondo de la sala, pudo ver que otro monstruo estaba oculto detrás de una de las estatuas y dos más se acercaban por el pasillo lateral. Disparó sin pensarlo contra uno de estos últimos, metiéndole el virote por el ojo y arrancando medio cráneo, aunque la criatura siguió avanzando.
Mientras el necrario ubicado junto a la puerta por la que había entrado Garrick tomaba el pasillo para caer sobre el grupo, Mira se anticipaba y entraba en la sala corriendo para parapetarse tras una estatua, por desgracia, aquella tras la que se ocultaba un necrario, que la atacó de inmediato. La garra hizo saltar anillas del camisote de la semielfa mientras, en el pasillo, Elatha contenía con su escudo al otro monstruo mientras tanto ella como el elfo a su lado hacían esfuerzos por no vomitar.
Lyrendë entró en la sala, conjurando un proyectil mágico que hizo explotar en pedazos a uno de los dos necrarios que se abalanzaban al tiempo sobre Garrick. Tres de los soldados elfos entraron tras ella, uno a espada contra el monstruo que atacaba a Mira y otros dos disparando sus arcos largos contra el que amenazaba a Garrick. Solo uno de ellos tuvo éxito en su empresa, colocando una flecha en el brazo del atacante del halfling.
Ingoff imploró a su Dios, y tres rayos de fuego pasaron entre Elatha y el soldado elfo del pasillo, aunque solo uno impactó en el necrario, levantando una nube de humo y chisporroteos que hedía a carne quemada. Ni la guerrera ni el soldado elfo eran capaces de hacerse con el monstruo, mareados como estaban con su pútrido hedor.
Mira logró deshacerse de su oponente, corriendo de nuevo hacia el pasillo, donde se encontró mucho mejor tras haber vomitado. Garrick se zafó igualmente del monstruo que lo acosaba, rodeándolo por la izquierda. Lamentablemente, su sonrisa triunfal se truncó cuando notó como la baldosa cedía bajo su paso. Un segundo después, las tres estatuas de la sala vomitaban una lluvia de virotes por sus bocas.
Uno de los necrarios perdió un brazo y parte del torso ante la lluvia de proyectiles, mientras que el otro acabó con un media cadera arrancada. Aunque Garrick y dos de los soldados elfos lograron rodar por el suelo para evitar la letal lluvia, Lyrendë resultó herida y, el soldado restante, demasiado mareado para reaccionar, cayó totalmente acribillado.
El más maltrecho de los monstruos intentó atrapar sin éxito a Garrick, que corría hacia el pasillo desconocido que se abría en el lateral de la sala. Mientras, el otro se abalanzaba sobre uno de los soldados, arrancándole el rostro de un zarpazo que salpicó de sangre la cara de una aterrada Lyrendë. En el pasillo, otro soldado elfo moría cuando el necrario que allí luchaba le destrozaba la garganta de un mordisco.
Desprotegida, Lyrendë corrió hacia una esquina de la sala mientras su último soldado se adelantaba para protegerla con su espada, aunque apenas podía mantener a raya a la criatura que trataba de llegar hasta su señora. En el pasillo, Elatha acababa de herir con su lanza al monstruo y recibía el apoyo de Ingoff. Mira, mientras tanto, se asomaba de nuevo a la sala para disparar al necrario que combatía contra el elfo, cuando vio como el soldado caía bajo las garras del monstruo.
Harto de huir, Garrick se dio la vuelta, daga en mano, e incrustó su pequeña hoja en el rostro del monstruo que le perseguía, haciendo que se desplomase inerte. Lyrendë disparó sin éxito su arco contra el monstruo de la sala, mientras en el pasillo Ingoff recibía una nueva herida de un adversario al que, sin embargo, entre Elatha y él estaban comenzando a acorralar.
Mira disparó una flecha que atravesó el cuello del necrario en la sala, dejándolo a punto de quebrarse, sostenido apenas por jirones de carne pútrida. Garrick intentó acercarse con su daga, pero el monstruo le hizo retroceder de un zarpazo que, por suerte, solo cortó aire. Esta vez, la flecha disparada por Lyrendë desde el otro extremo de la sala sí alcanzó su objetivo, arrancando la cabeza del monstruo para que su cuerpo se desplomase sobre el suelo de piedra.
Elatha e Ingoff parecían no ser capaces de hacerse con el último de los necrarios, que se resistía con uñas y dientes en el pasillo. Desde el centro de la sala, Mira apuntó con calma antes de aniquilar al monstruo de un certero flechazo en la cabeza.
Una vez más, los esta vez cinco supervivientes cruzaron sus miradas. En ese momento, Garrick se preguntó si valía la pena continuar hacia el interior del túmulo. Ingoff y Mira pensaban que quizá pudiera descubrirse allí algo crucial para entender lo que ocurría en el Bosque de Mirie, pero los hombres de Lyrendë habían muerto y no querían forzar a la elfa a arriesgar su vida.
Lyrendë les dijo que, a esas alturas, necesitaba saber lo que allí ocurría; así como limpiar ese lugar sagrado, ahora mancillado. Sin embargo, les advirtió que el Túmulo de Soveneiros era profundo y todos estaban demasiado agotados, de modo que propuso descansar un par de horas en aquella estancia.
Así lo hicieron: durante un par de horas descansaron en esa sala fría y oscura, con los corazones en un puño. Elatha le dio su poción de curación a Ingoff, lo que el paladín agradeció enormemente. Durante ese rato, entre Garrick, Mira y Lyrendë colocaron los cuerpos de los elfos en un lado de la estancia, esperando recogerlos cuando pudiesen para llevar a cabo unas exequias adecuadas.
Llegado el momento, prosiguieron el camino con Garrick en cabeza, seguido de Elatha e Ingoff marchando hombro con hombro. Tras ellos, Mira precedía a Lyrendë, ambas con sendas flechas colocadas en sus arcos.
La sala daba a un largo pasillo que, a su vez, desembocaba en un corredor serpenteante lleno de enormes raíces oscuras de naturaleza espinosa que habían roto las paredes del túmulo. Aquellas espinas afiladas como cuchillas eran propias del árbol-espada, como les explicó Mira, que les recomendó a todos no acercarse a ellas demasiado.
Así lo hicieron hasta llegar a un punto en el cual las raíces bloqueaban el camino casi por completo, de modo que se vieron obligados a intentar escalar la maraña puntiaguda sin quedar ensartados por las espinas en el intento.
Si bien tanto Ingoff como Mira escalaron las raíces sin dificultad, Elatha y Garrick sufrieron varios cortes. Sin embargo, fue Lyrendë quien se llevó la peor parte, cayendo entre las raíces e hiriéndose de gravedad. Mira decidió darle a la maga su poción de curación, lo que la mujer agradeció con lágrimas en los ojos.
Continuaron hasta una bifurcación del pasadizo, donde encontraron otra raíz bloqueando el paso. Ya que no querían correr el riesgo de escalarla nuevamente, Ingoff comenzó a aplicar golpes de hacha a la madera. Los golpes de hacha resonaron en todo el túnel, dificultando que los compañeros escuchasen a las criaturas que trepaban desde el otro lado de la maraña espinosa.
Uno de los necrarios cayó sobre Ingoff, que apenas pudo esquivarlo, mientras que el otro se abalanzó sobre Elatha, que estaba distraída viendo cómo el paladín ejercía de leñador. En ese momento, todos se percataron de que sonidos de garras repicando en la piedra llegaban desde todos los lugares de aquel caos de corredores.
Garrick se asomó fugazmente sobre el hombro de Ingoff para disparar un virote al ojo del necrario que avasallaba al paladín antes de retirarse de nuevo a retaguardia, dejándole sin parte de la cabeza. Un momento después, Mira disparaba su flecha para terminar de abatir al monstruo.
La coraza de Elatha chirrió bajo las garras del necrario en pie, mientras el sonido a vanguardia y retaguardia anunciaba la llegada de más monstruos. Lyrendë se colocó entonces junto a Elatha, presta a efectuar un conjuro, pero el hedor del necrario la mareó al punto que no logró concentrarse. Fue una suerte que la guerrera reaccionase a tiempo de herir a la criatura, impidiendo que dañase a la maga.
Ingoff corrió a retaguardia, presto para recibir a los enemigos que por allí se aproximasen. Garrick, junto a él, se adelantó para disparar un virote hacia la oscuridad, apuntando a donde el sonido le decía que había un enemigo. Maldiciendo por haber fallado, retrocedió para colocarse tras el paladín. A la vez, Mira alojaba una de sus flechas en el pecho de la criatura que combatía con Elatha.
Dos necrarios aparecieron corriendo en fila por el corredor norte, donde les aguardaban Ingoff y Garrick. El paladín sonrió al notar como el primero se estrellaba contra su escudo, pero la preocupación enturbió ese triunfo cuando oyó gritar a Elatha al ser herida por el necrario del pasillo este.
La espada corta de Lyrendë amputó una de las manos del monstruo, la que había herido a Elatha. Acto seguido, la guerrera arrancaba la cabeza de la criatura con un poderoso revés de su lanza. Al tiempo, Ingoff bregaba por seguir manteniendo a raya a los dos monstruos del pasillo norte y Garrick se asomaba tras el paladín para arrancar medio rostro de una criatura con uno de sus virotes.
El monstruo con medio rostro fue abatido un instante después por el arco de Mira, que disparaba desde retaguardia. El otro necrario del pasillo norte era detenido de nuevo por el escudo del paladín, mientras Elatha hacía lo propio con un nuevo no muerto surgido tras la maraña espinosa del pasillo este. El ser acababa de rebotar contra el escudo de la guerrera cuando un proyectil mágico lanzado por Lyrendë le arrancó el brazo izquierdo por completo. La lanza de Elatha, en un golpe vertical descendente, acabó el trabajo partiéndolo por la mitad.
En el pasillo norte, Ingoff hacía retroceder al último monstruo con un golpe de hacha solo para que Garrick surgiera desde su flanco y acertara con su ballesta en pleno rostro de la criatura, volatilizando su cráneo en una nube de fragmentos de hueso.
Eufóricos tras aquel combate, los compañeros se abrazaron entre sí, aunque Lyrendë parecía un poco incómoda al principio. Estaban agotados y deberían abrirse camino por aquellos corredores a base de cortar raíces con el hacha de Ingoff y, quien sabía si se enfrentarían a más enemigos. De ese modo, decidieron tomar el segundo descanso del día, en el que Garrick le dio la última poción de curación a Elatha.
Tras esa reparadora pausa, el grupo continuó su camino durante casi una hora más. Mira parecía orientarse excepcionalmente bien en aquel revoltijo de túneles y, finalmente, llegaron a un pasillo de piedra en el cual, detrás de un recodo, se filtraba el resplandor de unas antorchas.
Garrick se adelantó sigilosamente al grupo y descubrió una enorme sala cuadrada en la que ardían varios pebeteros, probablemente desde hacía tiempo, pues las brasas ya estaban agonizando. También descubrió a cuatro necrarios vagando por el interior de la sala.
No había otra opción: aquella sala era el único camino para seguir avanzando.
Uno de los virotes del halfling surgió de la oscuridad para arrancar un pedazo de cuello de uno de los no muertos al tiempo en que Elatha entraba a la carga en la sala. Mientras el halfling retrocedía unos metros, Mira avanzaba para que el pequeño se colocase tras ella. La exploradora disparó una flecha que acabó clavada en la pierna de uno de los monstruos del fondo de la sala.
Dos de los necrarios rodeaban a Elatha mientras otro se abalanzaba sobre Mira y, uno más, cruzaba la habitación en dirección al pasillo donde estaban Garrick y la semielfa. Lyrendë surgió de las sombras, conjurando un nuevo proyectil mágico que erró contra su enemigo. Mira, obligada a desechar su arco, extrajo la espada de la vaina.
Ingoff llegó a toda carrera junto a Mira, arrojando al necrario de un hachazo contra la pared antes de que Garrick se asomara entre paladín y semielfa para acabar con el necrario con un disparo de ballesta en plena frente. En la sala, Elatha destrozaba a uno de los monstruos mientras el que atravesó la sala corriendo llegaba hasta Ingoff para clavar las garras en su escudo.
Mira se colocaba junto al paladín, hendiendo la espada en el costado del monstruo para que Ingoff le arrancase medio cuerpo de un hachazo. El ser seguía en pie, dada su resistencia sobrenatural, pero estaba muy maltrecho; al punto que un virote no excesivamente bien disparado por Garrick le hizo desmoronarse.
En la sala, Elatha hacía retroceder al último de los necrarios y Lyrendë se asomaba a la estancia para colocar una flecha en su espalda. Mira también entró en la sala, cortando la corva de una de sus piernas. Y por fin, irrumpió el paladín Ingoff para decapitar al monstruo con un golpe de su hacha.
Mientras recuperaban algo de aliento, Mira y Lyrendë se quedaron contemplando el suelo de la sala. Alguien había escrito mensajes enloquecidos en el suelo, empleando la lengua de los elfos. A los demás no les hacía falta conocer el idioma para saber que se trataba de las demenciales alusiones a Yzumath de costumbre.
En ese momento, Lyrendë razonó que aquellas pinturas demostraban que había sido un elfo el responsable de alzar a los no muertos en aquel túmulo. La corrupción de Yzumath se había infiltrado en el Bosque de Mirie y los elfos no habían sido capaces de verlo.
Mientras meditaban sobre esto, Ingoff paseaba distraídamente por la sala. El paladín se agachó despacio para recoger lo que había encontrado: un delicado broche de plata con incrustaciones de esmeraldas. Lyrendë aseguró que esa pieza de joyería pertenecía sin duda a un noble del pueblo élfico.
Cuando los compañeros le preguntaron a la maga si ya tenían suficiente, esta les dijo que le gustaría saber si Soveneiros era ahora uno de aquellos no muertos. De ser así, lo honorable sería dar descanso a sus restos. No obstante, la elfa aseguró que asumiría lo que decidiese el grupo.
Envalentonados por las últimas victorias en aquel túmulo, los compañeros decidieron continuar hasta la mismísima cripta de Soveneiros.
Tras aquella sala rectangular, cruzaron un largo pasillo, encontrando varias puertas de piedra que habían sido destrozadas. Desde lejos, escuchaban una voz gutural que murmuraba siempre la misma letanía.
-Él me.. salvará. Él me devolverá la gloria... me lo prometió... ella me prometió que él lo haría.
Podían ver el Salón de los Héroes al fondo, tenuemente iluminado por lo que, sospecharon, serían más de aquellos pebeteros que alguien abandonó allí. Intentaron acercarse con sigilo, pero el sonido de las garras sobre la piedra les alertó de que habían sido detectados.
Ingoff se internó en la sala a toda carrera, disparando su ballesta pesada contra el pecho de uno de los cuatro necrarios de la sala antes de arrojarla para empuñar su hacha. Al fondo de la sala había otro necrario, ataviado con la ruina de un traje que alguna vez perteneció a un héroe: se trataba, sin duda, de Soveneiros.
Mira se concentró con toda su voluntad en Soveneiros, como si fuera una de aquellas presas que cazaba, acertándole con una flecha en el centro del pecho y haciendo que retrocediese un par de pasos. Los cuatro necrarios se arrojaron sobre Ingoff, haciéndole tambalearse a base de potentes golpes mientras el paladín veía como también el propio Soveneiros se acercaba a él corriendo.
Lyrendë, maldiciendo por no tener ángulo para conjurar sobre un Soveneiros cubierto por los cuerpos de Ingoff y los necrarios, desapareció envuelta en una nube plateada para reaparecer al fondo de la estancia, donde antes encontrasen al general cadavérico. El impacto del proyectil mágico en la espalda de Soveneiros casi le arroja de bruces, mientras fragmentos óseos de su cuerpo salieron disparados en todas direcciones.
Con la destreza que solo a él le caracterizaba, Garrick rodeó a gatas la melé entre Ingoff y los necrarios para colocarse a unos pasos de la espalda del general necrario. El virote del halfling impactó en la nuca de Soveneiros, mandando a rodar su cabeza y dándole descanso eterno.
Elatha llegó a la carrera para incrustar su lanza en el pecho de uno de los necrarios que rodeaban al paladín. El mismo Ingoff decapitó a aquel ser, al tiempo en que Mira alojaba una flecha en el hombro de otro de los monstruos. Sin embargo, los tres seres que quedaban en pie se ensañaron con el guerrero sagrado, vertiendo su sangre sobre el suelo del túmulo.
Entre maldiciones, Garrick falló su disparo. En ese momento, Lyrendë conjuró una flecha verdosa que impactó en uno de los necrarios, comenzando a disolver su espalda poco a poco. Mientras Ingoff despedazaba a otro monstruo con su hacha, Mira trataba sin éxito de hacer un blanco imposible entre el paladín y Elatha.
Ingoff retrocedía con sus últimas fuerzas, acosado por los dos necrarios a un tiempo, aunque uno de ellos se desmoronó repentinamente cuando el ácido del conjuro de Lyrendë acabó de consumirlo. La maga lanzó ahora un proyectil mágico, pero el conjuro erró su objetivo.
Garrick incrustó un virote en la rodilla del último necrario, entorpeciendo su movimiento. Un segundo después, Elatha le hundía su lanza en el vientre e Ingoff lo partía en dos mitades verticalmente con su hacha.
Nuevamente, el Túmulo de Soveneiros había quedado en silencio. Los compañeros tenían su pista y los muertos descansaban en paz.

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