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La Rosa de Acero - La mácula de los Da Fonte (5/5)

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Absorta en sus pensamientos, aquella noche Francesca Calandri cepillaba su pelo sentada frente al espejo de su dormitorio, en la mansión familiar de la Strada Nord. Canturreaba distraída mientras, en su mente, daba forma a los planes sobre su futuro una vez se hubiese cerrado su vínculo con la familia Da Fonte. Entonces, el sonido de un tumulto le llegó desde la planta de abajo. Rápidamente, dejó el cepillo sobre el tocador y salió al recibidor de la primera planta. Allí coincidió con su padre, que miraba hacia el hall de entrada de la vivienda con gesto alarmado. La puerta de la calle estaba abierta y los dos guardias de la familia permanecían de rodillas en el suelo, desarmados. La docena de intrusos que habían irrumpido en la casa no eran sino la guardia de la ciudad. Un instante después, quien parecía el oficial al mando, alzaría la vista para descubrir a Francesca y señalarla con el dedo. El padre de la mujer la urgió a que escapara mientras intentaba cortar el camino a los gua

La Rosa de Acero - La mácula de los Da Fonte (4/5)

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Probablemente el capitán Bianco Filago ya había perdido toda esperanza de hallar con vida a Sinibaldo Da Fonte después de dos días. El hombre de armas al servicio del príncipe Giovanni Da Fonte suponía que, a aquellas alturas, el cuerpo del desafortunado joven debía reposar en el fondo de algún sucio canal del Quartiere di Fuliggine con una piedra atada a los pies y siendo devorado por los peces. El capitán le dedicó un escueto rezo a Padre Hogar en agradecimiento cuando uno de sus hombres se personó ante él con la noticia de la aparición de Sinibaldo, aunque en realidad sospechaba que, si algún dios había tenido que mediar en aquello, probablemente se tratase de uno de los caprichos del Niño Sipe. Al parecer, Sinibaldo había aparecido en mitad de la calle, cerca del Strada Nord. Iba en camisón y aullaba incoherencias, como si se encontrase totalmente enajenado. Los mayordomos de la familia Balintelli le habían reconocido y, con la mayor discreción, le habían cobijado en el ala de se

La Rosa de Acero - La mácula de los Da Fonte (3/5)

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Estaba amaneciendo y la perezosa luz del sol se colaba por el ventanal del dormitorio de Francesca Calandri. La mujer, en camisón, permanecía de pie junto a la vidriera mientras era el joven Sinibaldo Da Fonte quien yacía en su cama, revolviéndose en mitad de un sueño inquieto. Quien había inducido aquel sueño antinatural era Treldux, el demonio ondergal vinculado a Francesca quien, con su aspecto insectoide, permanecía erguido junto a la mujer. Con los labios apretados por la pura rabia, Francesca recibía del demonio aquella información que vinculaba al ahora difunto Bonaguida con su antigua amiga Sandra. Francesca no tenía muy claro qué tenía que ver Sandra con el secuestro de Sinibaldo. En su opinión, era tan posible que Bonaguida la informase del secuestro y ella quisiese pagar el rescate como que su joven rival estuviese detrás del mismo secuestro. En el fondo, no importaba. Si algo tenía claro Francesca es que aquello no iba a quedar así. Fuesen cuales fuesen las intenciones

La Rosa de Acero - La mácula de los Da Fonte (2/5)

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Apenas amanecía sobre la ciudad de Fiumiri cuando los nudillos de un hombre embozado en oscuros ropajes golpearon las puertas de una de las más elegantes casas de la Strada Nord. La criada que abrió la puerta no pudo esconder del todo su gesto disgustado pero, aún así, hizo entrar al hombre. En silencio, Bonaguida siguió a la mujer por los pasillos de servicio hasta llegar al dormitorio de su clienta. Francesca Calandri le recibió en ropa de noche, haciéndole saber su disgusto por el hecho de que se presentase en su casa, lo hiciese sin previo aviso y a aquellas horas. Tras disculparse, Bonaguida le aeguró a Francesca que la información que traía para ella era de lo más importante. No en vano, había sabido que su amado y prometido, Sinibaldo Da Fonte, había caído en las garras de un tal Daniele Acórdolo. Como la dama no conocía al personaje en cuestión, Bonaguida le indicó que se trataba de uno de los señores criminales del Quartiere di Fluggine. Al parecer, todo se debía a un presu

La Rosa de Acero - La mácula de los Da Fonte (1/5)

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La noche caía lentamente sobre la ciudad de Fiumiri, capital de Duvaccia. En uno de sus muchos canales, un esquife cabeceaba perezosamente con dos figuras a bordo: una de esas figuras era el barquero, que empujaba el pequeño y alargado bote con su pértiga de madera, mientras la otra figura permanecía envuelta en una capa cuya capucha cubría el rostro. Francesca Calandri, que así se llamaba la figura embozada, indicó al barquero que se acercase al borde del canal para que ella pudiese apearse. Luego, le pidió que la esperase allí. Francesca era una dama de alta posición, como mostraban sus modos por mucho que su atuendo intentase disimularlo, así que el barquero mostró su preocupación por la seguridad de la mujer: se encontraban en un barrio peligroso de la ciudad, sitio de maleantes y gente de mal vivir. Tras decirle a ese entrometido barquero que se metiese en sus asuntos de un modo bastante poco delicado, Francesca bajó del bote y caminó por el borde del canal hasta introducirse en

La Rosa de Acero - Cartas de amor (2/2)

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Los compañeros cruzaron miradas, desalentados. En aquel momento eran plenamente conscientes de que habían caído inocentemente en la trampa de la Condesa Celestria D'Acourt. Indudablemente, la mujer deseaba deshacerse por algún motivo del Barón Natalis Beaudouin y les había empleado como chivos expiatorios. Sin embargo, no había tiempo para lamentaciones: la guardia recorría las calles en busca de los supuestos asesinos del Barón y Gervasius aún sangraba por el corte en su costado. En esta tesitura, los compañeros decidieron separarse. Mientras que Blay regresaría a su posada ubicada en Quartier des Joyaux, Brisbane y su guardaespaldas se dirigirían a sus habitaciones en La Hilandera de Oro, en Quartier du Cuivre. Igualmente, acordaron que, al día siguiente, abandonarían la ciudad en dirección a las tierras de la familia de Brisbane, en Ourevarre. Probablemente ninguno de ellos pudo conciliar demasiado bien el sueño aquella noche, si bien el descanso sirvió al menos para que Gerv