Los Reinos (T4) - Las Tablas del Destino (12/X)
El ultimó par de días resultó de lo más interesante para los compañeros. Tras recibir el ataque por sorpresa de los Zhentarim en su posada y lograr ponerlos en fuga, devolvieron la cortesía en la misma noche, acabando con Lord Manshoon, Zerana y Corgur a la vez que ponían en fuga a Wynna y Zeknir. Apenas un par de días después, los compañeros regresaron a Eberron para tender una emboscada a los Umbra y evitar que se hiciesen con el último Glifo del Destino que les faltaba. Lograron acabar con los príncipes Yder, Clariburnus, Rívalen y Hadrhuma... solo el Gran Príncipe Telamonte logró —in extremis— regresar a Sigil y pedir la protección del Harmonium para salvar la vida. Estimando que Telamonte tardaría el tiempo suficiente en sanar y reorganizarse, los compañeros planeaban ahora internarse en el mundo de Barovia en busca del último Glifo del Destino que necesitaban.
Así, guiados por la fantasma Éloze, se dirigieron de inmediato hacia el Barrio del Mercado, concretamente a un ruinoso edificio que parecía algún tipo de posada. En el destartalado salón, aguardaba la espectral figura de una mujer demacrada a la que parecía divertirle mucho que los compañeros fueran a internarse en las tierras de Barovia. Además, parecía bastante convencida de que no iban a lograr regresar.
Sin tenerla demasiado en cuenta, el grupo cruzó el portal.
Todo era niebla alrededor de ellos, una niebla tan espesa que apenas permitía ver más allá de un par de metros. Lo que sí pudieron ver con claridad, era que aquel portal por el cual habían llegado desde Sigil ya no estaba, se había esfumado. Además, pronto comprendieron que debían ponerse en movimiento, ya que de aquella niebla manaba un frío sobrenatural que estaba empezando a afectarles.
Se pusieron en movimiento, con el frío cada vez más dentro, como si no solo ateriese el curpo, sino también el alma. Usaron la vieja cadena de Cinthork, aquella que le recordaba sus tiempos como esclavo en la suboscuridad drow, para mantenerse unidos mientras avanzaban. La situación comenzó a complicarse tanto que incluso Jesper se vio obligado a canalizar el poder de su dios un par de veces para que conservasen la vida, especialmente Sathelyn y Zenit, que parecían los más afectados por aquella neblina.
De entre la niebla, les llegó el sonido de un violín.
Continuaron adelante hasta encontrar una especie de extraño claro donde la niebla parecía no atreverse a tocar un colorido carromato. Sobre el pescante, una mujer de mediana edad, ataviada con ropas holgadas y un pañuelo de lunares en la cabeza, tocaba el violín. Cuando los compañeros, a trompicones y con los rostros transfigurados por el dolor, entraron en el claro, la mujer dejó de tocar.
Aunque al principio pareció sobresaltarse por la apariencia de Cinthork, no demasiado habitual en aquellas tierras, les invitó de inmediato a acercarse al fuego.
Isadora, que así se llamaba la mujer, dijo ser una vistani. Según explicó, su gente tenía la facultad de poder internarse en las nieblas, merced a los servicios que habían hecho a Strahd Von Zarovich, el señor de aquellas tierras. Los compañeros recordaron que Rudolph Van Ritchen les había hablado del tal Strahd: un poderoso vampiro que dominaba Barovia con puño de hierro. Isadora regenaba del señor baroviano y su maldad, pero les explicó que muchos de los suyos aún le servían.
La vistani les dio de cenar y conversaron largo rato. Isadora recordaba a los demonfatas, se pusieron agresivos con ella y la forzaron a acompañarles fuera de las nieblas. Al ver que iban fuertemente armados, les comentó que cerca de la ciudad de Drasnon, estaban desapareciendo niños. Los lugareños culpaban a unas ancianas que habitaban el Viejo Mahacahuesos un molino abandonado en el camino entre Drasnon y Villa de Barovia. Se hablaba de que allí ocurren cosas extrañas. Supuso que quizá les interesaba la recompensa que se ofrecía en Drasnon por solucionar el problema.
También les dijo que era imposible cruzar las nieblas... o casi. Isadora estaba dispuesta a decirles cómo escapar de Barovia si la hacían un favor: traerle la cabeza del alpha de los hombres lobo de Krezk, un tal Kirill. Kirill había matado al hijo de Isadora. Según les dijo, el cubil de los licántropos, parecía estar ubicado en el bosque al norte de la propia Krezk.
Además, Isadora se ofreció a hacerles una lectura de La Tarokka, una baraja adivinatoria propia de los vistani. Vanuath fue el voluntario para someterse a la lectura, así que, después de que la vistani barajase, cortó la baraja. Isadora dispuso sus cartas sobre la mesa: dos cruzadas a la izquierda y cuatro en columna a la derecha.
Sobre el pasado, le contó que, hacía muy poco, había tenido dos enfrentamientos casi consecutivos con distintos enemigos que tenían algo en común: un gran poder arcano. Sobre el presente, le contó que odiaba a una mujer joven y furtiva, alguien que siempre le dañaba y luego se le escurría entre los dedos. También le hablo de que alguno de sus compañeros le irritaba por su reticencia a gastar oro cuando hacía falta, lo que arrancó algunas carcajadas del grupo que relajaron el ambiente. Por último, sobre el futuro, le dijo que el trato que pensaban plantearle a sus enemigos no solo sería rechazado, sino que además podría costarles la vida.
Tras la lectura, Isadora les permitió dormir junto a su carro, protegidos de las nieblas. Al día siguiente, hicieron junto a ella el camino hasta Teufeldorf, donde la vistani iba a reunirse con otros de su pueblo. Acercándose al pueblo, Zenit usaría su magia para camuflar la apariencia de Cinthork, haciéndole ver como a un enorme y musculoso humano.
Tras hacerse con unos caballos en Teufeldorf, los compañeros se despidieron de Isadora, prometiéndole que traerían la cabeza de aquel licántropo que había matado a su hijo. La vistani les deseó buena suerte en su misión.
Forzaron los caballos para llegar a Krezk en menos de un día. Una vez más, Zenit emplearía su magia para ocultar la verdadera apariencia de Cinthork, evitando que crease alarma entre los lugareños. En el pueblo de Krezk, se enteraron de que los hombres lobo habían aumentado su agresividad en los últimos tiempos. El alguacil, con quien se reunieron, incluso les mencionó que alguno de ellos había llegado a saltar la empalizada del pueblo.
Cayendo la noche, los compañeros se internaron en el bosque con dirección noroeste, que era de donde parecían provenir los licántropos, según los aldeanos. Aunque dejaron sus caballos en los establos de Krezk, llevaban consigo un asno que pretendían usar como carnaza. Extrañamente, el asno parecía comprender aquello cada vez que algún compañero lo mencionaba, y reaccionaba emitiendo aterrorizados rebuznos.
La noche en el bosque resultó decepcionante, pues ningún licántropo se acercó a incordiar a los compañeros, que pasaron unas guardias bastante tranquilas para lo que podían esperar, dada la fama de Barovia.
A la mañana siguiente, continuaron avanzando en dirección noroeste. Vanuath logró encontrar un rastro en el que pisadas humanas parecían transformarse gradualmente en pisadas de enorme lobo. Decidieron seguirlas.
No tardaron demasiado en encontrar a una pareja de enormes lobos antropoides devorando un ciervo. Cuando Cinthork les llamó la atención con un poderosos grito, ambos licántropos comenzaron a correr hacia él a toda velocidad. Al menos uno de ellos, porque el otro fue inmediatamente paralizado por la magia del brazal que Zenit había tomado del cadáver de Hadrhuma, el mago Umbra.
Cinthork recibió al hombre lobo con un fuerte martillazo en el pecho, que le hizo retroceder trastabillando hasta que el virote de Vanuath se le alojó en la rodilla, con lo cual cayó al suelo gimiendo lastimeramente mientras perdía su forma de lobo para convertirse en un humano famélico y desnudo. El licántropo paralizado recibió otra flecha en la rodilla, esta de Sathelyn, cayendo para adoptar la forma de una sollozante mujer humana.
Interrogaron a los licántropos hasta obtener la ubicación de su cubil, al que les obligaron a guiarles. El macho les amenazó con que el tal Kirill, su alpha, les iba a destrozar. También se jactó de que tenían a varios lugareños cautivos, quienes serían transformados en licántropos o devorados.
—¡Sois una aberración! —gritó Cinthork, perdiendo la calma—. ¡No merecéis vivir!
El martillo del minotauro descendió para convertir el cráneo del licántropo en pulpa. Acto seguido, Vanuath empleaba su hoja para degollar a la hembra, que intentó en vano suplicar por su vida. Luego, los ojos de los compañeros se volvieron hacia la entrada de la cueva que servía como cubil a los hombres lobo.
Se acercaron sigilosamente a la entrada. A unos metros de esta, Vanuath activó su capa de invisibilidad para internarse, adelantándose a sus compañeros. Pudo ver una amplia bóveda natural donde cuatro hombres lobo holgazaneaban sobre el suelo. Dos en la pared norte y los otros dos en la pared sur. En completo silencio, el semielfo regresó junto a sus compañeros para informarles de lo que había visto.
Unos instantes después, Vanuath regresaba —todavía invisible— a la caverna. Su ballesta de mano descargó un potente rayo eléctrico sobre los licántropos de la pared norte un momento antes de que Zenit irrumpiese en la cueva para convocar una nube de fuego sobre los de la pared sur.
Cinthork entró después, volando con su capa mágica para lanzarse a por los humeantes lupinos que habían sufrido el ardiente poder de Zenit. Sathelyn, por su parte, efectuaba un disparo certero desde la entrada de la cueva: uno de los hombres lobo que se abalanzaba sobre Vanuath, cayó con el cuello atravesado. Un momento más tarde, también Jesper entraba en la cueva para convocar a un celestial que se materializaba junto al paladín minotauro.
Con gran agilidad, Vanuath esquivó las acometidas de un licántropo, devolviéndole como cortesía un virote en el cerebro que le arrebató la vida. Sin enemigos ya en la pared norte, Sathelyn efectuó dos disparos consecutivos para herir a uno de los lupinos con los que se batían Cinthork y el celestial.
Zenit se acercó un poco más a ese combate, invocando el poder de su varita para lanzar un haz de ácido que impactó en la espalda de un hombre lobo. En ese mismo momento, tres nuevos monstruos entraron provenientes de otra galería de la caverna: parecían tres hembras. Cinthork destrozó la cabeza de un licántropo con su martillo mientras el otro era ensartado por el celestial.
Dos de las hembras se dirigieron hacia Cinthork y el celestial, mientras que la otra corría en dirección a Zenit. Además, un nuevo licántropo entró en escena, enorme y de pelaje gris. Sin duda se trataba de Kirill, el alpha.
La hembra que corría hacia el mago elfo, nunca llegó hasta él. Un par de virotes de Vanuath se le incrustaron en cuello y corazón, haciendo que se desplomase sin vida. Otra de las hembras, la que peleaba con Cinthork, cayó atravesada por un par de flechas de Sathelyn. Al tiempo, Zenit ejecutaba un conjuro sobre Kirill.
Visiblemente aterrorizado, el alpha comenzó a manotear al aire mientras sus ojos se desorbitaban por el terror.
—¡No, atrás! —gritaba con aquella voz áspera que bien parecía un gruñido—. ¡Aléjate de mí, Strahd!
Con un golpe de martillo, Cinthork hizo tambalearse a la hembra que luchaba con el celestial, quien pensó que, quizá, ese combate ya era demasiado complicado. La licántropa intentó escapar a la carrera hacia la entrada de la cueva mientras esquivaba por los pelos la hoja resplandeciente del celestial. A la vez, Jesper convocaba un rayo de luz plateaba que surcaba el pecho de Kirill, haciendo surgir pequeñas llamas y hedor a carne socarrada mientras el alpha aullaba de dolor.
La hembra que huía, murió a unos pasos de la salida, cuando el virote de Vanuath se le clavó en la nuca. Sathelyn disparó entonces dos flechas que se hendieron en el pecho de Kirill, un segundo antes de que un nuevo ataque ácido de la varita de Zenit impactase en el rostro del alpha.
Kirill se tambaleó hacia atrás, llevándose las zarpas a un rostro que comenzaba a descarnarse hasta llegar a mostrar el hueso del cráneo. Tras emitir un gemido entre furioso y aterrado, el enorme hombre lobo se desplomó de espaldas sobre el suelo.
Con Kirill muerto, los compañeros avanzaron por la caverna encontrando a varios aldeanos, desnutridos y aterrorizados, en una jaula de madera. Tras asegurarse de que ninguno presentaba mordeduras de licántropo, les liberaron. Aunque al principio desconfiaron de la apariencia bestial de Cinthork, finalmente parecieron relajarse, agradeciendo a los compañeros su liberación.
Tras acabar de registrar la caverna y encontrar algunos objetos de valor, el grupo inició el camino de regreso a Krezk junto a los aldeanos liberados. Zenit fue la excepción, ya que decidió teleportarse junto a Isadora para entregar la cabeza semiderretida de Kirill a la vistani.
Por desgracia, el conjuro de teleportación no funcionó como debiera y, de pronto, el mago elfo se vio en lo que parecía el interior de un molino. A su alrededor, cinco viejas de aspecto repugnante le observaban con sorpresa. Había una jaula oxidada junto a la pared, dentro de la cual había cinco niños desnutridos que lloraban sin cesar. Pero lo más horrible era el caldero que burbujeaba en la chimenea, en el que Zenit pudo ver flotar lo que era claramente la mano de un niño.
El mago elfo trató de desatar un área de pesadillas en el interior del molino, pero quizá se precipitó al formular el conjuro y este no surtió efecto. Entonces, una de aquellas viejas —claramente una saga cetrina— le dedicó una mueca horrorosa que hizo que se le encogiese el corazón. Zenit se teletransportó de inmediato hacia Krezk en busca de sus compañeros.
Quizá el terror anidado en su corazón por la mueca de la saga hizo que el conjuro fallara de nuevo. Por suerte, esta vez conocía el lugar donde había ido a parar: un bosque cercano a Krezk, a unos dos kilómetros del pueblo.
Se topó con sus compañeros y los pueblerinos liberados casi a la entrada del pueblo. Allí, puso a sus compañeros al corriente de lo que ocurría. Lamentablemente el esfuerzo arcano que había acometido con las teleportaciones no le permitía transportarse de nuevo, así que se verían obligados a pasar la noche en Krezk para partir al alba del día siguiente.
Al ver a Cinthork con su auténtica forma, algunos aldeanos de Krezk salieron con horcas y antorchas, aunque de inmediato relajaron su actitud al contemplar a los prisioneros que el minotauro y sus compañeros habían liberado. Así, el alguacil ordenó que se preparase un banquete en honor del grupo.
A la mañana siguiente, antes de partir, Cinthork se aseaba en uno de los abrevaderos del pueblo. Junto a él llegó un hombre que dijo llamarse Sergei. El aldeano le agradeció que el grupo hubiese acabado con los hombres lobo y mostró admiración por los compañeros.
En un momento dado de la conversación, el minotauro escuchó que el alguacil le llamaba, volvió la cabeza para saludarlo y, cuando la giró de regreso, Sergei ya no estaba. Confuso, le preguntó al alguacil por el tal Sergei. No solo dijo no conocerle, sino que ni siquiera se había percatado de que Cinthork estuviese hablando con nadie.
Aunque el paladín estaba escamado por todo aquello, no tenían demasiado tiempo: había que salvar a unos niños en el Viejo Machacahuesos. Zenit murmuró entonces las arcanas palabras y el grupo desapareció en un destello de energía.
Una vez más, el teletransporte falló, dejando a los compañeros a orillas del Lago Zarovich. No queriendo arriesgarse a que una nueva teleportación les enviase más lejos, decidieron continuar a pie. Forzaron el paso, pasando de largo Vallaki e incluso Drasnon. Había anochecido hacía un par de horas cuando tuvieron ante sí la decrépita mole del molino conocido como Viejo Machacahuesos.
La luz salía por las estrechas ventanas. Podía escucharse la áspera risa de varias mujeres y un olor a carne estofada llenaba el ambiente. No era un olor desagradable, pero el hecho de que los compañeros conociesen su naturaleza, hizo que se les revolviera el estómago.
Sigilosamente, Sathelyn y Vanuath se acercaron hasta dos de las estrechas ventanas. Desde donde estaban no tenían una visión completa de la estancia, apenas veían a las cinco sagas moviéndose por la habitación. Pero tendría que ser suficiente: el arco de Sathelyn disparó dos flechas en rápida sucesión que se clavaron en la espalda de una de las brujas. Ni siquiera habían reaccionado cuando el rayo eléctrico lanzado por la ballesta de Vanuath atravesó a otras dos de ellas para, tras sacudirlas violentamente, dejarlas sobre el suelo en forma de humeantes cadáveres.
Iniciado el combate, Cinthork alzó el vuelo con su capa, arrojándose como un proyectil contra la puerta del molino. Por desgracia, aquella puerta demostró ser más resistente de lo que parecía, y el minotauro acabó rebotando hacia atrás para acabar tendido de espaldas sobre el suelo, mientra la hoja únicamente se astillaba y hacía caer algo de yeso de la pared.
Vanuath, que había arrancado a correr hacia la entrada, abrió la puerta empleando la manilla, no sin lanzar antes una mirada de desaprobación al paladín. Nada más entrar en el molino, el semielfo usó la ballesta mágica para disparar un nuevo rayo que hirió gravemente a otras dos sagas. Por su parte, Sathelyn disparaba otro par de flechas desde la ventana, abatiendo a la bruja a la que ya había herido.
Una de las dos sagas que quedaba le dedicó una de aquellas horrendas muecas a Vanuath, que retrocedió un paso, asustado, mientras el corazón parecía querer salírsele por la boca. Mientras Zenit, en el exterior, comenzaba a acercarse al molino con cierta cautela.
Como pudo, Vanuath se rehízo para disparar un proyectil mágico con su ballesta de la zurda, reventando la parte superior del cráneo de la saga que le había asustado. La última bruja, murió con el cuello atravesado por una de las flechas de Sathelyn.
Zenit llegó hasta la puerta del molino, donde ayudó a levantarse a un aturdido Cinthork. Poco después apareció Jesper, que parecía algo sorprendido por lo rápido que se había desarrollado todo el combate.
Sin más tiempo que perder, todos entraron al molino para reunirse con Vanuath.
Solo tres niños quedaban en aquella jaula oxidada. Como de costumbre, parecieron aterrarse al ver a Cinthork, aunque la amabilidad del paladín enseguida logró tranquilizarlos. Además, los pequeños eran conscientes de que el minotauro era parte del grupo que los había liberado.
Con los niños, desandaron el camino hacia el pueblo de Drasnon, donde la hostilidad inicial de los aldeanos al ver a Cinthork enseguida se transformó en gratitud hacia el grupo por la liberación de los pequeños.
—¡El hombre toro nos ha salvado! —gritaban los niños, arrancando una mueca de frustración de labios de Vanuath, que no recordaba aquel combate como uno de los más memorables del minotauro.
Tras recompensarles con algunas monedas por salvar a los niños, el burgomaestre les invitó a pasar la noche en el salón comunal. Durante la cena que se ofreció en honor de los compañeros, también les contó que los demonfatas habían pasado por allí. Al parecer, se comportaban de un modo errático y habían matado a algunos aldeanos.
A la mañana siguiente, antes de ponerse en marcha, Zenit teleportó al grupo —esta vez con éxito— hasta las afueras de Teufeldorf, donde le hicieron entrega a Isadora de la cabeza semiderretida de Kirill. Fiel a su promesa, la vistani comenzó a hablar.
Según les explicó, Barovia no era un lugar real, sino una pesadilla creada por el alma atormentada del conde Strahd cuando se desesperó al saber que su amada Tayana se había suicidado al no poder soportar la negrura de su alma.
La única manera de salir de Barovia, les dijo, pasaba por matar a Strahd. Cuando esto sucediese, los compañeros saldrían del semiplano y la pesadilla baroviana volvería a renacer: otros lo habían conseguido antes. Los barovianos, les contó también, no podían escapar, pues no eran sino parte también de la pesadilla y estaban eternamente atrapados. No es que Isadora recordase nada de aquellas otras veces, simplemente era algo que, de algún modo, sabía.
El hecho de que Isadora recordase a las demonfatas significaba, por tanto, que no habían derrotado a Strahd: o habían muerto o continuaban en Barovia. Por último, les dijo que podían encontrar a Strahd en el castillo de Ravenloft, envuelto por las mortíferas nieblas y solo accesible a través del Paso de Tsolenka.
Caminaron durante todo el día, manteniendo unas enormes montañas, cuyas cumbres no se veían a causa de la niebla, a su derecha. En el gran bosque que atravesaron, una manada de lobos les siguió durante un trecho. Probablemente, aquellos famélicos canes les consideraron un bocado demasiado difícil y acabaron por marcharse.
Llegaron a Villa de Barovia cuando estaba anocheciendo, justo a tiempo para que no les cerrasen las puertas. Como cada vez, Cinthork entró en la villa enmascarado por la magia de Zenit.
Nada más entrar, se percataron de que las empalizadas eran bastante altas y que había balistas sobre ellas. Según les dijo uno de los guardias, a veces, el Señor no era capaz de controlar a sus esbirros, y estos atacaban la villa. Cuando los compañeros quisieron indagar más en el tema, se dieron cuenta de que los habitantes de Villa de Barovia eran sumisos a Strahd y le rendían clara pleitesía: deberían andarse con cuidado.
Se alojaron en una de las posadas de la villa, donde supieron que, más o menos semanalmente, los habitantes del lugar entregaban a un par de jóvenes —hombre y mujer— a Strahd, a los que llamaban “Los novios”. A cambio, el Señor protegía la villa.
Cuando preguntaron por la mansión de La Rosa y el Espino, el posadero pareció aterrorizado. Les dijo que era una mansión maldita ubicada en el centro de la villa. Les contó que, según se decía, los padres de Rosavalda y Thornbolt eran seguidores de un abyecto culto que practicaba el canibalismo. Por suerte, el conde Strahd se enteró y masacró a los cultistas. Pero los dueños de la casa habían encerrado a sus hijos en el desván y allí murieron de hambre.
Los compañeros intercambiaron miradas. Era hora de descansar. A la mañana siguiente, entrarían en la mansión de La Rosa y el Espino.

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