Kult: Bertliane (1/X)

Todo parecía que aquella iba a ser una de tantas noches en la ciudad de San Francisco. Isaac Andrews estacionó su todoterreno en el amplio y casi vacío aparcamiento frente a la Galería Morgan Spencer, en el barrio de Dogpatch. Un enorme cartel anunciaba la exposición que albergaba dicha galería en su interior.

"SOBRE LA MUERTE – Kaatje Sonnelbed"


Abordo de aquel vehículo, a parte del propio Isaac, un atractivo veinteañero impecablemente vestido, viajaban otros dos hombres. Uno era Jerry Ingrams, un robusto ex reportero de guerra con barba cuidada, mirada algo ausente y una cicatriz en la ceja. El otro era Lewis Ludvig Falcone, un desaliñado profesor de arte con las gafas caídas sobre la nariz y aire de perpetua decepción. En aquel singular equipo, Isaac ejercía como presentador, Jerry como cámara y Ludvig se encargaba tanto del guión como de la dirección.

Juntos, habían creado el canal de Youtube "Xtreme Art", con el que pretendían alimentar la polémica sobre los nuevos artistas alternativos. Particularmente el profesor Ludvig estaba realmente interesado en mostrar que había mucho más de esnobismo que de auténtico arte en estos movimientos culturales.

Su trabajo les había traído a la Galería Morgan Spencer, donde se exponía el trabajo de la artista Kaatje Sonnelbed: una serie de esculturas tan grotescas como presuntamente fascinantes. Pese a tratarse de un evento bastante minoritario, había tenido la suficiente repercusión en los medios generalistas como para que a los compañeros les pareciese una buena idea acercarse a echar un vistazo. Así, no solo consiguieron permiso para grabar en la galería, sino que el propio dueño, Morgan Spencer, accedió a darles una entrevista en exclusiva una vez que terminase el evento.

No había demasiados coches en el aparcamiento, tampoco largas colas, aunque el flujo de personas entrando era constante. Después de que Ludvig fumase algo de hierba en el propio parking, se acercaron a la entrada, donde uno de los empleados de la galería, tras comprobar que estaban en la lista, les dio paso.

Les recibió una enorme pantalla donde se mostraba a Kaatje trabajando en una de sus esculturas. Ludvig se fijó en que la joven manejaba el bisturí con sorprendente precisión. En el propio vídeo podía verse un subtítulo con la leyenda "Kaatje Sonnelbed trabajando en su estudio de la Avenida Lincoln 54". Un poco más adelante, podía verse también la fotografía de un tipo bastante sobrio que, según el pie de foto, era Axel Guerín, el mecenas de la artista. Según pudo ver Ludvig en Internet, se trataba de un filántropo proveniente de una familia tan antigua como adinerada. No se le conocían ocupaciones más allá de gastar su dinero.

Luego entraron a la nave principal de la galería, donde decenas de grotescas esculturas hechas a base de cadáveres generaban un ambiente realmente inquietante en el que, sin embargo, los snobs parecían moverse con cierto aire de fascinación, probablemente impostada en la mayoría de los casos. Vieron el cuerpo descarnado de una mujer paseando a su también despellejado perro, e incluso un grupo de fetos simulando una feroz lucha en un anfiteatro en miniatura, cual versión macabra de unos gladiadores romanos. Se fijaron en que, en las placas de las esculturas, rezaba que los cuerpos habían sido cedidos por el Hospital Universitario Saint Gabriel.

Por desgracia, la visión de todos aquellos cuerpos mutilados fue demasiado para Jerry, quien habían presenciado demasiadas escenas grotescas durante sus tiempos como reportero de guerra. El cámara del grupo comenzó a sentirse algo alterado. Ludvig, que se percató enseguida, le proporcionó uno de sus "cigarrillos medicinales" para que su compañero pudiera fumárselo en el parking y recobrase la templanza.

Mientras Jerry salía al parking e Isaac preguntaba a algunos empleados por Morgan Spencer, Ludvig se acercó disimuladamente a una de las esculturas y la tocó para comprobar si se trataba de un cuerpo real o de una farsa. No había trampa allí. Era un cadáver auténtico.

Cuando uno de los empleados señaló a Morgan Spencer, Isaac le encontró discutiendo con un tipo austero y que hablaba con tono cortante. Isaac, respetuoso, mantuvo las distancias hasta que la conversación finalizó.

Esto no se ha terminado —amenazó el hombre a Spencer mientras se marchaba—. Tendrá noticias nuestras.

Ludvig, que también había presenciado la escena desde lejos, envió un mensaje a Jerry describiéndole al hombre para que, en el aparcamiento, su compañero tomase algunas fotografías tanto del tipo como del vehículo al que se subía. Jerry, entre calada y calada a aquel porro de María, así lo hizo.

Isaac se acercó entonces a Morgan Spencer, que realmente no parecía muy alterado por el encontronazo con aquel tipo. El dueño de la galería le dio la bienvenida y mantuvo un tono bastante amable, al menos hasta que Ludvig hizo acto de presencia y comenzó a acosarle con extrañas indirectas conspiranoicas que hicieron que el tipo se desconcertase bastante. Por suerte, el encanto de Isaac logró atemperar la situación.

Morgan les confesó que ni la artista ni su mecenas, Axel Guerín, habían acudido a la exposición. Según explicó, la artista se encontraba descansando y, por otro lado, el mecenas estaba fuera de la ciudad atendiendo sus asuntos.

Tras mostrarles algunas de las esculturas que parecían ser sus favoritas, Spencer les emplazó a quedarse una vez finalizada la exposición para que pudiesen realizar la entrevista. Luego se excusó ante ellos diciendo que debía atender al resto de asistentes.

Isaac y Ludvig salieron entonces al aparcamiento para comprobar el estado de Jerry. El cámara parecía algo más calmado. Le estaban poniendo al día de lo ocurrido durante su ausencia cuando vieron llegar a un tipo al que Isaac reconoció como Zachary May, un crítico de arte que escribía para varios medios locales.

Los compañeros siguieron a May al interior de la galería y le solicitaron una entrevista. El crítico, que estaba bastante encantado de conocerse, accedió encantado. Zachary May se mostró asqueado por aquellas obras. Les contó que Kaatje había sido una escultora bastante prometedora hacía unos años, pero que parecía haberse vuelto loca para haber comenzado a crear aquella basura. Todo aquello le parecía macabro y horrible.

Tras despedirse de May, deambularon por la galería haciendo algunas tomas más. Durante ese tiempo, Ludvig se dedicó a echar un ojo a las redes sociales de Kaatje. Le sorprendió averiguar que la joven no estudiaba arte sino medicina. Además, en una de aquellas fotografías, la etiquetada como "Cena de Fin de Curso. Clase de Medicina", pudo descubrir el rostro de una de las personas que se hallaban presentes en la galería de arte. Se lo contó a sus compañeros.

Con disimulo, se acercaron al joven, un tal Adam Green. Los tres fingieron sorprenderse cuando el chico les contó que era compañero de clase de Kaatje. El joven les dijo que, inicialmente, Kaatje era una escultora convencional, pero que hacía como año y medio había comenzado a hacer aquellas esculturas con cadáveres. En opinión de Adam, el contacto con la muerte había trastornado a la joven de algún modo. También les contó que Kaatje llevaba un par de meses sin aparecer por clases. A este respecto, les instó a hablar con el profesor de medicina que, casualmente, también se encontraba en la exposición.

Adam les presentó al doctor Oliver Campbell, que se mostró realmente maravillado con la obra de Kaatje. Por desgracia, apenas Isaac había empezado a sonsacarle algo de información, Ludvig comenzó a hostigarle con insinuaciones acerca del ánimo de lucro y la falta de ética en cuanto a la donación de cadáveres para fines artísticos. El doctor, visiblemente molesto, acabó por cerrarse en banda en aquella conversación, especialmente con Ludvig.

Poco a poco, la gente comenzó a abandonar la exposición. Morgan Spencer se aproximó a los compañeros para indicarles que, en breve, podrían comenzar la entrevista. Entre tanto, les dijo, podrían solicitar cualquier necesidad a dos jóvenes empleadas de la galería: Kate y Ellisa. Una breve conversación con ambas les permitió saber que ambas estaban fascinadas por la obra de Kaatje.

Antes de comenzar la entrevista, los compañeros decidieron hacer una serie de planos secuencia desde la entrada de la galería. Al acercarse a esa zona, Ludvig se percató de que la puerta de entrada había sido cerrada con una serie de cadenas y candados. Inquieto con esto, se lo comentó a sus compañeros mientras se ocupaba de localizar otras posibles salidas.

Tras encontrar un plano propicio para la entrevista, Isaac comenzó a conversar con Morgan Spencer mientras Jerry Grababa y un más que inquieto Ludvig trataba de prestar atención a todo lo que le rodeaba. Spencer les contó cómo Axel Guerín había abierto los ojos de Kaatje a aquella nueva forma artística. Cuando Isaac insistió en el motivo por el cual la autora se encontraba ausente, Spencer trató de tranquilizarle diciéndole que no tardaría en presentarse.

Como deferencia, el dueño de la galería se ofreció a mostrarles el último e inacabado trabajo de Kaatje. Así, hizo a dos de sus trabajadores traer una escultura. No parecía diferir demasiado de las demás que había allí expuestas. Otro cuerpo descarnado. Sin embargo, esta escultura presentaba una particularidad: un octaedro metálico incrustado en el pecho.

Mientras Isaac y Jerry contemplaban el curioso octaedro, Ludvig se percató de que tanto los dos operarios masculinos como las mujeres, Kate y Ellisa, estaban comenzando a disponerse a su alrededor de manera algo sospechosa, como si les rodeasen. En un intento, quizá, por distraer la atención, Ludvig le pidió una copa a una de las mujeres. Kate se marchó a por ella.

Morgan Spencer continuaba alabando el magnífico e inspirador trabajo de Kaatje cuando Kate regresó con la copa en la mano izquierda. Su diestra permanecía oculta bajo un amplio paño de camarera. Justo cuando Ludvig se disponía a tomar el recipiente, la mujer lo dejó caer. El cristal saltó en pedazos a los pies del profesor, que no se distrajo lo suficiente con esto como para no percibir que el paño caía, dejando al descubierto una jeringuilla con algún tipo de líquido en su interior.

Con más miedo que eficacia, Ludvig lanzó un puñetazo que pasó bastante lejos del rostro de la mujer. Viendo que Kate trataba de abalanzarse sobre él con la jeringuilla, intentó alejarse corriendo. A la vez, uno de los empleados de Spencer se lanzaba sobre Jerry mientras que otro hacía lo propio sobre Isaac.

Jerry vio como el táser crepitaba en la mano de aquel tipo, quien desconocía el entrenamiento en aikido que aquel ex reportero había recibido. La llave de muñeca no solo desarmó al sujeto, sino que lo proyectó contra una de las mesas. El sonido sordo de la frente contra la madera dejó claro que ese hombre no iba a levantarse en un rato.

Por su parte, Isaac fue algo más mundano en sus métodos, recibiendo con una fuerte patada en la entrepierna al tipo que trataba de alcanzarle. Con los ojos casi fuera de sus órbitas, el hombre se desplomó como un fardo. Sin tiempo que perder —y sin preocuparse demasiado de sus compañeros— el joven entrevistador echó a correr hacia la salida de emergencia más cercana al tiempo que Ludvig tropezaba con una de las mesas en su huida de la tal Kate.

Ambos rodaron por el suelo en un estrépito de copas, platos y canapés. Kate quedó sobre Ludvig, que sujetaba las muñecas de la joven para evitar que esta le clavase la jeringuilla. La chica estaba totalmente fuera de sí.

Va a ser lo mejor que te haya pasado —repetía—. Va a ser hermoso.

Fue entonces cuando Jerry se acercó por detrás a la mujer que, sin embargo, logró clavarle la jeringuilla en el hombro. No tuvo tiempo, sin embargo, de inocular la sustancia, pues el reportero la estrelló contra el suelo en una llave que la dejó fuera de combate. Echó un vistazo: Isaac no estaba, tampoco Spencer ni Ellisa.

Isaac corrió a través de un largo pasillo en el que alguien había apilado algunas sillas sobrantes. Vio la puerta al fondo pero, por desgracia, también estaba cerrada con cadenas. Algo desesperado, agarró uno de los extintores del pasillo y se encaminó de vuelta al salón. Al doblar el corredor, se topó de bruces con Morgan Spencer, ambos cayeron al suelo.

Reaccionando antes que el dueño de la galería, Isaac golpeó a este con el extintor en pleno rostro. Spencer perdió el sentido de inmediato. La sonrisa en los labios del joven reportero, sin embargo, murió antes de acabar de formarse. Ellisa irrumpió en el pasillo haciendo crepitar su táser.

Ludvig andaba como un maníaco, aplicando descargas de táser sobre los dos hombres noqueados, así como sobre la chica llamada Kate ante la atónita mirada de Jerry. En ese momento, ambos escucharon los gritos de Isaac.

El joven reportero reptaba bajo las sillas acumuladas en el pasillo, propinando patadas a estas para arrojarlas contra Ellisa, quien trataba de alcanzarlo con el táser. Ludvig, que precedía a Jerry cuando ambos irrumpieron en el pasillo, tropezó con una de estas sillas, rodando por el suelo a continuación. Logró mantener aferrado su táser.

Ellisa se volvió rápidamente hacia los intrusos. No lo suficientemente rápido. Ludvig alzó la mano y aplicó su táser directamente contra el rostro de la joven, que se desplomó hacia atrás con sus pestañas postizas humeando. Quedó inmóvil en el suelo.

Ayudaron a Isaac a salir de debajo de las sillas y, juntos, regresaron a la nave principal de la galería. Decidieron comenzar a emitir en directo, explicando que habían sido atacados por el personal de la galería. Tras consultarlo con sus compañeros, Isaac etiquetó al Departamento de Policía de San Francisco en la emisión.

Antes de encaminarse a la salida, Isaac extrajo el octaedro metálico de la escultura. Un macabro crujido, junto con el derrame de algunos fluidos de hedor etílico acompañó la salida del artefacto. Reprimiendo la nausea, el joven se guardó la pieza.

Usaron el extintor que había cogido Isaac para romper el candado, saliendo al aparcamiento. El sonido de las sirenas comenzó a hacerse audible al poco tiempo. De pronto, temiendo —sobre todo Ludvig— que hubiese policía implicada en lo que fuese que allí había ocurrido, decidieron marcharse antes de que llegasen las fuerzas del orden.

Mientras Isaac conducía el todoterreno lejos de allí, decidieron que visitarían el taller de Kaatje. No sabían que estaba ocurriendo, pero suponían que allí podrían obtener algunas respuestas. De camino, le dijeron a sus followers que se dirigían al Hospital Universitario Saint Gabriel en busca de la verdad, invitándolos a ir también. Los compañeros esperaban que esto distrajese a la policía de su pista. Sin soltar el volante, Isaac subió también a sus redes varias fotografías del octaedro.

De camino al taller, tanto Jerry como Ludvig examinaron el octaedro. A Jerry le pareció reconocer aquella especie de caracteres cuneiformes grabados en su superficie. Quizá había visto cosas parecidas durante su trabajo en Iraq. Por su parte, Ludvig no logró encontrar ninguna información sobre nada parecido en Internet.

El taller de Kaatje Sonnelbed se encontraba en el SoMa, una gran nave sobre la que se encontraba la propia vivienda de la artista. Antes de acercarse hacia la puerta, comprobaron estupefactos que alguien había echado abajo su canal de Youtube. Sin duda estaban tratando con gente de recursos.

Serían las dos de la mañana cuando llamaron al timbre de aquel taller-vivienda. Al cabo de un rato, el encendido de una luz interior precedería a una voz de mujer. Cuando se identificaron como reporteros del canal Xtreme Art, la mujer amenazó con llamar a la policía. Era muy tarde y no parecía fiarse de las intenciones del grupo.

Sin pensárselo dos veces, Ludvig le contó a grandes rasgos lo acontecido en la galería de arte. La mujer, tras proferir una serie de insultos contra Morgan Spencer, el dueño de la galería, les abrió la puerta. Pasaron al interior, donde unas estrechas escaleras les condujeron a la planta superior.

La mujer no era Kaatje, sino Petra Sonnelbed, su hermana. Les contó que tenía un conflicto legal tanto con Morgan Spencer como con Axel Guerín a cuenta de las obras de su hermana. Según explicaba Petra, Kaatje no se encontraba capacitada psicológicamente para firmar la cesión de sus obras. De hecho, la artista llevaba un par de meses ingresada en el Hospital Psiquiátrico Serenity, a las afueras de San Francisco.

Petra también les mostró una fotografía de Kaatje vestida de médico junto al doctor Oliver Campbell en lo que parecía un depósito de cadáveres. También les dejo ver varias cartas que Axel Guerín le había enviado a su hermana. En los escritos, el millonario alababa la fascinante obra de Kaatje. Hasta donde Petra sabía, su hermana y Guerín no se conocían.

La mujer les contó que ella vivía fuera del estado. Al parecer, recibió aviso de que su hermana había perdido el juicio y se había vuelto violenta, atacando a uno de sus compañeros de clase con un bisturí. Las autoridades habían decretado su ingreso en un psiquiátrico y, por suerte, el doctor Oliver Campbell se había hecho cargo de las facturas para que Kaatje pudiese ingresar en un hospital tan bueno como el Serenity.

Le pidieron permiso a Petra para examinar la habitación de Kaatje, así como su taller. No encontraron nada en la habitación más allá de una llave cuyo uso no pudieron identificar. En el taller, por otra parte, encontraron un espectáculo macabro: varios cadáveres en avanzado estado de descomposición estaban tendidos sobre mesas de trabajo, acribillados por hierros o enredados en alambre de espinos.

Petra, entre lágrimas, admitió que no había sido capaz de entrar al taller. Conociendo los últimos trabajos de su hermana, la había aterrado encontrarse algo como aquello. Isaac logró tranquilizarla, recomendándola que llamase a las autoridades para que se hicieran cargo de aquellos cuerpos.

Eran casi las cuatro de la madrugada cuando volvieron a montarse en el coche. Echaron un vistazo a las redes, tratando de averiguar lo que había ocurrido con sus followers en el Hospital Universitario Saint Gabriel. Al parecer, solo unos pocos se habían personado, siendo disueltos rápidamente por la policía.

Valoraron bastante rato qué hacer a continuación. Estuvieron a punto de ir al Saint Gabriel en busca de Oliver Campbell, pero después concluyeron que no estaría allí a aquellas horas. Decidieron entonces ir a la casa de Axel Guerín, cuya dirección habían obtenido a través de la correspondencia entre el millonario y Kaatje.

Guerín vivía en una elegante mansión de Pacific Heights, un lugar con vallas altas, muchas cámaras de videovigilancia y guardias en la puerta. Cuando se acercaron a la puerta de acceso, Ludvig tomó la voz cantante, haciéndoles saber que tenían algo que su jefe codiciaba .Logró poco más que el desprecio de los dos enormes tipos de la puerta, ambos con aspecto de ex combatientes. Isaac trató de ponerles en un brete, amenazando veladamente con publicar en redes que Guerín era cómplice de algún tipo de conspiración. Tampoco surtió efecto alguno.

Fue Jerry quien logró sacar algo de uno de aquellos vigilantes. Casualmente, ambos habían estado en Afganistán: Jerry como reportero y el tipo sirviendo en los Marines. Finalmente, el hombre se comprometió a darle a su jefe el teléfono de Jerry para que le contactase por la mañana. Luego, le instó a marcharse, ya que el otro guardia se estaba poniendo bastante nervioso.

Sin nada más que hacer, decidieron conducir hasta el Hospital Psiquiátrico Serenity donde, por la mañana, esperaban poder ver a Kaatje en persona. Faltaban aún un par de horas para que amaneciese cuando estacionaron en el parking del sanatorio, de modo que se echaron a dormir. Había sido una noche muy larga y necesitaban descansar algo.

- - -

Isaac despertó tendido sobre la hierba, bajo un cielo de sangre. Se incorporó. Sobre una colina cercana se erigía un templo de acero y cristal. A pesar de la modernidad de sus materiales, tenía ciertas reminiscencias babilónicas. Avanzó hacia el templo.

Las enormes puertas estaban flanqueadas por un par de figuras, estatuas como las que Kaatje hacía: dos hombres descarnados, en cuclillas, con el cuerpo hendido de clavos. Cruzó la entrada. El templo era enorme. Había más estatuas allí, decenas, todas grotescas y macabras.

Sus ojos se fijaron en un par de figuras: un hombre y una mujer, los cuerpos de ambos atravesados por una lanza de metal. El alambre de espinos les ataba en ese mortal abrazo. Se acercó. En ese momento, los rostros de los dos despellejados individuos se giraron bruscamente hacia él. Las voces sonaron al unísono.

Libera tu arte.

Despertó.

- - -

Jerry despertó en un extraño jardín, de plantas retorcidas. Una luz rojiza teñía el cielo. Había una enorme fuente, llena con un líquido negruzco. A unos metros, la entrada a un extraño templo que parecía antiquísimo, pero estaba hecho en acero y cristal. Caminó hacia allí.

Cruzó un pequeño recibidor, adornado con un cuadro hecho de sangre y heces. Un poco más adelante, decenas de estatuas como aquellas que había visto en la turbadora exposición de Kaatje. Vio una pileta, como aquellas usadas para los bautismos. Llena de aquel líquido negro. Parecía haber algo bajo la superficie.

Se acercó a una de las estatuas, la de un hombre con una barra de hierro hendida en su pecho. Trató de extraer la barra a fin de tantear con ella el líquido de la pileta. Súbitamente, el cuerpo descarnado le agarró la muñeca. La voz gutural surgió de esa garganta muerta.

Entrégame tu talento.

Despertó.

- - -

Ludvig despertó en el interior de una extraña construcción. Había algo de babilónico o sumerio en su arquitectura, pero los materiales eran modernos. Acero y cristal. A través de los ventanales se filtraba la luz de un cielo rojizo. Había esculturas a su alrededor, decenas de creaciones tan abyectas como las de Kaatje. Observó con atención hasta descubrir lo que creyó una temática: El alcance de la felicidad a través del sufrimiento, quizá.

Caminó entre aquellas deleznables obras hasta que algo similar a un tintineo le sacó de su concentración. Echó la mano al bolsillo, confortándose al agarrar el táser que aún conservaba de la galería. Algo se aferró a sus piernas.

Horrorizado, bajó la vista para encontrar a lo que parecía un niño pequeño, cuatro o cinco años. La criatura carecía de mitad inferior del cuerpo. Donde deberían estar las piernas, existía una maraña de alambre de espinos que, cual tentáculos, se aferró al cuerpo de Ludvig. No pudo gritar, tampoco usar su arma eléctrica, solo pudo escuchar con horror la infantil voz de aquel ser.

Anhelo tus creaciones.

Despertó.

- - -

Los tres compañeros abrieron los ojos al mismo tiempo. El sol ya incidía en el parabrisas del todoterreno y, ante ellos, se levantaba el vetusto edificio que era el Hospital Psiquiátrico Serenity.



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