Veneno en la sangre (T3) - Viejos enemigos (4/X)
Tras limpiar el Túmulo de Soveneiros, donde los compañeros descubrieron, en compañía de la maga elfa Lyrendë, que un miembro de la nobleza élfica se encontraba detrás del alzamiento de no muertos en el Bosque de Mirie, los compañeros se encontraban a punto de llegar a la legendaria ciudad élfica de Lilaena Edhil, donde esperaban que Lyrendë les llevase ante el Consejo de la Hoja.
Los dos guerreros elfos que montaban guardia a las puertas de la ciudad, ataviados con armaduras doradas y verdes, se alarmaron al ver llegar a Lyrendë con sus ropas rasgadas y varias heridas en su piel. Le preguntaron por su escolta, a lo que ella negó con la cabeza. Garrick se fijó en que los elfos les miraban con cierto recelo, y estuvo seguro que el acceso de los compañeros a Lilaena Edhil hubiese sido mucho más complicado sin la maga acompañándoles.
Lilaena Edhil había sido construida en la más perfecta armonía con la naturaleza. Bellos edificios de madera y cristal, con ornamentos de piedras ligeramente iridiscentes parecían crecer de los propios árboles. El empedrado de las calles era impecable, en un mármol blanco tan prístino que transmitía una inmensa sensación de sosiego con tan solo pisarlo.
Llevaban unos minutos caminando, con Elatha, Garrick e Ingoff tan maravillados por aquel lugar que apenas se daban cuenta de la desconfianza presente en los ojos de los elfos con los que se cruzaban. Mira, aunque emocionada por volver a casa después de tantos años fuera, sí se percató de esto.
Se cruzaron con un noble elfo de aspecto veterano, piel pálida, cabellos blancos y aspecto severo al que Lyrendë saludó con cortesía. La maga y el hombre se alejaron unos pasos para hablar en privado, aunque resultaba evidente que aquel noble no estaba contento de tener a los compañeros allí. Cuando Lyrendë regresó junto al grupo, tras haberse despedido del elfo, les contó que se trataba de uno de los miembros del Consejo de la Hoja. Además, la maga les reveló algo que hasta ahora les era desconocido: ella misma era una Consejera de la Hoja.
Según reanudaba el camino, la elfa les explicó que los elfos no eran ajenos a lo que estaba ocurriendo en la región de Vracone, pero que el consejo estaba dividido sobre si auxiliar a los humanos o concentrarse exclusivamente en proteger Mirie de lo que pudiese acontecer. Les aconsejó que fuesen persuasivos si querían obtener la ayuda de los elfos. Luego, con una sonrisa, les susurró que al menos ya contaban con su voto.
Lyrendë les alojó en su propia casa, un elegante palacete acunado entre las ramas de un árbol milenario. Allí, los compañeros pudieron asearse y descansar a la espera de ser recibidos aquella misma tarde por el Consejo de la Hoja, donde habrían de exponer la petición de auxilio hecha por el rey Amodius a los elfos. Entre todos decidieron que fuera Ingoff el encargado de hablar, ya que estaba más acostumbrado a tratar con las altas esferas.
Les sirvieron una comida frugal, consistente en frutas y verduras mayormente, aunque unas pequeñas codornices asadas aportaban el único toque carnívoro junto con algunos huevos duros. Sin embargo, las verduras habían sido diestramente cocinadas e hicieron las delicias incluso de Elatha, que había visto toda esa “comida para ciervos” con cierta desconfianza.
Por la tarde, fueron conducidos al Salón del Consejo de la Hoja, un pequeño edificio con paredes de cristal lleno de columnas sobre las que se enroscaban enredaderas que brillaban con luz propia. A la entrada, una pareja de guardias se encargaron de retirarles las armas, a pesar de las iracundas protestas de Elatha, que llegaron a tensar bastante la situación.
En una estancia circular, siete elfos se sentaban en sendos tronos enjoyados. Lyrendë ocupó su asiendo, junto a los cuatro hombres y dos mujeres que ya estaban allí, entre ellos el noble que habían visto nada más entrar a Lilaena Edhil.
Todo dispuesto, una especie de chambelán presentó a los consejeros. Las mujeres: Consejera Lyrendë, Consejera Almithara y Consejera Salihn. Los hombres: Consejero Immeral, Consejero Kuovan, Consejero Ileokas y, el hombre al que conocían de vista, Consejero Viccard. Recibieron una fría y protocolaria bienvenida por parte del consejo antes de que Ingoff procediera a exponer su caso.
El paladín comenzó narrando la historia de cómo el sarpullido negruzco había aparecido en Rivergreen y el viaje de Garrick y sus difuntos amigos hasta aquellas ruinas en las Tierras Altas de Hanlecke y su descubrimiento de que Yzumath, el dragón de oscuridad, había sido desencadenado.
También narró cómo el sarpullido acabó con la tribu de Elatha y el viaje hecho por la guerrera, el halfling y otros héroes caídos hasta el corazón de la Ciénaga de Tisthon. Les habló sobre el Diamante de las Almas y el celestial atrapado en su interior, de cómo Garrick y Elatha lo liberaron por la injusticia de su cautiverio.
También les habló de cómo el sarpullido negruzco se extendía por la región de Vracone, acompañado por la reciente aparición de plagas de no muertos que arrasaban cualquier población en su viaje hacia el sur, donde parecían estar agrupándose en el Yermo Ceniciento para conformar un ejército junto a goblins, ogros y trolls. Ingoff explicó que Yzumath había regresado y preparaba un ejército para subyugar Vracone: ni el Bosque de Mirie protegería a los elfos de aquello.
Los consejeros comenzaron a murmurar entre ellos hasta que, en un momento dado, el Consejero Viccard tomó la palabra. El veterano elfo instó a sus iguales a rechazar la alianza con los humanos que, según argumentó, eran los responsables de haber devuelto la amenaza de Yzumath a la región. Después de todo, habían sido unos torpes bandidos humanos los que desencadenaron al dragón de oscuridad. A esto, Ingoff replicó que no podía culparse a todo un pueblo por el pecado de unos pocos individuos, por muy abyectos que fueran estos y que, incluso a pesar de la vida reprobable de esos bandidos, el desencadenamiento de Yzumath había sido totalmente fortuito.
Viccard pasó a señalar después a Elatha, quien se envaró. El consejero elfo se preguntó si acaso los elfos podían confiar en unos humanos que eran capaces de dar caza a sus propios familiares y amigos porque estaban enfermos, tratando de presentar a los humanos como poco más que seres sedientos de violencia y sangre. A pesar de que Ingoff trató de explicar el sacrificio de Elatha, que pasó por un auténtico tormento personal para evitar que las bestias sanguinarias en las que se habían convertido los miembros de su tribu propagasen el sarpullido, los consejeros murmuraban y parecían asentir mirando a Viccard; con la única excepción de Lyrendë.
Sin tiempo para que el paladín recondujese aquella conversación, Viccard pasó a señalar la negligencia de Elatha y Garrick al destruir el Diamante de Las Almas, el poderoso artefacto que en el pasado sirviera para encadenar a Yzumath y quizá hubiese sido la única arma contra el dragón de oscuridad. Aunque Ingoff trató de rebatirle argumentando la injusticia que suponía mantener encerrado contra su voluntad al celestial Uldim, prisionero en aquel artefacto, el consejo parecía seguir inclinándose del lado de Viccard.
El Consejero Viccard quiso cerrar su exposición con una argumentación meramente táctica: los elfos eran más fuertes en Mirie, donde el bosque estaba a su favor. Sacar los ejércitos fuera de allí era exponer a miles de jóvenes elfos a una muerte segura solo por el capricho del rey Amodius, que siempre les había mirado con desdén. Ingoff trató de explicar que los elfos no estaban a salvo en Mirie, como demostraba la reciente presencia de no muertos detectada en el bosque en el bosque. Al tiempo, alzó el broche de plata y esmeraldas que habían encontrado en el Túmulo de Soveneiros para afirmar que la corrupción de Yzumath se había infiltrado en el pueblo elfo, ya que alguien perteneciente a la nobleza colaboraba con el dragón de oscuridad.
Los consejeros comenzaron a murmurar, visiblemente turbados por aquella revelación. La única excepción era Lyrendë, que ya lo sabía, y un Viccard que estaba más furioso que sorprendido, según decía, por la sucia treta del paladín para sembrar la discordia en el pueblo elfo. Elatha, sin embargo, que había fijado toda su atención en el veterano elfo desde que este tratase de pintarla como a una bestia sanguinaria que disfrutaba matando a sus familiares y amigos, se dio cuenta de que aquel noble ocultaba algo.
Lyrendë estaba a punto de intervenir cuando los gritos provenientes desde el exterior les interrumpieron. El entrechocar de aceros que acompañaba a aquellos gritos les anunció que se estaba produciendo un combate. Sin tiempo que perder, tanto los consejeros como los propios compañeros abandonaron la sala. Cuando pasaban ante los guardias, Lyrendë les ordenó a estos que les devolviesen las armas a los visitantes, a pesar de las protestas de Viccard.
La primera en salir al exterior fue Mira, quien se encontró una visión que le cortó el aliento: decenas de elfos se estaban dedicando a matar a sus congéneres a arco o espada. No tardó en percatarse de que la mayoría de estos enloquecidos atacantes, que se comportaban de un modo extremadamente violento y descoordinado, mostraban evidencias del sarpullido negruzco sobre su cuerpo. Disparó una flecha, pero sus nervios por lo que sucedía la hicieron errar.
Elatha tomó posición a unos metros por delante de la semielfa. En aquellos momentos, una docena de elfos infectados corría desde ambos lados de la calle hacia la puerta del Salón del Consejo de la Hoja. La guerrera estaba dispuesta a proteger a Mira para que la exploradora pudiese disparar sin trabas. Cuando estuvo en su lugar, apuntó la Lanza del Pantano contra uno de los elfos para que el rayo de energía necrótica le impactase de lleno, llenando su cuerpo de heridas y pústulas: la guerrera sonrió al ver como el elfo pasaba a mostrar un paso tambaleante mientras se acercaba.
Garrick, por su parte, se colocó al lado contrario de la puerta ocupado por la exploradora y disparó su ballesta de mano, hiriendo a uno de los elfos. Los infectados llegaron en tropel a la puerta un segundo después, siendo contenidos muchos de ellos por Elatha, que resistía como un acantilado frente al oleaje. Lyrendë conjuró una flecha de ácido, pero esta impactó sobre el empedrado de la calle, disolviendo algunas baldosas.
Ingoff, que aún no estaba completamente repuesto de las heridas recibidas en el Túmulo de Soveneiros, se plantó junto a Elatha para contener a la muchedumbre infectada. El hacha del paladín se iluminó de luz dorada antes de impactar con un destello en el pecho de uno de los elfos y partirle por la mitad.
La flecha de Mira se clavó en el hombro del elfo que atacaba a Elatha por la espalda. La guerrera, que se giró rápidamente, aniquiló a su contrario hundiéndole la lanza en las costillas. A la vez, Garrick rodeaba a Ingoff por la derecha y colocaba uno de sus virotes en el muslo de otro elfo. El enfurecido infectado se abalanzó sobre el halfling, que logró esquivar la acometida de su espada con bastante solvencia.
Ingoff maniobraba e interponía el escudo como podía ante el acoso de tres enemigos mientras que Elatha hacía lo propio contra seis. A pesar de recibir algunas heridas menores, la guerrera se mantenía firme. Un proyectil mágico de Lyrendë pasó zumbando en el aire pero, una vez más, no impactó sobre ninguno de los enemigos.
Fue entonces cuando Ingoff elevó el puño e invocó a su Dios para que liberase al ejército de diminutos espíritus guardianes, los cuales envolvieron al paladín y a media docena de elfos infectados, incluidos el que combatía con Garrick y dos de los enemigos de Elatha. Los pequeños celestiales socarraban la carne y producían terribles heridas a los elfos, que gritaban de dolor y terror.
Una flecha más disparada por Mira hirió en el costado a uno de los infectados, que inmediatamente vio como Elatha esparcía sus tripas sobre el suelo con un sesgo de su lanza. Garrick, a la vez, corría rodeando el área de los espíritus guardianes para tratar de sorprender a uno de los atacantes de Elatha por la espalda, pero su virote se marchó sobre la cabeza del elfo.
Dos de los infectados cayeron dentro del área sacralizada, con sus cuerpos chamuscados por las decenas de diminutos celestiales, mientras que otros cuatro lograban salir de la zona bastante malheridos, uno de ellos llevándose de propina un corte del hacha de Ingoff en la cadera.
Viendo que dos enemigos podían rebasar al paladín para llegar hasta Mira y ella, Lyrendë se adelantó con su espada corta al tiempo que conjuraba una andanada de sonido que, aunque hizo encoger el dolorido gesto de los elfos infectados, no logró arrastrarlos hacia atrás. Ingoff trató de abatir al que se echaba ya sobre Mira con un golpe de hacha, pero el elfo se hizo ágilmente a un lado.
Mira, con un enemigo casi encima, se vio obligada a dejar caer su arco para tomar la espada. De un revés decapitó al infectado antes de avanzar de dos grandes zancadas hacia uno de los oponentes que rodeaban a Elatha, aquel que estaba cubierto por las heridas y pústulas del rayo necrótico que le lanzó la guerrera con su lanza mágica.
Elatha hirió gravemente en el abdomen a uno de sus enemigos, mientras Garrick corría calle abajo perseguido por otro de aquellos furiosos elfos infectados. El halfling disparó su ballesta casi sin mirar, cortando con el virote en la mejilla de su perseguidor.
Dos de los malheridos infectados que habían logrado rebasar a Ingoff estaban ahora sobre Lyrendë, que se defendía a duras penas interponiendo una y otra vez su espada corta. Mientras, otros tres elfos rodeaban a Elatha que, pese a haber sufrido algunas heridas, estaba en bastante buena forma.
El paladín llegó en apoyo de Lyrendë, decapitando a uno de los infectados mientras Mira intercambiaba estocadas con el elfo de las pústulas y Elatha acababa con otro oponente hundiendo la lanza en su pecho. Garrick seguía haciendo correr a su perseguidor hasta que, en un punto, se detuvo en seco para volverse y colocar su virote en la frente del sorprendido elfo, que se desplomó muerto.
Lyrendë recibió un pequeño corte en el brazo, pero contraatacó hundiendo su espada corta en el corazón del enemigo. Sin oponentes a su alcance, Ingoff corrió en apoyo de Mira. La semielfa, de todos modos, ya hacía retroceder al elfo de las pústulas, propinándole un corte en plena cara. Garrick aprovechó para colocarse entonces a la espalda de uno de los enemigos de Elatha y disparar su ballesta de mano: la punta del virote emergió por el pecho del elfo, aunque este continuó sorprendentemente en pie.
Lyrendë, sin ángulo, desapareció en una nube de magia plateada para reaparecer cerca de Garrick. Desde allí, probó suerte invocando otro proyectil mágico. No era su día, pues la esfera de energía falló por poco, golpeando contra las puertas del Salón del Consejo de la Hoja. A la vez, el poderoso hachazo de Ingoff hacía retroceder al elfo de las pústulas, que se mantenía aún en pie sin duda debido a la inhumana resistencia proporcionada por el sarpullido negruzco. Mira le produjo un corte en la pierna con su espada, haciendo que cojease ostensiblemente.
El enemigo que combatía con Elatha no aguantó un nuevo disparo de Garrick en su espalda, cayendo muerto de bruces a los pies de la guerrera. El último elfo infectado en pie, aquel con el cuerpo cubierto de pústulas, veía como Ingoff le amputaba una de las piernas con un golpe de hacha. Cuando el paladín se hallaba presto a rematarlo, Lyrendë le rogó que se detuviera. La elfa se acercó entonces al elfo y, colocándole el pie sobre el pecho, le preguntó.
-¿Quién os ha hecho esto?
-¿Hacernos esto? -rió el infectado. -Durriele nos ha salvado... nos ha enseñado la verdad.
Rápidamente, Lyrendë le atravesó el corazón con su hoja. Luego, antes de que nadie pudiese hablar, les pidió a los compañeros que ninguno de ellos pronunciasen el nombre de Durriele ante ningún elfo: ya hablarían de aquello más tarde.
Los últimos focos del combate se fueron apagando poco a poco, mientras la guardia de Lilaena Edhil comenzaba a controlar la situación en las calles. Los compañeros pudieron notar como aquel resquemor inicial que los elfos habían mostrado hacia ellos se había tornado rápidamente en miradas de reconocimiento y agradecimiento por la ayuda prestada.
Recuperada la normalidad, los compañeros se alojaron de nuevo en el palacete de Lyrendë. El Consejo de la Hoja se había reunido de urgencia, así que la maga no pudo acompañarles en la cena. Sin embargo, les mandó un emisario anunciándoles que serían recibidos de nuevo por el Consejo cuando mediase el día siguiente.
Tras disfrutar de un reparador descanso y un exquisito desayuno, los compañeros decidieron salir a dar un paseo por Lilaena Edhil. Aunque un par de soldados elfos les seguían desde cierta distancia, en ningún momento limitaron sus movimientos por la ciudad ni sus interacciones con las gentes.
Compraron algunas pociones de curación, haciéndose también con algunos objetos de equipo, como antorchas, equipo de escalada y una palanca. Igualmente, compraron algunas raciones secas por si tenían que viajar y, cómo no, un par de la deliciosa hidromiel de los elfos.
Conversando con los clientes de uno de los establecimientos, Elatha y Garrick descubrieron algo bastante interesante: algunos de los atacantes eran familiares del Consejero Viccard. Eso no era extraño, pues muchos otros tenían algún conocido o allegado entre los casi cincuenta infectados que habían atacado a sus semejantes el día anterior. Lo que les extrañaba a estos clientes era el hecho de que Viccard se hubiese mostrado tan extrañamente frío al reconocer los cadáveres de dos de sus primos.
Así, después de que la guerrera bárbara y el halfling compartieran aquello con sus compañeros, el grupo al completo regresó al palacete de Lyrendë para aguardar hasta el mediodía, momento en el cual serían recibidos de nuevo por el Consejo de la Hoja.
Los compañeros encontraron a los consejeros, en general, mucho más proclives a una alianza con el rey Amodius. No obstante, Viccard defendió que no había pruebas de que aquellos infectados formasen parte de ningún tipo de conspiración, sino que seguramente se trataría de la enfermedad fortuita de algunos miembros de la comunidad, algo que ya estaba bajo control.
Maldiciendo no poder usar el nombre de Durriele por habérselo prometido a Lyrendë, Ingoff volvió a mostrar el broche de plata enjoyada. Una pieza como aquella pertenecía sin duda a la nobleza élfica, una pieza de diseño demasiado moderna para haber sido hallada en el antiquísimo Túmulo de Soveneiros donde, además, los compañeros habían encontrado mensajes enloquecidos escritos recientemente en el suelo con la lengua de los elfos, como la propia Lyrendë podía atestiguar.
Viendo, con cierta contrariedad, que el resto de consejeros asentía en silencio, Viccard comenzó a culpar, no con demasiada sutileza, a los compañeros por haber llevado la corrupción de Yzumath hasta el Bosque de Mirie. Según el consejero, los no muertos y el propio sarpullido negruzco eran un problema de los humanos. Cuando los humanos entraron en Mirie, según Viccard, el Mal entró con ellos.
Ingoff no daba crédito a aquello, mientras repetía que los necrarios eran cadáveres de elfos, alzados sin duda por un elfo perteneciente a la nobleza, que con toda seguridad había sido corrompido por Yzumath. Aquello hizo que los consejeros, a excepción de Lyrendë, se removiesen en sus asientos con cierta incomodidad.
En ese momento, el paladín pasó al ataque relatando como el propio Viccard, tras reconocer a dos de sus primos entre los atacantes infectados del día anterior, ni siquiera se había mostrado mínimamente consternado. Cuando todos los rostros se volvieron hacia él, Viccard explicó con evidente desprecio que era un guerrero experimentado y estaba acostumbrado tanto a la pérdida como a ocultar el dolor que desgarraba su corazón: estaba destrozado, pero no lo dejaba traslucir. Además, exigió que el paladín se disculpase por haber insinuado que él estaba detrás de la absurda conspiración de la que hablaban los compañeros.
Ante la suplicante mirada de Lyrendë, Ingoff emitió una tibia disculpa que para nada satisfizo a Viccard, que fulminaba al paladín con la mirada. Antes de que la tensión escalase más, el consejo despidió a los compañeros a fin de deliberar en privado.
Una hora más tarde, Lyrendë se reuniría con el grupo en su propio palacete. Allí, tras servirse una copa de hidromiel, se desplomó con abatimiento sobre un sillón. Le transmitió a los compañeros que el Consejo de la Hoja no había tomado decisión alguna y que, de momento, continuaría estudiando la cuestión. Luego, tras apurar la copa y poner el gesto propio de quien estuviese tragándose un sapo enorme, les dijo:
-Tenemos que hablar de Durriele.

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