Veneno en la sangre (T3) - Viejos enemigos (8/X)
La situación era crítica: después de que los compañeros desenmascarasen a Viccard frente al Consejo de la Hoja, varios partidarios de este lanzaron un brutal ataque sobre el lugar, acabando con las vidas de los consejeros Almithara, Kuovan e Ileokas. Ahora, los compañeros se dirigían al norte, hacia las ruinas de la Fortaleza de Mellsmere, en tierra de fatas, donde esperaban encontrar a Viccard atrincherado con sus infectados.
Media docena de soldados de la Guardia del Consejo viajaban junto a los compañeros bajo el mando de un oficial llamado Thalirion. No había transcurrido ni siquiera un día de camino cuando el oficial se aproximó a Lyrendë para expresar a la hechicera sus dudas acerca de la conveniencia de que aquellos extranjeros acompañasen a los elfos en la misión.
Lyrendë defendió con firmeza la presencia de Elatha, Mira e Ingoff en el contingente, resaltando los riesgos que había corrido el grupo para proteger al pueblo elfo. Aunque no parecía demasiado convencido, Thalirion asintió en silencio antes de retirarse. Sin embargo, la hechicera pudo percatarse claramente de que el oficial mantenía aquella misma conversación con alguno de los soldados.
Aquella misma noche, junto al fuego, Lyrendë expresó a sus compañeros su preocupación en cuanto a la desconfianza demostrada por Thalirion, temiendo que se extendiera entre el resto de guardias. Todos pensaron que sería una buena idea intentar confraternizar con los soldados de la Guardia del Consejo.
Así, aquella misma noche, Mira se acercó al par de centinelas que montaban guardia en torno al campamento. La semielfa les habló del ataque de los no muertos a Rimewind y del pesar que sintió al tener que abandonar su tierra el dolor y la culpa de no haber podido salvar a más gente. Los soldados parecieron conmovidos, confesando sus temores acerca de que el sarpullido avanzase y pudieran llegar a perder a seres queridos.
A la mañana siguiente, cuando reanudaron la marcha, fue Elatha quien comenzó a conversar con otro par de soldados, ante la suspicaz vigilancia de Thalirion. La guerrera les habló de cómo su gente había enloquecido por el sarpullido y cómo ella misma se vio obligada a darles caza a todos para evitar que el mal se extendiese. En aquel punto, las lágrimas surcaron las mejillas de la guerrera. Los elfos trataron de consolarla, reforzando su idea de que había hecho lo correcto, de que había tomado la decisión necesaria a pesar del terrible coste para su corazón.
La siguiente noche, Ingoff se acercó a hablar con el propio Thalirion. Le expresó que comprendía perfectamente los recelos del elfo ante la presencia de extranjeros inmiscuyéndose en los asuntos del pueblo de Mirie. Sin embargo, el paladín apeló a la necesidad de unidad entre los diferentes para lograr combatir con éxito el mal común que representaba Yzumath. El oficial no dijo nada, pero Ingoff tuvo la sensación de haber estado hablando con una pared de ladrillo.
Esa misma noche, Lyrendë también conversó con alguno de sus soldados, intentando hacerle comprender la necesidad que el pueblo elfo tenía de colaborar con los extranjeros, en aquel momento y en lo que vendría tras derrotar a Viccard, cuando tuvieran que enfrentarse a Yzumath.
Por suerte, el siguiente amanecer pareció despejar los nubarrones que se cernían sobre el contingente, pues una nueva armonía parecía reinar entre los integrantes. Lo cierto era que incluso Thalirion parecía de mucho mejor humor, como si la reflexión nocturna le hubiese permitido apreciar en su justa medida las palabras de Ingoff.
Continuaron el camino y, en un momento dado, Ingoff se percató de que Elatha se esforzaba por contener el llanto. Cuando se acercó a reconfortarla, la mujer le confesó que estaba pensando en Garrick, con quien había llegado a forjar una incipiente amistad. La mujer dijo estar harta de haber perdido ya a tanta gente a causa de la pesadilla que representaba Yzumath. Ingoff, comprensivo, le contestó que ahí precisamente residía la importancia de la lucha que todos llevaban a cabo: evitar que otros tuvieran que padecer el mismo dolor. Además, también tuvo algunas emotivas palabras sobre Garrick, explicando cómo el valor de aquel pequeño halfling ladrón le había dado más de una lección útil sobre el arrojo y el valor que más de un paladín debiera aprender.
Mientras, Mira y Lyrendë también conversaban. La exploradora le contaba a la hechicera las dificultades que había vivido durante su infancia en el Bosque de Mirie, cómo había sentido el rechazo de los elfos a su mitad humana, lo que había llevado a su madre a trasladarse a Rimewind. Allí, inicialmente, también sufrió cierto rechazo; esta vez por su mitad elfa. Lyrendë se conmovió profundamente, confesando que ella había vivido una vida de privilegios y no podía ni imaginar lo doloroso que había sido ese sentimiento de no pertenencia para su compañera. Tras pedirla perdón por la intolerancia de su pueblo, la hechicera la dijo que en ella tenía a una amiga para siempre.
Sobre el mediodía llegaron a las inmediaciones de un pequeño poblado elfo. Reinaba un silencio en el lugar que no hacía presagiar nada agradable, como confirmaron tanto las señales de fuegos en algunas casas como la aparición de los primeros cadáveres pudriéndose al sol. Encontraron cuerpos de muchos aldeanos, incluso niños entre ellos. También había cuerpos de elfos infectados por el sarpullido negruzco y los restos de algunos necrarios.
Tras examinar las huellas, Mira les dijo que aquello no había sucedido hacía demasiado tiempo. Meditaron la posibilidad de erigir una pira para los difuntos, pero Thalirion les indicó que la cercanía de la Fortaleza de Mellsmere permitiría a sus posibles ocupantes detectar el fuego y, con ello, la presencia del grupo. De ese modo, decidieron agrupar los cadáveres para encargarse de ellos a la vuelta, cuando hubiesen finalizado su misión.
Antes de partir, llevaron a cabo un rápido registro de las viviendas, encontrando en una de ellas cuatro viales con pociones de antídoto, que además de contra el veneno, les protegerían también del hedor de los necrarios llegado el caso.
Así, habiendo perdido apenas un par de horas, continuaron avanzando a través del Bosque de Mirie en dirección a la Fortaleza de Mellsmere, donde esperaban encontrar a Viccard y sus partidarios. Mira, como de costumbre marchaba algo por delante del resto de la comitiva, ejerciendo como exploradora del grupo.
Fueron sus agudos sentidos los que le permitieron detectar a los enemigos, muchos, ocultos entre el follaje. De inmediato, la semielfa descolgó el arco de su hombro al tiempo que gritaba a sus compañeros para ponerles en alerta.
-¡Emboscada! ¡A los flancos!
Casi al tiempo en que gritaba, Mira percibió la nueva amenaza: un grupo de siete centauros se aproximaba desde el frente a todo galope. No tardó en divisar los signos del sarpullido negruzco en aquellos hombres-equino. Con un movimiento fluido, descolgó el arco de su hombro para, tras fijar toda su atención en el que avanzaba a la cabeza, colocarle una flecha en el abdomen. El centauro trastabilló y a punto estuvo de caer sobre sus patas delanteras, pero logró rehacerse.
Elatha avanzó nada más divisar a uno de los atacantes que se ocultaban entre la espesura: elfos infectados. Su lanza mágica emitió un rayo de energía necrótica que llenó de horribles pústulas el cuerpo de aquel desdichado, quien se tambaleó a causa de un repentino malestar. Al mismo tiempo, Ingoff avanzaba unos metros para después desplegar un área de espíritus guardianes sobre tres de los atacantes del flanco opuesto, que chillaron cuando los fantasmagóricos celestiales comenzaron a socarrar su carne.
Lyrendë también avanzó, conjurando una bola de fuego que surcó el aire hacia el frente para deflagrar contra el grupo de centauros. Aquel que había sido herido por Mira cayó desplomado, mientras que los cuatro que cabalgaban inmediatamente tras él recibieron quemaduras de tal calibre que resultaba inexplicable que aún siguiesen en pie.
Una andanada de flechas surgió desde el flanco derecho. Aunque Elatha pudo cubrirse a tiempo con el escudo, Mira recibió el leve corte de una flecha en su antebrazo. Un momento después, otra andanada llovía desde el flanco izquierdo, hiriendo a Lyrendë mientras las flechas repicaban sobre la armadura de Ingoff. El paladín pudo ver como los tres elfos envueltos en su área de espíritus lograban salir bastante maltrechos de aquella.
La Guardia del Consejo disparó sus arcos como respuesta, e incluso Thalirion llegó a derribar a un enemigo con su certero flechazo. Enardecida por el combate, Elatha corrió a trabarse cuerpo a cuerpo con los elfos del flanco derecho.
Ingoff, viendo que uno de los centauros llegaba para arrollar a Mira, le interceptó para derribarlo mortalmente con un golpe de su hacha. La exploradora, libre de amenaza, apuntó cuidadosamente su arco para acabar con otro de los hombres-equino. Mientras, Lyrendë activaba su armadura arcana ante la perspectiva de recibir más daño.
Los centauros cargaron sobre ellos, con Ingoff recibiendo la embestida de dos como pudo. Uno más logró flanquear al paladín para intentar ensartar a Lyrendë con su lanza, aunque por suerte la punta del arma solo lograse hacer crepitar la armadura mágica de la elfa. Las flechas llovieron también por todos lados, hiriendo a Mira e Ingoff mientras, rodeada de enemigos, Elatha resistía como podía en el flanco derecho.
Los arcos de los Guardias del Consejo hicieron su cruel trabajo, aniquilando a media docena de aquellos elfos infectados a ambos flancos al tiempo que Elatha hería con su lanza al enemigo cubierto de pústulas. Ingoff derribaba a un centauro de un hachazo mientras Mira retrocedía y lanzaba una flecha paralizante de su arco mágico sobre otro de ellos, dejándolo inmóvil en el sitio.
Lyrendë, que había desenvainado la espada, trataba de herir al hombre-equino que trataba de trincharla con su lanza a la vez que otra andanada de flechas enemigas, esta bastante imprecisa, llovía alrededor de los compañeros. La respuesta de la Guardia del Consejo fue contundente, haciendo caer a otro par de elfos infectados, entre ellos el tipo de las pústulas.
Mientras Elatha destripaba al enemigo que tenía ante sí con la lanza, Ingoff decapitaba a uno de los centauros para permitir que Lyrendë se retirase. El centauro que se abalanzó sobre el paladín notó de inmediato la punzada de una de las flechas de Mira en sus cuartos traseros. La Guardia del Consejo y los elfos infectados intercambiaron flechas, dando como resultado algunos soldados heridos.
Mientras que Ingoff no lograba hacerse con el centauro que le acosaba, Elatha llegaba a toda carrera sobre un elfo para atravesarle con su lanza, alzarle en volandas y arrojarlo, muerto, a un lado. La flecha de ácido conjurada por Lyrendë llegó entonces al rescate del paladín, disolviendo la cabeza del hombre-equino. Mira abatió a uno de los arqueros del flanco izquierdo.
Esquivando las flechas que le disparaba el último enemigo del flanco derecho, Elatha llegó hasta él para atravesarle el pecho con su lanza. Ingoff, por su parte, avanzó un par de zancadas hasta el centauro paralizado por Mira, ejecutándole de un hachazo.
El último elfo, en el lado izquierdo, resistía con el ímpetu que proporcionaba el sarpullido negruzco; logrando incluso esquivar tanto las flechas de Mira y la Guardia del Consejo como un arcano proyectil enviado por Lyrendë. El infectado incluso abatió a uno de los soldados con su arco. Finalmente, un último proyectil de energía arrojado por la maga elfa sí logró abatir a aquel enemigo tras un buen rato de intercambios infructuosos.
Aunque estaban muy cerca de la Fortaleza de Mellsmere, decidieron hacer noche en el bosque. Estaban agotados y, algunos de los soldados, heridos. Por si fuera poco, el camisote de mallas de Mira había quedado completamente arruinado. De ese modo, pasaron la noche estableciendo los correspondientes turnos de guardia.
A la mañana siguiente, llegaron ante las ruinas de la Fortaleza de Mellsmere, un imponente edificio cubierto de maleza y sobre el que parecían pesar las sombras. En los parapetos no tardó en aparecer el propio Viccard, acompañado de la hechicera Durriele y varios infectados que les gruñían desde las almenas.
El depuesto consejero se burló de los compañeros, felicitándolos con sorna por haber llegado tan lejos, pero asegurándoles el fracaso. Auguró el triunfo de Yzumath, quien según sus palabras, le entregaría al propio Viccard el dominio sobre todo el pueblo elfo. La flecha disparada por Mira atravesó a Viccard como si fuese intangible, deshaciendo la ilusión. Un momento después, ni él ni Durriele se encontraban sobre los muros.
Daba igual, entrarían a por él.

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