Veneno en la sangre - La ciénaga de la muerte (4/X)

Tras asaltar con éxito el enclave sumergido en el que el chamán Aruc y sus hombres lagarto se habían asentado, los compañeros lograron arrancar al sacerdote la ubicación del templo perdido que andaban buscando, situado en unas antiguas ruinas existentes en el mismísimo corazón de la Ciénaga de Tisthon. Conocedores de la trascendencia de la misión que tenían entre manos, se dirigieron sin dudar hacia el oeste, en busca de aquel lugar.


Poco después de haber iniciado la marcha, se toparon con un espeso banco de niebla. Aquella bruma les provocaba cierta sensación de inquietud, con sonidos de chapoteos o graznidos llegándoles ocasionalmente de entre la neblina. El avance era especialmente penoso entre el fango que cubría aquella zona. Garrick, Fendrel y, sobre todo la cazatesoros Ciera, estaban pasándolo especialmente mal. Finalmente, para cuando hubo llegado el medio día, Fendrel estaba tan exhausto por el avance que el grupo tuvo que detenerse a descansar un par de horas.

Por suerte, una extensa área elevada se extendió ante ellos apenas hubieron reanudado el camino, permitiéndoles recuperar algo del ritmo de avance perdido. En aquella especie de isla, encontraron los restos de un antiguo edificio en cuyo interior había lo que parecía una especie de atril altar rodeado de estatuas cubiertas de musgo que representaban a figuras humanoides con ropajes de otro tiempo. En el atril podían verse una serie de inscripciones en lo que, a todas luces, era el idioma de los antiguos moradores del pantano.

Fendrel se aproximó sin dudarlo al atril, lamentándolo casi al instante cuando la potente deflagración le arrojó hacia atrás mientras las llamas envolvían su cuerpo. Por suerte para el sacerdote, la armadura se había llevado la peor parte. Después de tranquilizar a sus compañeros en lo relativo a su propio estado, Fendrel volvió a aproximarse (con más cautela) al atril de piedra.

Las inscripciones, para sorpresa del grupo, hablaban del Diamante de Las Almas y de Yzumath, el dragón de oscuridad. Según aquel texto inscrito en piedra, el Diamante de Almas había sido creado para atrapar a una criatura de pureza excepcional. La presencia de ese alma tan pura en el artefacto era lo que había permitido el encadenamiento del dragón, de modo que dicha criatura, Valmer sospechó que se hablaba de algún tipo de celestial, había sido sacrificada por un bien mayor.

Tras buscar entre las ruinas algo que les pudiese resultar de utilidad, sin éxito, los compañeros prosiguieron su camino hacia el oeste a través de la ciénaga. Durante el camino, Fendrel meditó en voz alta sobre la catadura moral de los antiguos moradores de la región de Vracone, capaces de sacrificar a una criatura pura e inocente a cambio de su propia supervivencia.

Bien entrada la tarde, llegaron a un punto en el que las aguas se hacían mucho más profundas, de modo que se vieron obligados a buscar un paso adecuado. Garrick encontró una zona en la que, si bien el agua continuaba siendo profunda, una serie de troncos caídos parecían permitir el paso hacia un islote cercano.

Elatha fue la primera en cruzar, saltando con agilidad de un tronco a otro. Garrick se precipitó, aterrizando en su salto sobre uno de los troncos que aun se mecía sobre las aguas tras el paso de la guerrera, por lo que el halfling cayó de bruces a las turbias aguas. Con gesto de disgusto, comenzó a nadar hacia la orilla del islote.

Valmer también cruzó con gracilidad, mientras que Fendrel caía al agua. Kozaf, Ciera y Lord Orvyn también cruzaron sin problemas mientras reían señalando al sacerdote y al halfling, que continuaban nadando con el disgusto reflejado en sus rostros.

Pero las risas se tornaron terror, cuando los dos compañeros en el agua comenzaron a sentir los mordiscos. Una multitud de pequeños peces se arremolinaba en torno a ellos y comenzaba a lanzarles dentelladas. Por suerte, las armaduras de cuero de los compañeros evitaron que aquellos peces carnívoros les provocasen lesiones de gravedad.

Ya en terreno seco, los dos nadadores se dejaron caer sobre la pútrida hierba del islote tratando de recuperar el aliento tras el sobresalto. El grupo decidió entonces tomar otro descanso, aún a riesgo de que se les echase la noche encima. Mientras todos los demás descansaban, Valmer curioseó un poco por los alrededores, encontrando el antiguo cadáver de algún cazatesoros que aún conservaba varias joyas en su bolsa.

Tal y como temían, para cuando Garrick y Fendrel hubieron recuperado el resuello, la noche ya se les había echado encima; de modo que decidieron acampar en aquel islote y continuar el camino por la mañana. No encendieron fuego alguno, pues temían anunciar su presencia a las posibles patrullas de sauriales que se hallaran en las cercanías.

El grupo estaba alerta, de modo que escuchó al enemigo acercarse con tiempo suficiente como para aprestar las armas y prepararse para lo que venía. Dos grupos les habían flanqueado, uno desde el sureste y otro desde el noroeste, cada uno conformado por tres hombres lagarto. Sin embargo, lo que sobresaltó a los compañeros fue que, en cada uno de los grupos, dos de los sauriales sostenían pesadas cadenas que terminaban atadas mediante a una argolla metálica al cuello de un enorme cocodrilo, a todas luces amaestrado.

Fendrel se apresuró a lanzar un conjuro de Santuario sobre sí mismo, para evitar ser atacado inmediatamente por los enemigos que se aproximaban: quería dar el primer golpe con su maza. Por su parte, Garrick corrió rápidamente a ocultarse entre unos arbustos cercanos al tiempo que Valmer activaba su armadura arcana de energía.

Los sauriales, con un rápido gesto, liberaron las cadenas y los cocodrilos avanzaron a una velocidad vertiginosa por las fétidas aguas de Tisthon. Uno de ellos, para horror de los compañeros, partió a Kozaf por la mitad de un solo bocado. Ciera tuvo más suerte, logrando retroceder antes de sufrir el mismo destino ante el otro reptil.

Los hombres lagarto llegaron después, a toda carrera y con las lanzas en ristre. Dos rodearon a Ciera, mientras que otros dos se plantaron ante Valmer y Elatha. Uno más pasó junto a Fendrel, pero se vio incapaz de atacarle, mirando con extrañeza al sacerdote sin comprender lo que ocurría. El último, algo rezagado, se aproximaba en apoyo de sus compañeros.

Mientras la espada de Ciera se hundía en el cuerpo de un cocodrilo, arrancándole un rugido de dolor, Lord Orvyn llegaba desde atrás para apoyar a la cazatesoros. Elatha, por su parte, trataba de contener a los dos sauriales que les atacaban a Valmer y a ella con la intención de dar una oportunidad de alejarse al mago. El hechicero no desaprovechó la ocasión y corrió para alejarse unos metros.

Fendrel, dejando derrumbarse el conjuro protector, castigó el abdomen del saurial con su maza, escuchando crujir las costillas con cierta satisfacción. Su alegría no duró demasiado, pues una dentellada del cocodrilo que había matado a Kozaf le devolvió rápidamente a la realidad. A la vez, uno de los virotes de Garrick surgió de la espesura para alojarse en la espalda de uno de los hombres lagarto que combatían con Elatha.

Mientras la guerrera continuaba combatiendo encarnizadamente con sus dos oponentes, uno de los sauriales que luchaba con Ciera descubrió al halfling entre la maleza y, abandonando el combate con la cazatesoros, comenzó a correr hacia él. El hombre lagarto que había quedado rezagado llegaba ahora hasta Valmer, que se veía solo y aterrorizado frente a la criatura.

Un nuevo tajo de la espada de Ciera hizo retroceder al cocodrilo, mientras Orvyn decapitaba al saurial que combatía allí junto al reptil. A unos metros de allí, Elatha introducía su lanza emplumada en el estómago de otro saurial, haciendo que brotase por la espalda: cuando extrajo el arma, las entrañas del hombre lagarto se esparcieron sobre el fango.

Fendrel no dio su mejor golpe, pero bastó para triturar el cuello de su oponente, el cuerpo del saurial aún no había tocado el barro cuando el sacerdote ya corría en auxilio de Valmer, aunque aquello le costó llevarse una buena dentellada del cocodrilo, que arrancó un buen pedazo de su armadura y llegó a rasgar su piel.

Nervioso por la llegada de un oponente, Garrick erró el tiro de su ballesta de mano. Por suerte, era lo suficientemente rápido como para poner pies en polvorosa a tiempo y mantener la distancia con el hombre lagarto.

Valmer, que acababa de recibir con entusiasmo la llegada de Fendrel, trató de acertar con uno de sus proyectiles mágicos al cocodrilo que perseguía al sacerdote. Por desgracia, estaba bastante más pendiente de la lanza del hombre lagarto que quería ensartarle, y la esfera de energía detonó contra el tronco de un árbol.

Al mismo tiempo en que ese cocodrilo cerraba sus mandíbulas en torno a la pierna del sacerdote, el otro animal destrozaba a Ciera de un mordisco, sacudiendo la cabeza para arrojar partes de la exploradora por las inmediaciones. Elatha recibía un corte de la lanza de su oponente, mientras que otro saurial perseguía a Garrick, sin lograr alcanzarlo, con cierta desesperación.

Un lanzazo hizo tambalearse a Fendrel, bastante malherido. Lord Orvyn contenía como le era posible al cocodrilo que acababa de destrozar a Ciera y Elatha intentaba imponerse sin demasiado éxito a su único enemigo. El sacerdote, tras pensarlo un momento, invocó a su dios para restablecerse de sus propias heridas y no convertirse en una preocupación para sus amigos.

Esta vez sí, Garrick acertó a su perseguidor en plena frente, haciendo que el saurial se desplomase de espaldas, muerto sobre el fango. A la vez, Valmer esquilmaba sus últimas reservas arcanas para convocar una nube tóxica sobre el cocodrilo que atacaba a Lord Orvyn, haciendo que el reptil muriese entre agónicos jadeos.

La lanza de un saurial crepitó sobre la armadura de energía de Valmer mientras Fendrel esquivaba por poco otra dentellada del cocodrilo que aún quedaba con vida. Elatha continuaba resistiendo en su combate singular mientras que Orvyn, liberado de enemigos por el conjuro del mago, llegaba desde retaguardia para ensartar al hombre lagarto que hostigaba a Valmer, acabando con su vida.

Elatha hirió de gravedad a su oponente, quien cayó casi a continuación cuando uno de los virotes de Garrick le sorprendió, clavándosele en la garganta. Al tiempo, Valmer corría para alejarse del enorme cocodrilo, mientras entre Fendrel y Lord Orvyn trataban de contener al animal. Un momento después, la guerrera también se unía a la lucha contra el enorme reptil.

Al tímido mazazo del sacerdote sobre el escamoso lomo del cocodrilo, le siguió un virote de Garrick incrustándose en la pata trasera del animal. Valmer probó, sin éxito, con su honda justo antes de que Orvyn se hiciese hábilmente a un lado para no ser demediado de un mordisco para después hundir su espada en el cráneo de la bestia, acabando con ella de una vez por todas.

Los compañeros se tomaron un momento para recomponerse, lamentando profundamente las muertes de Kozaf y Ciera. No conocían a los cazatesoros desde hacía demasiado tiempo, pero se habían ganado el cariño del grupo con su valía y determinación. Intranquilos por si los sonidos del combate habían delatado su posición, movieron su campamento lo suficiente como para sentirse seguros de nuevo.

A la mañana siguiente, Garrick treparía a uno de los retorcidos árboles del pantano para echar un vistazo: no le costó demasiado vislumbrar las ruinas de aquella antigua ciudad en la distancia, como a un día más de camino. Las decrépitas construcciones emergían parcialmente de la Ciénaga de Tisthon, con torres inclinadas y estructuras quebradas cubiertas de insana vegetación.

Del cielo totalmente nublado, llegó el potente sonido de un trueno.

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