Los Reinos (T4) - Las Tablas del Destino (6/X)

Los compañeros habían tenido una llegada interesante a la ciudad de Sharn, en el mundo de Eberron. Tras enfrentarse a asaltantes daelkyr en el distrito de Los Engranajes y sobrevivir a los asesinos dolgaunt contratados por los Zhentarim, lograron contactar con el tenku Chimer, quien les prometió subirles al mismo tren relámpago en el que viaja Ianphanis d'Medani. Por si fuese poco, además habían encontrado la guarida de los Zhentarim, donde habían logrado acabar con Angus Materi y Dhamir Ercals, aunque Manshoon, Wynna y Zerana hubiesen logrado escapar del grupo. Ahora, el siguiente paso de los compañeros pasaba por llegar hasta el hijo del Barón Trelib d'Medani.


Apenas pudieron descansar unas pocas horas antes de dirigirse al almacén de Desembarco de Tavik donde los hombres de Chimer les hicieron entrar en varias cajas de gran tamaño. Desde el interior de estas, los compañeros pudieron percibir cómo eran cargados en varias carretas y trasladados a través de las calles de Sharn hasta la terminal del Tren Relámpago.

Varios operarios de la estación cargaron aquellas cajas en el vagón de mercancías. Poco a poco, los compañeros fueron dándose cuenta de que estaban solos en el vagón. Tuvieron que esperar aún unos minutos más para, a través de una impresionante sensación de aceleración, darse cuenta de que el tren estaba en movimiento.

Salieron de aquellas cajas con precaución, confirmando que el vagón de mercancías se encontraba vacío. Así, avanzaron lentamente hasta la puerta situada en el fondo donde, a través de la pequeña ventana, Vanuath pudo observar un lujoso vagón de pasajeros en el que gente de alta alcurnia conversaba sentada en elegantes sofás mientras los impecables camareros les servían bebidas.

El ladrón empleó su daga mágica para adoptar la apariencia de uno de aquellos camareros y anticiparse al grupo. Mientras que Vanuath pasaba completamente desapercibido, sus compañeros arrancaban una serie de murmullos escandalizados entre el pasaje debido a sus anticuados ropajes y su aspecto de aventureros.

Cinthork impidió que uno de los camareros manipulase un extraño objeto dotado de una especie de trompetilla unida a un cable, intuyendo acertadamente que el hombre intentaba alertar a alguien de la presencia del grupo a bordo del tren. Una velada amenaza de aquel enorme minotauro bastó para quitarle al camarero todas las ganas de intentarlo de nuevo.

Vanuath se internó en el vagón anterior a aquel en el que, presumiblemente, se encontraba Ianphanis d'Medani. Cinco hombres armados custodiaban el vagón. Con bastante soltura, y ayudado por su apariencia de camarero, el semielfo les alertó de que unos intrusos estaban atacando el tren. Tras avisar a sus compañeros del siguiente vagón, los cinco centinelas de la casa Medani se movieron hacia la cola del tren.

El resto de compañeros, ocultos tras la puerta que comunicaba aquel vagón con el siguiente, aguardaron al paso de los centinelas con la intención de emboscarlos. Para sorpresa de Cinthork, el primer hombre en pasar parecía conocer de antemano que él estaba allí, ya que había iniciado su ataque casi antes de verle siquiera. Zenit reaccionó rápidamente, invocando a una demonio alu que degolló a aquel pobre hombre con una de sus hojas apenas se hubo materializado.

Aún envuelto en su disfraz de camarero, Vanuath intentó avanzar hasta el vagón de Ianphanis, pero uno de sus hombres, ubicado justo en la puerta entre vagones, le advirtió de que no siguiera avanzando mientras le apuntaba con su arco.

Unos metros más atrás, Jesper desataba una oleada de energía dorada que consumía a dos de los centinelas que habían pasado al vagón donde se encontraba el resto del grupo. El sacerdote pudo percibir, nada más hacerlo, el desagrado de su dios por el hecho de haber masacrado a aquellos inocentes. Cinthork inmovilizó rápidamente a otro de los dos hombres que quedaban en pie, mientras que el último arrojaba sus armas al suelo y se rendía.

En ese momento, el tren se detuvo bruscamente. Los compañeros trataron de agarrarse a lo que pudieron. De hecho, tanto Cinthork como Jesper acabaron rodando por los suelos. Provenientes del vagón de Ianphanis, Vanuath podía escuchar la voz de alguien instando a llamar a la guardia.

Sin tiempo que perder, Vanuath disparó un rayo eléctrico con su ballesta mágica, hiriendo al centinela que había en la puerta que comunicaba con el vagón de Ianphanis, así como a otros dos hombres que habían detrás. El guardia de la puerta aún intentaba rehacerse cuando Sathelyn irrumpió apareció por la puerta del vagón anterior para alojarle una flecha en el corazón.

¡No matéis a nadie! —se desgañitaba Cinthork, que no quería causar víctimas mortales entre los inocentes.

Los compañeros entraron en el vagón de Vanuath, mientras los centinelas de la casa Medani se afanaban en defender la puerta que daba acceso a su vagón. A través de los hombres que se apelotonaban en la puerta, Vanuath pudo ver cómo Ianphanis d'Medani era sacado hacia el otro extremo del tren por tres de sus hombres.

Cinthork, poco dispuesto a dejar que el baronette se les escapase, alzó en volandas al centinela que bloqueaba la puerta del vagón y corrió con él hacia el interior, dejando la puerta expedita para que Vanuath cruzase. El ladrón, que acababa de ver su velocidad aumentada por la magia de Zenit, cruzó el vagón a toda carrera, abatiendo a otro de los centinelas con un disparo de su ballesta.

Cinthork, que había usado el poder de su escudo para potenciar también su velocidad, corrió tras Vanuath al siguiente vagón para comprobar que Ianphanis había bajado del tren y ahora se alejaba corriendo por las bulliciosas calles de Sharn. Mientras, en el vagón, Sathelyn incapacitaba a un centinela de un flechazo en la rodilla mientras Zenit hacía lo propio con un proyectil mágico. Los dos centinelas que quedaban en pie no dudaron en arrojar sus armas y rendirse ante sus atacantes.

Vanuath y Cinthork corrían a través de aquellas calles atestadas de gente, sorteando obstáculos a aquellas sorprendente velocidad que les otorgaba la magia. Sin embargo, les costaba alcanzar a su presa. De algún modo, era como si Ianphanis y sus hombres supieran de antemano lo que iban a hacer sus perseguidores y se anticipasen para darles esquinazo.

Vanuath, que marchaba delante, se topó al doblar una esquina con dos de los hombres del baronette aguardándole espada en mano. Aunque el ladrón logró pasar a través de ellos para continuar su persecución, se llevó un par de buenos tajos de recuerdo. Poco después sería el turno de Cinthork, que solventó la situación con idéntico resultado.

Finalmente, los compañeros lograron acorralar a un fatigado Ianphanis y al último de sus hombres en una de las callejas. Consciente de que no podía huir y de que ni él ni su hombre eran rivales para aquellos dos extraños, el baronette le pidió a su hombre que arrojase las armas.

Reunido de nuevo el grupo, los compañeros cubrieron a Ianphanis y su hombre con sendas capas y, a través de un círculo de teletransporte, regresaron a sus habitaciones en La Caricia Rosa. Allí, comenzaron a interrogar al aterrorizado baronette.

Tal y como suponían, Ianphanis poseía los códigos del círculo de teletransporte ubicado en la planta cien de la Torre Medani. Según les contó, el círculo llevaba a una cámara construida mágicamente en el lecho magmático. También les contó que el edificio estaba plagado de centinelas, pero él estará dispuesto a franquearles el paso si le perdonan la vida, cosa que Cinthork le prometió sin dudarlo. El baronette aseguró poseer una calesa voladora que estaba dispuesto a poner a disposición de los compañeros para ascender al Skyway.

Según escuchaban hablar a Ianphanis, los compañeros fueron dándose cuenta de que les estaba ocultando algún tipo de información. Cuando Sathelyn tensó su arco para colocar la punta de una de sus flechas frente a la nariz del baronette, este acabó confesando entre lágrimas.

Les dijo que el círculo de transporte estaba asociado a un conjuro de Recado latente, que avisaría al barón Trelib, su padre, si un intruso penetraba en la cámara. También les contó que había cinco forjados en el interior de la cámara con la orden de aniquilar a cualquiera que no tuviese acceso a la misma.

Satisfechos con la información obtenida, los compañeros se dispusieron a descansar para acometer la Torre Medani a primera hora de la mañana.

Tal y como les había dicho, Ianphanis disponía de una calesa voladora en una cochera de Desembarco de Tavik. El carruaje, tirado por dos pequeños elementales de aire, les llevó hasta las alturas en dirección al Skyway, ese distrito suspendido por magia sobre el resto de la ciudad que era el hogar de los residentes más fantásticamente ricos y prestigiosos, así como de las empresas que los atendían.

Ianphanis y su hombre viajaban cabizbajos, con el temor aún reflejándose en sus rostros. Seguramente no tenían demasiado claro que aquel grupo de desarrapados no fuera a matarles una vez consiguieran lo que querían.

Mientras se acostumbraban a cierta incómoda sensación de falta de aire, los compañeros se maravillaron de aquellos altos edificios que brillaban bajo el sol y los enormes puentes de cristal que dejaban ver la ciudad debajo. El viento allí arriba azotaba en fuertes ráfagas que, de cuando en cuando, hacían mecerse levemente la calesa.

Tomaron tierra frente a la Torre Medani, donde fueron recibidos por un grupo de guardias que saludaron marcialmente al baronette. Ianphanis devolvió el saludo con desgana. Caminando con pausa, el pintoresco grupo entró en el edificio ante las miradas curiosas de aquellos hombres.

El recibidor de la Torre Medani era un espacio amplio y diáfano. Un par de centinelas impecablemente uniformados aguardaban tras un mostrador. Al fondo de la estancia podían verse tres enormes círculos de teletransporte. También había una extraña trampilla metálica en una de las paredes, a la altura del suelo.

Fue allí mismo todo empezó a torcerse. De repente, Ianphanis empezó a pedir auxilio a gritos. Inmediatamente, los dos centinelas que había tras el mostrador, se dirigieron espada en mano hacia el grupo. Al mismo tiempo, la pequeña compuerta se abrió para dejar salir a dos perros de hierro, con sus cuerpos formados por láminas y barras de hierro. Sus dientes eran hojas aserradas de acero.

Sin dudarlo un instante, Zenit convocó al slaad ante los sabuesos mecánicos. Vanuath disparó sus ballestas contra uno de los canes, haciendo brotar chispas y aceite del constructo que, un momento después, era alzado en volandas y partido en dos por el slaad. El segundo sabueso rebasó al slaad para llegar hasta Cinthork, clavando sus metálicos dientes en la pierna del minotauro.

Jesper conjuró tres delgados haces de fuego que produjeron feas quemaduras en las piernas de los centinelas. Los hombres aún gritaban de dolor por aquello, cuando Sathelyn les regalaba un par de flechas en las rodillas. Aunque uno de los hombres, decidiendo que no cobraba lo suficiente para aquello, se rendía de inmediato, el otro enarbolaba su espada hacia Cinthork.

El minotauro, aún con el perro mecánico aferrado a su pierna, barría las rodillas del centinela con su martillo, partiendo los huesos de sus piernas. Mientras, Jesper, Sathelyn, Vanuath y Zenit ya corrían hacia el círculo de teletransporte que Ianphanis les indicaba entre sollozos.

El slaad mordió los cuartos traseros del perro mecánico, arrancando una tormenta de chispas y piezas justo antes de que Cinthork hiciese descender su martillo para reducir al can a un amasijo de metal y fluidos aceitosos. Eliminado el último oponente, Cinthork corrió hacia el círculo de teletransporte junto a sus compañeros mientras el slaad se desvanecía.

Aquel círculo de teletransporte les llevó a lo que supusieron que sería la antesala del despacho del Barón Trelib d'Medani. Los dos centinelas que allí había echaron mano de sus armas nada más ver a los compañeros. Sin embargo, no tardarían en dejar las armas en el suelo y rendirse cuando vieron que Sathelyn y Vanuath amenazaban con matar a Ianphanis.

Entraron al ostentoso despacho a través de una puerta de madera noble de dos hojas. Dentro, los dos perros mecánicos que ya se preparaban para atacarles se detuvieron a una orden de Ianphanis, convenientemente coaccionado por Vanuath. Como dóciles animales, aquellos defensores férreos quedaron apaciblemente sentados mientras los compañeros se colocaban sobre el círculo de teletransporte dibujado en el lado izquierdo del despacho.

Entre lágrimas, Ianphanis les desveló la secuencia que hacía funcionar aquel círculo. Zenit no tuvo demasiados problemas para activarlo. El destello de magia arcana les llevó inmediatamente a una pequeña estancia de piedra.

Desde aquella estancia, sin duda tan caldeada debido a la proximidad del lecho magmático, se extendía un largo pasillo que daba a otra estancia diferente, donde podían observarse ocho, no cinco, de aquellos forjados que había mencionado Ianphanis. Aquellos humanoides mecánicos parecían haber sido modificados explícitamente por la Casa Medani para ejercer de guardias, blandiendo una espada en una mano, mientras que su otro brazo era una especie de tubo metálico que no presagiaba nada bueno.

Cuatro de los constructos avanzaron por el pasillo, alzando sus tubulares extremidades hacia los compañeros mientras Vanuath colocaba a Ianphanis delante de él, a modo de escudo humano. Un ruido atronador llenó el pasillo cuando el fuego brotó de esos tubos para expulsar varios proyectiles de plomo, uno de los cuales hirió a Sathelyn.

Zenit utilizó entonces su magia para aumentar la velocidad de la guerrera, mientras Vanuath disparaba sus dos ballestas para abatir a uno de los constructos. A la vez, Jesper activaba el conjuro de piel de roble de su anillo mágico y Cinthork corría pasillo adelante para trabarse cuerpo a cuerpo con uno de los forjados.

Otra andanada de disparos barrió el pasillo, hiriendo a Cinthork con uno de los proyectiles antes de que el minotauro despedazase a su oponente con dos tremendos golpes de martillo. Las ballestas de Vanuath acabaron con otro de los forjados. Un momento después, Jesper lanzaba un trío de rayos de fuego que herían a dos constructos, derritiendo parte de su pectoral metálico.

Sathelyn activó entonces su hacha mágica, desatando una nube incendiaria que envolvió a los cinco forjados, reduciendo a los dos que había herido Jesper a meros amasijos de metal humeante. Una segunda nube de fuego, esta convocada por Zenit, acabó con los tres maltrechos forjados que aún quedaban en pie.

Ya con el lugar despejado, los compañeros avanzaron hasta el final del pasillo, donde encontraron una enorme puerta circular de acero puro. La puerta parecía abrirse con algún tipo de combinación. Cuando le preguntaron a Ianphanis por ello, el baronette les dijo entre llantos que solo su padre, el Barón, conocía la combinación para abrir la cámara. Igualmente, Ianphanis suponía que aquella puerta dispondría de algún tipo de alarma mágica.

Sin pensarlo dos veces, Cinthork golpeó fuertemente con su martillo aquella puerta de acero.

Apenas pasó un minuto antes de que, en el mismo círculo de teletransporte por el que habían llegado los compañeros, apareciese un hombre con elegantes ropajes que sin duda era el Barón Trelib d'Medani. Al noble le acompañaban tres feroces rakshasa que parecían ser algo así como sus guardaespaldas.

Vanuath y Sathelyn se pusieron junto a Ianphanis, amenazando con matarle si el Barón no abría la cámara acorazada. Tras pedirle perdón a su hijo, con rostro apesadumbrado, Trelib solo dijo una cosa:

Creo que aún soy lo suficientemente joven como para tener más hijos...

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