Veneno en la sangre - La ciénaga de la muerte (6/X)
Tras encontrar a la mujer lagarto Ssellak durante su travesía por el pantano, los compañeros fueron guiados por esta hasta la misteriosa ciudad en ruinas donde esperaban encontrar el Diamante de Las Almas, necesario para combatir a Yzumath. Sin embargo, lejos de pretender desafiar al caudillo Verrak, como les había contado la saurial, Ssellak les había conducido directamente a una trampa. Ahora, rodeados de enemigos, se disponían a jugarse la vida en aquella antiquísima calle anegada por las fétidas aguas de la Ciénaga de Tisthon.
Mientras Garrick apenas manoteaba torpemente su cinto en busca de la daga, Elatha avanzaba de dos grandes zancadas para llegar hasta uno de los sauriales y ensartarlo con su lanza. Un momento después, los hombres lagarto se abalanzaban sobre el grupo. La propia Ssellak, junto a otros dos de sus congéneres, atacó a Lord Orvyn; aunque el caballero lograba defenderse con bastante eficacia hasta el momento.
Valmer chilló de dolor cuando la lanza de un saurial le cortó en la cadera, mientras eludía el ataque de un segundo enemigo por muy poco. Mientras, Garrick saltaba y se agachaba para esquivar las acometidas de otro par de hombres lagarto y Fendrel usaba su escudo para bloquear las lanzadas de dos más.
El propio sacerdote elevó el puño al cielo, convocando a una marea de pequeños espíritus de aspecto vagamente celestial que envolvieron de inmediato la zona donde él mismo, Garrick y Valmer se encontraban. Los dos sauriales que hostigaban al halfling aullaron de dolor mientras las espectrales criaturas les ampollaban la piel con el simple contacto.
Valmer se apresuraba a convocar su armadura arcana mientras Garrick se escabullía entre el mar de enemigos para llegar hasta el hombre lagarto que luchaba con Elatha: el desafortunado nunca vio llegar a ese pequeño halfling que trepaba de un salto a su espalda para hendirle la daga en la nuca y acabar con él en el acto.
Liberada de su enemigo, la guerrera corrió una vez más, ahora para situarse junto a Valmer y aniquilar con su lanza emplumada a uno de los dos sauriales que le rodeaban. Lord Orvyn, que acababa de recibir el tajo de un oponente, continuaba resistiendo ante ese mismo enemigo y la furiosa Ssellak, quien no paraba de proferir insultos en su lengua contra los compañeros.
Mientras su armadura de energía crepitaba al ser impactada por una lanza, Valmer contemplaba como los dos sauriales envueltos por el aura de espíritus que convocó Fendrel se desplomaban con el cuerpo terriblemente abrasado por la legión de pequeños celestiales. Mientras, el sacerdote luchaba al borde de ese área, manteniendo a dos oponentes a raya con su escudo.
Un nuevo hombre lagarto caía bajo la maza de Fendrel, mientras Lord Orvyn trataba sin éxito de herir a Ssellak. Valmer, por su parte, corrió a situarse en el centro del área protegida por los espíritus guardianes, evitando que ningún oponente pudiera acercársele sin sufrir un daño atroz.
Garrick aprovechó todo el caos reinante para rodear la calle y situarse a unos cuantos pasos del flanco derecho de Ssellak, muy ocupada evitando que Lord Orvyn la decapitase. El virote disparado por la ballesta de mano del halfling se le incrustó en el muslo, arrancándola un rugido de dolor. Aprovechando el momento, Elatha se acercó a la saurial y logro herirla de bastante gravedad con su lanza.
¡Resistid, no huyáis! Les grito a sus guerreros lagarto ¡La muerte que nos daría Verrak sería mil veces peor!
El escudo de Elatha crujió bajo el potente lanzazo de la mujer lagarto, mientras se veía obligada a pivotar para recibir a un nuevo enemigo que llegaba desde retaguardia. En aquel momento, Lord Orvyn y ella luchaban espalda con espalda, rodeados por Ssellak y dos de sus guerreros sauriales.
El saurial que combatía al otro lado de la calle con Fendrel proyectaba su lanza con frustración, intentando con todas sus fuerzas no entrar en la zona protegida por los pequeños espíritus celestiales en la que se cobijaban el sacerdote y el mago.
Otro hombre lagarto cayó decapitado por Orvyn, salpicando con su sangre el rostro del caballero. A unos metros de allí, el saurial solitario se agachaba bajo el lanzazo de Fendrel para, un segundo después, esquivar por poco la esfera de energía arrojada por Valmer.
El nuevo virote disparado por Garrick se clavó con un macabro crujido en la sien de Ssellak, haciendo que la mujer lagarto se desplomase sin vida sobre las fétidas aguas que anegaban aquella calle. Elatha, por su parte, atravesó con su lanza el corazón del último de los enemigos que, hasta hace unos segundos, les rodeaban a Orvyn y a ella.
El hombre lagarto que aún quedaba en pie, emprendió la huida hacia el pantano, alejándose de la ciudad. Orvyn trató de abatirle con su ballesta, sin éxito. Fendrel le quitó importancia a la huida del saurial casi de inmediato: aquel desertor seguramente temía más a su caudillo que al propio grupo y no era probable que regresase para exponerse al castigo de los suyos.
Finalizado el combate, el propio sacerdote canalizó el poder de su dios para curar a la vez las heridas tanto de Valmer como de Orvyn, los únicos que sangraban tras aquel combate. Inmediatamente después, el grupo se puso en movimiento.
Continuaron por aquellas calles ruinosas, entre edificios decadentes y zonas anegadas por el agua o invadidas por la vegetación salvaje. Los mosquitos zumbaban y las aves carroñeras les graznaban con cierto aire de desafío, pero no parecía haber ni rastro de más hombres lagarto.
Viendo que caía la noche, los compañeros decidieron cobijarse en un antiguo edificio que aún mantenía las cuatro paredes, a pesar de estar ligeramente inclinado. El lugar resultó ser algún tipo de antigua biblioteca cuyos textos habían quedado totalmente arruinados tras siglos de humedad y abandono.
En la más amplia de las salas, Fendrel encontró una serie de antiquísimos murales que narraban el sacrificio voluntario de un celestial, que entregaba su alma a unos idealizados y resplandecientes moradores de aquella ciudad para que combatiesen a un dragón sombrío cuya figura solo se llegaba a insinuar en aquellas representaciones.
Entre toda aquella ruina, Garrick también encontró un antiguo estuche metálico que contenía un pergamino. Valmer identificó el conjuro contenido en el mismo como uno que permitía turbar la mente de aquellos afectados por su magia, Confusión fue el nombre que pronunció el mago.
Tras establecer los correspondientes turnos de guardia, los compañeros se dispusieron a pasar la noche en aquel lugar. Todo transcurrió sin incidentes más allá de los sonidos propios del pantano. No parecía que los sauriales les estuviesen buscando: quizá se habían dado cuenta de que el grupo era un hueso demasiado duro de roer y habían decidido atrincherarse en algún otro punto de la ciudad.
Nada más salir el sol, Garrick trepó hasta el tejado del edificio para echar un vistazo. A pocas calles de donde se encontraban, divisó un edificio que presentaba la estructura propia de un templo, aunque erigido en aquella exótica arquitectura de los antiguos moradores. Bajando del tejado, el halfling sufrió una pequeña caída que le hizo arrugar el gesto de dolor.
Sin pensarlo demasiado, abandonaron la ruinosa biblioteca para dirigirse hacia aquel lugar. Marchaban con Elatha y Lord Orvyn al frente, seguidos de Garrick y Valmer: con Fendrel cerrando la comitiva para proteger la retaguardia.
Apenas habían avanzado unos metros, cuando una inesperada presencia se materializó súbitamente ante ellos, haciendo que retrocedieran instintivamente. Una figura vagamente espectral, la de un celestial con el pelo rubio, la piel dorada y el rostro demacrado por el sufrimiento, les observaba con los ojos anegados en lágrimas.
Venciendo sus temores, Fendrel se acercó hasta la presencia.
El celestial, un deva astral que se presentó como Uldim, les dijo que su alma se encontraba en el interior del Diamante de Las Almas. Por suerte, sus dones celestiales le permitían proyectarse a alguna distancia del artefacto en forma de visión, nunca más lejos de los límites de la ciudad.
Uldim les contó que, lejos de la historia contada por los antiguos moradores, el ritual se había hecho sin su consentimiento. Le habían atraído al templo con engaños, sometido con magia y arrebatado la vida con frío acero mágico para luego recluir su alma en aquel diamante que usaron para encadenar a Yzumath.
Si bien el deva se mostró comprensivo con la necesidad de combatir un posible nuevo alzamiento de Yzumath, les contó que estaba sufriendo horriblemente. Con lágrimas en los ojos, les imploró que destruyeran el Diamante para liberar su alma.
En ese momento, Garrick sugirió la posibilidad de usar el Diamante para encadenar de nuevo a Yzumath y, una vez hecho, destruirlo para liberar a Uldim. Sin embargo, en un alarde de sinceridad, el celestial confesó que si el diamante se destruía, las cadenas de Yzumath también caerían.
Uldim les explicó que el ritual de encadenamiento del dragón de oscuridad se erigía sobre tres pilares: un sello arcano, un alma divina y un juramento terreno. El juramento terreno fue pronunciado por los antiguos moradores, mientras que el alma divina era la del propio Uldim. El sello arcano, como ya sabían los compañeros, fue el que rompieron los bandidos en las Tierras Altas de Hanlecke, liberando al dragón de oscuridad.
Poco a poco, la figura del celestial comenzó a desvanecerse. Uldim les informó de que su poder se estaba fatigando y, antes de desaparecer del todo, les rogó que destruyeran el Diamante de Las Almas para liberarle.
Cuando los últimos rescoldos de aquella presencia se hubieron extinguido, los compañeros dialogaron sobre qué hacer. Si bien Garrick y Fendrel opinaba que debían liberar al celestial, Valmer y Elatha creían que su cautiverio representaba un mal menor si estaban en juego las vidas de los habitantes de la región. Lord Orvyn, por su parte, no sabía muy bien qué opinar.
Aplazando aquella decisión para más adelante, los compañeros reanudaron el camino a través de la ruinosa ciudad.
Estaban atravesando una de las calles, ya llegando al templo, cuando un crujido les puso en alerta. Volvieron la vista justo para ver como un hombre lagarto oculto en un callejón adyacente terminaba de cortar una soga empleando su cuchillo de sílex. El saurial sonreía con malignidad.
La soga liberó el resorte que arrojó una auténtica lluvia de jabalinas de madera contra los compañeros, tomándoles por sorpresa. Si bien Elatha y Fendrel lograron interponer sus escudos a tiempo, Garrick recibió un terrible corte en el costado. Tanto Valmer como Lord Orvyn se desplomaron con varios proyectiles incrustados en el cuerpo de cada uno.
Mientras Elatha arrancaba a correr tras el hombre lagarto para intentar capturarle. Fendrel se arrodillaba rápidamente junto a Valmer, solo para constatar que aún continuaba con vida. Por desgracia, Lord Orvyn había muerto en el acto. Con una lágrima resbalándole por la mejilla, el sacerdote canalizó el poder de su dios para restablecer las heridas tanto de Valmer como de Garrick.
Elatha regresó unos minutos después. Al parecer, aquel hombre lagarto había sido demasiado rápido y escurridizo para ella. Con el gesto lleno de pesadumbre, la guerrera recibió la noticia del fallecimiento de Lord Orvyn.
Con cuidado, los compañeros depositaron el cadáver del caballero en las ruinas de un edificio cercano, prometiendo que lo recogerían tras acabar su misión para poder realizar unas exequias adecuadas.
Sin proferir palabra alguna, los cuatro se dirigieron al cercano templo para acabar con lo que habían ido a hacer allí. De camino, Valmer activó su armadura arcana en previsión de lo que pudiese venir.
Encontraron la entrada al templo parcialmente sumergida, con un agua que llegaba a la cintura, o al pecho de Garrick. Con sumo cuidado, los compañeros comenzaron a aproximarse. Esta vez, Garrick iba delante, sondeando las turbias aguas con su daga en pequeñas inmersiones que pretendían detectar cualquier trampa oculta.
La estrategia resultó todo un acierto, pues casi en la entrada, el halfling detectó una peligrosa trampa de estacas que bien podía haberles supuesto la segunda desgracia del día. Tras unos metros más de penoso avance a través de las aguas, emergieron de estas en las inclinadas escalinatas que daban acceso al templo de los antiguos moradores.
Se acercaba la hora de la verdad.
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