Kult: Prosperity (2/2)
Tras la misteriosa desaparición de un niño en el remoto pueblo de Prosperity, Dakota del Norte, los agentes especiales James Tendi y Montgomery Kelley habían sido enviados a investigar el caso con la mayor discreción posible. Tras una primera noche que puso sus nervios a prueba: fallos eléctricos inexplicables, actitudes esquivas de los lugareños, una aterradora hemorragia sin sentido y la creciente sensación de que algo marchaba realmente mal en aquel lugar, los dos compañeros se preparaban para lo que les pudiese aguardar durante su segundo día en el pueblo.
Apenas una hora antes de que amaneciese, la cafetería del motel estaba funcionando. Una agradable joven servía el desayuno en el par de mesas ocupadas, una de ellas por el hombre al que los compañeros habían visto deambulando por el parking la noche anterior. Mientras esperaban el desayuno, James y Montgomery charlaron un poco con ambos. Los dos eran camioneros de paso, en el pueblo. Si bien uno hacía su primer viaje en sustitución de un compañero que había decidido abandonar la empresa antes que volver al pueblo, el otro reconoció visitar habitualmente el lugar.
Del mismo modo, el visitante primerizo les cofensó que empezaba a entender al anterior camionero por dejar su empleo: aquella misma noche había escuchado un inquietante ruido en la ventana. Cuando se había acercado a mirar, había encontrado el cristal cubierto hasta media altura por una palpitante masa de insectos como gusanos, cucarachas y escolopendras. Al tipo se le veía bastante alterado. El otro camionero por su parte, les dijo que nunca le había ocurrido nada siquiera parecido en ninguna de sus visitas al pueblo.
Montgomery le preguntó a la camarera, Mary, si iba a asistir a la reunión en la iglesia. La chica se mostró reticente ya que, según les dijo, su abuela, la anciana que regentaba el motel, le descontaría el día. Aún así, se mostró dispuesta a responder allí mismo a cualquier pregunta que tuviesen los agentes. Tras charlar un rato con ella, no averiguaron nada que no supiesen ya.
En un momento dado, James le preguntó si le permitiría consultar el libro de registro del motel. Mary contestó afirmativamente, si bien le pidió al agente que no se lo dijese a su abuela o podría meterla en problemas. Por último, les recordó que debían devolver las toallas al finalizar la estancia o la anciana se enfadaría mucho.
Ambos agentes pasaron las siguientes dos horas comprobando los antecedentes penales de las escasas dos docenas de huéspedes que el motel había tenido en el último par de años. Una vez más, encontraron excesos de velocidad, conducción bajo embriaguez y peleas de bar, poco más.
Como les quedaba aún algo de tiempo hasta el mediodía, cuando tendría la reunión en la iglesia, Montgomery sugirió que se acercasen al campo de baseball, donde había sido visto el muchacho por última vez. Quizá allí, esperaba el agente, pudiesen encontrar algún indicio que arrojase un poco de luz sobre la investigación.
De camino, Montgomery recibió la llamada de la agente especial Christine Chambers, del FBI en Florida. Dijo que habían llevado a Nicholas Smith a sus oficinas. El tipo trabajaba como taxista en Miami y había reconocido no pagar la pensión alimenticia de Tommy ya que estaba pasando una mala racha económica de diez años. No le habían podido sacar nada más, salvo que se había marchado de Prosperity porque en aquel lugar “ocurrían cosas muy raras”. Montgomery le sugirió a la agente Chambers que le deslizase a Smith el asunto de la desaparición del crío. Christine le prometió que le llamaría o escribiría con el resultado de la interacción.
Llamar campo de baseball a aquello era algo demasiado generoso, pues se trataba poco más que de un descampado sobre el que se habían pintado las líneas con algo de cal. A unos trescientos metros, podía verse la blanca e impoluta estructura de la iglesia y, junto a ella, un pequeño cementerio. Durante un rato, los dos agentes examinaron la zona sin saber muy bien qué encontrar.
En ese momento, el sonido de un potente zumbido a unos metros por detrás de ellos les hizo volverse. Posada sobre la tierra se encontraba una cucaracha alada de enorme tamaño, probablemente de unos diez o doce centímetros. Montgomery le sacaba una fotografía con la cámara de su smartphone cuando, de pronto, otra cucaracha idéntica se posó, esta un poco más cerca de los compañeros. Un segundo después, llegó otra más.
Tras mirarse el uno al otro, los dos agentes comenzaron a moverse hacia el coche. El caminar apresurado se convirtió en una auténtica carrera cuando cada vez más y más enormes insectos comenzaron a llegar, esta vez volando hacia ellos. Por suerte, los compañeros lograron introducirse en el Mustang antes de que el enjambre les alcanzase.
Mientras los aberrantes insectos cubrían por completo el parabrisas y las ventanas, James trataba de arrancar el coche. Sin embargo, una vez más, Prosperity parecía haberle arrebatado toda la energía tanto al vehículo como a sus teléfonos móviles. Sin saber muy bien qué hacer, el agente quitó el freno de mano del coche, que comenzó a deslizarse cuesta abajo durante unos pocos metros hasta que, finalmente, se detuvo al chocar contra algún obstáculo desconocido.
Los compañeros comenzaban a perder los nervios cuando, inexplicablemente, las enormes cucarachas comenzaron a retirarse gradualmente. Unos segundos después, la energía regresaba al cuadro del coche y los teléfonos volvían a funcionar.
Mientras Montgomery reforzaba su teoría de un ambiente radiactivo que mutaba los insectos, James examinaba el coche en busca de desperfectos. Habían chocado con lo que parecían los restos de una pequeña cerca. El Mustang estaba en perfectas condiciones, así que ambos subieron a él y condujeron hasta el aparcamiento de la iglesia —faltaba poco para la hora de la reunión— mientras elaboraban algunas teorías más.
Apenas habían aparcado, vieron salir por la puerta principal a Josiah Crane. El reverendo, que parecía no haberles visto, estaba componiendo el cartel de la iglesia para indicar el tema del sermón del día. Los compañeros se acercaron y le saludaron cordialmente.
James comenzó a charlar con el pastor, haciéndole ver que la mayoría de las sospechas recaían sobre el padre de Tommy, quien podría haber secuestrado a Tommy. El reverendo Crane se mostró totalmente de acuerdo, aludiendo a que Nicholas Smith siempre había sido un sujeto poco de fiar. Crane lamentó no poder ayudar más, pero dijo que debía centrarse en apoyar a Abigail, quien se encontraba destrozada. Por descontado, James Tendi había tratado con suficientes mentirosos a lo largo de su carrera como para estar seguro de que aquel hombre le estaba ocultando algo.
Mientras su compañero dialogaba con el pastor, Montgomery aprovechó para escabullirse y comenzar a rodear la iglesia. Cuando había llegado a la parte posterior, encontró una pequeña puerta con mosquitera que parecía dar a una cocina, quizá se tratase de la vivienda del sacerdote, que estaría integrada en el edificio de la iglesia. Decidió entrar a echar un vistazo.
En mitad de la conversación con James, el reverendo Crane pareció caer en la ausencia de Montgomery, preguntando al agente Tendi por él. Aunque James trató de responder con evasivas, el pastor no pareció muy convencido. Tras excusarse un momento, el reverendo se asomó fugazmente a la iglesia y pareció hacer algún tipo de gesto a alguien en el interior. Luego, regreso con James mientras esbozaba una amable sonrisa.
Montgomery apenas había puesto un pie en la cocina cuando escuchó unos pesados pasos acercándose desde otro lugar de la edificación. Rápidamente, trato de echar un vistazo al lugar, aunque no pudo ver nada de interés. Un instante después, un hombre bastante alto y fornido se presentó en la cocina.
El hombretón, que dijo llamarse Murray, era uno de los vecinos del pueblo. Según dijo, había llegado un poco antes para ayudar al reverendo Crane con los preparativos de la reunión. Su tono era áspero y contestaba con monosílabos a Montgomery, cuando se dignaba a hacerlo. En un momento dado, dio un par de pasos con intención claramente intimidatoria hacia el agente, quizá para hacer que este retrocediese hacia el exterior.
Viendo que Montgomery se mantenía firme —aunque llevó disimuladamente la mano hacia la empuñadura de su Glock 23— el tal Murray sacó de uno de los armarios algo de pan y una barra de embutido. Luego, sin dejar de mirar fijamente al agente, tomó un enorme cuchillo de cocina y comenzó a cortar el embutido de un modo realmente inquietante.
Mientras, en la parte delantera de la iglesia, los habitantes de Prosperity comenzaban a llegar a la iglesia. James vio a varios hombres con uniformes de la serrería, a la anciana del motel y a algunos matrimonios del pueblo, así como a Lemuel y Cotton, los tipos del bar. El reverendo Crane le dijo que estaban casi todos, quizá a excepción de Tiffany, la dueña del bar a las afueras y de Martha La Loca, una anciana demente que adoraba a espíritus paganos y que vivía al margen del pueblo.
El sheriff Grayson llegaría poco después. Traía los expedientes policiales de los habitantes de Prosperity que tenían algún antecedente penal o policial. Tras quejarse amargamente de que tuvo que pagar el toner de su bolsillo para imprimir aquello, se los entregó a James al tiempo que le hacía un resumen de los mismos. Una vez más, había poco más allá de conductores borrachos o peleas de bar.
Viendo que no iba a asistir nadie más, decidieron dar inicio a la reunión. Poco a poco, los asistentes fueron entrando en la iglesia mientras el reverendo Crane ejercía de anfitrión y saludaba a cada uno personalmente al tiempo que repartía bendiciones.
El murmullo del gentío llenando la capilla llegó hasta la cocina, donde el hosco Murray le indicó a Montgomery que la reunión iba a empezar. El hombretón, siempre vigilante, guió al agente a través de un pequeño pasillo desde el que Montgomery pudo ver de reojo un pequeño salón de lo que sería la vivienda del reverendo.
Los asistentes tomaron asiento, con Abigail en primera fila, sentada junto a un Josiah Crane que tomaba sus manos para darle consuelo. Antes de empezar, se escucharon algunas protestas de los trabajadores del aserradero, aludiendo a que estaban perdiendo tiempo de trabajo.
Sin más dilación, Montgomery tomó la palabra. Comenzó a seguir el protocolo para estos casos, apelando a la colaboración ciudadana y explicando las medidas que cada cual podía seguir para garantizar su autoprotección en caso de que un secuestrador andase suelto por el pueblo.
En un momento dado de su discurso, reparó en Abigail, la madre de Tommy. Más bien reparó en sus turgentes pechos y en cómo el sudor resbalaba lentamente por el cuello de la mujer hasta caer entre ellos. Era una mujer realmente atractiva, una a la que se follaría durante horas y horas de las formas más sucias posibles. A Montgomery cada vez le costaba más pensar y pronto se dio cuenta de que tenía una dolorosa erección. Balbuceante, el agente se ocultó tras el púlpito mientras cubría la zona disimuladamente. James, sin entender lo que pasaba, le miró con preocupación.
Dicha preocupación dio paso a la perplejidad cuando Montgomery abandonó la estancia a toda carrera en dirección a los aseos. Tras unos momentos de desconcierto, James, tomó el testigo de su compañero y continuó con la charla. Mientras, Montgomery se había encerrado en el cuarto de baño y, con los pantalones por las rodillas, se masturbaba con furia.
La liberadora eyaculación pareció devolver la paz mental al agente, que estaba confuso y nervioso, sin entender muy bien lo que le había ocurrido. Avergonzado, recompuso su ropa y salió del aseo. Echó un ojo hacia el pasillo que conducía a la vivienda del pastor Crane, pero encontró allí al inmutale Murray haciendo guardia.
El agente regresó a la capilla.
Allí, la reunión ya había terminado. James se interesó por el estado de su compañero, que respondió con alguna evasiva sobre que algo del desayuno no le había sentado bien. Luego, ambos estuvieron charlando con algunos de los asistentes, entre ellos un tal Solomon, el dueño del aserradero. Los compañeros quedaron para pasarse por el lugar a comprobar los albaranes por si alguno de los camioneros que visitaban el negocio pudieran tener algún antecedente de secuestro o abuso a menores.
Montgomery volvió a ver a Abigail. Esta vez, lo que había ante sus ojos era aquella madre demacrada por el dolor y algo desaliñada que viese la noche anterior. Sus pechos ni siquiera parecían tan grandes como hacía un rato. Todo el arrebatador atractivo de aquella mujer, simplemente, se había esfumado a sus ojos.
Salieron al exterior junto al resto de asistentes. Antes de marcharse, propusieron al reverendo Josiah Crane una cena para conversar acerca del caso. El pastor se mostró encantado con aquello, ofreciendo su propia casa. Sí les pidió a los agentes que confirmasen la cena con unas horas de antelación, ya que él no cocinaba y tendría que buscar a alguna feligresa que preparase la cena. Los compañeros prometieron hacerlo así.
Tras despedirse del padre Crane y del sheriff Grayson, los compañeros decidieron visitar el colegio donde Tommy Hargrove daba clase. Más que un colegio, se trataba de un espacio de una sola aula donde chicos de varias edades recibían clases conjuntas de una profesora.
La mujer, que había colaborado en la búsqueda de Tommy, les dijo que no había nada extraño en el muchacho ni en su relación con el resto de chicos. Sí les pudo confirmar que Abigail Hargrove era una madre estricta y exigente que temía que su hijo pudiese seguir la vida disipada, y poco religiosa, de su padre. La profesora no había conocido al padre del muchacho, Nicholas Smith, aunque sabía que se había marchado del pueblo hacía bastante tiempo.
James le preguntó a la maestra acerca de lugares cercanos a los que hubiese llevado de excursión a los chicos, ya que quizá Tommy podía haber ido a alguno de esos sitios antes de desaparecer. La mujer le mencionó algunos entornos naturales, además de un viejo molino al que no se habían repetido las excursiones ya que la llave del mismo se había extraviado.
Tras despedirse de la profesora, los compañeros decidieron que harían una visita a Martha La Loca, al tiempo que le pedirían al sheriff Grayson que revisase los lugares mencionados por la maestra, empezando por el viejo molino. Como siempre, el joven sheriff se mostró encantado de ayudar cuando recibió la llamada telefónica de James.
Así, los compañeros llevaron el Mustang hacia el camino de tierra que llevaba a la casa de la tal Martha. De camino, recibieron la llamada del sheriff. Grayson les dijo que había encontrado una especie de altar pagano junto al molino. También les comentó que no había podido entrar en dicho molino ya que estaba cerrado con llave. Cuando James le preguntó por las características de la cerradura, el sheriff estimó que podría ser una cerradura de los años veinte, como poco.
Grayson mandó fotografías tanto de la cerradura como del altar. La cerradura podía coincidir perfectamente con la llave que James había encontrado en la habitación de Tommy. Por otra parte, el altar era una serie de velas, plantas y huesecillos que alguien había colocado sobre un tocón cercano al molino.
Ante esta nueva información, los compañeros decidieron dar la vuelta antes de llegar a la casa de Martha para dirigirse hacia el molino mientras le pedían al sheriff Grayson que fuese a examinar el resto de lugares indicados por la maestra. De camino, Montgomery comenzó a especular con un asesinato ritual oficiado por una secta. Si eso era así, la próxima luna llena seria en dos noches: era el tiempo que tenían para encontrar al chico.
Por mucho que le fastidiase a James, esta vez estaba bastante de acuerdo con su compañero.
Aparcaron el Mustang cerca del molino y caminaron hacia la estructura. No tardaron en ver el altar. Una inspección más detallada por parte de Montgomery les indicó que aquel altar era obra de un aficionado, alguien que probablemente había aprendido Wicca a través de Internet o libros de baratillo. Tras sacar algunas fotos más, se dirigieron al molino.
Era una estructura de dos cuerpos, en L, erigida junto a un pequeño río que, en las épocas de mayor caudal, cubriría por la cintura. Tal y como sospechaban, la llave de James abrió la gruesa puerta metálica. El interior del lugar estaba oscuro, así que encendieron sus linternas. También empuñaron sus Glocks antes de entrar.
Montgomery entró delante. El haz de su linterna no tardaría en alumbrar pisadas sobre el polvo, así como restos de vasos y botellas, envoltorios de snacks y más basura que indicaba que aquel sitio había sido usado como lugar de reunión por los chavales del pueblo. También detectó algo más inquietante, una serie de sonidos, como de chasquidos húmedos, que provenía de la parte trasera del molino, donde debían estar los engranajes de la rueda.
Pistola en mano, el agente se asomó a aquella estancia, enfocando con su linterna.
A unos pasos de él, en el suelo, pudo ver a un pequeño zorro. El animal mordía y arrancaba pedazos de su propia pata trasera para devorarlos con fruición. No parecía uno de esos casos en los que un coyote se arranca la pata atrapada en un cepo, el zorro simplemente se devoraba a sí mismo... y parecía disfrutarlo.
Montgomery alzó su teléfono y fotografió al animal. El sonido del smartphone debió molestar al zorro, que se arrastró para ocultarse entre los engranajes. Cuando James entró en la estancia, el animal ya se había ocultado, pero encontró a su compañero algo agitado. La narración del zorro devorándose a sí mismo de labios de Montgomery le resultó perturbadora.
No teniendo mucho más que hacer allí, los dos agentes regresaron al vehículo y condujeron hasta la casa de Martha La Loca. Era una vieja vivienda bastante desvencijada, con el porche lleno de atrapasueños y otros amuletos que no eran más que parafernalia hollywoodiense en opinión de Montgomery.
Cuando se acercaron a la puerta y llamaron, no tardó en escucharse el inquietante sonido de la corredera de una escopeta tras la hoja de madera. Los agentes, en tono tranquilizador, intentaron indagar si sabía algo acerca de la desaparición de Tommy; incluso haciendo ver que ellos mismos recelaban de la gente del pueblo.
Más allá de soltar una retahíla sobre que la gente del pueblo no era de fiar y que seguramente eran los responsables de la desaparición del chico, Martha reconoció que ella había colocado aquel altar junto al molino. Según les había dicho, para “contener la frontera”. En un momento dado, la mujer no quiso seguir hablando y les gritó que se marchasen de su casa.
James, poco dispuesto a darse por vencido, comenzó a insistir, apelando a la buena voluntad de la mujer. Como toda respuesta, obtuvo una detonación, seguida de una lluvia de astillas y rematada por un potente impacto en su hombro, acompañado por una quemazón horrible y, luego, la inconsciencia.
Montgomery, que acababa de ver volar la mitad de aquella puerta en pedazos y a su compañero rodando por los escalones del porche, se introdujo abruptamente en la vivienda, evitando los restos de la destartalada puerta. Logro alcanzar a Martha antes de que efectuase un segundo disparo y, tras arrojarla al suelo, le colocó las esposas. Luego, corrió a atender a su compañero.
Martha sollozaba desde el suelo de su vivienda mientras James recuperaba la consciencia. Tenía una herida bastante fea en el hombro. Las postas apenas le habían rozado, pero varias astillas de gran tamaño se le habían incrustado en la carne. Con las pinzas del botiquín, Montgomery logró extraerle la mayor parte de ellas antes de colocarle el mejor vendaje posible.
Metieron a Martha en el asiento de atrás del Mustang. Allí, la anciana les susurró que la gente del pueblo hacía sacrificios que acabarían por “rasgar el velo”. Aquello, según ella, permitiría que Iramin-Sul cruzase a este mundo para buscar a su hermano, que hacía tiempo se perdió en “la ilusión”.
A ojos de los compañeros, aquella mujer estaba claramente demente. Sin embargo, quizá había algo de información en su locura, así que se interesaron por lo que decía.
Martha les habló también de una cueva en el bosque, a la que se llegaba por un sendero de caza al norte del viejo molino. Allí decía haber visto a hombres con túnicas y máscaras rituales que representaban a animales. Quien oficiaba el rito llevaba una máscara astada hecha con un cráneo de ciervo.
Ante el asombro de su compañero, James quiso liberar a Martha. Opinaba que solo era una anciana loca y asustada. Así lo hicieron aunque, a pesar de las protestas de la mujer, no le devolvieron su escopeta.
Cuando montaron en el coche, descubrieron que una vez más no funcionaba. Tampoco los teléfonos. Como las veces anteriores, los dispositivos recuperaron su operatividad unos minutos después. James aprovechó para llamar al sheriff, quien les contó que no había encontrado nada interesante en los demás lugares mencionados por la maestra.
Mientras conducía hacia el molino, con la tarde cayendo, le pidió al sheriff que estuviese localizable por si le necesitaban. Grayson se mostró más que dispuesto, y le dijo que estaría pendiente del móvil mientras veía Bailando con las estrellas. James colgó el teléfono cuando el sheriff comenzaba a divagar sobre las virtudes del reality.
De camino, Montgomery recibió un WhatsApp de la agente especial Chambers, desde Florida. Nicholas Smith ni se había inmutado por la desaparición de su hijo. James y Montgomery estuvieron de acuerdo en que, a aquellas alturas, ese tipo ya estaba descartado como sospechoso.
Llegaron ya de noche al molino. Además de las Glocks y las linternas, abrieron el maletero para coger las dos escopetas Remington 870 reglamentarias que llevaban el maletero. Bien equipados, comenzaron a buscar el sendero de caza que les había mencionado Martha La Loca. No resultó difícil.
Tomaron el sendero de caza, avanzando por un bosque que presentaba una vegetación cada vez más exuberante. Montgomery había estado en muchos bosques, pero nunca había visto nada como aquello. Parecía haber más plantas, más insectos, más ruidos llegando desde la oscuridad... más vida que en ningún otro bosque que hubiese conocido en aquellas latitudes.
En un momento dado, su linterna alumbró algo extraño. Parecía algún tipo de bulbo carnoso, del tamaño de un balón de niño, en mitad de un charco de líquido espeso y blancuzco. En el líquido parecía haber algo moviéndose, como peces.
Cuando se aceraron, comprobaron que todo era mucho más perturbador.
El líquido que rodeaba la esfera de carne era inequívocamente semen, y lo que nadaba en él no eran sino espermatozoides de unos ocho o diez centímetros. Con tanto asco como cautela, Montgomery palpó el bulbo carnoso con el cañón de su escopeta. La esfera sangró, arrojando un pequeño torrente carmesí al semen y haciendo que los espermatozoides enloqueciesen.
Los agentes retrocedieron un paso, horrorizados. Montgomery fue el primero en perder los nervios, disparando contra el aberrante óvulo. James le secundó un momento después. Ambos dispararon varias veces, haciendo saltar por los aires pedazos de óvulo, espermatozoides y semen. Luego, sin hablar siquiera acerca de qué era aquello que acababan de encontrar, continuaron sendero arriba.
Las linternas comenzaron a fallar un trecho más adelante. Además, el abrigo de Mongomery se rasgo al pasar junto a una zarza cuyas espinas tenían el tamaño de auténticas navajas. La vegetación parecía espesarse cada vez más, dificultando incluso el avance. En ese momento, los dos agentes decidieron desandar el camino.
Habrían cubierto la mitad del trayecto hasta el molino cuando detectaron luces ascendiendo hacia ellos por el sendero. Por suerte, no habían vuelto a encender las linternas. Rápidamente, los compañeros corrieron a esconderse entre la vegetación.
No tardaron en ver a cuatro hombre subiendo por el sendero. Dos de ellos, los que encabezaban la marcha, portaban sendos candiles de petróleo y llevaban rifles colgados al hombro. Tras ellos, otros dos sujetos —uno de ellos era Lemuel, el tipo al que conocieron en el bar de Tiffany— portaban cada uno un par de garrafas de plástico.
Unos metros después de rebasar el escondite de los compañeros, uno de los guías se agachó en el sendero, inspeccionando la tierra.
—Hay huellas de zapatos, recientes —dijo—. Ha venido alguien hace poco.
Los compañeros no estaban dispuestos a ser cazados por aquellos hombres, de modo que Montgomery efectuó un disparo al aire y les gritó que soltaran las armas. La respuesta de los dos hombres que encabezaban la comitiva fue dejar los candiles en el suelo y tomar sus rifles.
El siguiente disparo de Montgomery impactó en pleno pecho de uno de ellos, arrojando su cadáver casi dos metros hacia atrás. James también disparó, arrancando la mitad de la cabeza al otro hombre armado que, aunque pudo disparar, no logró acertar al agente.
Lemuel y el otro hombre soltaron sus garrafas y comenzaron a escapar sendero abajo. Mientras Montgomery corría tras ellos, James efectuó un disparo que falló por bastante. Cuando quiso disparar de nuevo, una súbita arcada se lo impidió. Comenzó a vomitar, dándose cuenta de que aquello que expulsaba se movía extrañamente una vez desparramado sobre el suelo. Con horror, el agente pudo comprobar que aquello que estaba vomitando no eran sino gusanos vivos. Comenzó a gritar horrorizado.
Mientras, Montgomery lograba alcanzar a Lemuel. Ambos rodaron por el suelo y, en un momento dado, el agente sintió un corte en el costado. Cuando se apartó instintivamente, pudo ver el cuchillo en la mano de su oponente. Antes de que pudiese reaccionar, Lemuel le apartó de una patada y volvió a correr sendero abajo. Sin tiempo que perder, Montgomery inspeccionó la herida, resoplando de alivio al comprobar que solo era un rasguño.
Entonces oyó los gritos de su compañero.
Asqueado, Montgomery contempló los gusanos que había vomitado su compañero. James ya estaba recuperando el control, más o menos. Ninguno de ellos entendía muy bien lo que estaba pasando, pero quizá ya era tarde para hacer otra cosa que comprobar a dónde les llevaba todo aquello. Sin decir mucho más, cada uno de ellos agarró uno de los candiles dejados por los hombres que habían abatido y una de las garrafas de combustible, diésel, según comprobaron.
De camino Montgomery vertió algo de diésel tanto en el óvulo que habían tiroteado como sobre alguna de la vegetación, esperando algún tipo de reacción que no se produjo. Luego, siguieron su camino alumbrados por la luz de sus candiles.
Un poco más adelante de aquel punto donde se habían dado la vuelta, encontraron una ladera rocosa. Tras unos pocos metros de pendiente, podía intuirse lo que parecía la entrada a una cueva. Apagaron los candiles y, con cautela, comenzaron a ascender empuñando sus escopetas.
Estaban acercándose cuando Montgomery creyó escuchar unos crujidos húmedos, un sonido similar al de aquel zorro que se devoraba a sí mismo. Un poco más adelante, vieron una silueta encorvada que pareció girarse hacia ellos. Encendieron los candiles mientras apuntaban hacia la silueta.
Ante ellos vieron a un sujeto desnudo, demacrado. Un macabro gorgoteo se escuchó antes de que, por sus muslos, se deslizase un reguero de sangre, excrementos y bilis. Tras emitir un sonido a medio camino entre rugido, gorgoteo y lamento, la criatura se abalanzó sobre ellos.
Las escopetas vomitaron plomo, arrancando grandes pedazos de carne de aquel ser que, probablemente ya muerto, llegó a impactar contra los compañeros por la simple inercia de la carrera. Todos rodaron ladera abajo en una maraña de brazos, piernas y fluidos. Mientras rodaba, James vio cómo su escopeta salía rebotando de su mano para perderse en la espesura.
Tras comprobar tanto que la criatura estaba muerta como que los candiles se habían roto en la caída, los dos compañeros volvieron a ascender por la ladera para internarse en la cueva. Con satisfacción, comprobaron que sus linternas volvían a funcionar.
Se encontraban en una amplia bóveda natural. Se habían pintado símbolos rituales en las paredes y, en el centro, podía verse una enorme roca plana con una inquietante mancha parduzca sobre su superficie. También vieron allí varios focos montados sobre trípodes y un par de generadores diésel. Montgomery retiró la pequeña tapa plástica de los aparatos a fin de anotar sus números de serie por si podía localizarse al comprador.
Sabiendo que, probablemente, Lemuel y su compañero habían ido a pedir ayuda, decidieron aguardar allí para tender una emboscada. Así, se agazaparon en la oscuridad y apagaron las linternas.
No tuvieron más que quince o veinte minutos de calma antes de empezar a escuchar un extraño repiqueteo sobre la roca. Cuando quisieron encender las linternas, estas no funcionaban, tampoco los generadores. Alarmados, decidieron salir al exterior. El sonido del repiqueteo era cada vez más evidente y parecía provenir de más sitios.
Tras alejarse unos metros de la entrada, bajando la ladera, comprobaron que sus linternas volvían a funcionar. Cuando enfocaron los haces de luz hacia la cueva, descubrieron a varios insectos similares a grotescos escarabajos de dos palmos y cubiertos por afiladas placas óseas. Las criaturas alzaron el vuelo hacia ellos.
Mientras James corría sendero abajo, Montgomery disparaba sobre uno de los enormes insectos. Aunque el disparo no acertó, el agente consiguió emplear su arma para golpear a la criatura como en un bateo, enviándola hacia la espesura. Luego, corrió tras su compañero.
Corrieron sendero abajo, con los pulmones a punto de explotarles por el esfuerzo. Tropezaban y caían una y otra vez, se arañaban con la maleza y, en un momento dado, uno de ellos metió el pie en aquel charco de semen antes de pasar junto a los cadáveres de los hombres que habían abatido. Ya estaban cerca del molino, tuvieron que dejar de correr por mera exigencia física, aquella carrera se había convertido casi en un andar tambaleante.
Entonces vieron luces: dos coches, acercándose por el camino de tierra que llevaba del pueblo hasta el molino.
Los compañeros corrieron a esconderse entre la maleza justo a tiempo de no ser alumbrados por las luces de las camionetas. Ocho hombres, todos armados con rifles o escopetas, bajaron de los vehículos y tomaron el sendero de caza en dirección a la cueva. Lemuel, Cotton y Solomon, el dueño de la serrería, estaban entre ellos. Por suerte, no divisaron a los agentes.
Sabiendo que no podían enfrentarse a todos esos hombres armados, James y Montgomery decidieron ir a la iglesia. Les había asaltado la certeza de que el reverendo Crane estaba al mando de aquellos hombres y era su oportunidad para llegar hasta él... y con ello hasta Tommy Hargrove.
Encontraron las cuatro ruedas de su vehículo rajadas, de modo que subieron a una de las camionetas. Tras un rato manipulándola, Montgomery logró hacer un puente y arrancar el motor. A más velocidad de la prudente, tomaron el camino de tierra hacia el pueblo.
Montgomery paró la camioneta en el aparcamiento de la iglesia. Confiando en que el reverendo, y quizá Murray si estaba con él, les confundiera con alguno de sus hombres, decidió tocar el claxon. Como respuesta, recibió un fogonazo surgido desde la oscuridad de la puerta del templo, acompañado por el sonido de la detonación. El disparo hizo saltar en pedazos la luna del coche, acribillando con los cristales el rostro de Montgomery.
James vio a Murray salir corriendo de la iglesia hacia la camioneta mientras empuñaba una escopeta. El agente disparó su Glock, acertándole en la cadera. Tras renquear hacia un lateral, el hombretón devolvió el fuego. James notó las postas entrando en su pecho como una sucesión de mazazos ardientes antes de perder la consciencia.
Montgomery, que había logrado abrir los ojos en mitad de aquel desastre sanguinolento que era u rostro, pisó a fondo el acelerador mientras giraba el volante. Murray logró efectuar un último disparo antes de que el coche lo arrollase mortalmente. Las postas destrozaron la clavícula de Montgomery que, al igual que su compañero, quedó inconsciente.
Fue el propio Montgomery el primero en volver en sí para, como en una nebulosa, ver acercarse a un hombre envuelto en una túnica marrón, con el rostro cubierto por una careta astada fabricada a partir del cráneo de un ciervo. El hombre portaba un hacha de leñador.
La mano temblorosa del agente trató de alzar la Glock que acababa de desenfundar, pero el hacha silbó en el aire para incrustarse en su ya destrozada clavícula. Por suerte, el mango del arma había tropezado con el borde de la ventanilla del vehículo, impidiendo que el hachazo fuese certero y decapitase a Montgomery que, sin embargo, volvió a perder la consciencia.
Por suerte para él, James abrió los ojos mientras expulsaba un enorme borbotón de sangre por su boca. Sin apenas poder respirar con su pecho destrozado, vio como el hombre de aquella extraña careta alzaba el hacha para descargarla sobre su compañero inconsciente. Entre horribles dolores, alzó su pistola para vaciar el cargador a hacia la ventanilla.
Los impactos de bala desestabilizaron al hombre, cuyo hachazo rebotó en el techo de la camioneta antes de que el tipo se desplomase de espaldas, muerto, sobre el suelo del aparcamiento. James esbozó una última sonrisa rezumante de sangre antes de morir.
Pasaron todavía unos minutos hasta que Montgomery recuperó el sentido. Lo primero que vio fue el cadáver de su compañero James sentado junto a él, con el pecho destrozado por las postas de escopeta. Tremendamente, dolorido tanto por su clavícula destrozada como por los cristales que habían desfigurado su rostro, se bajó tambaleándose de la camioneta.
Se acercó al cuerpo del tipo de la máscara de ciervo solo para constatar lo que ya sospechaba al quitársela: era el reverendo Josiah Crane. Tomó unos segundos para recobrar el aliento antes de empuñar de nuevo su pistola y encaminarse hacia el interior de la iglesia con paso torpe.
Entró en la capilla, apenas iluminada por la luz de la luna que se filtraba a través de los ventanales. Sin pensarlo dos veces, comenzó a llamar a Tommy Hargrove a gritos. Para su sorpresa, después de un par de intentos, logró escuchar unos gritos casi infantiles que parecían provenir de algún lugar bajo el suelo.
Frenéticamente, y aún a pesar de su deplorable estado, se afanó en encontrar algún tipo de acceso a un sótano en la capilla. Fue en vano, allí no había nada. Fue entonces cuando recordó su tenso encuentro con Murray en la cocina, de modo que pensó que quizá el acceso estuviese en ese lugar.
Caminó hacia allí, dejando un rastro de sangre derramada sobre el entarimado. Notaba dolor al caminar, dolor al respirar... pero ya estaba cerca, Tommy Hargrove estaba en aquel lugar, probablemente había estado allí todo el tiempo.
Entró en la cocina y comenzó a buscar. Seguía escuchando los gritos de Tommy, ahora mucho más cerca. Quizá por eso no pudo escuchar las suaves pisadas del pastor alemán, aquel cuya caseta nunca había visto ya que, en su día, no terminó de rodear la iglesia al detenerse en la puerta trasera que daba a la cocina.
El enorme perro saltó sobre él, arrancándole una parte de la garganta de una dentellada. La Glock cayó de sus manos y el suelo se estrelló dolorosamente contra su espalda. La sangre tibia manaba a raudales, aunque toda esa tibieza fue sustituida pronto por una sensación de frío que, sin embargo, tenía algo de agradable.
Y allí, escuchando los gritos de Tommy Hargrove pidiendo auxilio mientras veía como un enorme pastor alemán comenzaba a devorar sus intestinos, Montgomery Kelley murió.

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