Los Reinos (T4) - Las Tablas del Destino (7/X)

Tras un trepidante asalto al tren relámpago de Sharn, los compañeros habían logrado capturar a Ianphanis d'Medani. Este reveló la existencia de una cámara secreta bajo la Torre Medani, custodiada por forjados y con una alarma vinculada directamente a su padre, el Barón Trelib. A acero y magia, el grupo se abrió paso a través de la Torre Medani hasta llegar a la cámara secreta construida junto al lecho magmático del planeta. Habían derrotado a todos los forjados guardianes, pero la llegada del mismísimo Trelib d'Medani junto a sus tres rakshasa guardaespaldas volvía a complicar las cosas.



Olvidada cualquier opción de diplomacia, Vanuath fue el primero en actuar, disparando uno de los proyectiles mágicos de su ballesta sobre uno de los rakshasa. Lamentablemente para el bribón, la esfera de energía impactó mansamente en el pecho del felínido. Al tiempo, Zenit lanzaba un relámpago con su bastón que tampoco golpeaba a ningún objetivo.

El contraataque de los rakshasa fue demoledor: cada uno de ellos conjuró una bola de fuego, llenando el pasillo de llamas que envolvieron a Sathelyn y Zenit, sus oponentes más cercanos. Al tiempo, unas runas luminiscentes surgieron en torno a las manos del barón Trelib mientras su voz resonaba en el pasillo.

¡Titanes, a mí!

La enorme puerta acorazada a espaldas de Cinthork y Vanuath, que aún retenían al baronette Ianphanis, se abrió con un chasquido al que seguía un siseo de vapor. Desde el interior de la cámara surgieron tres descomunales figuras forjadas con materiales diversos, placas metálicas y engranajes que matraqueaban. Cada uno de ellos llevaba una espada y un hacha descomunales en lugar de extremidades. Los titanes forjados se arrojaron a toda carrera hacia la retaguardia de los compañeros para embestir a Cinthork, que logró aguantar el tipo a duras penas.

El paladín minotauro respondió asestando un par de poderosos martillados en el pectoral acorazado de uno de los titanes, deformando el metal con sus golpes. Al tiempo, Jesper convocaba un planetario frente a uno de los rakshasa a vanguardia. El alto y musculoso celestial de piel verdosa y alas blancas propinó un buen par de tajos con su enorme espada al felínido.

Escurriéndose tras la espalda de Cinthork, Vanuath disparó sus dos ballestas contra uno de los titanes que combatía el minotauro. Los proyectiles mágicos hendieron el metal y se quedaron allí incrustados mientras Sathelyn alzaba su Arco de Pesadillas hacia el rakshasa que tenía en frente. Con los ojos abiertos de par en par, y sangrando levemente por la nariz, el hombre-tigre retrocedió para alejarse de aquella mujer que tanto le aterraba.

En ese momento, Zenit señaló al barón y le ordeno morir. Trelib d'Medani dio un par de tambaleantes pasos hacia atrás antes de desplomarse muerto. Ianphanis, su hijo, dio un grito desgarrador mientras se dirigía a los compañeros entre lágrimas.

—¡No! ¿Qué habéis hecho? —sollozaba—. ¡Los titanes van a matarnos a todos! Solo mi padre podía detenerlos...

Pero no había tiempo para demasiadas consideraciones. Los rakshasa arrojaron otra lluvia de bolas de fuego sobre Sathelyn y Zenit que, por desgracia, acabó con el mago elfo tendido en el suelo, inmóvil y humeante.

Mientras, Cinthork aguantaba a duras penas la nueva embestida de un titán, mientras evitaba que otro le partiese en dos con su enorme hoja. El tercer titán se lanzó a la carrera sobre Vanuath que, aunque fue impactado de refilón, logró rodar para ponerse a salvo.

Mientras asestaba otro par de golpes a su enemigo en peor estado, Cinthork convocó su martillo espiritual. El arma de energía se materializó flotando ante el rakshasa que, en ese momento, saltaba sobre el cuerpo inerme de Zenit para atacar el costado de Sathelyn. Jesper, viendo la situación, desplegó una oleada de luz dorada que restañó las heridas de Zenit, Cinthork y Vanuath.

Con fuerzas renovadas por la curación del sacerdote, Vanuath volvió a rodear el cuerpo de Cinthork para disparar sus ballestas sobre uno de los titanes: un virote se clavó en el pectoral metálico, pero el segundo entró por una junta, haciendo brotar una explosión de aceite y vapor. Tras dar un torpe paso a un lado, el constructo se desplomó sobre el suelo en una lluvia de baldosas rotas.

Mientras, Sathelyn atravesaba con una de sus flechas a uno de los rakshasa, que acababa de ser herido por el planetario de Jesper al tiempo que Zenit, que acababa de ponerse en pie de nuevo, lanzaba un rayo desintegrador para producir un terrible destrozo en el torso de uno de los titanes, haciendo caer piezas metálicas en estado incandescente y aceite burbujeante.

El rakshasa aterrado por Sathelyn disparó su ballesta de mano contra la guerrera, pero tenía tanto miedo que erró el tiro. Zenit también eludió los tajos de otro felínido con bastante agilidad. A la vez, los dos titanes embestían a Cinthork y Vanuath, que mantenían el tipo como podían ante sus brutales oponentes.

El martillo del paladín minotauro se iluminó entonces con el divino poder de Tyr, asestando un golpe que destrozó la gruesa coraza de uno de los titanes, haciéndole caer como un amasijo de hierros humeantes. Jesper aprovechó para disparar el rayo desintegrador de su armadura contra el último de los forjados, pero falló. El rayo desintegrador impactó en el techo, quizá dañando la estructura del lugar, ya que algo de lava comenzó a gotear por la hendedura. Mientras, al otro lado del pasillo, el martillo espiritual de Cinthork asestaba un par de golpes bastante inofensivos al rakshasa que atacaba a Zenit.

El propio mago usó su varita para disparar dos flechas de ácido contra el último de los titanes: una de las flechas impactó haciendo humear su coraza, aunque la otra golpeó el techo, haciendo chorrear una preocupante cantidad de lava. A su lado, Sathelyn atravesaba el cráneo del rakshasa aterrado con una de sus flechas al tiempo que en el lado opuesto del pasillo Vanuath volvía a ganar el punto ciego de su oponente para colar dos virotes en la zona más desprotegida del titán. El último de los forjados se desplomó con un estridente matraqueo.

El único oponente en pie, uno de los rakshasa, decidió que no se le pagaba tanto como para morir allí, de modo que permitió que lo maniatasen tras entregar las armas.

Los compañeros aprovecharon aquel momento de quietud para que el planetario de Jesper les sanase las heridas. Con su trabajo hecho, el celestial se despidió respetuosamente del sacerdote antes de desvanecerse.

Con el camino ya expedito, entraron en la cámara acorazada propiamente dicha. Allí encontraron algunas monedas y gemas de gran valor, así como un par de pociones que podrían serles útiles en algún momento. También pudieron ver un portal verdoso resplandeciendo al fondo de las estancia.

Cruzaron el portal para verse transportados a un espacio interdimensional en el que se había erigido un templo de blancas columnatas. Un enorme glifo incandescente apareció flotando en el aire para, un momento más tarde, desaparecer descomponiéndose en una serie de haces de luz que se alojaron en el pecho de cada uno de los presentes, incluido Ianphanis d'Medani, al que habían llevado con ellos.

Regresaron a través del portal hacia la cámara acorazada. Jesper resucitó al barón Trelib d'Medani, que se deshizo en improperios hacia aquellos intrusos que habían secuestrado a su hijo y, lo más importante, acababan de robarle. Los compañeros, haciendo poco caso, le advirtieron sobre la llegada de más grupos que pudiesen asaltar el lugar.

Luego, Zenit teleportó a los compañeros de vuelta al lugar donde se encontraba el portal hacia Sigil. El conjuro no funcionó óptimamente, así que aún tuvieron que caminar un par de kilómetros hasta aquella zona portuaria donde el acceso a la Ciudad de las Mil Puertas se ocultaba.

Tras cruzar el portal de vuelta a Sigil, el simbionte Naz Taek les informó de que los Zhentarim habían salido por el portal. No pudo darles muchos detalles más allá de que Lord Manshoon parecía especialmente contrariado por lo que quiera que fuese que les había ocurrido en Eberron.

Zenit envió un mensaje mental a Éloze. La fantasma, contenta por verlos de vuelta, guió al grupo a una posada del Barrio de los Gremios. Allí, los compañeros pudieron descansar y reponerse antes de visitar el Ministerio de Asuntos Interplanares al día siguiente. Tras hablarlo, decidieron que el mundo de Athas sería su siguiente destino.

Vonkham, el enano oriundo de Eberron que llevaba la sección relativa a ese mundo, les agradeció enormemente las especias que le trajeron de su mundo natal. Del mismo modo, les informó que el responsable de lo referente a Athas era un tal Chak-Yha, una especie de hombre-mantis cuya preferencia culinaria era la carne de elfo... aunque ya estaba integrado y ni Jesper, ni Vanuath, ni Zenit tenían nada que temer.

El despacho de Chak-Yha, perteneciente a la especie de los thri-kreen, estaba decorado con numerosos motivos tribales y objetos de hueso y pedernal. Mientras atendía con cortesía a sus visitantes, tratando de esconder un cráneo de elfo que adornaba su escritorio, les advirtió de que su mundo natal era un lugar bastante hostil. De hecho, le pareció curioso que alguien quisiese visitarlo... sobre todo dos grupos en menos de una semana.

Según la descripción que pudo darles, no eran sino los Magos Rojos de Thay quienes parecían haberles precedido a Athas. Cinthork mostró su preocupación, pues le infundía demasiado respeto la posibilidad de un enfrentamiento con cinco individuos de tanto poder arcano.

Según les dijo Chak-Yha, El Corazón de la Negrura solo podía hacer referencia a La Esfera Negra, ubicada en el mismo centro de la ciudad de Ur-Draxa; concretamente en el sanctasanctórum del Dragón. Era sólo un rumor y nadie la había visto realmente salvo el propio Dragón, señor de Ur-Draxa y los Lores Muertos, los visires del Rey-reptil.

Se despidieron del thri-kreen, que les pidió que le trajesen un recuerdo de Ur-Draxa (si improbablemente sobrevivían), antes de regresar a su posada para debatir los siguientes pasos a dar.

Se encontraban en el salón de la hospedería, debatiendo sobre cómo equiparse para un mundo tan árido como Athas, donde la escasez parecía ser la norma. Mientras trazaban una estrategia logística, un destello captó la atención de Jesper. A través de la ventana, pudo ver una sombra escurriéndose por los tejados de la calle de enfrente. No pudo distinguir bien de quién se trataba, pero la silueta femenina les hizo a todos pensar en Wynna, la agente Zhentarim.

Decidieron cambiar de posada para pasar la noche.

Al día siguiente, guiados por Éloze, se desplazaron al Barrio Inferior, aquel lugar de comercios apestosos y callejones oscuros donde se encontraba el portal a Athas. Lo encontraron en el interior de una casa de adobe habitada por Shine, una gladiadora humana que les confirmó que los Magos Rojos ya habían pasado por allí. También les dijo que no esperaba que ni los hechiceros ni el propio grupo regresasen con vida.

Cruzaron el portal para llegar a un viejo sótano que parecía llevar siglos abandonado. Solo unas pisadas sobre el polvo delataban que alguien había estado allí hacía no mucho. Jesper empleó el poder de su dios para buscar posibles trampas, confirmando que el lugar estaba libre de ellas.

Salieron al exterior, dándose cuenta al momento de que todo lo escuchado acerca del calor que hacía en Athas se quedaba corto. De hecho, todos menos Cinthork sufrieron al poco tiempo mareos y náuseas debido a las altas temperaturas. Aquello podría ser muy complicado durante el par de días de marcha a través del desierto que tenían hasta la localidad que el mapa señalaba como Kifata.

Por suerte, las plegarias de Jesper contribuyeron a mitigar los rigores del clima, mientras que Cinthork se encargó de conjurar comida y bebida merced a las bendiciones de su dios. El camino se les hizo, sin duda, mucho más llevadero.

Cuando llegaron a Kifata, encontraron un panorama desolador. Los Magos Rojos habían atacado la aldea, dejando más de dos docenas de muertos y bastantes heridos. Tras convencer a los lugareños de que no eran una amenaza, los compañeros ayudaron a atender a los heridos y sepultar a los muertos.

A cambio del agua que el grupo traía consigo, y alguna más que conjuró Cinthork, los lugareños les permitieron quedarse con uno de los barcos-trineo que los Magos Rojos habían destruido, si es que podían repararlo. Además, uno de los habitantes de Kifata les enseñó a manejar aquellos artilugios.

Así, impulsados por un viento favorable que a través de Jesper, les proporcionaba Lathander, los compañeros se hicieron a navegar sobre el Mar de Polvo athasiano.

Se deslizaron durante unos quince días sobre aquella explanada de arena blanca tan fina que se podría tragar a cualquiera que pusiera sus pies sobre ella. Comían y bebían lo conjurado por Cinthork durante la travesía y trataban de mantenerse a la sombra proporcionada por la vela del trineo.

En un momento dado, el armatoste se detuvo en seco. Jesper, Sathelyn y Zenit lograron agarrarse a tiempo, mientras que Cinthork y Vanuath rodaron por la cubierta. Se miraron confusos durante un rato, hasta que vieron emerger del polvo los gigantescos tentáculos espinosos. Un momento más tarde, una enorme cabeza bulbosa surgió a proa, justo frente a Jesper.

El sacerdote retrocedió a trompicones, librándose por muy poco de aquella boca plagada de hileras de colmillos. Mientras Cinthork se ponía en pie rápidamente para correr hacia proa, Sathelyn le colocaba un par de flechas a la enorme cabeza del monstruo. Por su parte, Zenit ordenó morir a la criatura que, si bien no lo hizo, si se retorció de dolor al ser golpeado por aquel conjuro de Dedo de muerte.

Los tentáculos del horror del polvo se movieron rápido, atrapando a Vanuath antes de que pudiese hacer algo siquiera. Cinthork fue el siguiente. Jesper y Zenit, aunque lograron eludir alguno de los seis apéndices restantes, también acabaron inmovilizados por la criatura. Por suerte, Sathelyn si logró eludir todos los intentos de atraparla por parte del monstruo.

Mientras Cinthork forcejeaba con impotencia, viendo cómo el tentáculo le dirigía hacia la boca del horror del polvo, Sathelyn apuntaba cuidadosamente. Las dos flechas fueron disparadas en sucesión, impactando contra la cabeza de la criatura y extendiendo una fina capa de escarcha sobre ella. Con un crujido lastimero, la criatura murió mientras aflojaba su presa, tanto sobre el barco como sobre los compañeros, antes de hundirse en Mar de Polvo.

Continuaron su travesía durante otros quince días más, hasta divisar la Tormenta de Cenizas. Era todo lo que les habían contado y más: una enorme cúpula de tierra en suspensión que se arremolinaba impulsada por veloces vientos de marcado carácter antinatural. Relámpagos rojizos surcaban el caos aquí y allá.

Se acercaron lo suficiente como para comprobar que, allí donde la tormenta tocaba tierra, los vientos habían horadado el Mar de Polvo, hasta dejar la tierra desnuda. De ese modo, podrían caminar sobre el lecho de roca para cruzar la Tormenta de Cenizas.

Fueron diez días de auténtico tormento. Azotados por los vientos y sin poder descansar en mitad de aquel caos, los compañeros avanzaban penosamente mientras los rayos rojizos descendían al azar para tocar tierra. Jesper, Vanuath y Zenit fueron golpeados por los rayos, pero sobre todo Sathelyn: la guerrera recibió el impacto de más de media docena de esos haces rojizos durante aquel periplo. Jesper y Cinthork tuvieron que recurrir al poder de sus respectivos dioses para, mediante la sanación, poder mantener con vida al grupo.

Salieron de aquel infierno para encontrar algo no mucho más alentador. Ante ellos se extendía una interminable llanura de roca volcánica. Lo único que rompía la negra monotonía del paisaje eran las súbitas erupciones de pequeñas grietas magmáticas o los charcos de lodo burbujeante.

Los compañeros buscaban donde acampar cuando un chillido rasgo el cielo, imponiéndose incluso al fragor de la Tormenta de Cenizas que aún rugía sobre ellos. Alzaron la vista para ver a tres enormes rocs montados por jinetes que volaban directamente hacia ellos.

Sin pensarlo dos veces, Sathelyn disparó dos flechas contra el pecho de una de las gigantescas águilas, que chilló de dolor. Al tiempo, Cinthork usaba su capa mágica para elevarse al encuentro de otro de los enormes pájaros. Y mientras Zenit se hacía invisible, Jesper invocaba a un deva astral frente al tercer roc. El celestial de piel dorada y alas de plata se materializó en el aire para golpear a la enorme rapaz con su espada.

Tanto Cinthork como el deva esquivaban con bastante soltura las arremetidas de los rocs que trababan de destrozarles con sus garras mientras los jinetes lanceaban sin éxito. Uno de los rocs descendió en picado sobre Vanuath que, sin embargo, rodó por el suelo para ponerse a salvo. El ladrón zizagueó entre sus compañeros para encontrar un ángulo muerto en la visión del roc que combatía con el minotauro: sus dos virotes impactaron en el cuello del gigantesco pájaro.

Jesper, desde el suelo, lanzó el rayo desintegrador de su armadura, aunque no encontró a su objetivo. Sí lo hicieron las flechas de Sathelyn, hiriendo a la criatura y a su jinete. Al tiempo, Cinthork asestaba un potente martillazo que hacía tambalearse a su oponente. Zenit, por su parte, usaba su bastón mágico para lanzar un golpe de rayo que pasaba demasiado lejos de su objetivo.

El combate en las alturas era encarnizado, pero Cinthork y el celestial continuaban manteniendo a raya a dos de los rocs. El tercero descendió sobre Zenit, que logró ponerse milagrosamente a salvo gracias a sus reflejos. Las dos siguientes flechas de Sathelyn se alojaron en el cuello del roc que combatía con el deva, haciendo que cayese en barrena para aplastarse contra el suelo en una explosión de fragmentos de piedra volcánica.

Desde el suelo, Vanuath logró disparar dos virotes más a la zona desprotegida del pájaro que acosaba a Cinthork: uno de ellos le entró por el ojo, haciendo que la criatura cayese desde las alturas para estrellarse mortalmente contra el suelo.

El último roc descendía nuevamente sobre Zenit, pero Jesper le hizo desviarse cuando los tres haces de fuego que conjuró le impactaron en un ala. Antes de que pudiera rehacerse, Zenit logró paralizar al jinete con su Cetro del Tirano. Con su jinete paralizado, la enorme rapaz emprendió la huida.

Por suerte, la velocidad proporcionada por la capa de vuelo de Cinthork permitió que el minotauro alcanzase al gran pájaro. Apenas tuvo que asestarle un par de buenos golpes para que el ave se mostrase inclinada a dejar que aquel hombre-toro se llevase a su jinete.

De vuelta con el resto del grupo, cuando el efecto de la parálisis del cetro hubo concluido, interrogaron al jinete.

Aparte de lo poco que ya sabían acerca de Ur-Draxa, les explicó que tenían por delante la Calzada del Dragón: una serie de islas de obsidiana que conducían hasta la isla de Ur-Draxa y permitían cruzar el mar magmático conocido como Anillo de Fuego. Cada isla medía unos treinta por treinta metros y era una superficie cuadrada de piedra pulida que se elevaba a quince metros del magma en una pared vertical. Las islas estaban separadas con una distancia de unos seiscientos metros entre sí. También les dijo que había unos enormes constructos, gólems de magma, custodiando algunas de aquellas islas.

Respecto a Ur-Draxa, les dijo que la ciudad circular estaba situada sobre una plataforma de piedra de doscientos metros de altura con paredes lisas. La muralla medía unos cuatrocientos metros de ancho y se elevaba unos quince, hasta tocar la Tormenta de Cenizas. Cada puerta de la ciudad poseía un encantamiento que reconocía a los autorizados a entrar a la ciudad. Si un extraño la atravesaba, se alertaría automáticamente a los guardias de la puerta. Además, el intruso sufriría algún tipo de daño mental, según había oído el soldado.

Satisfechos con lo revelado por el hombre, los compañeros continuaron su avance. Vanuath se retrasó para, según explicó, liberar al jinete en un lugar en el que no representase peligro para el grupo. Eso no llegó a suceder: Vanuath degolló a aquel infeliz en cuanto sus compañeros dejaron de estar a la vista.

Durante el par de días que avanzaron por el llamado Valle de Polvo y Fuego, pudieron ver algunos rocs patrullando el cielo a lo lejos, aunque ninguno se acercó lo suficiente como para detectarlos. Finalmente, llegaron a aquel inmenso mar de lava fundida en el que, a lo lejos, podía vislumbrarse la primera de las enormes islas de obsidiana.

Tenían ante sí la Calzada del Dragón.


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