Los Reinos (T4) - Las Tablas del Destino (8/X)
Tras derrotar al Barón Trelib d'Medani, sus rakshasa guardaespaldas y los tres titanes forjados que guardaban su cámara acorazada, los compañeros habían logrado hacerse con el Glifo del Destino oculto en el mundo de Eberron. De vuelta en Sigil, se prepararon para viajar a Athas, un mundo hostil donde sabían que ya se encontraban los Magos Rojos de Thay. Allí, tras ayudar a los supervivientes de una aldea atacada por los malignos hechiceros, luchar con un horror del polvo y cruzar la Gran Tormenta de Cenizas, los compañeros terminaron combatiendo contra un grupo Guardias del Dragón a lomos de rocs. Ahora, tenían ante ellos la legendaria Calzada del Dragón, único paso para atravesar el inmenso mar de lava conocido como el Anillo de Fuego.
Jesper invocó la ayuda de Lathander para averiguar si había algún tipo de guarda mágica que impidiese el acceso a la Calzada del Dragón, descubriendo una especie de distorsión en la urdimbre que impedía la teleportación, así como la conjuración sobre el espacio que ocupaba el Anillo de Fuego. Conociendo este problema, los compañeros decidieron que Zenit arrojase conjuros de vuelo sobre todos ellos. Esto les obligaría a pernoctar en cada isla a fin de que el mago elfo tuviera tiempo de restablecer su magia, pero menos era nada.
Así, volaron hasta la primera isla. Se trataba, como ya habían intuido, de una superficie plana y pulida en la que no había absolutamente nada. Sin embargo, lo interesante estaba en la siguiente isla por la que habrían de pasar: cuatro enormes construcciones de obsidiana que imitaban a grotescos humanoides. Estaban constantemente humeando y sus cuerpos eran surcados por grietas que dejaban fluir magma puro. Se trataba, cómo no, de los golems de magma.
A la mañana siguiente, volaron los seiscientos metros que les separaban de la isla en la que aguardaban los constructos. Por el camino, Zenit lanzó un conjuro para aumentar la velocidad de Cinthork, mientras que el minotauro bendecía a Vanuath con la gracia de Tyr. Jesper, por su parte, vertía la bendición de Lathander sobre sí mismo.
En el momento indicado, Cinthork voló raudo a posarse junto a uno de los golems, asestándole un par de potentes golpes con su martillo. Vanuath aterrizaría justo detrás, flanqueándole para colocar un virote en el cuello del monstruo y lanzarle un proyectil mágico con su otra ballesta, aunque este segundo ataque erró.
Sathelyn aterrizó sobre el pulido suelo de obsidiana. Dos flechas de Sathelyn se alojaron en el pecho de un golem al que, un momento después, Zenit le castigaba desde el aire con un rayo desintegrador que causó auténticos estragos en la anatomía de la criatura.
El golem que combatía con Cinthork trató de aplastarle al saltar para luego descender en un golpe con sus manos entrelazadas. Por suerte, el minotauro logró hacerse a un lado justo a tiempo. Otros dos golems corrieron hacia el grupo, uno hacia Cinthork y Vanuath, otro hacia Sathelyn. El último de los constructos arrojó una enorme piedra a Zenit, que a punto estuvo de perder la consciencia y caer a la lava.
Desde el aire, Jesper trató de convocar a un celestial, no recordando las características del lugar donde se encontraba... su cuerpo salió despedido por los aires en una deflagración de energía que le arrojó girando sobre sí mismo hasta que logró controlar su vuelo.
Cinthork golpeó con furia al golem contra el que luchaba, dejándolo lo suficientemente maltrecho para que los proyectiles de Vanuath lo redujesen a un montón de escombros. En un alarde de sangre fría, Sathelyn esquivaba los puñetazos de otro constructo mientras le disparaba a bocajarro con su arco. Zenit, que aterrizó sobre la isla en no muy buenas condiciones, lanzó una flecha de ácido con su varita, pero no acertó a su oponente.
Otro de los golems saltó sobre Cinthork en otro de esos peligrosos golpes a dos manos, pero el minotauro volvió a apartarse. Sathelyn hizo lo propio cuando su adversario trató de atacarla del mismo modo. Jesper, que acababa de posarse, desató una oleada de energía sagrada que arrancó pedazos de obsidiana al oponente de la guerrera.
El martillo de Cinthork, iluminado por la energía divina de Tyr, hizo saltar en mil pedazos al constructo que se abalanzaba sobre él. Al tiempo, Vanuath colocaba dos virotes en la espalda del golem que combatía con Sathelyn justo antes de que un par de flechas de la guerrera acabasen con la integridad de la criatura, haciéndola desmoronarse. Zenit, frustrado, vio como otra de las flechas ácidas de su varita erraba el blanco.
Jesper descargó el rayo desintegrador de la armadura contra el último golem, pero el haz verdoso solo trazó un limpio corte sobre el suelo de obsidiana. Por suerte, Cinthork apareció por el flanco para asestarle un potente golpe. La criatura, que trastabilló un par de pasos, explotó en pedazos cuando las dos flechas consecutivas de Sathelyn le impactaron de lleno.
Con sus enemigos ya reducidos a meros montones de escombros, los compañeros descansaron en aquella isla. Desde allí, podían ver que la siguiente plataforma estaba vacía, por lo que intuyeron que los golems podían estar colocados en las islas de forma alterna.
Pasaron el día siguiente en la tercera isla y acometieron la cuarta un día después, imbuyéndose de los mismos conjuros y bendiciones que en la anterior batalla.
Cinthork volvió a irrumpir asestando terribles golpes con aquel martillo que destellaba con la furia de su dios mientras, a su espalda, Vanuath pivotaba para encontrar los puntos desprotegidos de sus oponentes y colocar allí virotes o proyectiles mágicos. Sathelyn exprimió su arco de congelación, observando como la magia de hielo causaba auténticos estragos en aquellos humeantes constructos. Jesper y Zenit, esta vez con éxito, hicieron saltar pedazos de obsidiana al acertar con sus rayos desintegradores a los monstruos.
Inesperadamente, cuando se encontraban en pleno combate, una patrulla de tres soldados de la Guardia del Dragón apareció para sobrevolar el Anillo de Fuego, arrojándose sobre los compañeros en ayuda de los golems.
Jesper conjuró un rayo de energía plateada que hizo arder el plumaje de uno de los enormes pájaros mientras Sathelyn disparaba a diestro y siniestro sobre otra de las aves hasta abatirla. Aunque la varita de Zenit volvería a fallar, un rayo eléctrico disparado por Vanuath derribaba al roc que se cernía sobre Jesper.
El último de los jinetes en vuelo trato de huir. Cinthork voló tras él con su capa, aunque no llegaría a alcanzarlo porque una de las flechas de Sathelyn derribó a la gigantesca rapaz, que cayó hasta zambullirse en el mar de lava.
El grupo siguió la rutina de descansar tras el combate y, luego, en la isla que encontraban vacía para por la mañana acometer las islas ocupadas por los golems. El poderío de los compañeros les permitió aplastar a los constructos de la sexta y la octava isla, aunque los de esta última estuvieron a punto de ponerles en problemas, golpeando con sus puños la plataforma con la intención de desmoronarla. No tuvieron tiempo de hacerlo antes de ser destruidos.
Después de ocho días que les parecieron interminables, llegaron a la otra orilla del Anillo de Fuego. Tuvieron todavía que caminar un día y medio hasta el pie de la enorme plataforma sobre la que se erigía la ciudad de Ur-Draxa.
Volaron los doscientos metros de acantilado gracias a la magia de Zenit, aterrizando en un punto alejado de las puertas. No había orificios ni ventanas en aquella muralla de obsidiana que parecía hecha en una sola pieza. Dado que la Gran Tormenta de Ceniza tocaba la parte superior de los muros, tampoco había vigías.
Aguardaron un día acampados para que Zenit pudiese lanzar otro conjuro de vuelo sobre Cinthork que, invisible por la capa que le dejó el mago, pudiera ascender a la parte superior de la muralla. Pudo constatar que allí la tormenta de ceniza era tan abrasiva y feroz que hacía el paso imposible.
Contrariado, el minotauro fue rodeando la muralla hasta llegar a una de las puertas, la cual estudió desde su estado de invisibilidad. Era una amplia puerta que carecía de puertas. Una especie de pared alargada situada a unos quince metros de la puerta impedía la visión hacia el interior de la ciudad. Pudo ver a unos quince guardias de los cincuenta que, en teoría, guardaban aquella puerta.
Cuando el minotauro regresó junto a sus compañeros y les puso al tanto, decidieron que Jesper se acercara disfrazado mágicamente como uno de los guardias y usase un conjuro de subyugación para capturar su atención. Después de esto, los demás cruzarían las puertas sin ser detectados, aún asumiendo el daño mental.
Tal y como planearon, Vanuath le cedió su broche a Jesper para que adoptase la apariencia de un guardia y, llegado a la puerta, desató su conjuro sobre los guardias, que quedaron fascinados ante la palabrería del sacerdote, que realmente tampoco estaba diciendo nada en concreto. Sin embargo, en el último momento, los compañeros se echaron atrás: aquel plan les parecía demasiado arriesgado.
Comenzaron a discutir en la misma puerta.
Mientras que Cinthork y Sathelyn abogaban por abandonar Athas y regresar mejor preparados, Vanuath quería entrar en Ur-Draxa a sangre y fuego. Jesper y Zenit, por su parte, se mostraban indecisos. Finalmente, Vanuath sugirió volver a la Calzada del Dragón y aguardar allí la llegada de los Magos Rojos, a quienes suponían haber adelantado en el Mar de Polvo. El plan del bribón pasaba por aguardar a ver qué hacían los hechiceros y, quizá, aprovechar su estela.
Tras meditarlo, acordaron seguir este último plan.
Así, descendieron de la plataforma y cubrieron el día de camino a través de la llanura volcánica hasta la Calzada del Dragón. Eran conscientes de que, tras desvanecerse el conjuro de Jesper, los guardias de la puerta serían conscientes de lo que había ocurrido y quizá alguien les persiguiese.
No fue realmente así. En lugar de que alguien acosara su retaguardia, encontraron a seis individuos aguardándoles frente a la Calzada del Dragón, cortándoles el paso. Cinco vestían túnicas que parecían sacerdotales, probablemente era aquellos templarios de los que habían oído hablar. El otro, un no muerto descarnado, era sin duda un khaisarga: uno de aquellos lores muertos que servían al Dragón.
El khaisarga dejó optar a los compañeros entre servir en una vida de esclavitud o la muerte.
Como probablemente ninguna opción les resultaba muy atractiva a los compañeros, Jesper hizo descender uno de sus rayos plateados, abrasando a un templario hasta casi matarlo; aunque sería Sathelyn quien lo abatió con sus flechas. Cinthork voló con su capa hasta otro, reventándole el cráneo de un martillazo. Vanuath disparó un virote y un proyectil mágico, acertando ambos para herir de gravedad a un tercer templario. Zenit, desesperado, volvió a errar con la flecha ácida de su varita.
A la vez, los tres templarios que quedaban alzaron las manos. Rodeando a Cinthork, Jesper y Sathelyn surgieron tres torbellinos de luz plagados de diminutos dragones espectrales que herían con sus llameantes garras y dientes a los compañeros. A la vez, el khaisarga desplegó una barrera de cuchillas hechas de energía que giraban rodeándole para impedir que nadie se acercase.
Las flechas de Sathelyn abatieron a uno de los templarios casi a la vez que el martillo de Cinthork aplastaba la cabeza de otro. Zenit hizo entonces un gesto con la mano, desmoronando la magia del Lord muerto y haciendo desaparecer la barrera de cuchilla.
El khaisarga, visiblemente asustado, dio un paso atrás. A la vez, Jesper consumía un pergamino en sus manos. Las sagradas palabras de Lathander golpearon de lleno al no muerto, dejándole de pie, con la mirada perdida y balbuceando incoherencias.
El templario que quedaba decidió correr para arrojarse a la lava.
—¡He fallado al Dragón! —gritaba—. ¡Merezco la muerte!
Cinthork saltó sobre él y le detuvo antes de que pudiese hacerlo.
Trataron de hacer al templario, que estaba totalmente fuera de sí. Luego, después de que Jesper restaurase la mente del khaisarga, lo intentaron con él. Fue un interrogatorio duro, en el que incluso le llegaron a arrancar una pierna, pero el no muerto no parecía dispuesto a hablar. Aún así decidieron que lo llevarían con ellos al otro lado de la Calzada del Dragón.
Liberaron al templario que, una vez se vio sin ataduras, corrió a arrojarse a la lava mientras gritaba pidiéndole perdón al Dragón.
De nuevo, invirtieron otros ocho días en cruzar la Calzada del Dragón hacia el Valle de Polvo y Fuego, donde trataron de acampar en un sitio que les permitiese vigilar de forma más o menos discreta el acceso de la Calzada del Dragón.
Estuvieron allí acampados durante diez días hasta que, una mañana, divisaron una patrulla de tres rocs acercándose. Trataron de ocultarse, pero les fue imposible hacerlo de criaturas voladoras en un terreno tan despejado.
Jesper se apresuró a convocar a un deva astral frente a uno de los enormes pájaros al tiempo que Sathelyn comenzaba a disparar flechas. Zenit, esta vez sí, lanzó un relámpago que envolvió a otro de los pájaros. Las aves descendieron y, justo cuando estaban a punto de tocar suelo, una mujer saltó de la grupa de uno de ellos. Había viajado junto a uno de los jinetes.
Era una mujer con aspecto de guerrera que, de inmediato, hizo saltar el resorte de sus muñequeras para desplegar las afiladas hojas que estas ocultaban. Asestó un buen par de tajos a Zenit con ellas. Mientras, uno de los argénteos rayos de Jesper hacía arder las plumas de uno de los pájaros.
—¡Mátalos a todos, Amandia! —gritaba el khaisarga mientras la mujer esquivaba un proyectil mágico de Vanuath y luego desviaba uno de sus proyectiles con la hoja—. ¡Hazlos pedazos!
Para desgracia del Lord muerto, la briosa acometida de la mujer duró hasta que el golpe de rayo disparado por una de las ballestas de Vanuath la envolvió, extendiéndose también hasta dos de los rocs... e incluso Cinthork, que apretó los dientes para soportar el dolor. Uno de los rocs y su jinete acabaron totalmente carbonizados, mientras que Cinthork destrozaba la caja torácica de la tal Amandia de un poderoso martillazo.
Vanuath descargó su último golpe de rayo sobre los dos rocs de su otro flanco, dañando también al deva astral invocado por Jesper. Uno de los pájaros, el que combatía con el deva, se desplomó humeando. El otro, malherido, fue derribado a continuación por las flechas de Sathelyn.
Finalizado el combate, mientras tomaban aliento, los compañeros tuvieron que escuchar al khaisarga explicar que, en realidad, la tal Amandia nunca había sido para tanto, y por ello unos incompetentes como ellos habían podido derrotar a la Guardia del Dragón. Haciendo caso omiso, Cinthork propuso que movieran el campamento.
—¡Sí! ¡Cárgame, hombre-toro! —gritó el alborozado khaisarga—. ¡Llévame al próximo campamento, maldito animal!
Lo que hizo el minotauro fue amordazar al Lord muerto para, posteriormente, iniciar la marcha arrastrándolo del único pie que le quedaba. Durante todo el trayecto, así como los dos días posteriores que permanecieron acampados, el no muerto no dejó de intentar escupir improperios a través de la mordaza.
Fue tras aquellos dos días cuando Jesper sugirió invocar un elemental de aire para que localizase a los Magos Rojos. Con todos de acuerdo, el sacerdote envió a la criatura a buscar en la dirección por la cual esperaban la llegada de los hechiceros. El elemental regresó a la media hora, indicando que los magos estaban a menos de dos horas de camino. Según les contó la criatura, las ropas de los magos indicaban que habían tenido problemas por el camino, pero todos parecían bastante enteros.
Esta vez, el grupo logró ocultarse con diligencia para no ser detectado por los Magos Rojos, que pasaron de largo.
Aunque uno de los hechiceros trató de teleportarse a la primera de las islas de la Calzada del Dragón, siendo golpeado por una andanada arcana como la que zarandeó a Jesper —para algarabía de sus acompañantes—, finalmente los cinco emprendieron el vuelo para cruzar el Anillo de Fuego. Siendo cinco magos, los compañeros sabían que en un par de días podrían cruzar, a diferencia de los ocho que ellos empleaban.
Así, cuando los compañeros hubieron cruzado de nuevo en persecución de los magos, eran conscientes de que estos les llevaban varios días de ventaja. Enterraron al khaisarga cerca de la orilla, ya que Vanuath pensó que sería un castigo adecuado para él. Mientras lo hacían, podían entender sus palabras incluso a través de la mordaza.
—¡No valéis ni para torturarme, malditos inútiles!
Caminaron por la llanura volcánica durante día y medio hasta ver la ciudad de Ur-Draxa en la lejanía. Todo seguiría como la última vez que habían estado allí... de no ser por la inmensa columna de humo que surgía de una de las puertas de la ciudad.
Cubrieron aquella distancia con toda la rapidez que pudieron, llegando hasta la puerta. Allí encontraron una multitud de guardias muertos. Se atrevieron a cruzar el umbral, dándose cuenta de que también las trampas mágicas habían sido desactivadas.
Tras bordear la tapia que se erigía a unos metros de la entrada, se toparon con un panorama desolador.
Aquella ciudad escalonada hecha de casas de adobe parecía un campo de batalla, con muchas casas desmoronadas o incendiadas y decenas de cadáveres esparcidos por las calles: soldados o esclavos.
A lo lejos, podían divisar lo que parecía una muralla interior levantada en el centro de Ur-Draxa. Sobre ella, crepitaba una aurora evidentemente mágica. Sonidos atronadores e impresionantes destellos de luz cegadora surgían de cuando en cuando desde aquel lugar.
Todo indicaba que se estaba librando un combate en su interior.

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