Los Reinos (T4) - Las Tablas del Destino (11/X)
Después de abandonar el Plano de las Sombras, donde los compañeros habían entrado en la Fortaleza de Cavitius para derrotar al mismísimo Vecna, el grupo tomó el portal de regreso a Sigil que se encontraba oculto en el sótano de aquella casa abandonada junto al Río Selintan. Al otro lado del acceso mágico, encontraron de nuevo a Tasha, la hechicera de sangre demoníaca.
La maga les recibió con la mejor de las sonrisas, interesándose por si se habían cruzado con otro grupo que había entrado en Oerth hacía apenas unas horas. El asunto parecía divertirla bastante. Por las descripciones de Tasha, los compañeros adivinaron que se trataba de los Zhentarim. Aquella facción todavía parecía ir bastante retrasada en la consecución de glifos, por lo que no se preocuparon demasiado.
Zenit llamó mentalmente a Éloze, la fantasma que les servía de guía en Sigil, y la pidieron que les llevase hasta la guarida del Colmillo. De camino, los compañeros debatieron la posibilidad de intercambiar alguno de los Glifos del Destino que habían conseguido por el correspondiente a Barovia con los Umbra o los Demonfatas, si es que daban con ellos y estos se mostraban receptivos al intercambio. La naturaleza de los glifos permitía el intercambio voluntario de ellos.
En mitad de estas cavilaciones, llegaron a la guarida del Colmillo. Tras saludar a los ogros de la puerta, accedieron al interior, donde encontraron al Colmillo reprendiendo al Flaco por algún asunto. El Flaco, como de costumbre, prácticamente se desvaneció al ver a los compañeros, mientras emitía un gemido lastimero.
Tras las cortesías de rigor, el Colmillo les informó de que los Umbra se encontraban aún en el mundo de Athas, mientras que los Zhentarim habían accedido recientemente a Oerth. Tras prometer a los compañeros que continuaría al tanto de los movimientos de otras facciones, el Colmillo los despidió de su almacén para continuar con sus asuntos.
Después de su entrevista con el hampón, el grupo pasó el resto del día en el Barrio del Mercado, donde los compañeros pudieron hacerse con algunas pociones. Cinthork, por su parte, encargó un nuevo camisote de mallas que tuviera la capacidad de almacenar un conjuro relativamente poderoso, que podría ser cambiado según el que fuese cargado por Zenit.
Tras esto, pagaron un par de habitaciones en una buena posada del propio Barrio del Mercado y pudieron gozar de un merecido descanso durante la noche.
A la mañana siguiente, los compañeros se dirigieron al Ministerio de Asuntos Interplanares, donde, tras entregarle a Melf el manuscrito de disculpas de Mordenkainen, visitaron el despacho correspondiente al mundo de Barovia. Un tipo de avanzada edad y modos afables llamado Rudolph Van Ritchen fue el encargado de recibirles.
Tras cobrar las tasas correspondientes, Van Ritchen les dijo que Entre La Rosa y El Espino podría hacer referencia a una viejo poema sobre una mansión en la Villa de Barovia, la cual recibía ese nombre coloquial debido a los fantasmas de Rosavalda (Rosa) y Thornbolt (Espino) que, se decía, habitaban el ruinoso inmueble.
Sin mucho más que hacer después de su visita al Ministerio, los compañeros regresaron a la posada para descansar hasta que, al día siguiente, Cinthork pudiese recoger la nueva armadura que había encargado.
Como habitualmente, Cinthork, Vanuath y Zenit compartieron una habitación de tres camas, mientras que Jesper y Sathelyn ocupaban otro dormitorio. Tan profundamente dormían los compañeros, que ninguno escuchó acercarse a las cinco personas que atravesaron el pasillo en mitad de la noche para colocarse junto a sus puertas.
Súbitamente, la hoja de madera de la habitación en la que dormían Cinthork, Vanuath y Zenit se abrió. Aún casi entre sueños, pudieron ver una conocida silueta dibujándose contra la luz que provenía del pasillo.
—Toc, toc... —dijo, sonriendo Wynna, la asesina Zhentarim a la que tan bien conocían.
La ballesta tableteó para liberar un virote que, en pleno vuelo, se transformaría en un rayo eléctrico para impactar en el pecho de Zenit. Mientras el mago elfo se convulsionaba, dos rayos secundarios brotaron desde él hacia Cinthork y Vanuath.
Apenas acababan de ser sacudidos por la electricidad, sin tiempo para la reacción, la asesina se retiró de la puerta y cuatro enormes esferas llameantes entraron en el habitáculo para causar una tremenda deflagración que, además de anegarlo todo en humo y llamas, arrancó parte de la pared que daba a la calle. Cuando el humo se disipó algo, Cinthork y Vanuath pudieron ver dos cosas: a un corpulento demonio con dos cabezas —una de serpiente y otra de lobo—, y el cuerpo de Zenit inconsciente sobre el humeante entarimado.
Casi al mismo tiempo, la puerta de la habitación de Jesper y Sathelyn se abría de golpe para que dos figuras entrasen en el cubículo. Zerana, la mujer alta y fornida de cabello rojo, descargó su espada sobre la cama de Sathleyn, que despertó justo a tiempo de llevarse solo una fea herida en lugar de ser decapitada. El otro intruso, un rakshasa llamado Zeknir, lanzó un par de tajos contra la cama de Jesper, hiriendo también al sacerdote de Lathander.
Levantándose como pudo, Cinthork echó mano de su martillo para golpear a Corgur, que así se llamaba el demonio bicéfalo —un molydeus— posicionado en la puerta de la habitación. Aunque el martilló impactó de lleno, el demonio soltó una carcajada burlona para menospreciar el golpe del paladín. Mientras, Vanuath se arrodillaba junto a Zenit para verter una poción curativa en la boca del inconsciente mago elfo.
Sathelyn, que también había echado mano de su arco y ya se hallaba en pie, disparó dos flechas a bocajarro que impactaron contra el pectoral de la armadura de Zerana, haciéndola retroceder al tiempo que Jesper saltaba de la cama para alzar la mano y desatar el poder de Lathander en aquella habitación: las heridas que tanto Sathelyn como él presentaban pasaron de ser graves tajos a apenas rasguños en un instante.
Mientras, la energía arcana envolvía, en forma de armadura, a un Zenit que ya había recobrado la consciencia. El mago elfo alzó la vista para ver a Cinthork con el rostro transfigurado por el horror, merced a un conjuro que Manshoon —desde el pasillo— le había lanzado para que horribles visiones le hendiesen la mente.
En la habitación de enfrente, Sathelyn esquivaba con soltura los embates de Zerana mientras Jesper retrocedía cuando una de las espadas del rakshasa Zeknir le mordía la carne. Por si fuese poco, Wynna, que había salido a la calle, aprovechaba que la habitación en la que se había iniciado el ataque carecía de pared exterior para disparar dos de sus virotes contra Vanuath, hiriendo al semielfo, que reaccionaba soltando varios improperios contra la asesina.
Los dos siguientes martillazos del Cinthork ya no le hicieron tanta gracia al molydeus, que se tambaleó bajo el dintel de la puerta. Mientras, Vanuath aprovechaba la ausencia de pared para colarse en la habitación contingua —donde un aterrado ocupante le observó atónito— y, desde allí, salir al pasillo. El rayo eléctrico que disparó con su ballesta zigzagueó por el pasillo para alcanzar tanto a Corgur —que había retrocedido al recibir un martillazo de Cinthork— como a Lord Manshoon.
Al mismo tiempo, en la habitación de Jesper y Sathelyn, la guerrera disparaba una flecha fantasmal con su arco mágico. Cuando el proyectil impactó a Zerana, el rostro de la mujer se transfiguró por el terror. Nadie supo lo que estaba viendo, pero fue tan terrible que su corazón no lograría soportarlo, y la enorme guerrera de cabello rojizo se desplomó de bruces en la habitación, muerta.
En ese momento, Jesper volvió a invocar el poder de Lathander para que la dorada luz de su dios inundara la estancia y se derramase hacia el pasillo. Si bien el rakshasa que le hostigaba se vio obligado a retroceder dolorosamente, la peor parte se la llevó Corgur, el molydeus que combatía con Cinthork: su cuerpo estalló en llamas, reduciéndose a cenizas en unos pocos segundos.
Enfurecido por el camino que estaba tomando su operación, Manshoon conjuró una diminuta esfera cristalina que voló por el pasillo hasta explosionar frente a Cinthork en una vaharada de aire helado. Gran parte del pasillo se congeló a la vez que el minotauro se veía obligado a retroceder hacia su habitación con un quejido.
Zenit, que vio como esto sucedía desde la propia habitación, no tuvo mucho tiempo de pensar nada más, pues un par de virotes disparados por Wynna desde la calle le impactaron en la espalda. El mago elfo, no queriendo correr más riesgos de los estrictamente necesarios, empleó la energía necrótica para aumentar su propia resistencia corporal. Al mismo tiempo, el rakshasa Zeknir huía de la habitación de Jesper y Sathelyn hacia el pasillo, no sin antes dejarles como regalo una enorme bola de fuego que envolvió en llamas la estancia.
Cinthork, que se había rehecho mínimamente, salió al pasillo en busca de Manshoon, al que arrojó contra la pared de un potente martillazo. Un instante después, Vanuath reaparecía en el pasillo para alojar un virote en el hombro del mago Zhentarim. Una nueva explosión gélida inundó el pasillo, colándose esta vez también en la habitación donde estaba Zenit, que volvió a caer inconsciente, con su cuerpo colapsado por el intenso frío.
Un momento después, Lord Manshoon murmuraba unas arcanas palabras y se transportaba lejos de aquel pasillo en compañía de Zeknir, el rakshasa. Vanuath pudo mirar hacia la calle justo a tiempo de ver a Wynna perdiéndose a toda carrera por una esquina.
Sin tiempo que perder, Jesper salió a toda carrera de su humeante habitación para arrodillarse junto a Zenit y emplear en él su magia curativa. Los ojos del mago elfo se abrieron despacio, antes de que esbozase una sonrisa tranquilizadora para sus compañeros.
Después de comprobar que todos se encontraban razonablemente bien. Vanuath sugirió ir a ver al Colmillo. El semielfo sospechaba que el gnomo había desvelado la localización del grupo a los Zhentarim. Así, Zenit envió un mensaje mental a Éloze para que pasase por la posada a recogerles.
La fantasma apareció al poco rato, llevándose al grupo por un callejón que apenas se estaba formando justo cuando la guardia del Harmonium llegaba a la posada, aún humeante tras el combate entre los compañeros y los Zhentarim.
Cuando llegaron a la guarida del Colmillo, los ogros que custodiaban la entrada les dijeron que su jefe no se encontraba allí a aquellas horas de la noche. Afortunadamente, se mostraron receptivos a avisarle cuando los compañeros hicieron tintinear las monedas frente a ellos. Uno de los ogros marchó en busca del Colmillo, mientras que el otro les hizo pasar al interior de aquel almacén que servía de base a la banda del gnomo.
Aguardaron un rato allí, vigilados tanto por el ogro como por los ballesteros encaramados a las vigas, que mantenían sus armas mágicas discretamente apuntadas hacia ellos. Al cabo de un rato, en mitad de un destello arcano, apareció el Colmillo, acompañado del ogro que había ido a buscarle.
Tras escuchar por boca de los compañeros la emboscada de los Zhentarim, incluyendo una poco sutil acusación por parte de Vanuath de haberlos traicionado, el Colmillo accedió a darles la ubicación de la facción rival. Sin embargo, les hizo desembolsar una fuerte suma ya que, averiguar aquello, le iba a suponer sacrificar un valioso activo.
Realizado el pertinente pago, el Colmillo se acercó a una de las cajas que había diseminadas por el almacén. Tras manipular un cajón secreto, extrajo de él varias tablillas de arcilla, estrechas y alargadas. Las manoseó un rato hasta encontrar la que buscaba. Luego, devolvió el resto al cajón.
Cuando el gnomo partió la tablilla, un destello de energía trajo consigo al Flaco, con sus manos y pies apresados por grilletes arcanos que lo mantenían suspendido en el aire, formando una X con su cuerpo. Una vez el Colmillo tensó un poco los grilletes, entre sollozos, el Flaco confesó haber proporcionado a los Zhentarim la ubicación de los compañeros a cambio de un jugoso pago. Un poco más de tensión en aquellos grilletes le hizo detallar dónde se alojaban sus contratadores: una discreta posada en el Barrio de los Matasietes.
Obtenida esta información y, en vista de que los compañeros no necesitaban más del Flaco, el Colmillo chasqueó los dedos y los grilletes se separaron bruscamente, desmembrando al Flaco en una explosión de sangre y vísceras. Luego, el Colmillo se limitó a pedir disculpas al grupo por las molestias que su hombre les había ocasionado.
Todavía quedaban unas horas antes del amanecer, de modo que los compañeros le pidieron a Éloze que les llevase a la dirección que el —ahora difunto y troceado— Flaco les había proporcionado.
Guiados por la fantasma, llegaron al Barrio de los Matasietes relativamente rápido.
Mientras Cinthork, Sathelyn y Zenit aguardaban en la calle, bajo las ventanas de lo que —según El Flaco— era la enorme habitación que los Zhentarim habían alquilado en aquella posada, Jesper y Vanuath entraban por la puerta principal y subían al primer piso. Justo cuando estaban ante la puerta, el sacerdote murmuró una plegaria que le permitió descubrir que había algún tipo de guarda mágica allí.
Vanuath y Jesper aún discutían cómo proceder cuando Cinthork, en la calle, empleaba su capa mágica para alzar el vuelo y atravesar las contraventanas de la habitación. Justo cuando irrumpía en la estancia, la trampa mágica desató una oleada gélida que hizo estremecerse de dolor al minotauro. Manshoon le miraba desde la cama con los ojos muy abiertos y el rakshasa Zeknir, de pie en medio de la habitación, tampoco salía de su asombro. Antes de que ninguno pudiese reaccionar, también volando con su capa, Sathelyn entró tras el paladín para colocar dos flechas en el pecho de un sorprendido Zeknir.
Zenit, que se había quedado en la calle sin saber muy bien qué hacer, decidió comenzar a rodear el edificio en busca de Wynna. El mago elfo sospechaba que la asesina andaría por las inmediaciones.
Cinthork se abalanzó sobre Manshoon que, aún en la cama, recibió de lleno el impacto de su martillo al tiempo que Zeknir retrocedía tambaleándose al recibir dos nuevas flechas de Sathelyn en el pecho. Vomitando sangre, el mago Zhentarim murmuró unas palabras que desataron la terrible explosión de varios meteoros de fuego en la estancia, reduciendo a astillas dos de las cuatro paredes, las que daban a la calle. Acto seguido, el rakshasa se aproximaría para lanzar un par de tímidos ataques con sus espadas sobre Cinthork, pero el minotauro interpuso el escudo sin demasiados problemas.
Mientras, Jesper y Vanuath se miraban en el pasillo, sin saber muy bien qué hacer. Al mismo tiempo, Zenit había terminado de rodear la posada: no había ni rastro de Wynna por ninguna parte.
Manshoon, ya en pie, se tambaleó al recibir un nuevo golpe del martillo de Cinthork. Un instante más tarde, retrocedía un paso al clavarse en su clavícula una de las flechas gélidas de Sathelyn, llenándole el pecho de escarcha y dejándolo con los talones donde antes estuvo la ahora volatilizada pared, donde ahora solo había una caída de más de tres metros hasta la calle empedrada.
El mago Zhentarim trató de efectuar entonces algún tipo de conjuro letal sobre Cinthork, pero la protección de Tyr pareció ser demasiado para aquel maltrecho hechicero. Y por si Manshoon un tuviese las cosas suficientemente complicadas, el rakshasa Zeknir le lanzó una mirada de circunstancias justo antes de desaparecer con un destello arcano.
Jesper murmuró su plegaria, deshilvanando el conjuro que guardaba la puerta de la habitación. Como un rayo, Vanuath penetró entonces en la estancia para disparar su ballesta de mano. El virote cruzó volando entre las cabezas de Cinthork y Sathelyn para alojarse en la frente de Lord Manshoon. El hechicero Zhentarim, ya muerto, cayó hacia atrás por el hueco de la volatilizada pared para, tras un corto vuelo, acabar estrellándose con un macabro crujido contra el empedrado.
Los compañeros salieron de allí a toda prisa, mucho antes de que llegase el Harmonium.
La tenue luz arcana comenzaba a iluminar Sigil, de modo que Cinthork decidió que pasaría a recoger su armadura antes de descansar. Así, el minotauro le pidió a Éloze que les llevase al Barrio del Mercado. Por su parte, Vanuath prefirió contratar los servicios del guía locathah Currat, aquel extraño hombre-pez nativo de Oerth al que ya habían contratado en alguna que otra ocasión. El semielfo quería hacerle otra visita al Colmillo.
Vanuath encontró al gnomo enfrascado en sus asuntos, mientras un par de sus hombres trataban, con gesto hastiado, de fregar la enorme mancha de sangre que El Flaco había dejado en el suelo la noche anterior. El semielfo le encargó al Colmillo la tarea de localizar a Wynna y, a cambio de una buena suma, el gnomo se comprometió a tener resultados al día siguiente.
Un par de horas más tarde, todos se encontraban reunidos en una nueva posada del Barrio del Mercado. Descansaron toda aquella tarde y también la noche. Las últimas veinticuatro horas habían sido muy intensas y necesitaban realmente aquel reposo.
A la mañana siguiente, Éloze les guió de nuevo hasta La Colmena, donde el Colmillo les informó de que Wynna había tomado un barco volador la mañana anterior, el cual había zarpado hacia el Plano Astral. El gnomo desconocía el destino del navío, aunque los compañeros supusieron que la asesina había puesto rumbo de regreso a Faerún.
El Colmillo también les informó de que los Umbra habían regresado del mundo de Athas. Esto preocupó sobremanera a los compañeros: los últimos integrantes de la casi extinta civilización Netherese tenían ya cuatro de los cinco Glifos del Destino. Según las informaciones que manejaban, solo les restaría el glifo de Eberron, y el grupo tenía la certeza de que no les llevaría demasiado tiempo conseguirlo.
Vanuath y Zenit propusieron emboscar a los Umbra para eliminar de raíz la amenaza de que una facción como aquella, que ansiaba otorgar el poder de divinidad a su familia real para que pudiera subyugar al resto de las razas, se hiciese con las Tablas del Destino. Cinthork no estaba muy convencido de aquello, dadas las implicaciones de otro combate más en Sigil: hasta ahora habían tenido suerte con el Harmonium, pero aquello podía cambiar.
De ese modo, el grupo decidió finalmente que, ya que los Umbras debían dirigirse al mundo de Eberron, sería allí donde les emboscarían nada más cruzar el portal.
Los compañeros se dirigieron al Barrio de los Matasites, concretamente a aquella extraña vivienda en la que varios engranajes móviles se mostraban en la fachada y donde esculturas hechas a base de metales retorcidos y varios objetos, recibían al visitante en el patio delantero. Saludaron brevemente a Naz Taek, el simbionte que guardaba el portal, antes de internarse una vez más en el mundo de Eberron.
Tras examinar el pequeño almacén al que daba el portal, en el Distrito de Cliffside, los compañeros tomaron posiciones estratégicamente parapetados tras las enormes cajas que debían llevar años allí abandonadas. Allí aguardaron casi durante un par de horas, hasta que escucharon sonidos de presencia en el sótano del almacén, donde se encontraba oculto el portal. Sin tiempo que perder, Jesper lanzó una de sus bendiciones sobre Vanuath al tiempo que el semielfo activaba su capa de invisibilidad.
La puerta de las escaleras del sótano se abrió para dejar ver a un joven y fornido guerrero que empuñaba una lanza: Yder Tánzhul, el menor de los Príncipes Umbra. La ballesta de mano de Vanuath descargó un potente rayo eléctrico que envolvió no solo a este, sino también a los dos hermanos que le seguían: Clariburnus —el asesino— y Rívalen, el sacerdote de Shar.
Cinthork apareció de pronto, cargando desde el flanco para asestar dos poderosos martillazos a Yder, que se tambaleó notablemente antes de recibir dos flechas de Sathelyn en el costado. Mientras, oculto detrás de unas enormes cajas, Zenit invocaba su armadura arcana.
El martillo del paladín minotauro descendió una vez más para aplastar el cráneo de Yder, que quedó sin vida sobre el suelo de tablones. Jesper, que acababa de encaramarse a lo alto de unas cajas, desató una dorada oleada de luz que redujo a cenizas tanto a Clariburnus como a Rívalen, dejando a la vista a un atónito Hadrhuma —el maestro arcano Umbra—, que parecía no comprender lo que ocurría.
En ese momento, Zenit hizo que se materializase un joven dragón astral que, con un rugido, avanzó por el almacén destrozando algunas cajas mientras se dirigía hacia la puertas por la que estaba apareciendo ya el hechicero Hadrhuma.
Cinthork empuñó su martillo mágico para lanzar un haz sónico contra el mago Umbra, pero este, con solo un gesto, hizo que dicho haz rebotase hacia el minotauro, arrojándolo hacia atrás mientras apretaba los dientes por el dolor. Un instante después, el Hadrhuma se desvanecía en una nube de osuridad pura para aparecer junto a Jesper, sobre las cajas que había en mitad del almacén.
Fue entonces cuando el Gran Príncipe Telamonte surgió de la escalera, empuñando su espada contra Cinthork. Por suerte, el paladín minotauro fue capaz de bloquear todos y cada uno de sus ataques.
Un gesto de Hadrhuma bastó para que el dragón astral de Zenit, que preparaba su aliento letal contra el hechicero, se desvaneciese. Acto seguido, desató una tempestad de sombras que envolvió tanto a Jesper como a Cinthork y Vanuath. Los tres sintieron como esa oscuridad les consumía parte de su esencia vital de un modo atroz y doloroso. Por suerte, una flecha de Sathelyn surcó el aire para llevarse la vida del mago, que cayó como un fardo desde lo alto.
En ese momento, Telamonte, que acababa de recibir un buen martillazo de Cinthork, decidió transformarse en un haz de sombras que descendió por el pasillo hasta llegar frente al portal, donde el Gran Príncipe volvió a materializarse antes de atravesar el portal.
A trompicones, dado su lamentable estado, el Príncipe Telamonte dio un par de pasos en el salón de Naz Taek antes de deshilacharse en jirones de oscuridad y acabar de cruzar la estancia hasta la pared opuesta ante la estupefacta mirada del simbionte. Un segundo más tarde, era Cinthork quien irrumpía a través del portal luminiscente.
—¡Guardian! —gritó Telamonte—. ¡Estos malnacidos quieren asesinarme! ¡Requiero la presencia del Harmonium!
Impulsado por su capa voladora, el paladín minotauro cruzó el salón rápidamente hasta el umbra, aferrándole por los hombros. Un gruñido amenazante de Naz Taek fue suficiente para que le soltase. El simbionte lo dejó claro: nadie iba a hacer nada allí hasta que llegase el Harmonium. Telamonte se dejó caer contra la pared, resbalando hasta quedar sentado en el suelo mientras dejaba una mancha de sangre en la pared.
Una patrulla de cinco guardias del Harmonium se personó en la casa pocos minutos después. Escucharon, no sin cierto hastío, las acusaciones de Telamonte hacia los compañeros. Como era de esperar, informaron al príncipe Umbra de que lo ocurrido en Eberron no estaba bajo jurisdicción del Harmonium.
Fue entonces cuando Telamonte solicitó la escolta de aquella patrulla hasta su ciudadela voladora, amarrada en el puerto astral de Sigil. Dado que los soldados no parecían muy dispuestos, decidió motivarlos con un par de valiosas gemas. Aunque Cinthork trató de inmiscuirse para que no aceptaran el trato, las amenazas sobre la responsabilidad que tendría el Harmonium si a él le ocurría algo —y el enfado consecuente de La Dama— acabaron por convencer a aquellos hombres.
Así, el Gran Príncipe Telamonte salió de aquella casa escoltado por el Harmonium.
Totalmente frustrados porque aquel enemigo se les escapase de entre los dedos, tanto Vanuath como Zenit parecían dispuestos a perseguir a Telamonte por las calles e intentar asesinarle, aunque fuese burlando al Harmonium. Casi en el último momento, Cinthork logró convencerlos de que no lo hiciesen a riesgo de provocar una acción punitiva por parte de la Dama sobre el grupo.
Estando como estaban las cosas, tenían claro que su mejor baza pasaba por obtener el Glifo del Destino que se ocultaba en Barovia antes de que Telamonte se recuperase y lograse articular otro grupo para seguir adelante.

Ese Cinthork no deja divertirse al resto jajaja
ResponderEliminarJaja... ¡Estúpidos paladines!
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