Los Reinos (T4) - Las Tablas del Destino (13/X)

Tras sobrevivir al frío abrazo de las nieblas de Barovia y encontrarse con la vistani Isadora, los compañeros lograron que esta les revelase la única vía de escape del demiplano —después cumplir la promesa de entregar la cabeza del licántropo alpha Kirill—: acabar con el temido Conde Strahd. Luego, tras haber liberado de manos de cinco sagas a unos niños cautivos en el antiguo molino conocido como Viejo Machacahuesos, los compañeros se adentraron en Villa de Barovia. Ahora, antes de empezar a pensar siquiera en el Castillo Ravenloft, debían prepararse para entrar en la siniestra Mansión de La Rosa y el Espino, un lugar envuelto en las leyendas de un culto caníbal y la trágica muerte de dos niños, donde esperaban obtener el Glifo del Destino que les faltaba.


La Mansión de la Rosa y el Espino era un enorme caserón, decrépito y con un jardín lleno de maleza y árboles retorcidos que evidenciaba las décadas que el inmueble llevaba abandonado. El grupo lo cruzó con paso seguro hasta llegar a la pequeña escalinata de entrada. Una vez allí, empujaron la desvencijada puerta que daba acceso al interior.

Ante ellos, se reveló un pequeño recibidor sobre el que colgaba una lámpara de araña. En las paredes, varios retratos familiares de un matrimonio con sus dos hijos: un niño y una niña. Al fondo, una doble puerta de roble sobre la que podía verse un desgastado escudo de armas. Vanuath arrancó un pedazo del cuadro —los rostros de los niños— para guardárselo entre los ropajes, antes de proseguir.

Cruzaron las puertas de roble para adentrarse en un salón-comedor que parecía haber sufrido un incendio años atrás. En el centro, una mesa quemada; al igual que los trofeos de caza que colgaban de las paredes. Había una gran chimenea en una de las esquinas y tres puertas: dos pequeñas y una grande, de doble hoja.

El grupo estaba inspeccionando el comedor cuando un extraño siseo se escuchó en la chimenea. Antes de que pudieran reaccionar, las llamas habían envuelto toda la estancia. Apretaron los dientes por el dolor y, cuando el fuego y el humo se disiparon mínimamente, se encontraron frente a ellos a cuatro enormes criaturas compuestas de llamas que se abalanzaban sobre ellos.

Vanuath retrocedió, gritando de dolor cuando uno de los elementales de fuego se le acercó. Disparó sus dos ballestas contra la criatura al tiempo que Cinthork, quien también estaba sufriendo el efecto de tener tan cerca a uno de sus seres, golpeaba con su martillo para alejar a su oponente. Por suerte, aquella confrontación no duró demasiado, pues Jesper alzó la mano invocando el poder de Lathander y, en una oleada de luz dorada, los cuatro elementales de fuego desaparecieron.

Los compañeros respiraron aliviados, si bien Vanuath recriminó ligeramente a Jesper no haber actuado con mayor premura. El sacerdote, por su parte, argumentó no tener culpa de que el semielfo y Cinthork no tuviesen la paciencia necesaria para haber esperado a que él actuase, antes de lanzarse de cabeza al combate.

Una vez conscientes de que en aquel salón no iban a encontrar nada de provecho, decidieron tomar la puerta pequeña de la pared sur. Cinthork abrió la hoja de madera, mientras el resto del grupo aguardaba tras él.

Allí encontró una sala octogonal de buen tamaño, con las cortinas ajadas, en la que podían verse los restos de un escenario, así como instrumentos rotos esparcidos por el suelo. También había un grupo de ocho personas bailando al son de los violines que tocaban dos músicos... solo que esas personas eran claramente espectros que, nada más ver al minotauro, se arrojaron hacia él con los rostros desfigurados en una mueca de ira.

Cinthork cerró la puerta al tiempo que todo el grupo retrocedía hacia el centro del salón-comedor. Sin embargo, merced a su naturaleza incorpórea, los espectros empezaron a atravesar las paredes. Vanuath disparó sus dos ballestas contra los no muertos, hiriendo a uno de ellos. Sathelyn llegó a abatir a uno de los seres con dos rápidos disparos en sucesión.

Una nueva oleada de luz dorada se desplegó, con Jesper como epicentro, cuando el sacerdote volvió a recurrir al poder de su dios. Los espectros se desvanecieron en mitad de un alarido desesperado.

Con el terreno despejado, los compañeros entraron en el salón de baile. No encontraron nada interesante allí, de modo que regresaron al salón-comedor, donde Cinthork volvió a situarse, esta vez, junto a la pequeña puerta de la pared norte. Con suma precaución, el minotauro abrió la hoja.

Pudo ver una cocina con muebles destrozados, en la que muchos de los oxidados utensilios estaban desparramados en un caos total. También había una puerta al fondo. Sin embargo, poco más pudo ver, ya que de inmediato, esos utensilios comenzaron a flotar en el aire. En un momento, decenas de cuchillos, tenedores, ollas, sartenes y espetos, volaban directamente hacia él.

Con un mugido de sorpresa, el minotauro cerró la puerta, apoyando todo su peso contra ella para evitar que los objetos animados la abrieran al impactar. Por desgracia, la naturaleza punzante de muchos de estos cachivaches, hizo que algunos atravesaran parcialmente la puerta hiriendo a Cinthork.

Jesper alzó las manos, dispuesto a realizar un conjuro. Sin embargo, parecía evidente que temía herir al paladín minotauro. Se contuvo. Los potentes impactos de los objetos estaban abriendo enormes brechas en la puerta, a la vez que comenzaban a hacer caer el yeso de la pared que separaba el comedor de la cocina.

¡Hazlo, Jesper! —gritó Cinthork— ¡Hazlo!

Con una plegaria a Lathander, Jesper creó un perímetro de cuchillas de energía que giraban demencialmente al ras de las paredes. Las hojas energéticas hirieron al minotauro, que salió despedido hacia el centro del salón-comedor, alejándose de la puerta.

Justo a tiempo.

La puerta explotó en astillas, a la vez que decenas de agujeros aparecían en la pared, dejando acceder al salón-comedor a aquel enjambre de objetos oxidados. Las cuchillas de energía chisporroteaban al despedazar muchos de ellos, pero eran demasiados, y muchos atravesaron el perímetro invocado por Jesper.

Cinthork recibió a uno de aquellos objetos con su martillo, mientras Jesper desataba una andanada de magia divina que derribaba a varios objetos. Los proyectiles de Sathelyn y Vanuath repicaban contra ollas y sartenes, haciendo que salieran despedidas contra la barrera mágica, donde se hacían pedazos. Zenit, por su parte, invocó una nube de fuego que inundó el salón, haciendo que muchos de los cachibaches cayeran, semiderretidos.

Pero el enjambre oxidado les envolvió, cortándoles, golpeándoles sin tregua. Sathelyn incluso llegó a rodar por el suelo cuando una enorme olla de cobre la golpeó en pleno rostro. Era una lucha que parecía no tener fin, como si aquellos objetos nunca se acabasen.

A los compañeros se les hizo interminable aquello. Cinthork aplastando con su martillo, Jesper canalizando el poder de su dios hasta quedarse sin fuerzas, Sathelyn y Vanuath disparando sin tregua, la munición agotándose, Zenit llamando una y otra vez al fuego... y, aunque cada vez el enjambre era menos tupido, los golpes y los cortes iban mermando poco a poco al grupo.

Finalmente, Zenit empleó su bastón de tempestad, cuando poco más le quedaba. La cadena de rayos eléctricos barrió todo el salón-comedor, haciendo que los últimos objetos cayesen al suelo donde, tras dar un par de sacudidas, quedaron inmóviles.

Los compañeros, exhaustos, se dejaron caer sobre el suelo del salón-comedor. Necesitaban un descanso después de que aquella mansión les hubiera dispensado tan terrible bienvenida.

Una lástima que aquella casa no estuviera por la labor...

Una fina neblina azulada comenzó a formarse cuando apenas llevaban diez minutos descansando. Poco a poco, los aterrados compañeros vieron como los espectros del salón de baile, aquellos a los que Jesper había destruido, se materializaban de nuevo.

Salieron corriendo de aquella casa maldita sin pensárselo dos veces.

Tremendamente frustrados, los compañeros regresaron a la posada para descansar. Sentado en la barra de la planta baja, Cinthork pudo ver a Sergei, aquel aldeano con el que el minotauro había departido en Krezk y que, misteriosamente, pareció esfumarse poco después. Tras interesarse por los progresos del grupo, Sergei les animó a demostrar que estaban a la altura de lo que las gentes ya contaban sobre aquel “grupo de héroes”, diciendo esto último con algo de sorna.

Tras despedirse de Sergei, los compañeros descansaron durante el resto del día. Al poco de caer la noche, se prepararon para una nueva incursión a la casa maldita.

Como era de esperar, los espectros del salón de baile se abalanzaron sobre ellos nada más hubieron puesto un pie en la casa. La palabra de Lathander, puesta en boca de Jesper, desvaneció a aquellas abyectas criaturas en una oleada de luz dorada.

Los cachivaches de cocina seguían en el suelo del salón-comedor, inertes. Los elementales de fuego tampoco parecieron regresar. De ese modo, con el camino despejado, los compañeros se introdujeron en la cocina.

Cinthork abrió la puerta del fondo solo para comprobar que daba al jardín. Mientras tanto, Sathelyn encontraba una pequeña trampilla en el suelo, que daba a unas escaleras descendentes.

Cinthork y Sathelyn discutieron un rato sobre el camino a seguir. Mientras que la guerrera era partidaria de subir hacia la planta superior, el paladín minotauro quería bajar por aquellas escaleras hacia, presumiblemente, el sótano. Finalmente, hicieron esto último.

Había una nueva puerta al final de la escalera. Cinthork, que abría la marcha, la abrió con cuidado. En la penumbra, pudo distinguir una docena de figuras esqueléticas que se apiñaban en aquella habitación con columnas. Además, al fondo, podían verse dos no muertos más, resecos y horribles, de casi tres metros de altura. Sin pensarlo dos veces, el minotauro entró a la carga, corriendo hacia uno de aquellos enormes seres del fondo.

El martillo del paladín impactó en el costillar de la criatura, haciendo que se tambalease. Vanuath, que había salido corriendo tras él, buscó un ángulo muerto para colocarle un par de virotes al ser en pleno pecho. Los necrarios comenzaron a cerrar filas hacia el centro de la sala al tiempo que Sathelyn cruzaba la puerta, disparando flechas a una velocidad endiablada. Jesper y Zenit aún continuaban en la escalera.

Un nuevo golpe de Cinthork arrojó al enorme no muerto contra la pared, donde recibió otro virote de Vanuath en la clavícula. Sathelyn, tras esquivar las garras de un necrario, destrozó el cráneo de este con una de sus flechas. Fue cuando Jesper irrumpió en la sala para desatar otra de aquellas oleadas de luz que arrasaron por completo a los necrarios.

Por desgracia, el poder divino no pareció afectar a los gigantescos no muertos. Mientras las garras de uno rechinaban sobre el escudo de Cinthork, el otro no muerto —de aspecto vagamente femenino— rodeaba las columnas para intentar llegar hasta Jesper. El sacerdote, rápido de pensamiento y acción, salió corriendo en dirección opuesta mientras empleaba las columnas para mantenerse a cubierto.

Zenit, que se disponía a entrar también en la sala, escuchó entonces una especie de gemido proveniente del salón-comedor. Desandó la escalera para echar un vistazo a través de los derruidos restos de la pared de la cocina, observando, con horror, cómo los espectros del salón de baile habían regresado y ya levitaban a toda velocidad hacia del grupo.

Le grito aquella mala nueva  a sus compañeros.

En el sótano, Cinthork hacía que el enorme cadáver contra el que luchaba hincase rodilla en tierra con un poderoso golpe. Un segundo después, Vanuath lo enviaba a descansar, incrustándole un virote entre los ojos. En la otra esquina de la estancia, justo después de que Sathelyn clavase dos flechas en el rostro del enorme no muerto que aún quedaba en pie, Jesper surgía de detrás de una columna para canalizar su poder divino, haciendo que su marchito cuerpo se desmoronase por completo.

¡Ese era mío! —protestó Sathelyn.

En la cocina, Zenit empleaba su anillo mágico para lanzar una bola de fuego contra los espectros que, sin embargo, le rodearon en un momento. Abajo, ante el estupor de sus compañeros, los necrarios que hacía poco destruyese Jesper, comenzaban a alzarse de nuevo.

Cinthork, Sathelyn y Vanuath echaron a correr escaleras arriba. Jesper, tras ellos, cerraba la puerta de las escaleras, empleando su brazalete mágico para que quedase sellada. Los necrarios la derribarían, sin duda, pero aquello los retrasaría. Desde arriba, les llegaban los alaridos de Zenit, que sufría en sus carnes la gélida caricia de los espectros.

Los compañeros se reunieron con Zenit en la cocina, donde Jesper desató una vez más el poder de Lathander para hacer desaparecer a los espectros. Se miraron todos entre sí.

Huyeron corriendo, por segunda vez en aquel mismo día, de la Mansión de La Rosa y El Espino.

En su segundo regreso a la posada, Sergei se burló con mayor evidencia de ellos, preguntándose si aquellos “héroes” no habrían sido ligeramente sobreestimados por la población baroviana. Pero inmediatamente, el hombre se percató de las heridas de Sathelyn. Con bastante galantería, se preocupó por ella.

Un momento después, el resto del estupefacto grupo, contempló como una sonriente Sathelyn se marchaba con Sergei a una de las mesas, donde comenzaron a beber vino mientras se cogían cariñosamente las manos.

Alarmado, Vanuath se acerco a la mesa y trató de llevarse a Sathelyn. Sin embargo, la guerrera decía estar muy a gusto allí, y le pidió a Vanuath que se largara. Los demás se acercaron a la mesa. Cinthork, sin muchas florituras, tomó a la mujer del brazo y la levantó de la mesa. Mientras subían con ella a la planta de arriba, Sathelyn se despedía de Sergei con un coqueto agitar de su mano.

Una vez en la planta superior, Sathelyn pareció recuperar la normalidad. Confusa, decía no recordar nada de lo que había pasado abajo desde poco después de que llegasen a la posada. Intercambiaron miradas de preocupación: estaba claro que aquel tal Sergei era mucho más de lo que aparentaba ser.

Ya se preocuparían de aquello. Ahora necesitaban descansar.

A la mañana siguiente, se prepararon para un nuevo intento. Esta vez, se dijeron que actuarían con mayor coordinación.

Así, Cinthork y Vanuath entraron a toda carrera hacia la cocina con la intención de bloquear la trampilla para impedir la subida de los necrarios. Al tiempo, Sathelyn cruzaba el salón-comedor hacia la doble puerta de la pared este, mientras disparaba flechas contra los espectros que ya comenzaban a atravesar la pared desde el salón de baile. Zenit entró después, haciendo que un feroz slaad se materializara junto a la puerta hacia la que se dirigían. Jesper, en último lugar, caminó hasta el centro del salón, desde donde desplegó una oleada de luz que barrió a los espectros. Luego, corrió hacia la doble puerta.

El sacerdote convocó un celestial junto a la puerta, que se encargó de abrir la hoja, dejando que viesen un descansillo del que salían dos tramos de escaleras, ascendentes y descendentes. Los peldaños estaban totalmente podridos y llenos de agujeros.

En la cocina, Cinthork y Vanuath no habían logrado llegar antes de que dos necrarios saliesen por la trampilla. El minotauro despedazó a uno con su martillo, abriendo hueco para que Vanuath lanzase un rayo eléctrico con su ballesta mágica, dañando gravemente a todos los no muertos que, en ese momento, ascendían por las escaleras.

En el otro lado de la casa, en el descansillo, el slaad tomaba posición para bloquear las escaleras descendentes al tiempo que el celestial subía volando por las ascendentes. Jesper, tras él, estuvo a punto de caer por uno de los agujeros de los peldaños tras una mala pisada. Zenit y Sathelyn subieron volando, el mago mediante uno de sus conjuros, y la guerrera con su capa mágica. Arriba encontraron una planta en la que había varios dormitorios de muebles desvencijados, ventanas rotas e invadidos por una densa vegetación. Había una puerta al final del pasillo.

Un momento después, cinco gruesas marañas de enredaderas del grosor de un brazo humano cada una, reptaban por el corredor hacia ellos. El slaad, que escuchó como algunos necrarios ascendían desde el sótano por aquella escalera, sin duda usando un camino que el grupo desconocía, saltó sobre los podridos peldaños para abrir un enorme agujero. La caída hasta el sótano fue brutal, entre el golpe y las maderas que se le clavaron a la criatura, que por poco pierde la vida.

En la planta baja, mientras los espectros volvían a reaparecer para atravesar la pared del salón de baile y flotar rápidamente hacia el descansillo, Cinthork lograba derribar a otro necrario, liberando la bajada a las escaleras del sótano. Entre Vanuath y él, lograron colocar un pesado mueble sobre la trampilla para impedir que más necrarios subiesen. Luego, el minotauro activó su capa mágica para, llevando al semielfo al hombro, volar hacia el descansillo.

Al tiempo que el slaad regresaba al descansillo trepando por el agujero que él mismo había hecho en la escalera, Jesper y el celestial también se ubicaban allí a fin de frenar la acometida de los espectros. En la planta superior, Zenit invocaba una nube de llamas que arrasaba a tres de las enredaderas asesinas. Las otras dos cayeron atravesadas por las flechas de Sathelyn.

Tras cruzarse con Jesper, el celestial y el slaad en el descansillo, Cinthork y Vanuath llegaron volando a la primera planta. Un momento después, Jesper volvía a desplegar el poder divino de Lathander para aniquilar a aquellos recurrentes espectros. Un necrario apareció por las escaleras del sótano, intentando saltar el agujero, pero el slaad le interceptó en pleno salto, enviándolo de un zarpazo hasta el sótano, donde se hizo pedazos al estrellarse contra el suelo.

Jesper y el celestial se reunieron con sus compañeros, mientras el slaad se mantuvo custodiando el descansillo. Todos juntos, cruzaron la puerta del final del pasillo para encontrar un desván. La claraboya estaba rota y había varios agujeros en el tejado. Los muebles estaban muy deteriorados. Sathelyn y Vanuath se dieron cuenta de que había alguien escondido bajo la cama.

Los compañeros descubrieron a dos espectrales niños: Rosavalda y Thornbolt, que parecían bastante asustados. Conocían el Glifo del Destino, ya que, según ellos, Ao les encomendó su custodia. Prometieron entregárselo al grupo si les traían la vieja caja de música de su madre. Creían que su madre estaba en el sótano, un lugar prohibido para ellos. Por las descripciones de Rosavalda, supusieron que su madre era uno de aquellos gigantescos no muertos que había destruido el día anterior.

Zenit trató de teleportar al grupo hasta el sótano, pero el conjuro fracasó y todos fueron arrojados hacia atrás en una explosión de energía. Su segundo intento sí salió bien, haciendo que los cinco se transportasen hasta el sótano junto con el celestial. Cuando se materializaron, estaban completamente rodeados de necrarios.

Jesper alzó la mano para desplegar la luz de Lathander en el sótano, convirtiendo a los no muertos en meros amasijos de huesos. Luego, Cinthork recuperó la caja de música de entre los restos de la madre de los fantasmales niños.

Tomaron la puerta opuesta a las escaleras de la cocina, donde hallaron una especie de santuario, con un altar ensangrentado. Mientras Vanuath y Zenit se entretenían en inspeccionar el lugar, Cinthork y Sathelyn usaban sus capas para volar por el hueco de la escalera, de vuelta al desván. Jesper les seguía, transportado por el celestial.

Justo cuando se reunían con los niños, la casa volvía a hacer de las suyas. Los espectros reaparecían en el salón de baile y los necrarios se alzaban en el sótano. Aún en el santuario, Vanuath y Zenit trataron de correr hasta la escalera, aunque el mago se vio irremediablemente rodeado por los no muertos.

Por suerte, en cuanto Rosavalda y Thornbolt abrieron la caja, espectros y necrarios se detuvieron. Una dulce melodía comenzó a sonar, al tiempo que los espectros se desvanecían y los necrarios se desmoronaban en pilas de huesos. Poco a poco, los dos niños también fueron desapareciendo.

Cumpliremos nuestra promesa —susurró Thornbolt, antes de marcharse por completo.

El grupo se vio transportado a un espacio interdimensional en el que se ha erigido un templo de blancas columnatas. Un enorme glifo incandescente apareció flotando en el aire para, un momento más tarde, desaparecer descomponiéndose en una serie de haces de luz que se alojaron en el pecho de cada uno de los compañeros. Un segundo más tarde, regresarían al desván de Barovia.

Con el último de los Glifos del Destino en su poder, regresaron a la posada a descansar. Estaba amaneciendo y querían ponerse en marcha poco después del mediodía hacia el Paso de Tsolenka. Antes de ir a dormir, Cinthork preguntó activamente en la posada por Sergei, pero nadie decía conocerle ni recordar haberle visto.

Sin embargo, en el corazón de los compañeros, existía la sospecha de que pronto volverían a saber de él.

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