Veneno en la sangre (T3) - Viejos enemigos (6/X)
Tras haber perdido al halfling Garrick durante la incursión al palacete de Durriele, los compañeros atravesaban a toda prisa el Bosque de Mirie en dirección al Túmulo de Kharis donde pretendían impedir que la misma Durriele emplease un antiquísimo relicario élfico, ahora corrompido, para alzar ingentes cantidades de no muertos.
Cuando, según Lyrendë, se encontraban en las proximidades del lugar, decidieron que Mira se adelantase al grupo a fin de echar un vistazo. La exploradora se movió como una sombra entre el follaje para regresar al cabo de unos minutos: la entrada al Túmulo de Kharis había sido abierta y dos soldados elfos de élite guardaban la entrada.
No había otra opción, había que entrar a sangre y fuego.
Desde detrás de unos arbustos, Mira disparó su arco. La semielfa apenas había acabado de maldecir por simplemente haber rozado a uno de los soldados cuando vio salir a Elatha rugiendo desde el follaje: la guerrera mostró su antiguo escudo, aquel que había encontrado en la Ciénaga de Tisthon, y cinco proyectiles de fuego zumbaron en el aire para golpear sucesivamente al elfo, haciéndole retroceder un par de pasos.
Otra flecha de la semielfa se clavó en el muslo del soldado, que rugió con más furia que dolor mientras su compañero y él veían a Elatha acercarse lanza en ristre. Viendo que la guerrera se abalanzaba sobre el soldado ileso, el infectado corrió hacia los arbustos desde los cuales le disparaba aquella sucia mestiza. Casi a la vez, una serie de gruñidos extraños resonaron dentro del túmulo antes de que dos necrarios salieran al exterior desde la oscuridad.
Ingoff disparó su ballesta pesada contra el enemigo que corría hacia Mira. El sorprendido elfo dio un par de pasos tambaleantes con el virote incrustado en su pecho hasta que una flecha de Lyrendë le entró por el ojo, haciendo que cayera muerto de espaldas.
Elatha le produjo un terrible corte al centinela que quedaba, poniendo luego la espalda contra la fachada desenterrada del túmulo para evitar ser rodeada por los necrarios que ya se le echaban encima. El hedor de los no muertos la golpeó como una patada en el estómago, haciendo que se tambalease mientras algo de vómito escapaba de su boca. Aún así, la guerrera fue capaz de emplear con destreza el escudo para mantener alejados a los monstruos.
En auxilio de su compañera llegó Mira, disparando una certera flecha que atravesaba la garganta del centinela. Ingoff y Lyrendë se acercaban a la entrada también, pero ni la ballesta del paladín ni el proyectil arcano de la maga impactaron a ningún necrario.
El arco de Mira sí acertó de nuevo, colocando su flecha en la espalda de uno de los necrarios, al que la mareada Elatha logró además regalar un golpe con el asta de su lanza. Era evidente que la guerrera comenzaba a sentirse bastante mejor. Por otro lado, Ingoff, que llegaba hacha en mano a auxiliar a Elatha, sintió como el hedor del necrario al que atacaba le descomponía el cuerpo, aunque con todo y eso fue capaz de propinarle un potente hachazo en la clavícula. El monstruo abrió amenazadoramente las fauces antes de que un proyectil mágico de Lyrendë le redujese el cráneo a polvo de hueso esparcido al viento.
Otra flecha más de Mira se incrustó en la espalda del último necrario, a apenas unas pulgadas de la anterior. Ajeno a esto, como cualquier no muerto, el monstruo seguía defendiéndose a garras y dientes ante la presión conjunta de Elatha e Ingoff. Otra flecha, esta de Lyrendë, se trabó en la articulación del brazo izquierdo, dejándolo inútil. El necrario acabó por desmoronarse cuando el último disparo de mira le seccionó la columna vertebral a la altura del cuello, haciendo rodar su cabeza.
Con la entrada despejada, Lyrendë estudió con preocupación los cuerpos de los soldados, ya que reconocía a ambos. Aquellos no eran soldados de Durriele, sino del consejero Viccard. Obviando los continuos “Lo sabía” proferidos por Ingoff, la maga exhortó a los compañeros a entrar en el túmulo. La mentira de Viccard ya había sido desarmada, pero eso se resolvería en otro momento: ahora tenían cuestiones más urgentes de las que ocuparse.
Aún aguardaron unos instantes a que Lyrendë invocase una armadura de tenue energía dorada sobre su cuerpo antes de internarse en el Túmulo de Kharis. Sin Garrick ya en el grupo, decidieron que Mira fuese la encargada de avanzar en primer lugar, buscando posibles trampas. Elatha e Ingoff encendieron sus antorchas.
El pasillo de entrada al lugar estaba en muy mal estado, pareciendo casi más una caverna natural que una construcción. Las losas se habían desprendido en muchos puntos y las raíces y los hongos parecían haber invadido el pasadizo, que hedía a putrefacción. No podían distinguirse siquiera los textos ceremoniales grabados en las paredes. Aquel lugar era, sin duda, mucho más antiguo que el Túmulo de Soveneiros.
Por desgracia para el grupo, Mira no era tan ducha en aquello de buscar trampas como el querido y difunto Garrick y, en un momento dado, su pie hizo descender suavemente una de las losas del suelo, liberando una nube de gas tóxico que envolvió a la propia semielfa, así como a Elatha e Ingoff. Los tres comenzaron a toser, especialmente la guerrera bárbara, quien acabó vomitando por segunda vez en poco tiempo. Por si fuera poco, el sonido de las toses de los compañeros había atraído a algo que se acercaba desde la oscuridad.
Mira retrocedió rápidamente a segunda fila mientras Elatha se adelantaba, limpiándose el vómito con el antebrazo. Pronto aparecieron dos necrarios, corriendo a gatas, con las garras arañando el suelo del pasadizo. Ingoff se adelantó para bloquear el pasillo junto a Elatha.
Lyrendë y Mira observaban impotentes desde la posición de retaguardia: con sus compañeros delante en aquel pasillo, poco podían hacer. Elatha e Ingoff maniobraban con dificultad y, si bien apenas habían provocado alguna herida menor a uno de los monstruos, los estaban conteniendo bien. Como tantas veces, el paladín invocó a los espíritus guardianes entorno a la guerrera y él, haciendo que el enjambre de pequeños celestiales comenzara a consumir lentamente a los no muertos.
Elatha introdujo su lanza en las putrefactas entrañas de un necrario cuyo rostro humeaba por tener a uno de los espíritus guardianes aferrado a él. Las garras del monstruo se proyectaron hacia la guerrera, pero Ingoff interpuso su escudo para protegerla. Luego, el propio paladín descargó su hacha contra el costado del no muerto. La lanza de Elatha terminó el trabajo en un golpe vertical descendente, partiendo en dos a la criatura.
El último necrario, acosado por el espectral enjambre de celestiales, se arrojó sobre la guerrera, que sin embargo le contuvo bien con su escudo para que Ingoff le pudiera golpear con su hacha en la pierna izquierda, casi amputándosela. Elatha ensartó luego al monstruo, arrojándolo bruscamente contra la pared, donde la criatura se deshizo en una explosión de huesos y carne pútrida.
Finalizado este combate, continuaron despacio por el pasadizo con Mira de nuevo en cabeza. La exploradora semielfa les guió hasta una estancia mucho mejor conservada que los túneles que dejaban atrás. Había allí una pequeña fuente con agua turbia y la imponente estatua del antiguo héroe élfico Kharis, del cual Lyrendë no recordaba demasiado.
En la estancia había dos pasillos: uno en dirección norte y otro en dirección este. Mira dijo escuchar algo en el último de ellos, como una especie de letanía monótona. Siendo así, los compañeros comenzaron a moverse sigilosamente por aquel corredor. Mira, que marchaba delante otra vez, ponía todo el empeño en no volver a caer en ninguna trampa.
El pasillo era mucho más estrecho, obligándoles a ir en fila. Tras la semielfa marchaba Ingoff, seguido de Lyrendë y con Elatha protegiendo la retaguardia. Esta vez, por suerte, Mira logró detectar la trampa existente en aquel pasillo a tiempo de que el grupo pudiese pasar sin activar las baldosas de presión que allí había.
Según avanzaban, los cánticos se hacían cada vez más potentes: se trataba de una voz de mujer que inequívocamente Lyrendë reconocería como la de Durriele. Poco después, Elatha e Ingoff decidieron apagar sus antorchas a fin de no ser detectados. El paladín llevaba su mano sobre el hombro de Mira y la guerrera sobre el de Lyrendë, ambos confiando en la visión élfica de sus compañeras.
Poco después, un mortecino resplandor violáceo comenzó a llegar desde el fondo del pasadizo. Los cánticos resonaban con mucha mayor fuerza ahora. Ingoff y Elatha pasaron a primera fila: la idea era avanzar sigilosamente para ser detectados lo más tarde posible antes de entrar en la sala donde, sin duda, Lyrendë estaba llevando a cabo el ritual y, una vez allí, impedirlo a toda costa.
Lo cierto era que no sabían lo que iban a encontrarse, de modo que, por si acaso, Ingoff les dijo a todos que había sido un honor servir junto a ellos.
Lograron llegar hasta el final del pasillo sin ser detectados por el par de soldados de élite que contemplaban algo absortos el ritual que una mujer elfa de mediana edad, Durriele, llevaba a cabo en una antigua capilla ahora mancillada por decenas de demenciales loas a Yzumath pintadas en las paredes. La maga sostenía en alto un relicario de evidente factura élfica, el cual lanzaba pulsos de luz violeta con una frecuencia regular mientras la mujer entonaba un extraño cántico.
A toda velocidad, Ingoff irrumpió en la sala seguido de Elatha, dirigiéndose cada uno de ellos hacia un soldado de élite. Un latido después, Mira entraba en la habitación con su arco tensado y la atención por completo en Durriele, a quien había convertido en su presa de aquel día. La flecha de la semielfa impactó en el hombro izquierdo de la maga, a poca distancia del corazón, haciendo que esta se girara por el impacto, dejando caer el relicario.
Lyrendë entró en la sala gritando “¡Muere, maldita zorra!” mientras invocaba una flecha de ácido que golpeaba el estómago de la hechicera enemiga, que se dobló hacia delante con una terrible herida en el abdomen. Mientras, Elata e Ingoff hacían retroceder a los soldados con sus armas.
Tras dedicarles una mirada llena de furia, Durriele desapareció en un parpadeo de hechicería para frustración de los compañeros.
Pero tenían otros problemas en ese momento, ya que el túmulo pareció llenarse de actividad. Los gruñidos guturales y el sonido de un extraño chapoteo precedió a la aparición de media docena de necrarios por el túnel que surgía desde aquella cámara hacia el norte. Los no muertos estaban empapados, lo que sugería que aquella zona estaba inundada. Además, también llegaba el sonido característico de los necrarios desde retaguardia, por el túnel mediante el cual habían llegado los compañeros.
Elatha retrocedió cuando el poderoso mandoble del elfo impactó en su escudo. La guerrera contraatacó hiriendo la pierna de su enemigo con la lanza mientras Lyrendë entraba en la sala y se colocaba junto a la pared sur. Desde allí, arrojaba una diminuta esfera ígnea que, tras cruzar la estancia, deflagraba en el túnel norte en una explosión de voraces llamas que envolvía a los necrarios.
Ingoff, aunque sobresaltado por aquella explosión cuyo calor notó demasiado cerca, se encomendó a Oteyar para que guiara su hacha en un resplandor dorado que crepitó cuando la hoja atravesó la coraza del elfo, hiriéndole gravemente.
Mira se ubicó en el centro de la sala, desde donde miró hacia el pasillo oeste, por el cual había llegado el grupo, con sus ojos de semielfa. Distinguió la silueta de un necrario corriendo hacia la sala, así que le colocó una flecha en el hombro.
Cinco necrarios rodearon entonces a Ingoff que, aunque se defendió con bravura, sintió como algunas de aquellas garras herían su carne al tiempo que la hoja del elfo también le cortaba en el muslo. Otro de ellos llegó hasta Mira, asestándole un zarpado en la cadera.
A la vez que Ingoff decapitaba al soldado elfo, Lyrendë erraba con un proyectil mágico lanzado sobre el necrario que acosaba a Mira. La semielfa, dejando caer el arco, desenvainó para partir en dos lateralmente al no muerto de un solo y potente golpe de espada. Elatha, por su parte, seguía enfrascada en un parejo combate con el último soldado elfo.
El necrario al que Mira había herido en el túnel oeste entró en la sala y corrió hacia Elatha para asestarle un garrazo en la espalda que a punto estuvo de hacer caer a la guerrera. Rápidamente, otros tres no muertos entraron en la estancia tras él. Los monstruos fueron recibidos por una bola de fuego que, en su deflagración, alcanzó al necrario que había herido a Elatha y a uno de los que combatía con Ingoff: estos dos últimos, hallándose bastante heridos, se desmoronaron bajo el fuego arcano.
Ingoff destrozó a otro necrario con su hacha, mientras Elatha hería al soldado elfo, ahora acorralado por la guerrera y Mira. Sin embargo, los tres necrarios restantes se abalanzaron sobre el paladín, que se desplomó en el suelo cuando la zarpa de uno de ellos le hirió gravemente en el cuello. Los otros tres humeantes no muertos que acababan de sobrevivir a la bola de fuego se arrojaron sobre Elatha, hiriendo a la guerrera.
Apretando los dientes, Lyrendë desapareció en una nube de magia plateada para reaparecer junto a Ingoff y, tras sacar la poción curativa del cinto del paladín, verterle la misma en los labios. Los ojos del paladín se abrieron a la vez que su mano se cerraba fuertemente sobre el hacha.
Elatha volvía a herir al soldado elfo, que ya estaba claramente en las últimas. El desdichado ni siquiera vio venir la finta de Mira, que le hendió la espada en el costado para arrebatarle la vida. En ese momento, Ingoff alzó el puño gritando el nombre de Oteyar para que los espíritus guardianes les envolvieran a Lyrendë y a él, arrasando a los tres necrarios que les cercaban.
Un necrario hirió a Elatha de nuevo, que tuvo que retroceder un paso; aunque la criatura fue inmediatamente pulverizada por un proyectil mágico de Lyrendë. Un segundo después, Mira e Ingoff se colocaban junto a la guerrera para enfrentar a los dos no muertos que quedaban en pie.
Mira esquivaba el zarpazo de uno, aunque Elatha volvía a resultar herida. Un nuevo proyectil mágico de Lyrendë erraba el blanco mientras Ingoff empleaba el poder de su Dios para curar algunas de las heridas de Elatha. La guerrera hirió de nuevo a un necrario, pero aquellas criaturas se estaban mostrando de lo más resistentes.
Lyrendë agotó los últimos hilos de su hechicería en un proyectil que tampoco dio en el blanco. Elatha hería a otro monstruo e Ingoff veía como el objetivo de su hachazo se escapaba con un ágil salto a un lado. La maga elfa, que había echado mano de su arco corto, tampoco acertó con su flecha sobre ningún enemigo.
Mira si logró decapitar a uno de los necrarios, permitiendo que Elatha e Ingoff se abalanzaran juntos sobre el que quedaba. Fue el paladín quien lo demedió verticalmente con un golpe de hacha.
El Túmulo de Kharis quedó en completo silencio.
Lentamente, Lyrendë caminó hasta el antiquísimo relicario que había dejado caer Durriele, tomándolo entre sus manos. Con lágrimas en los ojos, contempló como la bella reliquia de su pueblo había sido profanada con símbolos necrománticos. Tras guardar el objeto entre sus ropajes, se giró hacia sus compañeros.
Era hora de regresar a Lilaena Edhil y enfrentarse al consejero Viccard.

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