Los Reinos (T4) - Las Tablas del Destino (14/X)
Tras aventurarse en la siniestra Mansión de La Rosa y el Espino, la casa ofreció a los compañeros una bienvenida brutal con elementales de fuego, objetos animados, y un grupo de espectros y necrarios recurrentes que los obligó a huir de allí hasta en dos ocasiones. En su tercer intento, el grupo logró alcanzar a los fantasmales niños Rosavalda y Thornbolt. Después de que encontraran la caja de música de su madre para ellos, los espíritus habían cumplido su palabra, otorgando a los compañeros acceso al último Glifo del Destino antes de desvanecerse. Ahora, con su objetivo principal cumplido y las dudas sobre el enigmático Sergei sin resolver, se pusieron en marcha hacia el Paso de Tsolenka, único camino para llegar hasta el Castillo de Ravenloft.
Cuando los compañeros llegaron al Paso de Tsolenka, lo que encontraron fue un ciclópeo puente de piedra cuyo trazado hacía una especie de zigzag, erigido sobre un profundo barranco. Dos torres custodiaban su entrada y, podían ver a lo lejos, otras dos su salida. Sobre cada una de las torres había un par de estatuas de piedra, representando a algún tipo de ave.
Pero algo más había en el Paso.
Sergei estaba en el primer tercio del puente, paseando distraídamente de un lado a otro. Vanuath se hizo invisible con su capa mágica y caminó en pos de Cinthork, que se acercaba a hablar con el hombre. Se fijaron en que los colmillos de Sergei parecían haberse desarrollado bastante desde la última vez que le vieran, el día anterior.
Sergei se interesó en cómo los compañeros habían podido llegar a Barovia, ya que no habían sido invitados a aquellas tierras. El minotauro le explicó que estaban en una importante misión, pero que ya deseaban abandonar aquel valle. El hombre les dijo que harían bien en marcharse, haciéndole un inequívoco gesto para que retrocediesen. Fue cuando Cinthork le dijo que, para regresar, debían destruir a Strahd.
Sergei comenzó a reír.
Un momento después, sus ropas de aventurero mutaron para convertirse en un elegante atuendo, con una capa negra. Su pelo se aceitó, al tiempo que se peinaba hacia atrás. Sus colmillos se alargaron aún más y sus ojos se encendieron en un rojo llameante.
Tenían ante ellos al mismísimo Strahd.
Con un rugido de batalla, Cinthork cargó hacia el vampiro, con Vanuath pisándole los talones. Sin embargo, fueron adelantados en su carrera por la flecha disparada por Sathelyn, que impactó en el pecho de Strahd. Para sorpresa de todos, el vampiro —más bien su ilusión— se disolvió en el aire al tiempo que un crujido pétreo les llegaba desde lo alto de las torres.
Las estatuas que allí había, tomaron vida para descender hacia el grupo: cuatro sobre Jesper, Sathelyn y Zenit, otras cuatro volando desde el fondo del puente hacia Cinthork y el invisible Vanuath. Las criaturas, aberrantes mezclas entre humano y buitre, abrieron sus picos para emitir unos terribles gritos. Los compañeros apretaron los dientes por el terrible dolor.
Un momento después, cuatro enormes esferas ardientes se materializaban en la mitad del puente y cruzaban el aire para deflagrar sobre la entrada del puente, envolviendo en llamas a Jesper, Sathelyn y Zenit. Cuando desapareció el humo, el mago elfo estaba tendido en el suelo. Jesper, reaccionando rápido, desplegó su poder curativo para poner nuevamente en pie a su amigo.
Pero los problemas no acababan: de las torres de entrada surgieron dos figuras. Una era Larstina, la ninfa con llameantes ojos verdosos. El otro era Xhalz Dlardrageth, aquel elfo de piel escamosa y verde, dotado de cuatro brazos. En las torres del fondo, hicieron su aparición Tikemian —el sátiro de piel azul y cuernos ardientes— y Kherlend, el centauro con cabellera de fuego. Estos dos últimos comenzaron a avanzar para cruzar el puente.
Cinthork empleó su capa mágica para alzar el vuelo y enzarzarse contra dos de los vrocs —esos demonios buitre—, mientras Vanuath empleaba la Daga del Maestro Hurtador para detectar a Sarya, que se hallaba en mitad del puente en estado de invisibilidad. Mientras, Sathelyn acertaba con dos flechas en el pecho a otro de los vroc. A su lado, Zenit hacía explotar una tormenta de meteoros justo sobre él: el fuego y las llamas envolvieron a enemigos y amigos, aunque estos últimos estaban protegidos por su pericia como evocador.
Los vrocs gritaron de nuevo, haciendo que todos se llevasen las manos a los oídos. Fue demasiado para Zenit, que volvió a desplomarse. Larstina se plantó entonces frente a Sathelyn, quien quedó inmediatamente cegada por la belleza de la ninfa, lo que facilitó que esta le hundiera su daga en la cadera. Sin ver, la guerrera tampoco pudo esquivar una de las hojas de Xhalz, que le produjo un terrible corte. La guerrera desechó arco por espada. A su lado, Jesper desplegaba una andanada del poder de su dios para que la dorada luz abatiese por fin a los cuatro vrocs que les sobrevolaban a Sathelyn y a él.
En el centro del puente, Sarya desataba su poder, llenando de horribles visiones las mentes de Cinthork y Vanuath. Mientras que el semielfo, se alejaba tambaleándose por el puente, el minotauro perdía el control de su capa mágica, precipitándose desde las alturas. Por suerte, Vanuath estuvo lo suficientemente rápido como para activar su daga mágica, haciendo que el minotauro tuviese un descenso suave, como el de una pluma, en lugar de estrellarse mortalmente contra el fondo del barranco.
Aún ciega, Sathelyn logró lanzar un afortunado revés que decapitó a Larstina, aunque volvió a llevarse un buen tajo por parte de Xhalz. Jesper desató una nueva oleada curativa que, además de aliviar a la guerrera, puso en pie una vez más a Zenit. Tras esto, el sacerdote corrió a protegerse dentro de una de las torres del puente.
Vanuath, en el centro del puente, acertó de nuevo a Sarya con uno de sus virotes; aunque de inmediato tuvo que encogerse ante el grito de dos de los cuatro vrocs que le sobrevolaban. Luego, mientras los demonios-buitre ponían rumbo al este, hacia Sathelyn, Tikemian y Kherlend dispararon sus arcos a la vez sobre el semielfo. Con una agilidad asombrosa, Vanuath esquivó las flechas, aunque no pudo hacer lo mismo con la explosión gélida invocada por Sarya. Un frío atroz atenazó su cuerpo y, expulsando una nube de vaho helado por la boca, se desplomó sobre el suelo; muerto.
Aguzando el oído, Sathelyn empleó su espada mágica para recibir con un proyectil mágico a los vrocs. La providencia hizo que la esfera de energía impactase de lleno en una de las criaturas, hiriéndola. Zenit, que acababa de ponerse en pie, uso su magia para convertir en piedra a otro de los seres, que cayo hasta el fondo del barranco para hacerse añicos allí. Después, el mago corrió a ocultarse en la torre junto a Jesper.
Justo cuando Jesper invocaba a su dios para deshacer la ceguera de Sathelyn, uno de los vrocs atacó a la guerrera con su grito, haciéndola retroceder con los dientes apretados. Los otros dos descendieron sobre ella con sus garras, aunque no lograron herirla. Xhalz se asomó a la puerta de la torre, atacando a Zenit con su espada sin demasiado éxito a la vez que Tikemian y Kherlend disparaban sus arcos contra Sathelyn desde la lejanía. La guerrera esquivó lo proyectiles con soltura. Luego, el frío se desató a su alrededor, atenazante, aunque Sathelyn logró resistir y mantenerse en pie.
Apretando los dientes, la guerrera recuperó su arco para disparar una flecha heladora contra uno de los vrocs, derribándolo. Al tiempo Zenit lanzaba un rayo desintegrador para reducir a otro demonio-buitre a cenizas. El último de los vrocs intentó destrozar a Sathelyn con sus garras, pero ni se acercó a herirla.
Desde el centro del puente, Tikemian y Kherlend volvieron a probar suerte con sus arcos: el sátiro falló, aunque el centauro hirió a la guerrera con una de sus flechas. Un momento después, Sarya invocaba horribles pesadillas en la mente de Sathelyn que, sin embargo, una vez más, lograba resistir. Mientras, Jesper le rogaba a su dios que trajese de vuelta a la vida a Vanuath, aunque Lathander parecía no escucharle.
Una nueva flecha heladora de Sathelyn surcó el aire para abatir al último vroc, mientras Zenit desintegraba a Xhalz con un haz de energía verdosa. Tikemian y Kherlend volvían a disparar sus arcos contra Sathelyn, sin éxito. Otra vez, una explosión de hielo provocada por la magia de la invisible Sarya, sí conseguía hacer mella en la guerrera.
Mientras, Jesper volvía a implorarle a su dios que, esta vez sí, insuflaba vida a un Vanuath que, renqueante, se ponía en pie. Luego, el sacerdote invocó a un celestial. El deva, que sí podía ver a Sarya a pesar de su conjuro de invisibilidad, se arrojó hacia ella con su espada flamígera.
Tomando como referencia la posición del deva, Vanuath disparó uno de los rayos eléctricos de su ballesta, envolviendo de paso a Tikemian y Kherlend en él. Un momento después, en el fondo del barranco, Cinthork volvía en sí.
Tras elevarse merced a su capa mágica, el minotauro aterrizó en el puente, frente a la invisible Sarya. Su martillo se iluminó antes de golpear a la demonfata, quien salió despedida sobre la balaustra —arrollando al celestial— para acabar cayendo al vacío y estrellándose contra el fondo del barranco, donde perdió la vida.
Al tiempo que una de las flechas de Sathelyn atravesaba el cuello del sátiro Tikemian, Kherlend empleaba su lanza para herir a Cinthork. Su sonrisa triunfal fue efímera, pues al instante, Jesper salió de la torre al puente para, empleando su coraza mágica, proyectar un rayo de energía que convirtió al centauro en una nube de ceniza al viento.
Exhaustos, los compañeros se derrumbaron sobre el puente. No en vano, había sido uno de los combates más duros que habían luchado juntos. Tardaron un rato aún en recomponerse para seguir avanzando hacia el Castillo de Ravenloft.
Se había hecho tarde y, agotados por el combate, no querían entrar en ese maldito lugar en plena noche. De ese modo, acamparon junto al camino. A pesar de sus temores, ninguna criatura les molestó aquella noche.
Se pusieron en marcha al amanecer y, muy poco después, llegaron ante los muros del Castillo de Ravenloft. El descomunal castillo había sido construido encima de un pico montañoso y estaba rodeado por terribles acantilados. Una impresionante muralla de treinta metros de altura protegía su perímetro. Sathelyn y Vanuath alertaron a sus compañeros de que había gárgolas en lo alto de los muros: en Barovia, había que desconfiar de todo.
El rastrillo del castillo estaba cerrado, aunque Cinthork estimó que, con el esfuerzo conjunto de los cinco, podrían alzarlo lo suficiente como para que uno de ellos se colase y lo abriese empleando el mecanismo. Pero, tal y como se temían, en cuanto se acercaron a los muros, las gárgolas cobraron vida. Antes siquiera de que hubiesen alzado el vuelo, Sathelyn ya le había acertado a una con un par de flechas.
Las pétreas criaturas tomaron tierra en torno a los compañeros, aunque una de ellas acabó hecha añicos nada mas hacerlo por un potente martillazo de Cinthork. Otra más explotaba en pedazos cuando Sathelyn la disparaba a bocajarro con su arco. Jesper, por su parte desplegó una andanada de energía divina que hizo brotar grietas en los cuerpos de las ocho que todavía quedaban en pie.
Las gárgolas atacaron furiosamente, con garras y dientes. Dos de ellas se arrojaron sobre Vanuath, hiriéndole. Una atacó a Cinthork, que se defendió bien con su escudo. Tres rodearon a Sathelyn que, sin embargo, las esquivaba con gran destreza. Al tiempo que Jesper retrocedía al ser herido por uno de los monstruos, Zenit usaba su anillo para lanzar una bola de fuego al pecho de Sathelyn que, al detonar, reducía a trizas a las tres criaturas que la rodeaban, dejando intacta a la guerrera.
Una más de las gárgolas era pulverizada por el martillo del paladín minotauro, mientras Sathelyn disparaba dos flechas que abatían a sendas criaturas. El último monstruo murió con el cerebro atravesado por uno de los virotes de Vanuath.
Ya sin oposición, los compañeros lograron alzar el rastrillo y entrar en el patio de armas.
Jesper empleó su magia para cerciorarse de que el primer tercio del camino hasta la residencia señorial estaba libre de amenazas. Luego, fue Vanuath el que tuvo que revisarlo concienzudamente. Tras un lento periplo, llegaron por fin hasta las puertas del gran edificio que era la residencia señorial.
No había mucho allí, aparte de un carruaje en bastante buen estado, dentro del cual no encontraron nada interesante. La entrada a la residencia señorial era una enorme puerta de doble hoja, labrada. Cuando Cinthork la empujó, la hojas se abrieron casi sin ruido, desvelando un gran recibidor con dos escaleras ligeramente curvas hacia la planta superior.
Apenas hubieron avanzado unos pasos, oyeron el estruendo de las puertas de entrada cerrándose a su espalda. Quedaron sumidos en la más profunda oscuridad. Fue solo un instante, pues pronto los candelabros de las paredes comenzaron a arder por sí solos, iluminando la estancia gradualmente.
Pero también llegaron aquellos sonidos... una especie de gruñidos guturales que llegaban desde las zonas que aún seguían en la penumbra.
Era el momento de averiguar cómo iba a darles la bienvenida el Castillo de Ravenloft.

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