Los Reinos (T4) - Las Tablas del Destino (15/X)

Después de haber derrotado a los Demonfatas en el paso de Tsolenka, en una de las batallas más duras que el grupo recordaba, los compañeros habían llegado a los muros del Castillo de Ravenloft. Tras la breve escaramuza con un grupo de gárgolas en la entrada, habían cruzado el patio para llegar a las puertas de la residencia señorial e internarse, a través de ellas, en un decrépito recibidor. Las puertas se cerraron entonces a sus espaldas, y macabros gruñidos comenzaron a escucharse, provenientes de la oscuridad. ¿Con qué horrores iba a recibirles la morada del Conde Strahd?


De debajo del enorme par de escaleras que ascendían a la primera planta, surgieron ocho esqueléticos guardias, ataviados con raídas armaduras y empuñando espadas comidas por el óxido.

Con un movimiento fluido, Sathelyn alojó dos de sus flechas en el pecho de una de las criaturas. Un momento más tarde, los tumularios habían cruzado el salón para abalanzarse sobre Cinthork, Vanuath y la propia guerrera. El martillo del paladín minotauro descendió para hacer crujir la clavícula de un monstruo, al tiempo que Vanuath rodeaba a su compañero para disparar un virote sobre la criatura que, sin embargo, pasaba demasiado lejos del blanco.

Desde atrás, mientras Zenit se imbuía de energía necrótica para hacerse más resistente en combate, Jesper lanzaba un haz de tres rayos de puro fuego que impactaba en la cadera de un tumulario, haciendo brotar llamas y hedor a carne socarrada. Sathelyn pasó a su lado, retrocediendo mientras disparaba dos flechas en sucesión que abatían a sendas criaturas.

Tanto Cinthork como Vanuath apretaron los dientes casi a la vez, sintiendo como las armas oxidadas de los no muertos les herían la carne. Un momento después, todo parecía empeorar: a través de las paredes del salón comenzaron a aparecer las translúcidas figuras de una quincena de espectros. En un abrir y cerrar de ojos, habían rodeado a todo el grupo. Los compañeros se estremecían al notar el gélido tacto de las insustanciales criaturas sobre sus cuerpos.

Fue entonces cuando Jesper alzó la mano para invocar el poder de Lathander, desatando una oleada de energía dorada que deshizo a los espectros en jirones de luz, a los tumularios en ceniza y hueso esparcidos al aire. Solo uno de los espectros permaneció, solitario, en el salón... al menos hasta que Cinthork lo redujo a jirones con un golpe de su martillo mágico.

Ya sin ningún enemigo a la vista, los compañeros se tomaron un momento para estudiar la habitación en la que se encontraban. Había una puerta de doble hoja, bastante trabajada, en la pared norte. Frente a ellos, un par de grandes escaleras curvas ascendían hacia la primera planta. Bajo aquellas escaleras, en la pared este, una enorme puerta, también de doble hoja, podría conducir, presumiblemente, al Salón del Trono. Por último, en la pared sur, había una pequeña puerta de servicio.

Escucharon unas risas femeninas que parecían provenir de la primera planta. Aunque Sathelyn abogó por ir hacia el origen de aquella voz burlona, el resto de compañeros parecían decantarse por la puerta de servicio.

Tomaron esa puerta, que daba a un estrecho pasillo. Cinthork abrió la marcha, seguido de Sathelyn y Vanuath. Jesper iba tras ellos, con Zenit cerrando la marcha. El mago elfo no había acabado de entrar al pasillo cuando escuchó un leve sonido proveniente de la pared norte. Se giró justo a tiempo para ver aparecer, atravesando la pared, a diez seres hechos de pura oscuridad.

¡Sombras! —le gritó a sus compañeros.

A toda carrera, el rapidísimo Vanuath se precipitó de vuelta al recibidor, disparando sus dos ballestas sobre las criaturas. Quizá demasiado rápido, porque erró ambos disparos. Zenit tuvo más suerte con su proyectil mágico, ya que la esfera de energía hirió a una de las sombras. Sathelyn se quedó bajo el umbral, desde donde también disparó dos flechas que hirieron a uno de los no muertos.

Las sombras volaron raudas hasta la puerta, atravesando también la pared para derramarse en el pasillo de servicio en el que aún seguían Cinthork y Jesper; lo justo para atacar con sus garras y regresar a la seguridad tras la pared. Poco podían hacer Cinthork y Jesper desde allí, mientras las sombras herían con su contacto necrótico a sus compañeros.

Vanuath volvió a fallar con la ballesta. Aquel no estaba siendo su día, sin duda. A su lado, Zenit se desmaterializó en una nube de niebla para transportarse al otro extremo del salón, desde donde lanzó una bola de fuego con su anillo mágico. Las llamas envolvieron a varias de las sombras. Dos de ellas se deshilacharon un momento después al ser atravesadas por las flechas de Sathelyn.

Con algo de espacio liberado en la puerta, Cinthork salió al pasillo para destruir a uno de los no muertos con su martillo. Un momento después, Jesper salía tras él y, alzando de nuevo la mano, desataba la luz dorada que desgarraba el tejido sombrío que componía a aquellas criaturas.

Una lástima que los compañeros apenas tuviesen tiempo para sonreír por aquella victoria, pues en la parte superior de las escaleras que conducían a la primera planta, de aquel lugar de donde provenían las risas femeninas, aparecieron media docena de personas. Los seis llevaban ropas de aldeanos, aunque sus ojos eran rojizos y los colmillos les delataban como vampiros.

Ni siquiera usaron la escalera, sino que saltaron la balaustra de la primera planta para aterrizar sobre las baldosas del recibidor con un ruido sordo. Rápidamente, Cinthork corrió a su encuentro, martillo en mano. Mientras lo hacía, Jesper invocaba el auxilio de Lathander para hacer aparecer a un celestial, el cual hizo descender de inmediato su espada llameante sobre uno de los monstruos, partiéndolo verticalmente por la mitad antes de que explotase en cenizas.

Vanuath buscó el ángulo muerto en la visión del vampiro que acababa de enzarzarse en un brutal cuerpo a cuerpo con Cinthork. Las dos ballestas hicieron blanco en el cuello de la criatura, que chilló de dolor. Al mismo tiempo, Sathelyn colocaba dos flechas en el corazón de otro monstruo, haciéndole explotar en cenizas.

Pero los vampiros eran fuertes y rápidos, e hicieron retroceder a Cinthork, Sathelyn y Vanuath a puro golpe de zarpa y colmillo. Fue entonces cuando, también proveniente de la primera planta, una nube de murciélagos irrumpió el el recibidor. Las pequeñas criaturas se abalanzaron sobre el paladín minotauro, hiriéndole con cientos de diminutas garras y colmillos antes de arremolinarse a su espalda para compactarse y acabar convirtiéndose en la forma de una hermosa mujer de afilados colmillos. Katarina, que así se llamaba la vampiresa, lanzó un par de zarpazos que, por suerte, Cinthork pudo bloquear con su escudo.

El martillo del paladín se iluminó para golpear a la vampiresa en el pecho, haciéndola retroceder a la misma vez que Jesper desataba una oleada más de energía en el recibidor. A excepción de Katarina, todos los vampiros ardieron hasta resultar consumidos en menos de un segundo. La vampiresa, aún en pie, presentaba horribles quemaduras en todo el cuerpo que, sin embargo, parecían estar comenzando a sanar.

Pero todo aquel despliegue del sacerdote la había distraído, lo suficiente para que no viese a Vanuath escurriéndose tras Cinthork. El ladrón semielfo surgió de pronto tras la espalda del enorme minotauro para disparar uno de sus virotes, que se alojó con precisión en el corazón de la mujer.

Katarina llevó las manos al virote y gritó de ira, antes de explotar en una nube de cenizas.

Los compañeros se tomaron un segundo para comprobar que no había más enemigos a la vista. Aún algo exhaustos por el combate, decidieron dejar para más tarde el pasillo de servicio. En su lugar, atravesaron la enorme puerta de la pared este.

Para su sorpresa, encontraron al mismísimo Strahd allí, acomodado en su trono. Se mostró burlón y arrogante, prometiendo que disfrutaría especialmente de proporcionarle una muerte atroz a Jesper. Strahd les informó de que había cerrado las nieblas en torno al castillo, por lo que no podrían salir de allí. Del mismo modo, les informó de que no pretendía darles descanso dentro de sus muros.

Harto de tanta cháchara, Vanuath disparó su ballesta contra el vampiro en el mismo momento que este se levantaba del trono para caminar hacia ellos. El virote atravesó la ilusión, deshaciéndola, para acabar incrustándose en la pared.

Los compañeros inspeccionaron la sala, que parecía contener poco, más allá del trono y una puerta en la pared norte. Vanuath encontró, además, una puerta secreta tras el asiento señorial. Antes de tomar el pasadizo secreto, los compañeros decidieron averiguar qué había tras la puerta.

Lo que encontraron fue una capilla brutalmente profanada. Cinthork comenzó a inspeccionar el lugar. Aparte de un cáliz sagrado de cierto valor, encontró restos de pergaminos que señalaban aquel lugar como una capilla erigida al Padre Sol, algún tipo de deidad solar baroviana que el paladín supuso equivalente a Lathander.

Satisfechos con aquella breve exploración, los compañeros se encaminaron hacia la entrada secreta tras el trono, la cual les llevó de vuelta al pasillo de servicio. Tomaron el largo corredor, que desembocaba en otro pasillo más largo aún. En ese largo pasillo veían dos puertas, una al principio y otra casi al final; las dos en el lado izquierdo. En el lado derecho, más o menos a medio camino, parecía extenderse otro corredor hacia el sur.

Cinthork abrió la primera puerta, encontrando unas viejas cocinas. En una de las paredes laterales, podían verse dos hornos de piedra, como enormes y oscuras bocas. Al fondo, había una pequeña puerta, en bastante mal estado. Despacio, quizá con el recuerdo de todos aquellos utensilios de cocina que les atacaron en la Mansión de La Rosa y El Espino todavía en el recuero, el paladín minotauro se acercó a inspeccionar uno de los hornos mientras sus compañeros acababan de entrar en la cocina. El aterrador zumbido que, súbitamente, se escuchó en la oquedad, puso a Cinthork instantáneamente en alerta.

¡Cuidado! —gritó, al tiempo que usaba su escudo para bloquear el hueco— ¡Hay algo aquí dentro!

Sathelyn cruzó la cocina a la carrera, disparando una flecha de fuego con uno de sus arcos mágicos al interior del horno, que exploró en llamas. Cientos de lo que parecían diminutos insectos salieron de la oquedad envueltos en llamas, solo para caer carbonizados al suelo a apenas un metro. Jesper se colocó junto a la guerrera, invocando a su vez el fuego sagrado para que entrase en el horno y acabase de matar todo lo que allí dentro quedase con vida.

Vanuath y Zenit, que acababan de entrar en la cocina, miraban perplejos a Cinthork, que empujaba su escudo contra la oquedad del horno que no ardía. Quizá tuviesen intención de ayudarlo, pero el caso es que no pudieron. La nube de insectos escapó por una rendija, envolviéndolos a todos. Las picaduras dolían horriblemente y había tantos insectos que apenas se podía ver allí.

Más por instinto que por otra cosa, Vanuath disparó su ballesta contra el enjambre. Suerte tuvo de no herir a un compañero. Zenit fue mucho más práctico, deshaciéndose en una nube de bruma para reaparecer en el pasillo, lejos del enjambre.

Mientras Cinthork corría hacia la puerta, hostigado por los tábanos, Jesper desplegaba un haz de fuego que hacía caer muchos insectos, carbonizados. El suelo comenzaba a crujir horriblemente a cada paso que allí se daba. Sathelyn manoteaba frenética, intentando deshacerse de la nube de bichos que aún la acosaba.

Zenit contempló de reojo como la nube de insectos se dirigía al pasillo donde el estaba. Por desgracia, otra cosa requería su atención: desde la puerta que había al final del pasillo, una decena de tumularios ataviados como guardias corría hacia él, empuñando sus oxidadadas armas. El mago elfo arrojó una nube de fuego sobre los no muertos justo al mismo tiempo en que Vanuath salía al pasillo para colocarse junto a él.

Los tumularios proseguían su avance, si bien es cierto que lo hacían en llamas y visiblemente deteriorados.

Cinthork, con el cuerpo lleno de picaduras, salió al pasillo para adelantar a Zenit y Colocarse un paso por delante de Vanuath. Dentro de la cocina, Jesper desataba una andanada de luz aúrea que derribaba a los insectos que aún volaban dentro de aquella estancia. Por desgracia, muchos de los insectos estaban ahora en el pasillo, cebándose con Cinthork, Vanuath y Zenit.

Vanuath activó su ballesta mágica, desatando un rayo eléctrico que, demás de achicharrar al enjambre, zigzagueó por el pasillo para abatir a dos tumularios, que se derrumbaron en pedazos. Uno más explotaba al ser alcanzado por una esfera de energía arrojada por Zenit. Entonces, Cinthork comenzó a caminar hacia los no muertos mientras mecía su martillo de forma amenazadora.

Justo cuando Cinthork llegaba hasta los no muertos, interponiendo el escudo para evitar que sus garras le hiriesen, Sathelyn salía al pasillo para tumbar a dos criaturas, atravesándoles el cráneo con sendas flechas. Otros dos cayeron bajo los virotes de Vanuath y uno más explotó en pedazos al recibir un proyectil mágico de Zenit.

De los dos tumularios que quedaban en pie, uno fue destruido cuando la flecha de Sathelyn le impactó en la cabeza, arrancándole la mitad del cráneo. Cinthork usó el escudo para embestir al último, estrellándole contra la pared, donde se hizo pedazos.

Los compañeros se miraron entre sí, jadeando. El Castillo Ravenloft les había exigido demasiado en unos pocos minutos. Siendo conscientes de que necesitaban reponerse y que, sin duda, Strahd les pondría problemas para descansar, recurrieron a la magia de Zenit.

Mientras Jesper efectuaba algunas curaciones, el mago elfo, invocó un área segura, haciendo que una burbuja de energía opaca se alzara en aquellas cocinas que los compañeros acababan de descubrir. Zenit les aseguró que la cúpula mágica que acababa de crear era inexpugnable. De ese modo, se abandonaron al descanso.

Fue un descanso tenso, pues poco a poco, pudieron ver cómo una enorme multitud de espectros comenzaba a congregarse en el pasillo. Los no muertos aporreaban con frustración la cúpula mágica, pero no podían atravesarla.

Los compañeros, lo sabían bien, iban a tener que salir de allí luchando.

Después de transcurridas ocho horas bajo la protección de esa cúpula, el grupo se preparó para salir. Zenit miró a los ojos de sus compañeros en busca de aprobación. Luego, dejó caer la barrera protectora.

Cinthork salió al pasillo con una gran zancada, deshilachando a uno de los espectros con un golpe de su martillo. Sathelyn salió inmediatamente tras él, destruyendo a un par de criaturas con dos disparos en rápida sucesión. Vanuath, tras ello, gritó de frustración al errar, por enésima vez aquel día, sus dos disparos.

Mientras sus compañeros se desplegaban por el pasillo, Jesper y Zenit salieron al corredor. Jesper, que prefería a guardar el momento propicio para desatar su oleada, lanzo tres rayos de fuego que disiparon a uno de los espectros. Zenit, por su parte hería a uno de los monstruos con una esfera de energía.

Los espectros cerraron filas en masa sobre los compañeros, que gritaron de dolor al sentir su letal contacto. Solo Zenit estaba lo suficientemente bien resguardado como para no resultar herido. El martillo de Cinthork destruyó a otro espectro, las flechas de Sathelyn a dos. Vanuath se escurrió entre guerrera y paladín para sorprender a otra criatura, que se deshilachó al ser golpeada por sus virotes. Un no muerto más fue derribado por Zenit un momento antes de que Jesper desatase, ahora sí, su oleada de luz divina.

Todos los espectros resultaron arrasados a excepción de uno, que duró apenas un instante más, hasta que Cinthork lo aniquiló de un martillazo.

Con el pasillo despejado, los compañeros continuaron avanzando. Según se acercaban a la mitad del corredor, pudieron escuchar una serie de susurros provenientes del pasillo que se abría hacia el sur. Se asomaron con cuidado, descubriendo lo que parecían ser unos antiguos establos.

Ningún caballo había en aquellas cuadras abandonadas hacía siglos. En su lugar, unas espesas telas de araña lo envolvían todo. Al fondo, varios cuerpos descarnados pendían de las telas, con lo que fuese su equipo tirado a los pies. Desde lejos, Cinthork pudo distinguir las formas de algunos viales en una de las ajadas mochilas. Los susurros se escuchaban por todo el establo, sin que se pudiera localizar su origen.

Cinthork comenzó a internarse en el establo, caminado despacio en dirección a aquellos cuerpos atrapados en las telarañas. Seguía escuchando aquellos extraños susurros, sin saber exactamente de donde procedían. De pronto, un crujido en las vigas del techo le hizo alzar la vista, justo a tiempo para ver a la media docena de enormes arañas que, prendidas de sus hilos, descendían hacia él. Eran arañas susurrantes, como delataba su color amarillo y la franja negra que las dividía longitudinalmente.

El paladín descargó su martillo sobre la más cercana, que titiló para desvanecerse como la ilusión que era. En lugar de golpear a una araña real, el minotauro había hundido su martillo y antebrazo entre las gruesas telarañas, quedando atrapado. Vanuath entró entonces al establo, disparando su virote para acertar a otra de las arañas, que también se desvaneció. Un par de arañas más aparecieron en escena, sustituyendo a aquellas ilusiones.

Zenit lanzó un conjuro de velocidad sobre Sathelyn, que disparó tres flechas contra una de aquellas nuevas arañas. Debía ser real, porque la criatura se retorció de dolor al ser alcanzada por los proyectiles. Jesper entró tras la guerrera, aunque fue recibido por la telaraña arrojada por una de las arañas, que le dejó atrapado.

Cuatro de las enormes arañas se abalanzaron sobre Cinthork, que aún luchaba por liberarse de la telaraña en la que había quedado prisionero. El minotauro notó los dolorosos mordiscos, y el veneno haciendo que la misma sangre le doliese en las venas. Zenit, asomándose al establo, lanzó un proyectil mágico sobre una de las criaturas, haciéndola titilar y desaparecer. Pronto había otra araña cerca.

Era difícil saber qué arañas eran reales y cuales no.

Por fin, Cinthork logró liberarse de la telaraña. Lo hizo al tiempo en que Vanuath se deslizaba furtivamente por el establo para colocar dos virotes cerca de la cabeza de uno de aquellos abyectos bichos. Un momento después, dos flechas de Sathelyn abatían al monstruo.

Dos de las arañas susurrantes se lanzaron sobre Cinthork, mientras otra se arrojó a por Vanuath. El minotauro usó el escudo para bloquearlas, mientras que el ladrón se mantuvo a salvo con su prodigiosa destreza. Mientras, Jesper, que seguía atrapado, recibía el mordisco de otra de las criaturas. La araña del fondo del establo, que aún no había entrado en combate, se movió rápidamente hacia la entrada donde estaban Jesper, Sathelyn y Zenit.

El mago elfo retrocedió hacia el pasillo al tiempo que Jesper conseguía liberarse de la telaraña, usando el paso brumoso de su anillo mágico para transportarse al pasillo en una explosión de niebla. Un momento después, el sacerdote convocaba a un celestial que descargaba su espada flamígera en un terrible golpe sobre la araña que intentaba llegar hasta Zenit y él.

Con satisfacción, Cinthork descargó su martillo contra una araña real, haciendo que el monstruo chillase de dolor. Vanuath remató al monstruo alojándole un virote en la parte posterior del cráneo. Mientras, Sathelyn disparaba sus flechas contra la araña que llegaba desde el fondo. Para cuando la ilusión vibró y se deshizo al ser atravesada por el primer proyectil, los dos siguientes ya volaban en el aire, alojándose todos en la pared del establo.

Cinthork y Vanuath continuaban luchando contra un trío de arañas, manteniéndolas a raya como buenamente podían. En la puerta del establo, el celestial invocado por Jesper también resistía las acometidas de la araña que intentaba llegar al pasillo para atacar al sacerdote ya su compañero, Zenit.

Vanuath se movió por detrás de Cinthork, para surgir a la espalda de una de las arañas, a la que eliminó clavándole un virote en el ojo. Otro monstruo que trataba a su vez de atacar por la espalda al ladrón semielfo, fue abatido por dos flechas de Sathelyn, que gracias a la velocidad del conjuro lanzado por Zenit, aún tuvo tiempo de disparar otra flecha más para aniquilar al bicho que se cernía sobre ella.

La última de las arañas chilló de terror al ver cómo el enorme martillo de Cinthork descendía sobre su cabeza para hacerla explotar en una tempestad de espeso fluido amarillento y pedazos de cráneo.

Con las arañas susurrantes muertas, los compañeros fueron apartando cuidadosamente las telarañas hasta llegar a los cuerpos del fondo. Por desgracia, la mayoría de los viales que contenía la mochila estaban rotos. Aún así, pudieron encontrar una poción de Restauración en buen estado.

Salieron de nuevo al pasillo, recorriendo el corredor hasta el final, donde unas escaleras ascendentes les condujeron a las plantas superiores. Desde allí, se les presentaba la disyuntiva de explorar las habitaciones del castillo o tomar el corredor cubierto que llevaba hasta las murallas. Se decidieron por esta última opción.

Con Cinthork abriendo el camino, tomaron aquel corredor de piedra techado. Desde los ventanucos, podían ver el patio de armas, unos doce metros más abajo. El paladín minotauro emitió un gruñido de frustración al notar como una de las baldosas cedía levemente bajo su peso. Un momento después, parte del techo —un trabajo de escayola que imitaba a la piedra— saltaba en pedazos para liberar un enorme péndulo de acero, armado con afiladas cuchillas.

Aquel descomunal lucero del alba se estampó en el pecho de Cinthork, arrojándolo hacia atrás. El enorme cuerpo del minotauro cayó sobre sus compañeros, haciendo que todos rodasen en una maraña de brazos y piernas. Las heridas del paladín eran importantes, así que Jesper empleó el poder de Lathander para sanarle.

Con paso temeroso tras aquella trampa, el grupo llegó hasta la torre norte del castillo. Cinthork inspeccionó la parte superior, no encontrando nada. Sin embargo, a través de la niebla, pudo intuir algunas figuras aladas moviéndose rápidamente. El único camino posible eran los parapetos o, en su defecto, la angosta escalera de caracol que parecía descender por el interior de la torre.

Bajaron por la escalera, con Vanuath unos metros por delante, inspeccionando el camino en busca de trampas. Por desgracia, el ladrón iba tan pendiente del suelo que no se fijó en las paredes. Al apoyarse imprudentemente en una de ellas, activó el mecanismo de otra de las trampas. Varias cuchillas surgieron de las juntas de los ladrillos para herir las piernas de todos los compañeros, que quedaron en el suelo, retorciéndose de dolor.

Una vez más, fue necesaria la intervención de Jesper para que el grupo pudiera rehacerse mínimamente.

Continuaron hasta el piso inferior de la torre, donde solo encontraron una serie de soportes con lanzas bastante oxidados. Frustrados por el hallazgo, tomaron de nuevo el camino de ascenso hasta la planta superior, donde tomaron los parapetos en dirección a la torre este.

Mientras caminaban por aquellos muros, apenas podían distinguir más que niebla a su alrededor. Aún así, tanto Sathelyn como Vanuath sí lograron detectar a tiempo a las siete figuras que se cernían sobre ellos batiendo sus emplumadas alas.

La guerrera disparó dos flechas en sucesión que hirieron a una de las criaturas. Vanuath, por su parte, trato de imitarla, aunque sus dos virotes se perdieron en mitad de la niebla, muy lejos de su objetivo.

El chillido de los demonios vroc, esas aberraciones entre buitre y humano, era tan terrible como recordaban. Los compañeros cayeron de rodillas al suelo, llevándose las manos a los oídos ante el atroz dolor que les llegaba hasta los huesos.

Por suerte, Zenit logró rehacerse lo suficientemente rápido. Desvaneciéndose en una nube plateada, el mago elfo reapareció sobre los parapetos, a unos metros de distancia. Allí, extendió las manos para murmurar arcanas palabras.

Los vroc chillaron, pero esta vez de puro terror. Los compañeros nunca sabrían que clase de visiones podrían producir tal temor a aquellos demonios, pero lo cierto es que muchos de ellos se desplomaron desde las alturas, muertos de puro pánico. Otros enloquecieron, usando las propias garras para arrancarse el rostro o abrirse las tripas en pleno vuelo. Ninguno sobrevivió a aquel terrible despliegue de poder que Zenit acababa de llevar a cabo.

Aún algo aturdidos por el chillido de los vrocs, los compañeros recibieron una curación de Jesper. Vanuath, además, hizo uso de una de sus pociones para restablecerse por completo. Tras esto, avanzaron lo que les quedaba de muralla para llegar hasta la torre este. Allí, encontraron una estructura muy parecida a la anterior, donde los únicos caminos se antojaban los muros, o la escalera descendente.

Como la vez anterior, el grupo bajó por la escalera de caracol. Nuevamente, el ladrón marchaba por delante, precediendo unos metros al grupo. Esta vez, la astucia de Vanuath le permitió descubrir una trampa de ácido que podría haber resultado fatal para los compañeros.

Así, llegaron al fondo de la torre. Esta vez, el hallazgo se limitó a varias cajas de madera en mal estado, en cuyo interior había centenares de flechas. Todas con los astiles podridos. Maldiciendo lo que consideraban una pérdida de tiempo, volvieron a subir las escaleras.

Tras un trecho de parapetos mucho más relajado que el anterior, ya que no encontraron oposición alguna, los compañeros llegaron a la torre sur. Parecía idéntica a las otras, de modo que tomaron, una vez más, la escalera descendente.

Habrían avanzado un par de pisos cuando, de pronto, decenas de espectrales garras surgieron de las mismísimas paredes. Hiriéndoles con su frío tacto. Los espectros chillaban y reían mientras aparecían desde los muros, cada vez en mayor número. En la tremenda angostura de aquellas escaleras, los compañeros fueron conscientes de que no disponían de la capacidad de maniobra suficiente para combatir. Jesper tampoco podría afectar a muchos con el poder de Lathander.

Zenit trató de teleportar al grupo de vuelta a la sala superior de la torre, pero erró el conjuro, con lo que una explosión de dolor recorrió el cuerpo de los compañeros. Un momento después, decenas de manos espectrales surgiendo de las paredes no añadían sino más dolor.

Por suerte, el anillo de Jesper sí funcionó correctamente, llevando al grupo hasta la sala elegida. El grupo cerró filas, sabían perfectamente que los espectros les seguirían torre arriba. Jesper apretó los labios: sabía que debía aguardar el momento propicio.

Tal y como esperaban, los espectros llegaron. Surgían a través de las paredes o el suelo, dañando a los compañeros con su tacto gélido. Vanuath gritó a Jesper que los expulsase, pero el sacerdote sabía que no era el momento: había muchos espectros que aún no habían entrado en la sala. Se limitó a destruir a uno de ellos con un triple haz de fuego.

Los espectros siguieron entrando, haciendo gritar de dolor a los compañeros mientras las fantasmales garras arrebataban la esencia a los vivos. Jesper miró a su alrededor.

Era el momento.

La oleada de luz aúrea llenó la habitación. Esta vez fueron los espectros quienes chillaron, de dolor y terror, mientras el sagrado poder de Lathander les arrancaba de la no vida para dejar aquella sala en completo silencio.

Totalmente exhaustos, los compañeros se dejaron caer sobre el suelo. Estaban agotados y con los recursos al límite. Sin que le dijesen nada, Zenit comenzó a preparar una nueva área de exclusión que les permitiese descansar. Al tiempo, Jesper repartía sus últimas curaciones entre el grupo.

Cobijados por el área mágica de Zenit, los compañeros descansaron ocho horas en la torre sur de aquel castillo que quería matarlos a todos. Por suerte, esta vez ningún peligro les aguardaba cuando Zenit dejó caer las protecciones.

Así, tomaron nuevamente las escaleras descendentes, las cuales les llevaron hasta la parte inferior de la torre. Allí encontraron una especie de relieve en la pared que parecía simular una puerta ornamentada.

Tras una aguda inspección, Vanuath logró dar con un resorte oculto en el marco tallado. Al accionarlo, una losa de piedra se deslizó para dar paso a un oscuro corredor. Los compañeros apenas distinguían unas escaleras descendentes que se hundían en la oscuridad.

Cinthork invocó la luz de Tyr para que resplandeciese en las cubiertas metálicas que ornamentaban sus cuernos y, como tantas veces, abrió la marcha con su enorme martillo de guerra en la mano.

El grupo se internó en las catacumbas del Castillo Ravenloft.


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