Los Reinos (T4) - Las Tablas del Destino (16/X)

Los compañeros se habían internado en el temido Castillo de Ravenloft, un lugar que parecía dispuesto a matarles a toda costa. Tras acabar con una de las esposas de Strahd, la vampiresa Katarina, el grupo se abrió paso entre hordas de no muertos, arañas gigantes e incluso demonios para llegar hasta la entrada de las catacumbas. Ahora, atravesaban la oscuridad bajo el castillo, con paso firme hacia su objetivo: acabar con el mismísimo Conde Strahd Von Zarovich.


Con un agua pestilente cubriéndoles hasta las rodillas, los compañeros avanzaban penosamente a través del angosto laberinto de túneles de ladrillo y criptas menores. El hedor a podredumbre era insoportable. Al cabo de un rato, comenzaron a percibir chapoteos provenientes de la oscuridad.

Cada vez más chapoteos que, pronto, se escucharon como evidentes pasos que se acercaban por aquellos túneles inundados. Desde todas partes. Multitud de pasos.

Los elfos, con sus ojos acostumbrados a la oscuridad, fueron los primeros en verlos: una multitud de cuerpos en avanzado estado de descomposición, acercándose a bastante velocidad tanto desde vanguardia como a la espalda del grupo.

Cinthork recibió al primer zombie con un poderoso martillazo que, de hecho, derribó también a varios no muertos que venían detrás. A la vez, Jesper lanzaba hacia retaguardia un trío de rayos ígneos que incendiaban a varios seres. Sathelyn por su parte, disparó un par de flechas: la carne de aquellos monstruos estaba tan podrida, que las flechas les atravesaron, aniquilando a varias criaturas con cada disparo.

Pero los no muertos avanzaban, sin descanso ni temor. Cinthork, que se había adelantado, pronto se vio envuelto en una marea de seres putrefactos que le arañaban con sus quebradizas uñas y le mordían con sus dientes amarillentos. Vanuath le quitó a algunos de encima, disparando sus dos ballestas al tiempo que Zenit usaba su anillo mágico para arrojar una bola de fuego que les permitía tener algún respiro a vanguardia.

El martillo del paladín trazó un arco brutal, reduciendo a pulpa a varios zombies de un golpe. Mientras, a retaguardia, Jesper convocaba a un celestial entre la putrefacta maraña. La espada llameante del deva exterminaba no muertos, cuyos ardientes pedazos volaban por el túnel a cada sesgo. A la vez, Sathelyn se esforzaba en disparar, derribando zombies para que no lograsen envolver al celestial.

Pero eran demasiados, y seguían llegando.

Cinthork avanzó por puro ímpetu, con los no muertos colgando de su cuerpo mientras mordían y arañaban. Vanuath intentaba mantenerse junto al minotauro, recibiendo su propia ración de aquella macabra medicina. A vanguardia, varios zombies lograron llegar hasta el celestial, aferrándose a su cuerpo y comenzando a morder.

Vanuath disparó sus ballestas, aunque el empellón de un monstruo, en el último momento, hizo que sus virotes impactasen en el techo. Zenit posó entonces su mano sobre el hombro de Sathelyn, conjurando el conjuro de apresuramiento. Imbuida de aquella magia, la guerrera comenzó a disparar flechas a una velocidad vertiginosa: los no muertos caían por docenas.

Un Cinthork bastante dolorido machacó a otro puñado de seres con un barrido de su martillo. El paladín sonrió al sentir la energía curativa de Jesper desplegándose sobre el grupo. A retaguardia, el celestial convocado por el sacerdote todavía aguantaba gracias a que la lluvia de flechas de Sathelyn alejaba a los enemigos de él.

Pero aún eran muchos. Parecían no tener fin.

Vanuath trató de zafarse de varios zombies que se le abalanzaban, mientras veía como los monstruos trepaban sobre Cinthork, mordiendo y arañando. En el otro lado, también el celestial se veía obligado a retroceder, acosado por dientes y uñas. Vanuath activó la magia de su ballesta, haciendo que un rayo eléctrico surcase el túnel, llevándose a mas de una docena de no muertos por delante.

La magia crepitó a la orden de Zenit, haciendo que un enorme slaad se materializase en el corredor. El monstruoso humanoide corrió hacia retaguardia para apoyar al celestial mientras a vanguardia, Cinthork avanzaba a golpe de martillo, con las flechas de Sathelyn tratando de despejarle el camino.

Los zombies no paraban de llegar. Cinthork, Vanuath y Sathelyn recibían mordiscos en un extremo del túnel, mientras que Jesper, su celestial y el slaad de Zenit recibían idéntico castigo en el otro. El mago elfo hizo explotar a varios monstruos con un proyectil mágico.

Vanuath, que acababa de abatir a un par de enemigos con sus ballestas, se percató de que los zombies estaban relajando la presión. Ya no llegaban tantos. Miró hacia atrás, donde entre el celestial y el slaad estaban despedazando a unos cuantos seres. Por retaguardia también parecía que la marea perdía consistencia.

Enardecido por las noticias de Vanuath, Cinthork avanzó embistiendo con el escudo y machacando con su martillo. La andanada de poder de Jesper, acompañando al minotauro, redujo a cenizas a bastantes de los monstruos, despejando casi por completo la retaguardia.

Los últimos zombies, algo más de una docena, ni siquiera lograron acercarse al grupo, pues Sathelyn, disparando a toda velocidad gracias al efecto del conjuro de Zenit, lanzó una verdadera tempestad de flechas que acabó de limpiar el túnel en ambas direcciones.

Los compañeros se apoyaron en las paredes. Con los rostros desencajados, miraron a su alrededor. Había restos de zombies por todas partes, probablemente se habían enfrentado a tres centenares de aquellas criaturas en aquel túnel. La imagen de aquellas turbas de no muertos, avanzando los unos sobre los restos putrefactos de los otros, quizá les acompañasen el resto de sus vidas.

No tardaron demasiado en rehacerse. Habían bajado a aquellas catacumbas por un motivo, y estaban dispuestos a llegar hasta el final. De ese modo, continuaron su penoso periplo por aquellos túneles inundados. Después de algún tiempo, pudieron percibir un ligero resplandor al final de una de las galerías.

Con cautela, se acercaron a lo que resultó ser una amplia cripta, la cual parecía rodeada por un pasillo exterior. En la cripta había cuatro sarcógafos. Sobre uno de ellos, el situado encima de una pequeña plataforma, estaba sentado Strahd, que sonreía dejando ver sus colmillos. A unos pasos, dos vampiresas —Elina y Sabila— siseaban, abriendo sus bocas para mostrar los dientes de forma mucho más amenazadora.

El Señor de Barovia les felicitó por haber llegado hasta la cripta. En recompensa a su audacia les ofreció el —según él— ventajoso trato de poder servirle como esclavos por toda la eternidad. Cuando los compañeros se negaron, con cierta sorna, Strahd les prometió una muerte dolorosa y atroz.

Jesper no perdió el tiempo, convocando un celestial justo ante el vampiro que, sin embargo, se deshizo en una nube de murciélagos cuando la hoja llameante del deva descendía. Los pequeños animales hirieron el cuerpo del celestial con sus garras y dientes. A la vez, Vanuath disparaba sus ballestas sobre Elina mientras corría hacia la esquina suroeste de la cripta. Los virotes solo encontraron aire cuando también la vampiresa se convirtió en una nube de murciélagos.

Sabila, la otra vampiresa, también se tornó en murciélagos. Mientras su compañera y Strahd volaban hacia el pasillo que rodeaba la cripta, ella descendió sobre Vanuath, hiriéndole antes de materializarse a su espalda. Cuando el ladrón semielfo se giró, la vampiresa le cogió por la pechera y, tras lamerle la cara, le estampó violentamente contra una de las columnas de la sala. Vanuath se desplomó como un fardo.

El resto de compañeros trató de entrar en la cripta para ayudar a Vanuath, pero una densa nube de murciélagos apareció desde algún lugar para plantarse ante ellos, como un muro de aleteos y chillidos. Frustrado, Cinthork golpeó inútilmente con su martillo. La nube venenosa de Zenit surtió mejor efecto, haciendo que los animales cayesen al suelo, convulsionándose entre terribles quejidos. Sathelyn aprovecharía el hueco para colocar dos flechas en el hombro de Sabila.

Mientras la guerrera destrozaba a patadas un par de manos esqueléticas que habían brotado desde el mismo suelo para atraparla, Jesper recurría al poder de Lathander para desplegar una oleada de energía curativa que, además de reponer a la mayoría de sus compañeros, permitió que Vanuath se pusiera nuevamente en pie. Mientras, el celestial convocado por el sacerdote se batía en el pasillo exterior con Elina. Desde aquel pasillo reapareció Strahd para arrojar una bola de fuego que explotó en medio de la sala, envolviendo en llamas a Cinthork y Sathelyn.

Vanuath, aún algo tambaleante, disparó sus ballestas contra Sabila, pero la vampiresa esquivó los virotes con sorprendente agilidad. El semielfo pudo ver que aquel ser prácticamente se había repuesto de los flechazos de Sathelyn en muy poco tiempo, aunque bastante tuvo el ladrón con retroceder para ponerse a salvo de sus garras.

Elina llegó desde el pasillo, convertida en una nube de murciélagos que hirió a Cinthork y Sathelyn, para plantarse ante el minotauro, quien alzó a tiempo el escudo para interceptar sus garras. Lamentablemente, otra nube de aleteos, Strahd en este caso, envolvía al paladín y la guerrera un segundo después.

Cinthork golpeó con fuerza a Elina usando su martillo, al tiempo que Zenit hacía materializarse un slaad que se arrojaba sobre Sabila. La vampiresa, sin embargo, esquivó sin muchos problemas al enorme anfibio. En ese instante, el celestial de Jesper se disolvía con un quejido: el Castillo de Ravenloft parecía haberle expulsado en una demostración de voluntad propia.

Sathelyn disparó dos flechas, sonriendo al ver cómo se clavaban en el cuerpo de Strahd. Un momento más tarde, una nueva andanada curativa de Jesper envolvía al grupo, dándoles un respiro ante el terrible castigo que estaban recibiendo. Strahd, con un siseo amenazador, se deshizo en murciélagos y volvió a retirarse hacia el pasillo exterior.

Vanuath hendió su Daga del Ejecutor en el cuerpo de Sabila, solo para comprobar que la magia necrótica del arma no causaba efecto alguno en la vampiresa. Fue entonces como una nueva bola de fuego llegó, crepitando en el aire, para estallar entre Cinthork, Sathelyn y el slaad, hiriendo a los tres.

Maldiciendo, los compañeros se percataron de que, nuevamente, los no muertos se estaban recuperando de sus heridas a altísima velocidad. Sabila dio entonces una zancada hacia Vanuath, propinándole un par de zarpazos que mandaron al semielfo al suelo, de donde no se levantó.

En forma de nubes aladas, Elina y Strahd envolvieron al grupo, haciéndoles apretar los dientes de dolor. Ambos se materializaron junto a los compañeros. Tanto Sabila como el propio Strahd cargaron contra Cinthork, hiriéndole con sus garras; aunque se vieron obligados a retroceder cuando Zenit descargó una nube de fuego sobre ellos.

El paladín minotauro aprovechó la coyuntura para golpear a Strahd con su enorme martillo, a la vez que el slaad mordía en el hombro a Elina. Mientras, Sathelyn se arrodillaba junto al cuerpo caído de Vanuath para verter una poción curativa en sus labios. Fue entonces cuando la sombra de Cinthork pareció cobrar vida, tratando de golpear con su oscuro martillo al paladín que, por suerte, logró esquivarla. Tras esto, la sombra pareció recuperar la normalidad.

Jesper gritó, una vez más, el nombre de Lathander para insuflar fuerzas a sus compañeros, al tiempo que la nube de murciélagos que había sido Strahd envolvía a Cinthork y Sathelyn antes de replegarse a la esquina sureste, donde el vampiro recuperó su forma humanoide. A la vez, Vanuath, que acababa de levantarse, colocó un virote en la cadera de Sabila.

Pero los vampiros regeneraban sus heridas deprisa, y los compañeros tenían la sensación de que ese combate era interminable, y se estaba complicando. Sabila envolvió a Vanuath, convertida en murciélagos, aunque la sorprendente agilidad del semielfo le permitió evitar lo peor de aquella oleada de pequeñas garras y dientes. A unos pasos, Elina hundía sus garras en el pecho de Cinthork, justo antes de que otra nube de murciélagos —Strahd— revolotease hiriendo a todos los compañeros para acabar recuperando su forma para golpear también con sus garras al minotauro.

A la vez que Zenit volvía a envolverlos a todos en un fuego que solo afectaba a los enemigos, Cinthork golpeaba el cuerpo de Strahd con su martillo. El slaad también trató de herir al vampiro, pero este fue demasiado rápido para el anfibio. Sathelyn sí acertó con sus flechas en la espalda del oscuro señor, un momento antes de que el mismo Castillo Ravenloft expulsase al slaad.

Jesper imploró una nueva curación, manteniendo al grupo en pie mientras Vanuath volvía a acertar a Sabila con sus virotes. Luego, el semielfo se alejaba de un salto de aquel par de manos esqueléticas que brotaban del suelo para atraparle. Pero la vampiresa parecía empezar a hartarse de su juego con el ladrón: a una velocidad vertiginosa, llegó hasta él para asestarle un nuevo zarpazo que volvía a enviar a Vanuath al suelo, inconsciente. Luego, Sabila se deshizo en nube de murciélagos para envolver a Cinthork y Sathelyn.

Strahd rasgó nuevamente la carne del minotauro con sus zarpas, antes de volar en forma de nube alada de regreso a la esquina sureste y recuperar allí su forma. Sin el Conde a mano, Cinthork descargó su ira, y su martillo, sobre Sabila. Un momento después, Zenit extendía las manos para gritar una frase arcana.

La sucesión de meteoros incandescente barrió casi toda la cripta, derribando paredes y columnas en una lluvia de cascotes y fragmentos afilados que volaban en todas direcciones, envueltos en llamas. Una vez más, la maestría del mago mantenía a sus compañeros a salvo de aquel casos.

Sabila se levantaba con dificultad de entre los escombros, visiblemente maltrecha. Fue cuando las dos flechas disparadas con Sathelyn se le alojaron en pleno corazón. La vampiresa abrió la boca para chillar pero, antes de poder hacerlo, explotó en una nube de cenizas.

¡Sabila! —gritó Strahd, que acababa de levantarse también de entre los escombros.

Cinthork se dirigía hacia él, presto a golpearle cuando, de pronto, su sombra volvió a surgir del suelo para atraparle desde atrás. El sombrío minotauro enroscó el musculoso brazo alrededor del cuello de su homónimo, hasta arrebatarle el aire. Cuando Cinthork se desplomó de bruces sobre el suelo, la sombra recuperó la normalidad.

Jesper invocó de nuevo a Lathander, pero esta vez para que su oleada castigara al enemigo. Sabila y Strahd, que acababa de llegar junto a Sathelyn, rugieron de dolor al sentir la energía sagrada sobre sus carnes. Al tiempo, Cinthork recuperaba la consciencia y se ponía nuevamente en pie.

Sabila descargaba sus garras sobre Sathelyn al tiempo que Cinthork irrumpía de nuevo en la batalla para golpear a Strahd con su martillo, imbuido de luz divina. Mientras, Zenit ponía distancia, desmaterializándose en bruma plateada para transportarse hasta el pasillo, seguido por Elina, en forma de nube alada. Cuando ambos se hubieron materializado en el pasillo, Zenit probó a hacerse invisible para tratar de escapar.

Dos flechas de Sathelyn surcaron el aire, clavándose en la espalda de Elina, a la altura del corazón. La explosión de cenizas llenó el pasillo, justo al tiempo que Sathelyn rodaba por el suelo para librarse de unas nuevas garras esqueléticas que brotaban del suelo.

Con solo Strahd en pie, Jesper volvió a desatar el poder de su dios sobre el vampiro que, tras rugir de dolor, se convirtió en bruma alada para envolverlos a todos en una maraña de garras y dientes. El señor de Ravenloft recuperó su forma ante Sathelyn, hiriéndola con sus garras.

Cinthork se acercó a la espalda del vampiro, golpeándole con fuerza. El no muerto se convirtió de nuevo en una nube de murciélagos que se ensañó en el paladín. Un instante más tarde, el minotauro se desplomaba sobre el suelo de la cripta para quedar inmóvil mientras aquella nube alada escapaba hacia el pasillo exterior, seguida por Jesper.

Sathelyn escapó con habilidad de otro par de garras esqueléticas que trataban de impedir que llegase hasta Cinthork, al que se le escapaba la vida con cada latido. En el último momento, la guerrera vertió la poción curativa en la boca del minotauro, que abrió los ojos.

Fue justo cuando Strahd recuperaba su forma en el pasillo. El vampiro, señor eterno de Ravenloft, lo hizo solo para ver a Jesper ante él, como un bastión de fe. Al tiempo que un área de luz solar envolvía al sacerdote, un deslumbrante haz de esa misma luz se proyectaba hacia el no muerto, incendiando todo el pasillo.

Strahd Von Zarovich alzó las manos en un gesto defensivo. Fútil.

El cuerpo del vampiro estalló en llamas, descarnándose en segundos para mostrar el músculo, luego el hueso y, finalmente, deshacerse en una explosión de cenizas que se disolvieron en el corredor mucho antes de que la intensa luz solar invocada por Jesper se hubiese extinguido del todo.

Se hizo el silencio. Pasaron todavía unos segundos antes de que todo comenzase a cambiar.

Poco a poco las paredes del antiguo Castillo de Ravenloft fueron disolviéndose en bruma. Las nieblas que les rodeaban, esta vez, no traían el frío mortal con ellas. Cuando, fueron disipándose, los compañeros se encontraron en el salón de la banshee Eflestray, la guardiana del portal a Barovia. La no muerta se mostró divertida ante el retorno del grupo, invitándoles a regresar a su tierra cuando quisieran, para así poder disfrutar de sus bondades.

Haciendo caso omiso de la banshee, los compañeros salieron de la casa, desde donde Zenit llamó mágicamente a Éloze. La fantasma, que se alegró mucho de verles, les guió rápidamente hasta una de las posadas del Barrio del Mercado, donde los compañeros descansaron por un par de días.

Tras esto, Cinthork volvió a contratar los servicios de la fantasmal guía para que le consujese a una reunión con El Colmillo. El gnomo, en su guarida, le informó al minotauro de que el Gran Príncipe Telamonte había abandonado Sigil. Al parecer, había puesto su fortaleza voladora rumbo al Plano Astral cuatro días atrás.

Sin duda, Telamonte había logrado el último de los Glifos del Destino y ahora viajaba rumbo al punto final de toda aquella aventura: El Templo del Destino.

Rápidamente, el propio Colmillo guió a Cinthork de regreso en busca de sus compañeros. De allí fueron al puerto, donde el gnomo esperaba emplear sus contactos para conseguirles un navío astral lo suficientemente rápido.

No hizo falta.

Una voz aguda y chillona gritó a los compañeros desde la cubierta de uno de los barcos. Se trataba de la halfling Eola, capitana del Aethereon... uno de los navíos más rápidos del Plano Astral.

Tras negociar que la halfling les llevase a un destino no muy claro, por una cantidad desorbitada —que luego a la capitana le parecería poco—, los compañeros aún emplearon unas horas en hacerse con algunas pociones en Sigil. Luego, el Aethereon levó anclas para comenzar a navegar e Plano Astral.

Surcaron las auroras mágicas de aquel plano durante cuatro largos días, hasta que, finalmente, una mancha en la distancia comenzó a hacerse nítida para formar los contornos de una descomunal isla flotante.

Sobre aquella impresionante formación rocosa que se encontraba suspendida en el Plano Astral, se erigía un templo ancestral, de arquitectura extraña, rodeado por una explanada de piedra en la que podían distinguirse varios edificios menores.

Pero vieron algo más.

Los restos de la ciudadela netherese en forma de escombros. Algunos desparramados sobre la explanada, donde parecía haberse estrellado una de las mitades de la fortaleza. Otros flotando alrededor de la isla, al igual que centenares de cadáveres, que daban vueltas como macabros satélites, entre descomunales escombros y una tempestad de torbellinos mágicos.

Entonces, el Aethereon se sacudió. Eola empezó a gritar a sus hombres.

¿Podemos ayudar? —se apresuró a preguntar Sathelyn.

¡Ayúdame con el timón! —contestó la halfling.

Mientras ambas mujeres sujetaban el timón con todas sus fuerzas, el navío comenzaba a escorar peligrosamente al tiempo que era succionado por las energías mágicas, que lo arrojaban contra la isla a toda velocidad.

Comentarios

  1. Despues de 6 temporadas por fin Jesper se ha ganado el sustento.

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    1. Jajaajaj no está mal... teniendo en cuenta que vais por la cuarta...

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