Blades In The Dark - Oblivio Idoli (9/9)

La entrega del Oblivio Idoli al Círculo de la Llama había quedado frustrada por el inesperado asalto de la banda conocida como "Los Trituradores". Elstera Avrathi, la diplomática iruviana y miembro del Círculo, había decidido traicionar a su organización para hacerse con el artefacto. Por desgracia para los Gatos Grises, Lord Mora no se había mostrado dispuesto a cancelar la deuda existente entre los compañeros y el Círculo de la Llama hasta que estos no recuperasen para él el Oblivio Idoli.



La información que los compañeros lograron arrancar a la estibadora que habían asaltado tras salir del “El Leviatán Beodo” les condujo hasta un viejo astillero en la parte sur del Distrito del Los Muelles. Allí, no tardaron en reconocer a algunos de los Trituradores que les habían asaltado en el Centuralia. Poco después, por si hiciese falta confirmación alguna, la propia Elstera Avrathi se personó en el astillero en compañía de Derret, el líder de los Trituradores.

Varios hombres de Derret parecían supervisar las reparaciones que algunos operarios llevaban a cabo en un viejo carguero skovlandés. Todo hacía sospechar que Elstera pretendía sacar el Oblivio Idoli de Doskvol. Wajeeha estimó que el barco todavía tardaría al menos un par de días en estar listo para zarpar.

Era el tiempo exacto del que los Gatos Grises disponían para preparar el golpe.

Wilmer centró sus esfuerzos en elaborar una poción de videncia, la cual le permitió proyectar sus sentidos para espiar a los Trituradores; averiguando los horarios de cambio de guardia, la disposición de los hombres y la cantidad de armas de la que disponían.

Por su parte, Florence emplearía su sigilo para escurrirse por el astillero y poder observar más de cerca el barco “Orgullo de Lockport” con el fin de identificar posibles puntos débiles en el mismo, vías de acceso y, cómo no, las más óptimas rutas de escape.

Tras la exploración de la ladrona, la cual les hizo decidir que abordarían el barco una vez estuviese en el agua para evitar la posible llegada de refuerzos de los Trituradores, Salomón se encargaría de moverse por el mercado negro de Doskvol para conseguir pistolas de chispa para todos. Sería un asalto duro y violento, había que armarse hasta los dientes.

Wajeeha, que tenía intención de fabricar una pistola lanza-cuerdas, varias bombas de destello, algunos dispositivos incendiarios y una bomba de gran potencia; finalmente tuvo que prescindir de los dispositivos incendiarios por cuestión de tiempo.

Los ratos muertos de la banda, fueron aprovechados por Skannon, quien se esmeró en enseñar a sus compañeros (Salomón ya los conocía) una serie de señales y gestos para que la banda pudiese coordinarse sin necesidad de comunicación verbal durante el asalto.

Tras aquel par de días de preparativos, llegó el momento en que el “Orgullo de Lockport” se hizo a las negras aguas del Canal de North Hook. El perezoso motor de vapor iba alejando lentamente al carguero de los muelles hacia la parte oeste de la barrera de rayos, que separaba el canal del Mar del Vacío.

Mientras, una pequeña chalupa con cinco figuras abordo usaba la oscuridad como aliada para acercarse al barco sin ser detectada. Salomón y Skannon se afanaban a los remos empleando todas sus fuerzas para lograr alcanzar el carguero que, por suerte, se movía con lentitud en el canal. Los compañeros eran conscientes de que, una vez en mar abierto, el barco ganaría velocidad y no podrían alcanzarlo.

Tras situar la chalupa en uno de los ángulos muertos indicados por Florence, Wajeeha disparó su pistola lanza-cuerdas para anclar el garfio del extremo en una de las barandillas. Pocos minutos después, todos los Gatos Grises se encontraban a bordo del “Orgullo de Lockport”.

La fiesta acababa de empezar.

Wajeeha arrojó varias de sus bombas de destello a rodar por la cubierta. Las deflagraciones luminosas no tardaron en sembrar la confusión entre los Trituradores, que corrían de un lado a otro en mitad de la confusión empuñando hachas, barras de metal y algún trabuco de chispa.

Skannon fue el primero en abandonar su escondite, disparando con sus dos pistolas sobre los sorprendidos Trituradores. Un oponente le golpeó en el hombro con una barra de hierro mientras el ex-soldado recargaba sus armas, viéndose obligado a estrangular a aquel infeliz con sus propias manos. Luego, continuó moviéndose por la cubierta hacia las escaleras que habrían de conducirle a las bodegas mientras eliminaba más enemigos.

Aprovechando la confusión, Wajeeha lograría escurrirse de sobra en sombra a través de toda la cubierta hasta ganar la escalerilla que descendía hasta las calderas. En un zurrón a su espalda portaba la potente bomba que pretendía colocar en la caldera principal. La alquimista solo rezaba porque ninguna bala perdida alcanzase el explosivo, haciéndolo detonar antes de tiempo.

Wilmer, que trataba de usar uno de los pasillos estrechos del barco para defenderse de varios Trituradores que le habían cercado, no estuvo lo suficientemente rápido para cargar su pistola de chispa, con lo cual un oponente llegó hasta él para herirle en la pierna con un hacha bastante oxidada. Sin pensarlo, el susurro se arrojó por una escalerilla para rodar hasta el piso inferior, escapando momentáneamente de su atacante.

Florence se escurrió por la cubierta aprovechando el caos del combate. No le costó ser la primera en llegar hasta las escaleras que conducían a la bodega. Discretamente, se desplazó a hurtadillas hasta encontrar lo que buscaba: cuatro Trituradores con trabucos se encontraban desplegados en torno a una caja que, sin duda, habría de contener el Oblivio Idoli. Derret también estaba allí, empuñando un fusil del Ejército Imperial. La ratera pudo hacer poco más que aguardar allí escondida hasta que llegase su momento.

Salomón, que disparaba desde una de las cubiertas elevadas del barco, recibió el impacto de varias postas en su espalda. Cuando se giró, vio a un enemigo que se acercaba desde retaguardia mientras recargaba el trabuco de chispa con el que acababa de dispararle. El ex-soldado gateó como pudo para intentar buscar cobertura tras unas cajas antes de que el Triturador volviese a abrir fuego contra él.

El tipo del hacha saltó desde lo alto de las escaleras para caer con todo su peso sobre Wilmer, rompiéndole alguna costilla y haciendo que ambos rodasen por el suelo. A horcajadas sobre su víctima, el Triturador trataba de estrangular a Wilmer con el mango de su hacha. Sin embargo, entre agónicos jadeos, el susurro logró alcanzar su daga para hundirla en el ojo de su oponente; que se desplomó muerto a su lado.

Un nuevo disparo del trabuco arranco una lluvia de astillas de una de las cajas tras la que se parapetaba Salomón. Cuando el ex-soldado escuchó a su enemigo volver a cargar el arma, salió rápidamente de su escondite y se arrojó sobre él. Ambos sobrepasaron la barandilla de la cubierta elevada, chocando con fuerza contra el suelo del piso inferior.

Gritando de furia, Salomón hundió los pulgares en las cuencas oculares de su enemigo, arrebatándole la vida. Luego se puso en pie, constatando a través de una tos sangrienta que era más que probable que tuviese algún tipo de daño interno. Maldiciendo en un gruñido, renqueó en dirección a la bodega siguiendo el rastro de cadáveres que había dejado Skannon.

Skannon irrumpiría en la bodega disparando sus dos pistolas a la vez, cuyos proyectiles hicieron blanco para extinguir la vida de sendos Trituradores. Inmediatamente, tanto los dos hombres que quedaban como Derret, abrieron fuego hacia el intruso; obligándole a buscar cobijo tras unas cajas.

Un nuevo disparo resonó en la bodega cuando Wilmer entró cojeando en la estancia, aunque el proyectil fue a alojarse en la pared. La lluvia de disparos siguiente obligó a rodar por el suelo al susurro mientras sollozaba rogando que ninguno de esos proyectiles acabara con su vida.

Por fin, Salomón entró tambaleándose en la bodega para apoyar a sus compañeros. Disparó su pistola para abatir a otro de los Trituradores, aunque luego solo logró salvar la vida porque Wilmer se abalanzó sobre él para evitar que el fusil de Derret le volase la cabeza.

Casi al mismo tiempo, Skannon se asomaba para disparar sus pistolas a la vez contra el pecho del último de los hombres de Derret, que se desplomó como una marioneta a la que alguien hubiese cortado sus hilos.

El combate parecía haber llegado a un punto muerto: Derret estaba bien parapetado tras unas cajas y dominaba el espacio entre los compañeros y el Oblivio Idoli con su fusil. Por su parte, Skannon, Salomón y Wilmer estaban a cubierto, pero sin posibilidad de acertarle a Derret ni de llegar hasta el artefacto.

Pero Florence estaba allí. Oculta entre unas cajas, había observado el desenlace.

Despacio, como una sombra, la mujer fue aproximándose en silencio a la espalda de Derret. Había dejado la pistola atrás: no se sentía cómodo con ese arma. En su lugar, sostenía su daga en la diestra mientras avanzaba como una gata hacia su objetivo.

Antes de que Derret pudiese siquiera saber qué ocurría, la mano izquierda de Florence tiraba de los cabellos del hombre, obligándole a alzar la cabeza. Rápidamente, la hoja empuñada por la mano derecha corrió sobre el cuello expuesto liberando un torrente carmesí.

Derret se desplomó con un gorgoteo macabro mientras se aferraba la garganta ensangrentada y pataleaba sobre un charco de su propia sangre.

Con esfuerzo, Skannon, Wilmer y Florence lograron alzar la caja que contenía el Oblivio Idoli. Salomón no pudo echarles una mano, ya que se encontraba demasiado herido y bastante tuvo con lograr acompañar sin ayuda a sus amigos hasta la cubierta del barco.

Cuando llegaron al punto convenido, Wajeeha ya les aguardaba a bordo de la chalupa. Con ayuda de unos cabos, los compañeros bajaron primero a Salomón hasta el bote y luego el artefacto. Por último y en este orden, Florence, Wilmer y Skannon abandonaron el “Orgullo de Lockport”.

Con Wilmer y Skannon a los remos, la chalupa comenzó a alejarse del carguero. Ya en encontraban a unos veinte metros del navío cuando una detonación resonó en sus oídos. Un instante después, las negras aguas de North Hook salpicaban a la derecha del bote.

Cuando volvieron la vista hacia el carguero, encontraron a las mismísima Elstera Avrathi en la cubierta del barco, sosteniendo el fusil del difunto Derret. Afortunadamente, la diplomática iruviana no parecía ser demasiado buena tiradora.

Mientras Elstera cargaba de nuevo el arma para efectuar un segundo disparo, Wajeeha arrugó el gesto antes de murmurar, casi para si misma, la frase “creo que no le dará tiempo”.

Como dándole la razón, la potente explosión rugió en los oídos de todos mientras se tapaban los ojos ante el destello producido por la enorme bola de fuego que devoró en unos instantes el “Orgullo de Lockport”. Incluso pudieron llegar a ver la expresión aterrorizada de Elstera antes de que las llamas la envolviesen.

Un segundo después, pedazos de barco llovían desde las alturas.

Totalmente agotados, Skannon y Wilmer volvieron a aplicarse a los remos mientras Wajeeha atendía las heridas de Salomón. Florence, mirando aún los humeantes restos del carguero que, poco a poco, iban desapareciendo bajo las negras aguas del canal, posaba su mano en la caja que contenía el Oblivio Idoli.

Aquella misma noche, los Gatos Grises lograrían entregar por fin el artefacto a Lord Mora y serían libres de su deuda.

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