Extinción: Aqveronte 18-1 (1/2)

Poco a poco, las siete cápsulas de crio-sueño comenzaron a abrirse, casi al mismo tiempo en que las luces de emergencia quedaban eclipsadas por la intensidad de las potentes lámparas que se preparaban para recibir el despertar de la tripulación. Con un siseo, la última de las cápsulas se abrió y la tripulación del CS Galatea comenzó a despertar de aquel largo sueño.

La CS Galatea no era una nave grande, era un remolcador de clase media en el cual, como mucho, podían alojarse unas doce personas. La tripulación, en este caso, disponía de algo más de espacio ya que la empresa propietaria había desinstalado cinco de las cápsulas de crio-sueño con el fin de ganar espacio para una carga que, ahora, no estaba abordo.

Porque la CS Galatea era, realmente, una nave de rapiña propiedad de la empresa Delta Industries: una pequeña empresa de logística que sobrevivía como podía esquilmando naves que habían sido abandonadas en el espacio para reutilizar sus componentes. Delta no pagaba demasiado bien, pero era una de aquellas empresas que contrataba a cualquiera que supiera trabajar, sin pedir un certificado de antecedentes ni nada parecido.



El primero en abrir los ojos fue Dexter Mason, mecánico e ingeniero de la CS Galatea. Un hombre serio, de mediana edad, que había pasado algún tiempo en la cárcel por trapichear con drogas sintéticas en la Estación Daedalus. Sin apenas cruzar palabra con nadie, se enfundó en su mono de trabajo y se dirigió a la cubierta inferior para chequear el estado de los sistemas. Sus botas magnéticas le permitían moverse con eficiencia en el entorno sin gravedad.

Milena Benton, la piloto y oficial al cargo de la nave, fue la siguiente en salir de la crio-cápsula. Esta mujer, relativamente joven para el puesto, había sido expulsada de la Armada Colonial por insubordinación. Tras ponerse su mono, y meter prisa a los demás para que empezasen a trabajar, se encaminó al puente de mando.

Un hombre de piel oscura a la que le faltaba la mitad del brazo izquierdo fue el siguiente en estar en pie. Lentamente, se encaminó hacia el fondo de la habitación, donde abrió un pequeño maletín. Con una sencilla operación, colocó el brazo biónico sobre su muñón. El doctor Zachary Bates era el médico de la nave. Había servido durante un tiempo en el cuerpo de marines, donde perdió el brazo. Tras tomar su kit médico comenzó a acercarse discretamente a los demás, de uno en uno, para chequear el estado de salud de la tripulación tras el crio-sueño.

Olga Rodionova había despertado algo alterada, como casi siempre. La oficial científica de la CS Galatea no había vuelto a ser la misma desde que hubiese pasado cinco largos meses como rehén de unos piratas espaciales. Cada misión era una maldita tortura para ella, pero necesitaba el dinero para sufragar las deudas contraídas con el fin de financiar su carrera. Sin embargo, no quedaba mucho para eso: un par de viajes más y podría buscar trabajo en un laboratorio de la Estación Daedalus... cobraría algo menos, pero viviría una vida tranquila. En estos momentos no tenía mucho que hacer, así que tras recoger su ordenador portátil de la taquilla, dirigió sus pasos a la cocina para desayunar.

Un hombre de ojos rasgados se enfundó el mono para luego enfundar en la pernera táctica su pistola. Un momento después, colocaría en su cinto el taser, tras comprobar que estaba cargado. Se trataba de Xuan Chun, el agente de seguridad asignado a la nave por Delta Industries. Por requerimiento del seguro, todas las naves de la compañía debían llevar a un agente de seguridad por si topaban con piratas. Las empresas importantes, con naves más grandes, solían tener asignados equipos de cuatro o cinco agentes... pero esto era Delta.

Lacey Clarck, una joven con la mitad de la cabeza rapada y el cuerpo lleno de tatuajes, se dirigía ahora hacia el puente. Era la operadora de sistemas de la CS Galatea. Se decía que había trabajado en una nave de piratas espaciales y había cumplido condena por ello. Al cinto portaba un pequeño estuche con herramientas de precisión.

El último en ponerse en pie, como siempre, fue Jonathan Bergman, un enorme hombretón de cabeza afeitada y frondosa barba. Era el otro mecánico de ingeniero de la nave, un tipo con bastante experiencia al que sus problemas con la bebida ya le habían hecho perder más de un trabajo en empresas mucho mejores que Delta. Después de coger sus herramientas y dar un trago a su pequeña petaca, se encaminó a la cubierta inferior para reunirse con Dexter.

Habían salido del crio-sueño en el sistema Y36-97-R. Los sistemas de sensores automáticos de la CS Galatea les habían sacado de la hibernación porque, seguramente, habían detectado el transpondedor de alguna nave que se encontraba dada ya de baja en los registros de la Federación de Transporte.

Milena la oficial, echó un rápido vistazo a los sensores solo para comprobar que estaban demasiado cerca de una gran nube de gas y polvo que parecía interferir los sensores. Algo frustrada, le pidió a Lacey que recalibrase los sistemas. Después de que la operadora introdujese una serie de códigos en la consola, los sensores captaron una débil señal gracias a la nueva configuración.

Milena y Lacey sonrieron a la vez, habían encontrado una buena pieza: una nave cuyo nombre, según el transpondedor, era Aqveronte; un carguero de la clase 18-1. Era de buen tamaño y puede que tuviese suficientes cosas de interés en sus entrañas. Según los aparatos, el Aqveronte estaba en el interior de aquella nube de polvo y gas.

Milena maniobró la nave para introducirla en la nube. La visibilidad era escasa, pero la señal del transpondedor era cada vez más potente. Poco a poco, los demás miembros de la tripulación fueron acercándose al puente donde, a través de las pantallas, pudieron contemplar su hallazgo.

El Aqveronte era una nave grande y alargada. No presentaba daños visibles más allá de algunos impactos menores, como cualquier nave que hubiese estado trabajando décadas en el espacio, como era el caso. Sin embargo, no se observaban brechas en el casco ni señales de abordaje; nada que explicase porqué aquel carguero había sido abandonado allí.

Solo las luces de posición permanecían encendidas, algunas de ellas parpadeando por mal funcionamiento. Sin duda, el sistema de soporte vital se había apagado hacía años. Una fina capa de escarcha cubría todo el carguero, indicando también que el pequeño reactor nuclear de la nave estaba apagado.

Milena empleó el ordenador para acceder a los archivos de la Federación de Transporte, descubriendo que no había informe alguno acerca de un accidente que dejase inoperativa aquella nave. Simplemente, no había regresado de su último viaje y, después del periodo temporal indicado en los protocolos, se había dado por desaparecida. De aquello hacía ya más de doce años.

Lo cierto era que el sistema Y36-97-R era un mal lugar para buscar nada, lejos de cualquier ruta comercial bien transitada. Debido a que los buenos sistemas eran normalmente asignados a empresas mayores, los malos acababan en manos de empresas como Delta. Pero esta vez, aquello había jugado a favor del CS Galatea.

Después, la oficial le pidió a Olga, la científica, que analizase la composición de aquella nube en la que se hallaban inmersos para determinar si había algún peligro para la CS Galatea y sus sistemas. Tras interactuar con algunos de los sistemas de medición de la nave, Olga informó de que la nube era una mezcolanza de carbón, hielo, compuestos de hierro y silicatos, junto con algún tipo de gas similar al helio pero cuya naturaleza los sensores no podían determinar, quizá debido a algún tipo de interferencia.

Tras asentir con serenidad, Milena decidió intentar contactar en remoto con la Aqveronte a fin de activar los mecanismos de acople para adherir la CS Galatea al carguero. Sin embargo, pronto Lacey le informaría de que los sistemas del Aqveronte no respondían a sus intentos por establecer comunicación. Esto podía deberse a varios factores, pero ella apostaba a que la nave estaba totalmente “seca” de energía. Seguramente, las luces de posición seguían funcionando porque disponían de fuentes autónomas de energía.

Ante aquello, solo quedaba acercarse al carguero e intentar llevar a cabo el acople de forma manual. Sin perder más tiempo, Milena le ordenó a Dexter que se pusiera el traje de vacío. Con evidente disgusto, el veterano ingeniero asintió mientras se encaminaba hacia la exclusa murmurando maldiciones.

Todos tomaron asiento en el puente, asegurándose con los cinturones antes de que Milena comenzase la maniobra de aproximación. Debía situarse en la posición más idónea posible para facilitar las cosas a Dexter. El ingeniero acoplar el puente de acceso de la Galatea a una de las escotillas de atraque del Aqveronte. Luego, debería forzar esta manualmente.

La maniobra de Milena fue perfecta. Cuando la Galatea extendió la alargada pasarela tubular, esta encajó perfectamente con las muescas en el casco del carguero. Dexter solo tuvo que usar una de sus herramientas para asegurar la pasarela. Luego, con calma, retiró una de las tapas metálicas existentes junto a la escotilla, la cual protegía el sistema de apertura.

Dexter miró con preocupación aquel sistema: era antiguo y parecía cubierto por una especie de polvo ambarino. Quizá fuese aquel extraño polvo que formaba la nube cósmica, pero resultaba extraño que hubiese entrado ahí. Con cuidado, se dispuso a efectuar una derivación para que la escotilla se desbloquease. Como el Aqveronte parecía no tener energía, decidió producir un impulso eléctrico con su generador portátil.

La satisfacción sentida por el ingeniero al escuchar el chasquido que producía la puerta al desbloquearse se esfumó rápidamente cuando la descarga eléctrica sacudió su cuerpo. Mientras gritaba de dolor y sorpresa, su cuerpo salió despedido hacia atrás, arrojado a lo largo de la pasarela tubular de acople.

Tras tranquilizar a todos a través de la radio, indicando que tan solo estaba algo dolorido, Dexter se rehízo y se acercó para abrir la escotilla que daba acceso al Aqveronte. La botas magnéticas del ingeniero pisaron el interior de la exclusa de acceso al carguero. Extrañamente, el interior no estaba cubierto de escarcha. Tras abrir la segunda escotilla, Dexter encendió los focos de su traje e indicó que no había mediciones de radiación.

Tras dar el “recibido”, Milena estableció que Lacey y Jonathan permanecerían en la Galatea, mientras que el resto del equipo se encargaría de explorar la nave. Así, unos veinte minutos más tarde, la propia Milena accedía al Aqveronte seguida de Xuan, Zachary y Olga. Una vez dentro, la oficial conectó un pequeño terminal portátil a uno de los puertos existentes en el pasillo de servicio al cual habían ido a parar.

Milena pudo constatar que los sistemas del Aqveronte disponían de bastante más energía de la que indicaba su exiguo funcionamiento, a aquello se debía sin duda la falta de escarcha en el interior. Era como si aquella nave estuviese hibernando, manteniendo sus sistemas al mínimo para sobrevivir. No solo eso, al transferir los datos a Lacey, esta le indicó que el código del carguero estaba corrupto, como si una especie de subcódigo encriptado operase en un segundo plano.

La operadora de sistemas no había acabado de decir aquello cuando, de pronto, todas las luces del CS Galatea se apagaron. Menos de un segundo después, las pantallas también quedarían inoperativas. Por suerte, el equipo aún disponía del sistema de radio, que parecía no haber resultado afectado.

Milena temió que los datos que acababa de transferir al Galatea hubiesen infectado los sistemas de la nave. Empezó a pensar que el Aqveronte había sucumbido a algún tipo de sabotaje informático. Tras pedirle a Lacey que trabajase para restablecer los sistemas del Galatea, y sabiendo que poco más podría hacer el resto de la tripulación mientras tanto, continuó la exploración del carguero al frente de su equipo.

Aunque no esperaban amenaza alguna en el interior de aquella nave abandonada, la oficial previno a sus compañeros, sobre todo a Olga, de la posibilidad de que pronto empezaran a toparse con los cadáveres de los tripulantes del Aqveronte: no había soporte vital en el interior del carguero, así que tras doce años, era de esperar que los equipos de respiración autónoma con los que se dotaban los trajes de vacío se hubiesen agotado, dejando morir de asfixia a la tripulación.

Sin embargo, dejaron aquel pasillo de servicio atrás sin encontrar cuerpo alguno. El corredor les llevaría hasta el muelle de carga de la nave, donde largas y gruesas cadenas rematadas por ganchos de titanio pendían del techo en torno a decenas de contenedores que aguardaban en la oscuridad con sus números de serie grabados en sus superficies metálicas. Aquello estaba a rebosar, les había tocada la maldita lotería.

En ese lugar, lo que sí encontró Olga fueron algunos impactos en el fuselaje que Xuan aseguró que pertenecían a munición de fragmentación disparada por fusiles de asalto. Aquello, les intranquilizó: no había señales exteriores de abordaje pero sí disparos en el exterior. Eso, junto con el código informático corrupto en los sistemas, les hizo pensar en una especie de secuestro de la nave orquestado desde dentro.

De ser cierta esta hipótesis, algo debía de haber salido extremadamente mal, pues el Aqveronte había acabado varado en aquella nube cósmica, sin energía y sin rastro alguno de la tripulación. Milena pensó que, quizá en el puente de mando, pudiesen acceder al sistema de seguridad del carguero para averiguar algo más.

Estaba transmitiendo aquellas órdenes cuando, para su sobresalto una figura surgió de entre dos contenedores. Se trataba de un hombre, ataviado con el mono de trabajo del Aqveronte. Sin embargo, algo andaba mal: aquel hombre no llevaba puesto su traje de vacío y aún así caminaba hacia ellos cuando debería estar muerto y flotando por el almacén.

Cuando el sujeto entró en el radio de luz emitido por los focos de los trajes del grupo, absolutamente todos ahogaron un gemido, excepto Olga, que gritó a todo pulmón.

Aquel hombre estaba muerto, muerto desde hacía mucho, tanto que su carne se había corrompido parcialmente antes de momificarse de algún modo. El cuerpo del sujeto estaba incrustado de circuitos y piezas mecánicas, conformando una aberración biomecánica extraña y escalofriante. La ingravidez tampoco parecía afectarle, ya que caminaba hacia ellos con paso firme, bien adherido al suelo.

Rápidamente Xuan, se colocó delante de Milena, que hasta entonces marchaba en cabeza. Tras desenfundar su arma, le gritó a aquel engendro que se detuviese. Lejos siquiera de titubear, aquel ser biomecánico pareció apretar el paso.

Mientras Dexter sacaba un destornillador de su cinturón de herramientas, Xuan disparó su pistola contra la criatura. La munición de fragmentación impactó varias veces contra el pecho de aquel engendro, que sin embargo, no se detuvo, echándose encima del agente de seguridad. Aquella mano putrefacta con refuerzos metálicos oprimió con fuerza el cuello del hombre.

Sin pensarlo, Milena lanzó una patada al costado del ser biomecánico. El golpe no pareció afectar demasiado al ser, que propinó un manotazo a la mujer, haciéndola rodar por el suelo. Mientras, Olga intentó correr de vuelta a la Galatea, pero cayó de espaldas entre gritos de horror cuando vio a otras dos de aquellas criaturas acercándose por retaguardia, cortándoles el camino de regreso.

Zachary se abalanzó sobre Milena, listo para atenderla. Sin embargo, el médico estaba tan nervioso que abrió precipitadamente su kit médico, dejando caer parte del instrumental. Con la oficial gritando por radio a Lacey y Jonathan que se encerrasen en la Galatea, Zachary comenzó a recoger instrumentos y medicinas a toda prisa.

Dexter se abalanzó sobre la criatura que tenía atenazado a Xuan, atravesando su antebrazo con el destornillador. Brotaron algunas chispas y el ser aflojó su presa. El agente de seguridad colocó el cañón de su pistola en la barbilla del ser biomecánico, logrando que la detonación le volase media cabeza. Antes de desplomarse, el monstruo aún pudo hendir sus falanges mecánicas en el costado de Xuan, haciendo que cayera al suelo mientras la sangre brotaba de su herida.

Milena, que ya se había puesto en pie, intentó utilizar una de las cadenas para arrojarla trazando un movimiento de péndulo sobre las dos otras criaturas que se acercaban tanto a Zachary y a ella como a Olga que había gateado frenéticamente hasta ambos. La cadena apenas rozó a uno de los seres.

Olga, imitando a su compañera, hizo balancearse otra de las cadenas. Esta vez, el gancho de titanio impactó en pleno pecho del ser, haciéndole tambalearse. Zachary aprovechó aquel momento para extraer su desfibrilador portátil y, tras ajustar su voltaje al máximo, arrojarse sobre el engendro.

Las chispas envolvieron a la criatura, que retrocedió al tiempo que su compañera se abalanzaba sobre el médico. El monstruo biomecánico alzó por el cuello a Zachary, que pataleaba indefenso. Con un macabro crujido, el ser trituró la traquea del hombre y arrojó a un lado su cadáver.

Con un grito de furia, Dexter se abalanzó sobre la criatura para clavarle el destornillador en el cuello. Justo cuando el ser se deshacía del ingeniero de un empellón, Xuan abría fuego sobre él con su pistola de fragmentación. La cabeza del monstruo fue reduciéndose a pedazos cada vez más pequeños con cada disparo hasta que, finalmente, el engendro biomecánico se desplomó.

En ese momento, entre alaridos bestiales y, sosteniendo una enorme herramienta metálica, Jonathan apareció a retaguardia del monstruo que en ese momento se abalanzaba sobre Olga. Claramente, el mecánico había desoído la orden de su oficial, y había abandonado el Galatea para auxiliar a sus compañeros.

Pero el ser fue muy rápido y sujeto la llave, arrebatándosela al mecánico con un rápido movimiento que casi le disloca el hombro. La científica aprovecharía aquel instante para tomar el desfibrilador que había dejado caer el difunto Zachary y aplicarlo sobre la pierna de la criatura, arrancando algunas chispas, pero sin demasiado efecto a parte de aquello.

El ser agarró por los cabellos a la científica, arrojándola contra uno de los contenedores. Dexter aprovechó el momento para clavar su destornillador en la cadera del engendro. Un segundo después, Xuan abría fuego sobre la criatura para destrozar su cráneo en una sucesión de certeros disparos que hicieron derrumbarse al monstruo biomecánico.

Con horror, los compañeros escucharon a más de aquellas criaturas acercándose por los túneles de servicio. El camino de vuelta al Galatea era ahora totalmente imposible. Por si fuese poco, Dexter alzó la vista para hacer un nuevo y aterrador descubrimiento: decenas de extraños seres mecánicos con aspecto arácnido se desplazaban por las tuberías del techo en dirección a ellos, ingenios de un gran tamaño, que bien pudieran llegar a la altura de la cintura.

Los compañeros se ayudaron unos a otros a ponerse en pie y corrieron hacia los montacargas del muelle. Olga se apresuró a recoger el kit médico de Zachary, cuyo cadáver no tuvieron más remedio que dejar atrás.

Por fortuna, lograron llegar allí con suficiente ventaja respecto a sus perseguidores. Cuando llegaron a la cubierta superior, tomaron el primer pasillo que encontraron y corrieron por él. La situación era precaria: Xuan estaba muy malherido y Milena bastante grave, mientras que Jonathan y Olga presentaban heridas más leves.

Por suerte, los compañeros dieron con un pequeño almacén de residuos en el que decidieron cobijarse. Posiblemente la puerta acorazada les diese algún respiro. Tras introducirse en el habitáculo, Dexter logró inutilizar los controles de la puerta para evitar que pudiera abrirse desde fuera.

Olga empleó aquel tiempo para atender las heridas de sus compañeros con el instrumental del kit médico. Le fue fácil atender las contusiones de Dexter y Jonathan, que con unos analgésicos estuvieron de nuevo listos para la acción. Sin embargo, el traumatismo craneal de Milena estaba lejos de su destreza como sanitaria. A Xuan pudo poco más que remendarle la herida del costado, pero su estado seguía siendo muy precario.

Dexter y Jonathan hicieron lo posible para sellar las brechas de los trajes de todo el mundo. Aunque el tejido tecnológico de los mismos poseía algunas propiedades de autosellado, fue necesario que colocasen algún que otro parche.

Mientras descansaban, Milena señaló que debían saber a qué se enfrentaban: lo que pasara en el Aqveronte había capturado al Galatea y a su tripulación. La oficial había desechado la idea de abrirse paso hasta el puente de mando, vista la cantidad de aquellas criaturas que podía ser mayor que incluso el número original de tripulantes del carguero.

En su lugar, propuso acceder a los servidores del Aqveronte, donde podrían disponer de toda la información existente en la nave. Sin aquella información, sería difícil liberar el Galatea y, por lo tanto, salir de aquel infierno.

Nadie discutió aquel curso de acción, lo único que se escuchó fue el llanto contenido de Olga.

Debían ponerse pronto en movimiento, ninguno creía que aquellas criaturas, zombies cibernéticos les bautizaron, tardasen demasiado en encontrarles... y aquello significaba la muerte.

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