Los Reinos (T4) - Las Tablas del Destino (10/X)
Tras conseguir el tercer Glifo del Destino en el mundo de Athas, donde Zenit pudo vengarse por fin de la Maga Roja Lalara por la destrucción de la Hermandad Arcana, los compañeros decidieron viajar al mundo de Oerth, donde deberían enfrentarse a un poderoso no muerto llamado Vecna para conseguir la siguiente pieza de la secuencia. Después de mover sus hilos para lograr una reunión con el legendario Círculo de Los Ocho, pudieron averiguar que su objetivo se encontraba en el Plano de las Sombras, más concretamente en la Ciudadela de Cavitius.
Con cautela, los compañeros avanzaban por aquel paraje yermo y frío que no era sino una una versión decrépita y moribunda del mundo real donde las sombras parecían moverse con vida propia. Había sombras moviéndose en las sombras, y el sabor a ceniza no abandonaba sus bocas. Los mercenarios se mostraban visiblemente inquietos, incluso la semiorca Hetti.
Apenas habrían avanzado unos minutos, cuando cada uno de ellos se encontró completamente solo.
Pero los pies de Cinthork pronto dejaron de pisar aquella sombría tierra para posarse sobre frío mármol. Para cuando pudo darse cuenta, sus ojos ya veían una visión oscura y decadente de aquel templo de Tyr donde, de niño, había recibido su instrucción como paladín. Junto al sucio altar, un enorme minotauro negro estaba ya poniéndose en pie. No era sino su viejo amigo de infancia, aquel que acabó convertido en enemigo y al que el propio Cinthork le había arrebatado la vida no hacía tanto. Kragor le recriminaba no haberle salvado, no haber luchado lo suficiente como para haberle reconducido al sendero del Bien.
Ante la versión sombría de otro templo, el Salón del Despuntar de la Mañana, se encontraba Jesper. La enorme construcción de cristal, imitando a un enorme fénix, estaba surcada por enormes grietas, con sus cristales turbios, casi opacados. En la puerta se encontraba un hombre con la garganta abierta, Munro Casimar, el sacerdote que lo regentaba hasta ser asesinado por los drow. Munro culpó a Jesper por su inacción que, según él, provocó su muerte. Le acusó de ser un cobarde e indigno de portar los hábitos de Lathander.
Sathelyn, sin embargo, se vio transportada al sombrío callejón de una ciudad que conocía bastante bien: Farallón de los Cuervos. En él encontró a un grupo de niños que resultaron ser aquellos con los que se había criado en las calles de la ciudad. Los pequeños la recriminaron el haberles abandonado, lo que les había expuesto a los peligros de los barrios bajos, donde habían sufrido todo tipo de abusos y calamidades, según ellos, por culpa de la guerrera.
Vanuath reconoció el recibidor de la miserable casa en la que se había criado. Desde la puerta abierta, llegaba la luz del hogar. No quiso moverse, no quería enfrentarse a aquello que intuía que no era real, mucho menos cuando tomaba la forma de su pasado. Mucho menos cuando escucho la voz de su madre. Pero su madre salió al recibidor, con la cara aún desfigurada por la paliza que la había matado. Acusó a Vanuath de no haberla protegido, de dejarla morir. Cuando el semielfo acusó a aquella cosa de no ser real, la figura que parecía su madre llegó hasta él en un parpadeo para sujetarle por la garganta y alzarle del cuello mientras no dejaba de repetir que él la había dejado morir.
Una versión oscura e inquietante de aquel desfiladero de las Lindes Goblin fue el lugar donde apareció Zenit. Allí estaba Org, el padre de Cinthork. El minotauro, aún con las sangrantes heridas que le habían provocado la muerte visibles sobre su cuerpo, acusó al mago de haberle abandonado a la muerte por sus ansias de demostrar poder a través de la magia. Igualmente, le dijo que acabaría fallando a Cinthork del mismo modo en que le había fallado a él.
Todos regresaron de sus pesadillas al mismo tiempo, comprobando con estupor que cinco de los mercenarios que les acompañaban se encontraban tendidos en el suelo, muertos. Al parecer, aquella experiencia onírica que todos acababan de vivir había sido demasiado para algunos. Pero tenían más problemas de los que preocuparse: estaban siendo rodeados por una decena de lo que parecían sombras, apenas formas humanoides, moviéndose de forma caótica como si alguna luz las generase.
Sin tiempo que perder Cinthork se abalanzó con su martillo sobre uno de aquellos entes. Por encima de su hombro, dos flechas disparadas por Sathelyn surcaban el aire para impactar contra otra de las criaturas. Por su parte, Jesper desató una oleada de energía divina que, aunque hizo tambalearse a las sombras, no las destruyó.
Las sombras les rodearon de inmediato, tratando de herirles con sus gélidas garras. Dos de los mercenarios cayeron mientras Vanuath trataba de rotroceder disparando sus ballestas y Zenit lograba ponerse a salvo desapareciendo en mitad de una nube plateada para reaparecer a unos cuantos metros de distancia del centro del combate.
El paladín minotauto hizo retroceder a una sombra con su poderoso martillazo a la vez que Sathelyn abatía a otra que se le acercaba por la espalda. Jesper convocó a un celestial que, de inmediato, se lanzó al combate contra los oscuros seres. Una de las sombras acabó con la vida de la semiorca Hetti, que fue vengada de inmediato por un par de virotes de Vanuath mientras Zenit arrojaba un proyectil mágico que acababa con otra de las criaturas.
Otra de las sombras se desvaneció nada más ser impactada por el martillo de Cinthork, imbuido de energía sagrada. Sathelyn disparaba a bocajarro a otra de las criaturas, destruyéndola para siempre mientras Jesper arrojaba un trío de rayos de fuego sobre la sombra que se le aproximaba.
Mientras el último de los mercenarios, un tipo llamado Petro, se defendía con uñas y dientes, Vanuath colocaba otro par de virotes en la ¿espalda? De una de las sombras. A la vez, un nuevo proyectil mágico de Zenit crepitaba en el aire para impactar a otro ser sombrío.
Un nuevo golpe de Cinthork hizo cimbrear a un monstruo para que, acto seguido, Sathelyn lo destruyese con un par de sus flechas mágicas. Un instante después, Jesper canalizaba el poder de Lathander para que una andanada de energía dorada barriese a la vez a dos de las sombras ante el alivio del mercenario Petro, que estaba a punto de sucumbir ante una de ellas.
Los dos últimos seres sombríos cayeron por fin, uno al recibir dos virotes de Vanuath y el otro cuando resultó impactado por un proyectil mágico de Zenit.
Se hizo el silencio, únicamente roto por los gritos de dolor y terror del mercenario Petro. Jesper empleó su poder curativo para sanar tanto al mercenario como a aquellos que lo necesitaban. Petro pareció tranquilizarse al ver sus heridas restañadas.
Tras el combate, continuaron avanzando a través de aquel páramo yermo. Tras más o menos media jornada de camino, divisaron lo que intuyeron que sería la Ciudadela de Cavitius. Un coloso sombrío rodeado de ceniza cuyos muros y edificios estaban hechos con cráneos incrustados en la fachada. Entre el viento gélido y frío, se escuchaban voces de almas atormentadas provenientes del interior.
Zenit convocó un ojo-ala para que echase un vistazo sobrevolando el lugar. La pequeña criatura arrojó la visión de una ciudadela miserable en cuyo centro se había erigido un siniestro palacete. En la ciudad, Zenit vio a humanos que parecían llevar una existencia miserable buscando algo por los suelos. Los no muertos paseaban por las calles como si no les vieran realmente, dedicados a las labores cotidianas que habían llevado en vida.
El ojo-ala no pudo, sin embargo acercarse al palacete. Algo destruyó a la criatura cuando intentó descender para acercarse a la ciudadela.
Con cautela, los compañeros se acercaron a las puertas, las cuales se encontraban abiertas de par en par. Jesper utilizó su poder divino para tratar de detectar algún posible peligro. No le resultó difícil percibir la cúpula de energía necrótica que rodeaba la ciudadela. Parecía imposible de disipar, así que los compañeros se iban a ver obligados a atravesarla.
Cinthork fue el primero en hacerlo, seguido por el resto de sus compañeros. Todos apretaron los dientes al sentir aquel frío antinatural del campo necrótico. Notaban inequivocamente como parte de la vida se les escapaba por acción de esa tenebrosa energía que lo conformaba. El mercenario que quedaba con vida, Petro, quedó tan maltrecho que llegaron a temer por su vida.
Trataron de hablar con algunos de aquellos humanos que vagaban por las calles, al parecer en busca de hongos con que alimentarse o calentarse echándolos al fuego. Aquellos hombres y mujeres que allí se marchitaban eran prisioneros de Vecna, gentes que alguna vez le desafiaron y vivían en Cavitius sin recordar ya siquiera cual había sido su ofensa. No envejecían y eran respetados por los no muertos, pero llevan una vida miserable. Les contaron que unos extraños —los Umbras— habían estado en el lugar y destruyeron a Vecna. Sin embargo, pocos días después, el señor de la ciudad volvió a alzarse.
Tras averiguar que podrían encontrar a Vecna en el palacete que se erigía en el centro de la ciudad, los compañeros decidieron descansar en una de aquellas casas abandonadas de la ciudadela. Aunque recibieron la visita de un par de no muertos, estos les ignoraron por completo, dedicados a aquella repetición infinita de lo que había sido su vida.
Después de haber descansado algunas horas, los compañeros se encaminaron hacia el palacete. Una vez más, Zenit invocó a un ojo-ala que entró volando por una de las vetanas. La criatura llegó a divisar un enorme salón con una escalinata. Bajo la escalinata se veía un pasillo que iba a parar a una puerta reforzada con dos estatuas flanqueándola, ambas representando a extrañas criaturas no muertas que sostenían sendos cofres abiertos. Sobre la escalinata, una bella puerta labrada y dos extraños artefactos similares a macabras catapultas hechas con huesos y pedazos de cadáveres. Antes de que el ojo-ala pudiese ver más, resultó abatido por algo que Zenit no logró discernir.
Los compañeros se prepararon para irrumpir en el palacete, con Zenit apresurando mágicamente a Cinthork mientras el minotauro vertía bendiciones sobre Vanuath. Jesper, por su parte, también otorgó la gracia de Lathander a Sathelyn antes de imbuirse él mismo con aquella bendición. Antes de entrar, Cinthork insistió en que Petro, el mercenario superviviente, aguardase oculto en el exterior: el combate que se avecinaba sería demasiado para él.
Cinthork fue el primero en irrumpir en aquel recibidor, activando su capa mágica para llegar volando a la parte superior de las escalinatas, donde se posó junto a una de las catapultas para descargar su primer golpe. Inmediatamente después, Vanuath atravesó corriendo la planta baja y comenzó a ascender para reunirse con el minotauro. Pero, de pronto, cinco sombrías criaturas aparecieron atravesando la pared junto al paladín.
Solo las garras y colmillos de estos demonios sombríos y astados con alas de murciélago parecían ser físicos. El resto de sus cuerpos se desdibujaban constantemente entre la maraña de sombras que siempre parecían envolverles. Los demonios de la sombra rodearon a Cinthork e intentaron herirle con sus garras necróticas. Solo la velocidad mágica del minotauro le permitió mantenerse a salvo.
Por si fuese poco, un momento después, la puerta del piso superior se abrió para que hiciese su aparición un musculoso humano con armadura y una espada larga. Era evidentemente un vampiro, por lo que los compañeros supusieron que sería Kas El Sangriento, aquel lugarteniente que en el pasado había traicionado a Vecna y al que el lich había matado y luego resucitado como no muerto para que le sirviese. Cinthork logró esquivar por muy poco la acometida de este nuevo enemigo.
Mientras todo esto pasaba, Sathelyn entró también al recibidor, disparando dos flechas en rápida sucesión que se incrustaron en el maderamen de la catapulta situada en el otro extremo del salón. Jesper pasó tras ella, protegido por un conjuro de Santuario que evitaría que los potenciales enemigos le atacasen de momento. Unos pasos por detrás iba Zenit, aunque era invisible a todos gracias a su capa mágica.
El martillo de Cinthork se iluminó con la furia divina para caer contra el pecho de Kas, haciendo que el vampiro trastabillase hacia atrás mientras un par de virotes disparados por Vanuath pasaban entre ambos para clavarse en la catapulta que había junto a ellos. Tres de los demonios decidieron entonces arrojarse contra el semielfo, que los esquivó como pudo. Mientras, la catapulta animada empleaba las cuchillas de su costado para tratar de herir sin éxito al minotauro.
Sathelyn rodó por el suelo cuando el proyectil arrojado por la otra catapulta impactó a sus pies. Lo que parecía simplemente un sanguinolento pedazo de cadáver, detono en una explosión de energía que hizo gritar a la guerrera. Lamentablemente, a la mujer aún le quedaba un nuevo problema por solventar.
A través de la misma puerta por la que había surgido Kas, un nuevo ser se hizo presente en escena. Era poco más que un esqueleto descarnado envuelto en una túnica de archimago, pero donde debía haber un brazo izquierdo, existía una versión espectral de este. Igual ocurría con el ojo del mismo lado, ocupada su cuenca por un ojo fantasmal que refulgía con maldad infinita. Sobre su cabeza, una corona de acero negruzco.
Vecna señaló hacia Sathelyn y cuatro enormes esferas salieron proyectadas hacia ella, deflagrando en una potente explosión de fuego y fragmentos de roca que hirió tanto a la mujer como a Jesper, que se encontraba por desgracia en el área de la honda expansiva. Zenit se libró por poco, aunque pudo sentir el calor de la deflagración.
Furiosa, Sathelyn contestó alojando un par de flechas en el pecho de Vecna, que aulló de dolor al sentir el frío mágico extendiéndose por su cuerpo. Mientras, Jesper y Zenit —aún invisible— avanzaban por el recibidor, el sacerdote hacia las escaleras y el mago hacia el espacio existente bajo las escalinatas.
Cinthork acababa de asestar un nuevo golpe a Kas, que parecía bastante maltrecho a pesar de estar usando su regeneración vampírica. Además, se afanaba por evitar que las cuchillas de la catapulta le alcanzasen. Entonces, Vecna fijó su ojo espectral en el minotauro. Por un momento, el paladín de Tyr estuvo a punto de claudicar al dominio, pero logró sacudírselo a base de pura fe. Junto a él, Kas, que se preparaba para atacar con un rugido, recibió en plena boca el disparo de la ballesta de Vanuath, quedando clavado a la pared, con el astil del proyectil sobresaliendo de su boca abierta.
En un destello de hechicería, Vecna se teletransportó entonces frente a Sathelyn, empleando una palabra de poder para dejar aturdida y completamente indefensa a la mujer. Por suerte, Jesper estuvo atento y retrocediendo sobre sus propios pasos, logró restaurar la mente de la guerrera que, de inmediato, reaccionó asestando dos flechas a bocajarro en el pecho de Vecna. Una vez más, el tremendo frío mágico hizo aullar de dolor al no muerto.
Mientras zenit, en su estado invisible, comenzaba a ascender la escalera, Vecna se transportaba de nuevo a la parte superior de la escalinata. No esperaba, sin duda, ser recibido por el martillo de Cinthork, que destelló en poder antes de impactar en su costado. Aunque el lich trató de paralizar al minotauro con su ojo fantasmal, una vez más, la fe de Tyr permitió que el paladín saliese indemne.
La catapulta junto a Cinthork preparaba sus cuchillos cuando uno de los virotes de Vanuath seccionó uno de los extraños conductos repartidos por su estructura. Un fluido negro y espeso comenzó a derramarse al tiempo que la máquina expulsaba vapor y matraqueaba. Un momento después, se desmoronó por completo.
Por desgracia, la otra catapulta volvió a arrojar uno de aquellos cadáveres explosivos contra Sathelyn, que rodó nuevamente por el suelo para evitar lo peor. Un momento después, dos de los demonios que habían estado hostigando a Cinthork se abalanzaban sobre ella.
Jesper, que había perdido la protección de su Santuario, vio como Vecna le señalaba con el dedo al tiempo que pronunciaba un conjuro letal que, por suerte, Zenit contraconjuró a tiempo a coste de perder su propia invisibilidad.
Uno de los demonios de la sombra cayó bajo las flechas de Sathelyn mientras que el otro que acosaba a la guerrera, así como uno de los que trataban de matar a Vanuath, se hacían jirones al ser alcanzados por la oleada de luz dorada resultante de la canalización de poder divino llevada a cabo por Jesper.
Zenit convocó a un slaad junto a Vecna, aunque el no muerto lo disipó sin demasiado esfuerzo. Como respuesta, el lich se teleportó bajo las escaleras, junto a Zenit. Atento, Cinthork descendió volando para posarse junto a ellos y golpear a Vecna, evitando que su garra espectral dañase al mago elfo. Tan furioso como asustado, el no muerto volvió a transportarse a la parte superior de las escaleras. La segunda catapulta se desmoronó cuando Vanuath acertó colocando un virote en uno de sus engranajes y otro en uno de aquellos conductos de fluido.
Mientras Jesper curaba sus heridas y Zenit se ponía a salvo transportándose en una nube plateada, Vecna desmadejaba la magia de la armadura de Cinthork antes de teleportarse a la sala contigua para escapar. Sathelyn, que acababa de ser herida por las garras necróticas del último demonio en pie, respondía con dos flechas a bocajarro que eliminaban a la sombría criatura.
Cinthork persiguió a Vecna hasta una especie de salón en el que solo había un enorme trono con una corona tallada sobre el respaldo. Allí, dio alcance al no muerto y, tras imbuir con el poder de Tyr su martillo, lo derribó de un poderoso golpe.
Con Vecna arrastrándose y jurando venganza, el paladín minotauro arrancó de la cabeza del no muerto la corona que este llevaba. Al ver que no ocurría nada, interrogó al lich sobre el paradero del Glifo del Destino. Con la mano temblorosa y los ojos destellando de odio, Vecna señaló la corona tallada sobre el trono existente en aquella estancia.
Ignorando aquella ruina furiosa a la que había quedado reducido el poderoso Vecna, los compañeros se acercaron a tocar aquella corona, siendo transportados de inmediato a uno de aquellos espacios interdimensionales en el que se ha erigido un templo de blancas columnatas en cuyo centro resplandecía uno de los Glifos del Destino. Como cada una de las veces anteriores, el Glifo del Destino se descompuso en una serie de haces de luz que se alojaron en el pecho de cada uno de los presentes.
Cuando regresaron al salón del trono, Vecna aún se arrastraba por el suelo. Obviándole tanto a él como sus amenazas, Cinthork se acercó a examinar la puerta acorazada de la planta inferior, encontrando allí la tesorería. Jesper detectó una trampa de daño psíquico en aquella puerta, aunque ni Zenit ni él mismo poseían el poder necesario para disiparla. Así, Cinthok irrumpió en la estancia a pesar del intenso dolor. Allí, los compañeros encontraron una fortuna en oro y joyas, además de una poción y varios pergaminos.
Mientras Cinthork registraba la tesorería, Vanuath decidió recoger la espada que había dejado caer Kas El Sangriento. Por desgracia, el arma tomó el control de la voluntad del semielfo, quien se arrojó a intentar acabar con la vida de Zenit.
Jesper intentó enmarañar a Vanuath con un conjuro, aunque el semielfo cortó con la espada las enredaderas que el sacerdote había conjurado. El proyectil mágico de Zenit si impactaría en Vanuath, que retrocedió un par de pasos antes de que Sathelyn le disparase dos flechas, una a cada rodilla, haciéndole caer entre alaridos de dolor. Por suerte, la espalda maldita escapó de su mano.
Jesper dispensó algunas curaciones antes de que Cinthork acabase de reunirse con el resto del grupo. Luego, se encaminaron al exterior de la Ciudadela Cavitius despues de reunirse con Petro, que aguardaba aterrorizado fuera del palacete. Mientras atravesaban la siniestra ciudadela, Vanuath no paraba de repetir su desacuerdo con aquello de compartir el tesoro con Petro, debido a su escasa aportación a la batalla. Además, el semielfo seguía interesado en aquel asunto de explorar las catacumbas del castillo de Greyhawk.
Pero eso era algo que deberían decidir al día siguiente. De momento, Zenit empleó su magia para transportarles a todos de vuelta al Plano Material.

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