Veneno en la sangre (T3) - Viejos enemigos (1/X)

Elatha y Garrick habían regresado a la ciudad de Stormcliff dejando los cadáveres de Fendrel, Valmer y Lord Orvyn en la Ciénaga de Tisthon. Tampoco habían traído consigo el Diamante de Las Almas, pues la guerrera lo había destruido para liberar el alma de Uldim, el celestial atrapado en el interior del artefacto. Ahora, se hallaban en la antesala del trono junto a la exploradora semielfa Mira, conducidos allí por el paladín Ingoff para que dieran cuenta de su historia al rey Amodius.



Amodius, aquel veterano rey que había dejado atrás su juventud hacía ya tiempo, escuchó con suma atención la historia de los compañeros en la Ciénaga de Tisthon, así como el relato de Garrick acerca del surgimiento del sarpullido negruzco en el pueblo de Rivergreen y la relación que todo tenía con la presencia de Yzumath. También escucho a Mira, y su relato acerca de cómo los muertos vivientes atacaron su pueblo.

Varios nobles, consejeros del Rey o generales, se hallaban también en el salón del trono. Todos se mostraron bastante asombrados de la pericia y el arrojo de Elatha y Garrick. Algunos de ellos habían conocido a Valmer, y se mostraron consternados por su pérdida, así como todos lamentaron profundamente la muerte de Lord Orvyn.

Del mismo modo, el Rey les hizo partícipes de las aciagas noticias que los agentes de Stormcliff habían traído del sur: un ejército estaba conformándose en el Yermo Ceniciento. Los agentes habían hablado de goblins convocados desde las Tierras Altas de Hanlecke, ogros, trolls... y no muertos. Nunca nadie había visto a los no muertos actuar de forma organizada bajo el mando de nadie, al menos no desde los tiempos de Yzumath, el dragón de oscuridad. En numerosos lugares de la región se estaban sucediendo los ataques de muertos vivientes, tal y como había ocurrido en el pueblo de Mira.

Así las cosas, el rey Amodius daba total credibilidad al relato de los compañeros. Varios de los consejeros y nobles recriminaron a Elatha y Garrick la decisión tomada de destruir el Diamante de las Almas. Sin embargo, el Rey les silenció a todos, resolviendo que solo les cabría esperar a que, en el momento de la verdad, los dioses premiaran a los mortales por haber liberado a aquel celestial.

Dicho esto, Amodius tenía un último favor que pedirle a aquellos valientes.

Había decidido que el paladín de Oteyar, Ingoff, viajase en busca de cerrar una alianza tanto con los elfos del Bosque de Mirie como con los enanos de Trono de Kantirm. La amenaza a la que se enfrentaba la región de Vracone era enorme y todos iban a necesitar la ayuda de todos. Al soberano le gustaría que Elatha y Garrick acompañasen a Ingoff en aquella misión, también Mira, cuya naturaleza de semielfa podría ayudar a interceder sin duda ante los elfos de Mirie.

Todos aceptaron, determinándose a cumplir con aquella misión tan crucial para la supervivencia de las gentes de Vracone.

Descansaron todo aquel día, cuya tarde aprovecharon para aprovisionarse de algunas pociones curativas, munición y una coraza nueva para Elatha. Se alojaron aquella noche en el Castillo de Stormcliff, durmiendo cómodamente en sus lujosas habitaciones.

Un par de horas antes de que amaneciese, la pequeña comitiva formada por Elatha, Garrick, Ingoff y Mira se puso en camino, acompañada por cinco de los soldados del Rey Amodius que les servirían como escoltas. Tomaron la Carretera del Sur, con la intención de viajar durante diez días para tomar el Sendero de los Visitantes, que les llevaría a Lilaena Edhil, la ciudad élfica del Bosque de Mirie.

Cuando Elatha sugirió internarse en el bosque desde el norte para ahorrar tiempo, Mira le explicó que aquello no era seguro para los no elfos, ya que el norte de Mirie estaba ocupado por algunos feéricos de carácter bastante hostil y salvaje. El Sendero de los Visitantes, sin embargo, gozaba de la protección del Consejo de La Hoja.

Viajaron dos días sin incidentes, dejando atrás la Torre del Susurro. Por el camino, se toparon con algunos pequeños grupos de refugiados que marchaban en sentido contrario, hacia Stormcliff; sin duda en busca de la protección de sus murallas.

Acampados al caer el tercer día, Ingoff se aseaba en un pequeño riachuelo junto al que habían acampado. Sobre su camisa, que había depositado en la orilla, descansaba su símbolo sagrado representando a Oteyar. El símbolo de aquel Dios Guardián llamó la atención de Garrick que se acercó y lo tomó en sus manos sin que el paladín se diese cuenta siquiera de que el halfling había pasado por allí.

Cuando Ingoff hubo terminado de acicalarse, se percató de que su sagrado medallón no estaba entre sus ropas. El desasosiego dio paso a la furia cuando vio a Garrick sentado junto al fuego, con su medallón entre las manos. Tras acercarse a grandes zancadas, le arrebató el símbolo de las manos con bastante brusquedad.

Ante las acusaciones del paladín que tachaban a Garrick de ladrón, el halfling se defendió explicando que solo sentía curiosidad por el objeto, y que en ningún momento pretendía quedárselo para sí, sino devolverlo una vez inspeccionado. El resto del grupo presenciaba en silencio el desencuentro y, si bien los soldados hicieron amago de colocar la mano cerca de la empuñadura de sus armas, la amenazadora mirada de Elatha les invitó a tranquilizarse de inmediato.

Finalmente, el paladín dio por buenas las explicaciones de Garrick, si bien le reprendió por haber tomado una de sus pertenencias sin permiso. Ingoff explicó que, probablemente, les aguardaba por delante un viaje largo y peligroso: iban a tener que aprender a confiar los unos en los otros. Luego, ante el abatimiento que pareció asaltar al halfling, le colocó la mano en el hombro y le confesó que él también había cometido errores en el pasado, pero que la vida siempre daba nuevas oportunidades para hacer lo correcto; señalando que la participación de Garrick en aquella misma misión era una prueba de ello.

El grupo continuó su camino dos días más, sin incidentes. Esta vez, apenas se cruzaron con un par de grupos de refugiados que les hablaron de terribles encuentros con muertos vivientes, así como les informaron de que el sarpullido negruzco parecía estar haciendo estragos en Grasspost. Esto preocupó a Ingoff y Mira, pues habían planeado pernoctar allí en cuatro días para después tomar el Sendero de los Visitantes. Finalmente, el grupo decidió que evaluarían la situación una vez en Grasspost.

Descansaban aquella noche bajo las ruinas de un antiguo puente, erigido al paso de un arroyo ya seco, cuando Elatha se estaba desprendiendo de su coraza para disponerse a descansar. La guerrera no estaba acostumbrada a protecciones tan pesadas y sintió una gran liberación al desprenderse de la armadura por un rato. Mira, que se encontraba cerca, sentada mientras fabricaba algunas flechas para su arco, observó con cierta curiosidad las cicatrices que marcaban la negra piel de la bárbara.

La semielfa le preguntó a Elatha por algunas de esas cicatrices, a lo que la guerrera respondió con sorna que todas habían sido infligidas por gente que ya no estaba viva. Luego, el gesto de Elatha se agravó cuando confesaba que las peores cicatrices no se veían sobre la piel.

Mira se mostró de acuerdo, narrándole a su compañera con un poco más de detalle aquella historia de cómo había logrado sacar a algunos supervivientes de Rimewind ante el acoso de los no muertos. La semielfa no podía olvidar de ningún modo los ojos desesperados de aquellos que tuvo que dejar atrás, era algo que aún la atormentaba en sus pesadillas.

Elatha, confesando que la entendía perfectamente, le contó a Mira la historia de cómo el sarpullido negruzco había transformado a su tribu en bestias dementes. Le narró como cazó uno a uno a sus antiguos amigos y familiares, reconociendo ante la semielfa que la envidiaba por haber salvado las vidas de aquellos a los que quería, en lugar de haberlas arrebatado como hizo ella misma.

Las dos mujeres se fundieron en un largo y silencioso abrazo antes de separarse para seguir cada una con lo suyo. Mira pudo ver algunas lágrimas en los ojos de Elatha.

Prosiguieron su camino, viéndose obligados a buscar cobijo en una pequeña cueva cuando unas fuertes lluvias les sorprendieron a apenas día y medio de Grasspost. Mientras el resto del grupo descansaba, con Mira encendiendo un pequeño fuego ante la atenta mirada de Ingoff, Elatha y Garrick veían llover desde la entrada de la cueva.

Hablando casi para sí mismo, el halfling dijo entre susurros que echaba de menos aquella vida civilizada en Stormcliff de su infancia, lejos de los peligros de la vida aventurera. A pesar de decirlo con el corazón, acabó confesándole a Elatha que la ciudad también tenía sus peligros, incluso la vida de un mercader como había sido su padre.

Tras reír con fuerza, la guerrera le confesó que lo único que ella sabía del comercio era que todo se basaba en la palabra. En su tribu, si alguien rompía un trato, todo se solucionaba a través de la lanza o las flechas. Garrick también rió, reconociendo que se trataba de un método bastante directo y poco sutil.

En Stormcliff, según le dijo a Elatha, las sonrisas y las bellas palabras a veces escondían traiciones y puñales ocultos entre las ropas. Tras meditarlo unos segundos, la bárbara reflexionó sobre que cada mundo tenía sus propios monstruos y que, quizá, solo cambiaba el rostro que estos mostraban.

Y así llegaron a Grasspost, un pueblo al este del Bosque de Mirie, hogar de los elfos, y a un par de días al norte de las montañas conocidas como El Espinazo de Hierro, donde habitaban los enanos. Entraron en el pueblo con el sol ya a pocas horas de ocultarse en el horizonte. Nada más llegar, los compañeros se percataron de que las cosas no estaban nada bien allí. La fuerte lluvia no parecía contribuir tampoco al buen ánimo de nadie en ese lugar.

Casi la totalidad de los habitantes de Grasspost mostraban evidentes síntomas del sarpullido negruzco. Ninguno de ellos respondió a los saludos de los recién llegados y, en sus ojos, podía verse el descontento e incluso una ira extraña que no parecía tener un objetivo concreto. El corazón de Elatha se encogió, recordando cómo el sarpullido acabó por dominar las mentes de los miembros de su tribu.

La guerrera instó a sus compañeros a no pernoctar en aquel pueblo, ya que recordaba que los miembros de su tribu presentaban un comportamiento similar al de aquellas gentes poco antes de haber enloquecido. Propuso que se encaminasen hacia la linde del bosque y pasasen la noche a la intemperie.

A Ingoff no le pareció una buena idea: quería averiguar si podía ayudar de algún modo en aquel lugar, por poco que pudiese hacer. Además, la tormenta se estaba recrudeciendo y no quería pasar aquella noche sin luna bajo una lluvia que dificultaba aún más la visión y con todo lo oído sobre no muertos errantes en los últimos tiempos. Los soldados se Stormcliff se mostraron bastante de acuerdo en este punto.

A Mira no le gustaba para nada la idea de permanecer en Grasspost, pero tuvo que reconocer que las condiciones ambientales eran terribles y que, en caso de que algún peligro acechase, no iban a poder detectarlo hasta tenerlo encima.

Garrick, por su parte, también manifestó su contrariedad por tener que pernoctar en aquel pueblo. Sin embargo, señaló que debían comprar algunas provisiones y no podrían hacerlo hasta el día siguiente. Además, la perspectiva de enfrentarse a algún monstruo errante en mitad de aquel aguacero, fuese un muerto viviente o no, le generaba bastante preocupación.

Así, entraron en la posada rotulada como “Orgullo de Grasspost” un establecimiento grande y bien construido que, sin embargo, parecía no haber sido limpiado en semanas, según pudieron sospechar cuando se hallaron en el interior. La posadera, una oronda mujer infectada por el sarpullido negruzco, pareció molesta por la mera presencia de clientes, aunque les dio las llaves de las cuatro habitaciones de las que disponía el establecimiento, que al parecer no tenía huéspedes.

Elatha y Mira se instalaron en una de las habitaciones, mientras que Ingoff y Garrick ocuparon otra. Las dos restantes fueron para los soldados, que establecieron turnos de guardia para que uno de ellos siempre se mantuviese en el pasillo, vigilando: no se fiaban de aquellos pueblerinos infectados, mucho menos desde que escucharon las historias de Elatha sobre los miembros de su tribu.

Tras cenar en las habitaciones, haciendo uso de sus propias provisiones, los compañeros fueron poco a poco abandonándose al sueño. Desde el pasillo, llegaban los pesados pasos del soldado de guardia, acompañados por el tintineo metálico de la espada rozando con la armadura.

No llevarían ni dos horas durmiendo cuando el soldado les advirtió de que algo estaba pasando. Ingoff se asomó rápidamente a la ventana solo para ver como una furibunda multitud rodeaba la posada desafiando la intensa lluvia, todos armados con horcas, guadañas y otros instrumentos de trabajo. Los habitantes de Grasspost parecían haber enloquecido y señalaban hacia la posada con gesto furioso.

Garrick y Mira salieron rápidamente al pasillo, la semielfa empuñando el arco y el halfling su ballesta de mano. Ambos comenzaron a apuntar hacia la escalera mientras oían a la posadera hablar con varias personas.

-Están arriba, esos perros están arriba. -decía. -¡Hay que degollarlos!

Los soldados se desplegaron en la parte superior de la escalera, preparados para repeler un posible ataque mientras que Elatha e Ingoff salían también al descansillo, pertrechados ya con sus armas y armaduras.

De pronto, tras un par de segundos de extraño silencio, los aldeanos comenzaron a subir la escalera a toda carrera, entre aullidos enloquecidos y con sus toscas armas en ristre. El primero en aparecer fue abatido por un virote de Garrick, que le impactó en la nuca. La flecha de Mira, sin embargo, se incrustó en la barandilla de la escalera. La ballesta de un soldado abatió a un oponente más que, aún así, logró herir a otro militar con su horca antes de morir.

Ingoff hirió a otro aldeano con su ballesta pesada, mientras Elatha rugía frustrada por no poder llegar hasta el combate debido a que la concentración de sus aliados bloqueaba el paso hasta la escalera. Desde abajo, llegaba el sonido de la multitud apelotonándose, todos ávidos de la sangre del grupo.

Garrick atravesó la sien de otro aldeano con su ballesta de mano al tiempo que Mira volvía a errar su disparo: la exploradora estaba visiblemente nerviosa, quizá algo superada por las circunstancias. Ingoff terminó, de otro disparo, con la vida del aldeano al que había herido. Al tiempo, Elatha comenzaba a gritar que debían salir de esa posada, la cual se había convertido en una auténtica ratonera.

Tras abatir a un nuevo oponente con su ballesta, Garrick entró junto con Elatha en una de las habitaciones en busca de una posible ruta de escape. Mira, algo recompuesta, travesaba con una de sus flechas la garganta de otro enemigo.

Elatha se asomó por la ventana para ver que, casi a la altura de esta, se extendía una pequeña porción de tejado correspondiente a la planta baja. Por desgracia, algunos de los aldeanos ya habían empezado a trepar por ahí y amenazaban con comenzar a introducirse en el inmueble por las ventanas del primer piso, en el cual ellos se encontraban. Garrick disparó su ballesta, hiriendo a uno de ellos en el hombro.

Mira atravesó el cuello de otro oponente con su arco, pero los pueblerinos infectados seguían subiendo por la escalera. Uno de los soldados gritó agónicamente cuando la horca de uno de ellos le atravesó el pecho, acabando con su vida. Las ballestas de los demás soldados derribaron al asesino e hirieron a otro de los atacantes.

Los gritos de Elatha no advirtieron a Mira a tiempo, que se giró para ver con sorpresa cómo dos aldeanos surgían a su espalda desde una de las habitaciones. Aunque esquivó el martillo de uno de ellos con soltura, la hoz del otro rasgó su camisote de mallas. En la habitación contigua a aquella por la que habían entrado estos enemigos, Garrick contenía a duras penas la entrada de otra maraña de oponentes.

Ingoff corrió en ayuda de Mira, desechando su ballesta para empuñar su pesada hacha de guerra. Los gritos de Elatha le rogaban a Garrick que se hiciese a un lado para permitirla actuar. En cuanto el halfling se hubo apartado de la ventana, la guerrera ensartó al aldeano que intentaba entrar por la ventana.

Mira dejó caer su arco para tomar la espada larga, intentando maniobrar en tan angosto espacio para ensartar a uno de sus enemigos, sin conseguirlo. Al tiempo que otro de los soldados caía decapitado por una guadaña oxidada, la exploradora aullaba de dolor cuando el martillo de herrero empuñado por un enemigo la golpeaba en el costado.

La hoz chirrió sobre el escudo de Ingoff, a la vez que Elatha mantenía heroicamente la posición junto a la ventana de la habitación contigua, impidiendo la entrada de más enemigos por aquel punto. El paladín lanzó un potente hachazo al que su oponente reaccionó deprisa, llevándose tan solo un profundo corte en la mejilla.

Mientras Garrick erraba el disparo con su ballesta de mano, Mira degollaba a uno de los aldeanos infectados con su espada. Al tiempo, dos de los soldados de Stormcliff eran arrollados por la turba que ascendía la escalera, acribillados a golpe de horca y azada por los enloquecidos habitantes de Grasspost. El último de los militares retrocedió hacia las habitaciones, disparando su ballesta a bulto una última vez antes de extraer la espada y prepararse para la peor.

Viendo complicarse la situación de ese modo, Ingoff extendió su mano hacia la habitación atestada de oponentes que tenía ante sí e imploró el auxilio de Oteyar. El pequeño ejército de diminutos celestiales fantasmagóricos se extendió por el lugar en un suspiro. Los pequeños entes atravesaban los cuerpos de los aldeanos, socarrándolos y ampollando su piel, haciendo brotar la sangre de ojos y oídos. Antes de un par de parpadeos, los seis enemigos estaban muertos en el suelo.

El paladín aprovechó que el camino había quedado expedito para entrar en la habitación, pasando sobre los cuerpos enemigos, para llegar hasta la ventana. A su llamada, Elatha comenzó a retroceder desde la habitación contigua para reunirse con sus compañeros. Garrick cruzó la habitación en la que todavía revoloteaban los celestiales a toda velocidad, saltando al tejadillo exterior para, acto seguido, volver a saltar hasta la calle embarrada por la lluvia, donde rodó con maestría para quedar de pie.

Mira, tras envainar la espada y recoger su arco, corrió también hacia la habitación y salió por la ventana al tejadillo, donde ya estaba también Ingoff. Mientras, el último de los soldados en pie retrocedía, malherido, ante la marea enemiga que ya se había adueñado del descansillo.

En la calle, un aterrado Garrick se veía de pronto rodeado por tres enemigos que surgían de la oscuridad enarbolando hacha de leñador, horca y azada respectivamente. La sorprendente agilidad del halfling le permitió mantenerse a salvo los segundos suficientes para que Ingoff saltase desde el tejadillo para acudir en su ayuda. Después de aterrizar dolorosamente sobre el suelo, el paladín se rehízo a tiempo de partir en dos el cráneo de un oponente con su hacha.

Elatha salió al tejadillo por la ventana, mientras el soldado cubría su retirada. Una vez ambos se habían internado en el área protegida por los espíritus guardianes, los aldeanos infectados no les habían perseguido al interior de la habitación. Abajo, Garrick corría hacia la calle que se extendía al noroeste mientras disparaba un virote a la cadera de uno de los pueblerinos que hostigaban a Ingoff.

Mira apuntó cuidadosamente su arco para alojar una flecha en la corva del aldeano que empuñaba su azada contra Ingoff. El paladín se veía ahora rodeado por cuatro oponentes, quienes le estaban sometiendo a un intenso castigo; abollando con cada nuevo golpe el escudo y la armadura del combatiente sagrado.

El soldado de Stormcliff apartó a Mira de un empellón y saltó hacia la calle. Por desgracia, su pie resbaló en el borde del tejadillo haciendo que el militar cayera al suelo casi de cabeza. Su cuello se partió con un macabro crujido casi al mismo tiempo en que Ingoff abría en dos el pecho de uno de sus enemigos con de un hachazo.

Elatha no aterrizó de la mejor forma en la calle, llevándose un costalazo que la dejó sin aliento durante un par de segundos. Aún así, la guerrera se puso en pie rápidamente mientras, desde la mitad de la calle noroeste, Garrick les gritaba a todos que huyeran por allí. Mira, que había saltado tras la bárbara, también resbaló sobre el barro y recibió la dura caricia del suelo en sus costillas. La exploradora trató de disparar su arco mientras corría hacia el halfling, pero su flecha salió despedida hacia la nada.

Elatha interponía el escudo para mantener a raya a dos oponentes, mientras que Ingoff apretaba los dientes al sentir como una hoz se colaba entre las articulación de su armadura para rasgar levemente su carne. La guerrera se quitó del medio a uno de los aldeanos ensartándole con la lanza y alzándole en vilo con el asta antes de arrojarle a un lado.

Una certera flecha de Mira impactó de gravedad al pueblerino que había herido a Ingoff con su hoz. Absorto contemplando esto, Garrick no se percató de los cuatro hombres que surgían desde detrás de la posada, dos de ellos abalanzándose sobre él con hachas de leñador. Una vez más, los excepcionales reflejos del halfling le hicieron salir indemne de aquello.

Ingoff decapitó al hombre de la hoz de un potente hachazo al mismo tiempo que Elatha atravesaba el cráneo de su oponente proyectando su lanza hacia delante. En esas, Garrick corría a trompicones de vuelta hasta esconderse detrás de Mira, quien abatía a uno de los perseguidores del halfling de un certero flechazo.

Con bastante suficiencia, Elatha atravesó las entrañas de un enemigo que se abalanzaba sobre ella a toda carrera. A su lado, el paladín invocaba el poder de su Dios para arrojar un trío de rayos de fuego sobre uno de los dos sujetos que, en ese momento, llegaban hasta mira empuñando horca y rastrillo. Si bien dos de los rayos erraron, el tercero atravesó el pecho del desdichado de la horca, haciéndole caer sin vida.

Garrick trató de rodear a Mira para sorprender al tipo del rastrillo, pero este le vio venir, bloqueando su avance con las tres puntas de su arma. En un mismo movimiento, la exploradora dejaba caer su arco para desenvainar la espada en un sesgo que decapitaría a su enemigo.

Desde todos los puntos del pueblo podían escuchar a más gente acercándose, todos gritando furiosos. Aunque estaban todos bastante cansados del intenso combate, apenas Ingoff y Mira presentaban un par de rasguños de poca importancia.

El grupo enfiló la calle del noroeste, corriendo con toda la capacidad que les permitían sus piernas bajo el intenso aguacero. Escuchaban a los aldeanos de Grasspost gritando tras ellos, imbuidos de la furia salvaje con la que el sarpullido negruzco emponzoñaba sus corazones.

-¡Acabaremos con todos vosotros! -gritaba uno. -¡Yzumath nos lo exige!

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