Los Reinos (T4) - Las Tablas del Destino (9/X)
Tras superar la Calzada del Dragón y a sus golems de magma, la incursión de los compañeros en Ur-Draxa se vio frustrada por la imposibilidad de una entrada discreta. Así, decidieron esperar a los Magos Rojos de Thay para aprovechar su paso. Después de derrotar a uno de los temibles khaisargas con bastante facilidad, así como a la comandante de la Guardia del Dragón, los compañeros siguieron discretamente a los Magos Rojos de Thay hasta la ciudad, donde los hechiceros se introdujeron desplegando una magia brutal y perpetrando una auténtica masacre. Ahora, parecía que los magos estaban combatiendo, quizá con el Dragón, en el pequeño recinto amurallado que se erigían en mitad de la ciudad de Ur-Draxa.
A fin de saber qué iban a encontrar exactamente en el interior de aquel recinto amurallado, Zenit convocó uno de sus ojos-ala mientras el grupo corría hacia allí. La pequeña criatura voló hacia el centro de la ciudad hasta encontrar una de las puertas que parecían dar acceso al recinto, donde podían verse varios cadáveres de templarios y los restos despedazados de un khaisarga. Tras esa puerta, se encontraba una inmensa zona ajardinada en la cual estaba teniendo lugar un combate.
Un inmenso dragón de forma vagamente humanoide trataba de alcanzar a tres de los Magos Rojos de Thay a quienes los compañeros pudieron reconocer como Lózoril, Druxus Rhym y Amar Zhul. Este último no tardaría en emplear su magia para transformarse en un dragón rojo adulto que comenzó a revolotear alrededor del Dragón de Athas mientras lo hostigaba con su aliento. A Zenit le quedó muy claro que aquellos tres hechiceros solo querían ganar tiempo.
A través del ojo-ala, Zenit también pudo localizar la llamada Esfera Negra. Se trataba de un orbe de negrura que incluso parecía absorber la luz del sol. A ella se acercaron de pronto dos khaisargas que no parecían estar demasiado pendientes del combate de su señor Dragón con aquellos intrusos. Los khaisargas iban acompañados de una decena de templarios. Tras discutir unos segundos, uno de los lores muertos tocó la esfera, desapareciendo en su interior; cinco de los templarios le imitaron.
Zenit trató inmediatamente de acercar el ojo-ala a la esfera para que se introdujese en esta, pero la criatura fue inmediatamente detectada por el khaisarga que permanecía frente al orbe, quien empleó su magia para que el pequeño ser se desvaneciera.
Cinthork vertió la bendición de Tyr sobre Vanuath, mientras que Jesper lo hizo sobre Sathelyn y sobre él mismo. Zenit, por su parte, aceleró mágicamente al minotauro mientras se potenciaba a sí mismo mediante la nigromancia. Listos para el combate, los compañeros irrumpieron en el sanctasanctórum del Dragón con Cinthork y Sathelyn volando merced a sus capas mágicas.
El paladín minotauro se lanzó sin dudarlo a por el khaisarga, quien intentó dejarle fuera de combate con algún tipo de palabra de poder. Por suerte, la fe del campeón divino era fuerte y logró resistir el conjuro. El pesado martillo castigó implacable el cuerpo no muerto del khaisarga.
Un celestial se materializó en el campo de batalla por voluntad de Jesper al tiempo que Sathelyn se frustraba al comprobar que su Arco de Pesadillas era ineficaz contra el khaisarga. Los servidores del Dragón reaccionaron. Mientras los templarios convocaban varios enjambres de pequeños dragones espectrales que hostigaban tanto a Cinthork como al celestial recién llegado. Mientras, Vanuath buscó escurrirse por un flanco, acertando con un par de virotes al enfurecido khaisarga mientras Zenit hacia que un terrible slaad se materializase ante un par de templarios, que gritaron horrorizados.
Apretando los dientes, mientras los pequeños dragones espirituales mordían su carne, Cinthork descargaba su martillo una y otra vez sobre el khaisarga. Otro par de certeras flechas de Sathelyn surcaron el aire para acabar derribando a uno de los templarios. A un par de pasos de la guerrera, el celestial de Jesper castigaba a otro templario mientras los dragoncitos espectrales herían su piel.
Una palabra del khaisarga desplegó una barrera de cuchillas de energía que les aisló a él y a Cinthork del combate. El slaad de Zenit fue golpeado por aquellas cuchillas y arrojado violentamente hacia atrás. Además, para complicarlo todo, un par de templarios emplearon su poder para restañar las heridas del khaisarga mientras que otro disipaba al celestial convocado por Jesper.
Sendos virotes de Vanuath se alojaron en el cuerpo de un templario, que se desplomó muerto al tiempo que tanto Jesper como Zenit avanzaban rodeando los flancos del combate, intentando no exponerse demasiado. Justo en ese momento, una de las enormes zarpas del Dragón de Athas se cerraba en torno al Mago Rojo Lózoril, quien se debatió entre gritos de horror hasta que el enorme ser se lo llevó a la boca para devorar su mitad superior de un mordisco.
Infatigable a pesar del hostigamiento de aquellos espíritus dracónidos, Cinthork continuaba golpeando sin tregua al restablecido khaisarga. Su martillo se iluminaba, imbuido por el poder de Tyr, mientras la energía dorada destellaba con cada golpe. Por su parte, Sathelyn se tomaba un segundo para atravesar el cráneo de uno de los templarios que se abalanzaba sobre ella con un disparo a bocajarro.
El khaisarga llamó al fuego, haciendo que las llamas envolviesen tanto a Cinthork como al slaad de Zenit, que estaba unos pasos detrás del minotauro. La suerte quiso que el haz de llamas no llegase hasta Jesper, quien aún así pudo sentir como el calor le chamuscaba algunas pestañas. Casi a la vez, uno de los templarios revivió a uno de sus compañeros caídos quien, aunque maltrecho, se unió de nuevo al combate.
Un templario más, entre carcajadas, disipó al slaad justo antes de que los dos virotes disparados por Vanuath se aojasen en el cuello y el rostro del khaisarga, haciendo que se desplomase en el suelo como un fardo. Zenit y Jesper aprovecharon ese momento para aproximarse a la Esfera Negra desde los flancos, libres de enemigos.
Libre del khaisarga, Cinthork asestó un tremendo martillazo a uno de los dos templarios que aún quedaban en pie, dejando al tipo tambaleándose, al menos hasta que la flecha de Sathelyn le atravesó el cuello. La guerrera aún tuvo tiempo de disparar otra flecha para arrebatarle la vida al último enemigo.
Con el terreno despejado y el Dragón de Athas aún combatiendo a dos de los Magos Rojos, los compañeros tocaron la Esfera Negra, siendo absorbidos hacia el interior de esta. En un instante, se vieron arrastrados a uno de aquellos espacios interdimensionales en el que se ha erigido un templo de blancas columnatas en cuyo centro resplandecía uno de los Glifos del Destino. Por desgracia, sintieron que mucha de la magia que tenían activa sobre ellos se esfumaba.
A los pies del templo se encontraban los cadáveres de los cinco templarios y el khaisarga que los compañeros habían visto entrando en la Esfera Negra a través del ojo-ala. Junto a una de las columnatas, se encontraba Myzhereléi. Los compañeros sospechaban que Lalara también se encontraba allí, quizá en estado de invisibilidad.
Antes de que pudiesen reaccionar, Myzhereléi descargó su magia sobre Sathelyn en un conjuro de muerte que, gracias a su fortaleza, la guerrera supo soportar. Cinthork también logró resistir un conjuro de petrificación lanzado contra él, seguramente por la invisible Lalara. Vanuath, astuto, empleó su daga mágica para poder ver a la maga, señalándole el lugar en el que se encontraba a sus compañeros.
Cinthork convocó a un celestial para que se arrojase sobre la hechicera al tiempo que él mismo corría hacia ella enarbolando su martillo. Las flechas de Sathelyn, disparadas a ciegas, adelantaron al minotauro para clavarse en el cuerpo de la maga, que se encogió cuando el frío atroz de los proyectiles mágicos recorrió su cuerpo. Myzhereléi trató de hacer sucumbir al paladín minotauro con una palabra de poder pero, una vez más, el dios Tyr protegió a su enviado. Un momento después, el poderoso conjuro psíquico de Lalara era deshilvanado por la magia defensiva de Zenit.
Justo al mismo tiempo en que un par de virotes de Vanuath se alojaban en la espalda de Myzhereléi para acabar con su vida. Sathelyn hería gravemente a Lalara con dos de sus flechas. La hechicera, hostigada ahora tanto por el celestial como por Cinthork, retrocedía a duras penas. O lo intentó, porque Zenit lanzó contra ella un rayo de energía verdosa que la redujo a cenizas antes siquiera de que pudiera lanzar al aire un último grito.
Sin enemigos a la vista y habiendo visto Zenit cumplida su venganza —y la de la Hermandad Arcana— contra Lalara, los compañeros se acercaron al Glifo del Destino, que se descompuso en una serie de haces de luz que se alojaron en el pecho de cada uno de los presentes. Inmediatamente después, reaparecieron en el sanctasanctórum del Dragón, donde aquella colosal criatura ya solo luchaba contra aquel dragón rojo que los compañeros sabían que era el mago Amar Zhu.
Ninguno de los contendientes parecía haberse percatado de la presencia de los compañeros, de modo que Zenit les teleportó hasta las cercanías de la Calzada del Dragón, donde acamparon para descansar cerca de aquel lugar donde habían enterrado un día antes a uno de aquellos khaisargas. Tras emplear los días necesarios para cruzar la Calzada del Dragón mediante conjuros de vuelo, Zenit pudo teleportar al grupo junto al portal de regreso a Sigil.
Ya de regreso en la Ciudad de las Mil Puertas, mientras conversaban con Shine, la gladiadora que guardaba el portal a Athas, se toparon con el Príncipe Telamonte y su séquito. Los Umbras —ese nombre recibía ahora el que un día fuera el pueblo netherese— miraron a los compañeros con la habitual mezcla entre curiosidad y desprecio. No obstante, la situación no llegó a más.
Mientras sus competidores se internaban en Athas, Zenit empleaba su magia para convocar a Éloze, su habitual guía en Sigil. Pidieron a la fantasma que les guiase hasta el Colmillo. Querían que el gnomo les diese algo de información.
Por el precio adecuado, el Colmillo les contó que los Zhentarim se habían reforzado con un demonio molydeus llamado Corgur y un rakshasa que respondía por Zekir. Ambos no parecían tener habilidades más allá de las normales en este tipo de seres.
El Colmillo también les informó de que los Umbras ya habían visitado los portales a Oerth, Barovia y Krynn y que, esto lo sabían los compañeros, ahora se encontraban en Athas. También les contó que los Demonfatas entraron hacía bastante tiempo en Barovia, pero que nunca habían regresado de allí.
Una vez obtenida aquella información, dejaron que Éloze les guiase al Ministerio de Asuntos Interplanares, donde entregaron a Chak-Yha un pedazo de golem de magma y unos grilletes que habían traído de Athas. El thri-kreen lo agradeció, mientras miraba con evidente hambre a Jesper, Vanuath y Zenit.
Tras aquello, se dirigieron al despacho de un mago llamado Melf, el experto en Oerth e inventor, entre otros, del conjuro de Flecha de ácido. El relato de cómo Zenit abandonó el estudio en maestría de ese conjuro tiempo atrás no pareció sentarle muy bien a Melf que, desde ese momento, trató al mago de una forma bastante despectiva. Aún así escuchó al grupo.
Con tanto pesar como preocupación, les dijo que En la corona del muerto solo podía significar una cosa en Oerth: Vecna, un hechicero conocido por su sed de conocimiento y poder. Sus prácticas arcanas lo llevaron a convertirse en un lich, un ser no-muerto, en su búsqueda por la inmortalidad. Vecna desapareció siglos atrás, pero probablemente los magos del Círculo de los Ocho, en la ciudad libre de Greyhawk supieran donde encontrarlo.
Cuando los compañeros le preguntaron a Melf si quería que le trajeran algo de Oerth, el mago solo les pidió que, en su nombre, reclamasen la deuda que Mordenkainen, miembro del Círculo de los Ocho, tenía con él. Tras prometerle que lo harían, se marcharon.
Nada más salir del Ministerio, los compañeros detectaron a una vieja conocida vigilándoles desde los tejados: Wynna. La asesina les contemplaba mientras una pequeña hada revoloteaba a su alrededor. La mujer les dedicó un par de gestos amenazadores antes de esfumarse entre los tejados.
Los compañeros decidieron que no querían pasar la noche en Sigil, de modo que Éloze les llevó de inmediato hacia el portal a Oerth: una especie de pequeña torre ubicada en el barrio de La Colmena. Dentro, encontraron a Tasha una maga con sangre demoníaca que se mostró bastante cordial con ella. Les contó que los Umbras habían estado en Oerth y habían vuelto, aunque bastante maltrechos.
Después de agradecerle la información, los compañeros cruzaron el portal para verse en una especie de sótano de una casa abandonada. Desde allí, salieron a una ciudad con grandes torres de piedra gris y las aguas oscuras del Río Selintan reflejando las estrellas. Cierto olor a especias, humo y acero flotaba en el aire.
Se acercaron a una posada, donde el dueño les dio alojamiento a la vez que les prometió que les conseguría al mejor guía de la ciudad —su cuñado— para que les ayudase a contactar con el Círculo de Los Ocho. Así, los compañeros disfrutaron de una tranquila primera noche en Oerth.
A la mañana siguiente pudieron conocer a Nem, quien sería su guía en Oerth. Les dijo que, en la Ciudad Vieja, había mercenarios veteranos que lucharon en las Guerras de Los Gigantes, contra la drow Eclavdra y sus tropas de gigantes. Algunos de ellos interactuaron sin duda con miembros del Círculo de los Ocho. Nem trataría de encontrar al tipo adecuado. También confirmó que los Umbras habían estado allí y que habían contratado a un guía joven.
Los compañeros enviaron a Nem a buscar aquel contacto y, de paso, al muchacho que había servido como guía a los Umbras. Mientras, se dieron una vuelta por la Ciudad Libre de Greyhawk, donde escucharon hablar del gran complejo subterráneo de Greyhawk creado por Zagyg, el mago loco. De hecho, Vanuath apostó una buena suma a que el grupo lograría profundizar en aquella antiquísima mazmorra.
Aquella misma noche, Nem les recogió para llevarles a los lugares de la Ciudad Vieja que consideró adecuado para los fines de los compañeros. Caminaron sobre el empedrado gastado hasta una de las viejas tabernas llenas de mercenarios con la silueta de la Catedral de Nerull alzándose como una presencia oscura sobre ellos. Antes de entrar, Nem les advirtió que los mercenarios eran algo desconfiados y que deberían hacer algún que otro esfuerzo por confraternizar.
Nada más entrar, uno de los mercenarios se fijó en el excepcional arco que Sathelyn portaba a a espalda e invitó a la guerrera a una competición. Sathelyn arrasó a todos sus contrincantes arrancando los vítores de la gente. Tras el concurso, la guerrera se fue a la barra con uno de aquellos hombres, evidentemente interesado en llegar a algo más con ella. Sathelyn le manejó con elegancia para intentar sacarle algo de información acerca de cómo contactar con el Círculo de los Ocho. El tipo le dijo que en el Distrito Varisio seguramente habría adivinos que tuviesen relación con los archimagos... ¡Los magos debánn conocerse unos a otros, sin duda! También le dijo que una semiorca llamada Hetti conocía a algunos que habían luchado junto al Círculo en las Guerras de Los Gigantes.
Hetti era una semiorca enorme y musculosa que estaba haciendo una especie de competición de pulsos con muchos de los presentes: uno tras otro, los derrotaba. Vanuath fue a buscar a Cinthork para que participase. Para sorpresa de todos los presentes, el minotauro logró derrotar a Hetti.
Bastante alterada, la semiorca le pidió la revancha, lo que Cinthork aceptó. Esta vez, Hetti se impuso y fue el minotauro quien pidió un desempate: no salió bien, para desgracia de Vanuath, que estaba perdiendo una fortuna al apostar por su compañero. La semiorca le derrotó con tal ímpetu que la mesa sobre la que mantenían el pulso acabó hecha añicos. Sin embargo, esto sirvió para que Hetti invitase a una ronda a los compañeros.
Entre cervezas, les contó que conocía a un soldado retirado llamado Brivaut que ahora regentaba una armería en el Barrio del Comercio y los Artesanos. Ese hombre trató en su día con personalidades como Tenser o Mordenkainen. Les dijo que, al día siguiente, les llevaría a su tienda e intercedería por ellos.
Así, a la mañana siguiente se internaron en aquel barrio donde martillos y yunques resonaban y el olor a cuero curtido llenaba el aire. Armaduras y espadas estaban a la vista en las herrerías, entre carteles coloridos y banderines. El tal Brivaut, un antiguo soldado con una pierna de madera, se mostró bastante reticente a molestar al Círculo de Los Ocho, aunque la mención de Vecna bastó para que los compañeros lograsen convencerle. Les emplazó a verse a primera hora de la tarde en la puerta de la fortaleza.
Tal y como había prometido, las gestiones de Brivaut granjearon a los compañeros una reunión con el Círculo de Los Ocho, de los que realmente solo quedaban seis: Mordenkainen, Bigby, Drawmig, Leomund, Nystul y Otto. Todos escucharon atentamente la historia de los compañeros acerca de las Tablas del Destino y su necesidad de encontrar a Vecna. Por desgracia, el cónclave debía votar si ayudaba o no al grupo y había cierta disparidad de criterios.
Mordenkainen, arrogante y ácido en sus comentarios, creía que la destrucción de Vecna podría perturbar el necesario equilibrio entre el bien y el mal. Bigby, jovial y de humor jocoso, no se toma en serio al grupo pero le daba igual enviarlos a una muerte segura. Drawmij, tímido y prudente, quería saber más acerca de todo el asunto. Leomund, práctico y decidido, confiaba ligeramente en los compañeros y creía que estos pueden ayudar a destruir por fin a Vecna. Nystul, egocéntrico y artificioso se mostraba molesto por la insinuación de que el grupo podría lograr lo que el Círculo de los Ocho no logró jamás.
A Otto, un tipo divertido y chistoso, esto no le importa lo más mínimo, pero daría su voto favorable si Sathelyn accedía a tener una cena privada con él. Una vez Sathelyn hubo aceptado este punto, el propio Otto se encargó de que Drawmij cambiase su voto.
Resuelta la votación, Vanuath le recordó a Mordenkainen su deuda con Melf. A regañadientes, el archimago rellenó un largo manuscrito y se lo entregó al semielfo. Mas tarde, en su habitación, Vanuath pudo comprobar que se trataba de un escrito mediante el cual Mordenkainen admitía que Melf tenía razón en algún tipo de discusión teórica. Cosas de archimagos.
Tras ofrecerles alojamiento en la fotaleza, los integrantes del Círculo de los Ocho les contaron que otro grupo anduvo haciendo preguntas sobre Vecna en la ciudad, sin duda los Umbras. Bucknard, experto en artefactos y miembro del Círculo, les ayudó sin permiso del resto pero nunca volvió.
Los seis archimagos sospechaban que Vecna (o lo que quedaba de él) se encontrab en el Plano de las Sombras, en un lugar llamado La Ciudadela de Cavitius. El Círculo de los Ocho no podía actuar en dicho plano ya que fueron vetados por La Reina Cuervo, una deidad del propio plano debido a un altercado del pasado. Les dieron a los compañeros ciertas indicaciones para localizar la Ciudadela de Cavitius en el Plano de las Sombras.
Drawmij les preguntó si serían capaces de llegar hasta el Plano de las Sombras. Con bastante suficiencia, Zenit aseguró que no necesitaba ayuda para viajar al Plano de las Sombras, ya que estaba suficientemente capacitado mágicamente para ello.
Después de eso, todos se retiraron a descansar. O casi todos...
Así, mientras sus compañeros dormían en las habitaciones de la fortaleza, Sathelyn cenaba con el archimago. Otto se mostró bastante pesado con aquello de hacerse el gracioso, aunque se mostró aliviado con que Sathelyn no quisiera que la noche fuera más allá. Sin embargo, le rogó a la guerrera que, en caso de ser preguntada, exaltase sus cualidades como amante.
A la mañana siguiente, avergonzado, Zenit reconoció ante sus compañeros que no podía viajar al Plano de las Sombras por no haberlo visitado nunca. Por suerte, Sathleyn recordó su conversación con aquel soldado que pretendía seducirla y sugirió ir al Distrito Varisio en busca de un mago que pudiera hacer el viaje. Antes de eso, los compañeros decidieron ir a ver a Hetti para pedirle que reclutase a algunos mercenarios que tuvieran el arrojo suficiente para acompañarles.
El Distrito Varisio era un lugar de calles angostas y edificios de colores, con tiendas de adivinos y lectores de cartas. Musicos callejeros tocaban alegres melodías en cada esquina. Allí encontraron a un mago capacitado y dispuesto a llevarles, tanto a ellos como a los diez mercenarios que les acompañarían, a cambio de una exorbitante suma.
Los compañeros accedieron.
El mago les llevo a los pies de las antiguas ruinas del Castillo de Greyhawk, donde decenas de aventureros se preparaban para internarse en la legendaria mazmorra que allí existía. Les explicó que, en ese punto, el viaje planar era más sencillo. El mago alzó las manos y, en un destello, se transportaron.
Estaban en un paraje yermo y frío donde las sombras parecían moverse con vida propia. Era una versión decrépita y moribunda del mundo que acababan de dejar atrás. Figuras difusas se escurrían en los márgenes de la visión mientras un aire gélido les dejaba un amargo regusto a ceniza en la boca.
El Plano de las Sombras.

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